Mike Pence, un político coherente

Se ha declarado católico, conservador y republicano. Ha rechazado medidas contra la discriminación y es un enemigo firme del aborto en cualquier caso.

Juan David Torres Duarte
21 de enero de 2017 - 08:02 p. m.
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, junto a Donald Trump, durante la ceremonia de posesión.  / AFP
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, junto a Donald Trump, durante la ceremonia de posesión. / AFP
Foto: AFP - TIMOTHY A. CLARY

Por los días en que Mike Pence fue confirmado como la fórmula vicepresidencial de Donald Trump, Sean Hannity, el célebre presentador de Fox News, le preguntó en su programa si estaba preparado para afrontar la “embestida furiosa” de críticas por su condición de conservador. Citó entonces a la campaña de Clinton, que había dicho que Pence era el republicano más extremo que pudiera encontrarse.

En pocos segundos, Pence rio, procuró clausurar la risa y volvió a reír sin poderse resistir. “¿No lo sorprenden estas declaraciones?”, le preguntó Hannity. “Soy un conservador, pero no estoy de mal humor —dijo Pence—. A lo largo de mi carrera he tratado de defender aquellos principios: menos impuestos, valores tradicionales. Lo he hecho sin disculparme. He buscado hacerlo de una manera que muestra respeto hacia otros”.

Pence, de 57 años y originario de Columbus, Indiana, ha sido coherente: con esas mismas palabras inauguró su discurso ante un congreso dedicado a los Valores de los Votantes en 2010, cuando era miembro de la Cámara de Representantes. “Detrás de todo gran hombre —dijo por entonces, con cierto humor— hay una mujer torciendo los ojos. Todo lo que deben saber, en realidad, es que soy el padre de tres adolescentes (por eso el pelo blanco), he estado casado por 25 años con una profesora de colegio que es el amor de mi vida, Karen Pence, y soy cristiano, conservador y republicano, en ese orden”.

Su coherencia puede ser rastreada incluso diez años antes. En 2000 pidió al Congreso que se negara a reconocer a los homosexuales como una “minoría insular” que tenía derecho a ser protegida por leyes antidiscriminación. Pidió una auditoría a los recursos públicos que terminan en “las organizaciones que celebran y animan tipos de comportamiento que facilitan la propagación del virus del VIH”. Rechazó la ley que permitía que homosexuales y lesbianas hicieran parte del Ejército, puesto que una licencia semejante minaría la unidad de las fuerzas nacionales.

Votó en contra de una ley que prohibía discriminar a un trabajador por su género o su preferencia sexual. Y así ha continuado reforzando su programa de partido: ha criticado los condones y abrazado la abstinencia, ha solicitado entierros para fetos, ha buscado reducir el presupuesto de programas de educación sexual y ha solicitado que el dinero invertido en instituciones de género se dedique, por el bien de la humanidad, a las instituciones que “proveen asistencia a aquellos que buscan cambiar su comportamiento sexual”.

Y sigue: dijo en 2001 que “el cambio climático es un mito” —y quince años después aseguró que “no había duda” de que la actividad humana afecta el medioambiente: ha sido coherente—; aprobó como congresista la entrada de Estados Unidos en Irak; ha visitado Israel, “nuestro más querido aliado”, en varias ocasiones, para presentar su apoyo ante el conflicto con Palestina —que para él no es ni será un Estado—; apoyó —como Obama— el Acto Patriota contra el terrorismo, que produjo una serie indefinida de detenciones arbitrarias y escuchas ilegales de las que hasta hoy se recupera el estamento político de Estados Unidos.

Tras su posesión como vicepresidente, Pence tiene la capacidad y la influencia para convertirse en un legislador esencial para Trump, que carece de experiencia en la redacción y creación de leyes. Ese es justo el temor de los demócratas y de la mayoría abrumadora que votó por Hillary Clinton en el balotaje de noviembre: que se convierta en un poder a la sombra. Richard Cowan y Susan Cornwell escriben en Reuters: “Pence pasó doce años como congresista (empezó en 2001), forjando un gran número de relaciones personales, sobre todo con conservadores. Aunque no tiene una reputación de negociador, legisladores, asistentes y lobistas lo describen como un comunicador bueno y afable, que es respetuoso en su trato tanto con sus amigos como con sus enemigos”.

En ese sentido, Pence resulta muy diferente de Trump: mientras éste es combativo y pasional, Pence suele discursar en un tono muy calmado, casi frío y patriarcal. Justo allí, señalan los periodistas en Reuters, podría encontrarse la debilidad de la dupla: el juicio de Trump suele ser muy variable y la demostración constante de que sus proyectos legislativos no son permanentes podría desequilibrar a un político que suele tener claro qué quiere y cómo lo quiere. No se ve posible, sin embargo, una separación. En público, presidente y vicepresidente se han adulado sin medidas. El discurso que dio Pence en 2010 habla también de cuánto se parecen ambos: “Este es el momento. Ahora es el momento. Es hora de que hagamos todo cuanto sea posible para preservar lo que hace grande (great) a este país”.

Por Juan David Torres Duarte

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