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Mubarak no se ha ido

El ejército egipcio destruyó el 80% de los túneles entre Egipto y la Franja de Gaza, para “impedir el paso de terroristas”.

Víctor de Currea-Lugo
26 de julio de 2013 - 10:02 a. m.

Mubarak encarnó una forma de hacer política durante más de 30 años; hoy él sigue ausente, pero su forma de hacer política parece volver. Los nuevos ministros, la relación con los palestinos y la idea del “buen ciudadano” así lo sugieren.

Primero, los nuevos ministros. Varios miembros de las Fuerzas Armadas quedaron frente a los ministerios de Defensa, de Desarrollo Local, de Suministros y de la Aviación Civil. El Ministerio de Asuntos Exteriores fue para un exembajador ante EE.UU.; Finanzas para un investigador del Banco Mundial durante 18 años, y Vivienda, para un previo jefe de la Compañía de Contratos Árabes. El Ministro de Comunicaciones, para quien estuvo en la dirección de la Agencia para el Desarrollo de la Industria de la Tecnología desde 2008. Al frente del Ministerio de Planeación queda un antiguo asesor de ese mismo ministerio. Y el ministro de Turismo fue jefe del City Bank durante cinco años.

Una cara nueva en el Ministerio de Salud y una copta al frente del Ministro de Medio Ambiente no son suficientes para pensar que representan los millones de personas en la calle que pedían democracia. El nombramiento del sindicalista Kamal Abu Eita, como Ministro de Recursos Humanos y Migración, ya fue rechazado por los trabajadores.

Segundo, la postura sobre el conflicto palestino no ha variado. El rechazo mayoritario de los egipcios a Israel deviene más de las guerras perdidas que de la solidaridad con los palestinos. De hecho, los gobiernos militares del pasado no dejaron de izar la bandera palestina al tiempo que negociaban con Israel. Mohammed Morsi, más allá de algunas cosas simbólicas (como la mediación en la crisis de diciembre de 2012 y el apoyo económico a Gaza), tampoco desafió la ocupación de Palestina.

Los militares egipcios ahora atacan y clausuran los túneles entre Gaza y Egipto, como una demostración de fuerza frente a la oposición (incluyendo a los grupos salafistas), enviando un claro mensaje a Hamas, la expresión palestina de los Hermanos Musulmanes, con el argumento que cierran los túneles para “bloquear el ingreso de terroristas en el Sinaí”.

Y tercero, la idea del “buen egipcio” persiste en las calles: las llamadas a marchas de la sociedad contra “el terrorismo”, los crecientes rumores de que quienes protestan a favor de Morsi son mayoritariamente extranjeros (sirios y palestinos), el malestar que raya en la discriminación contra las personas con barba, refuerza la idea del buen egipcio: el que ama a su ejército (ese “empresariado en armas” que son los militares).

Es decir, en el nuevo gabinete priman militares, empresarios y neoliberales; la política exterior no logra despegarse de una herencia complaciente con Israel y con EE.UU.; y el buen egipcio tiene una “manera oficial” de manifestarse en las calles.
La distribución de ministerios entre figuras que dan tranquilidad a Occidente, el regreso a una falsa neutralidad frente al conflicto palestino y la consolidación de una sociedad civil pro-militar, no son señales aisladas, sino alimento para el pesimismo.

Si la estructura de poder se mantiene, los llamados neoliberales a la austeridad se consolidan; si el juicio a Mubarak se dilata, si no se permite la libertad de expresión a todos con el mismo rasero, Egipto podría empezar otro ciclo de protestas, deterioro económico y peleas políticas. No es pues que el estilo de Mubarak haya regresado, es que nunca se ha ido. 

Por Víctor de Currea-Lugo

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