Obama: el último demócrata

El presidente defendió a las minorías y pidió prestarles atención a los habitantes que se sienten apabullados por la economía, en una referencia velada a los votantes de Trump. Sus palabras fueron conciliadoras.

Redacción Internacional
11 de enero de 2017 - 04:50 a. m.
El presidente Barack Obama durante su discurso en el centro de convenciones McCormick Place de Chicago. / AFP
El presidente Barack Obama durante su discurso en el centro de convenciones McCormick Place de Chicago. / AFP

Barack Obama, por entonces de 47 años, dio su discurso de victoria en Chicago, Illinois, en 2008. Cientos de seguidores le respondían, a modo de coro, cada vez que él lanzaba su lema de campaña: “Yes, we can” (“Sí, podemos”). Anoche, el mandatario volvió a esa ciudad, en donde echó raíces después de pasar por las universidades de Harvard y Columbia (y donde aún hoy tiene una propiedad familiar en la que se refugia de tanto en tanto) para dar su discurso de despedida. Ya no tenía, sin embargo, la fuerza y la pasión que expresó en 2004, cuando discursó ante decenas de personas en la Convención Demócrata, cuando era la joven promesa de su partido: con los años, Obama se ha decantado hacia el tono propio de un gozoso predicador que ha comprendido que al fin y al cabo hizo cuanto pudo y ahora, después de transitar entre la decepción y la decidida esperanza que sembró su presidencia, está por encima del juicio que quiera formular la historia.

Obama caminó por la pasarela, alabado a gritos por sus seguidores, al modo de una estrella pop: saludando, sonriendo, mirando hacia todas partes sin mirar a ninguna. “Qué bueno es estar en casa”, dijo. “Estamos en vivo, tengo que apurarme”, dijo cuando los gritos no le permitían empezar su discurso. “Siéntense, por favor”. Tenía una sonrisa a medio esbozar: no era la sonrisa de aquel que ironiza sobre lo que ve, sino de aquel que descree de lo que está sucediendo. “Ustedes me hicieron un mejor presidente y un mejor hombre —dijo—. Vine a Chicago cuando estaba en mis veintes. Fue en estas calles donde vi el poder de la gente. Aquí es donde aprendí que el cambio sucede cuando la gente ordinaria se une para pedirlo. Y después de ocho años, todavía lo creo. Es el corazón palpitante de la idea estadounidense”.

Palabra a palabra, Obama defendió que Estados Unidos es hoy un “lugar mejor” que cuando comenzó su presidencia. Su discurso incluyó, de nuevo y como una suerte de leitmotiv por el que quiere ser recordado, la necesidad de sembrar y cultivar la igualdad y, al mismo tiempo, la diferencia. “La democracia no requiere uniformidad —recordó—. Nuestros fundadores pelearon. Esperaron que hiciéramos lo mismo. Pero la democracia sí requiere un mínimo de solidaridad. La idea de que aunque seamos diferentes, todos estamos aquí, todos somos uno. Hay momentos en que se amenaza esa solidaridad. Y este siglo es uno de esos momentos. Determinará nuestro futuro”. Parte de ese futuro, dijo, parte del hecho de alojar y permitir que los cientos de migrantes que están en el país tengan una vida digna. “Incluirlos no es fácil. Para muchos de nosotros ha sido más fácil retraernos en nuestras burbujas. En las redes sociales, en nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestro campus, nuestras oficinas, rodeados por personas que se parecen a nosotros, que comparten nuestro punto de vista y nunca lo desafían. Y cada vez más nos sentimos tan seguros en nuestras burbujas que sólo aceptamos información, sea cierta o falsa, cuando se ajusta a nuestra opinión, en vez de ajustar nuestra opinión a las pruebas que están allí fuera”.

Obama cumplió dos períodos presidenciales con la certeza, en principio, de que un afroamericano en la Casa Blanca era una garantía explícita de que Estados Unidos era el país de las ensoñaciones: de que era posible que el hijo de una madre soltera, prejuzgado por su condición racial, creciera y se convirtiera en presidente. Su campaña, entonces, estuvo consagrada a la esperanza: aquellos afiches con su rostro en colores rojos y azules fueron puestos en todo lugar con la palabra “Hope” en pleno dominio de la vista. Su presidencia representaría el gobierno de las minorías, de los desarrapados y olvidados. Estados Unidos, se dijo, había llegado a la cumbre de su desarrollo moral. Ahora, en nueve días, Obama le entregará el poder a Donald Trump. “Después de mi presidencia se habló de un Estados Unidos posracial. Por buena que hubiera sido la intención al decir eso, no era realista. Las actitudes han cambiado. Pero no estamos donde deberíamos estar”.

En su discurso, si bien nombró sólo en una ocasión al presidente electo, Donald Trump, su figura, lo que representa, atravesó buena parte de sus palabras. “Nosotros podemos y debemos debatir acerca del mejor modo de resolver el cambio climático. Pero simplemente negar el problema, no sólo traiciona a las generaciones futuras, también traiciona el espíritu esencial de este país, el espíritu de innovación y de resolver los problemas de manera práctica, que guio a nuestros fundadores”. También dijo, en referencia al sistema de salud que creó y que Trump planearía desmontar tan pronto firme como presidente: “Si hay un sistema de salud mejor, que cubra a tanta gente sin aumentar los precios, yo mismo lo apoyo públicamente”. Y antes de terminar dio su estocada definitiva: “Nuestra democracia se ve amenazada si la damos por sentada”.

Por Redacción Internacional

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