Las razones del triunfo de Donald Trump

La geopolítica del ‘Trumpismo’ da luces sobre lo que pasó el pasado 8 de noviembre en las urnas en Estados Unidos.

Diana Andrea Gómez
15 de noviembre de 2016 - 08:06 p. m.
Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos.  / AFP
Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos. / AFP

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos sumó al mundo en la más absoluta perplejidad. Pero el resultado no es más que el reflejo de lo que piensa gran parte de la sociedad estadounidense.

Las cifras sobre la composición del electorado estadounidense que mostró el profesor Stephen G. Rave de la Universidad de Texas en Dallas, Estados Unidos, el jueves pasado en Bogotá, tomadas del reconocido Pew Research Center, reflejan lo que hay detrás de la cruda realidad.

Los estados que votaron a favor de Trump son los menos abiertos a la inmigración, mientras que aquellos donde la mayoría demócrata ganó son los estados más abiertos y multiculturales, lo que también revela profundas divisiones urbano-rurales, étnicas, por nivel de educación, además del nivel de ingresos, entre la población.

En efecto, los votantes que respaldaron a Hillary Clinton son mayoritariamente urbanos (59%), y solo el 35% del voto urbano fue por Trump; mientras la población rural votó en gran mayoría por Trump (62%), a diferencia del 34% de la rural que respaldó a Clinton. Es decir, Trump tuvo fuerte arraigo en las zonas rurales de Estados Unidos que además corresponden a los estados con mayor población blanca y los más cerrados a la inmigración.

Respecto al componente étnico, apenas un 58% de la población blanca apoyó a Trump, mientras el 37% lo hizo en favor de Clinton. Pero esta vez, hubo un incremento del 7% en el número de población blanca que votó, a diferencia de 2012. Entre la población afroamericana, solo el 8% se mostró a favor de Trump, mientras el 88% respaldó a la candidata demócrata.

La mayoría de latinos y asiáticos que votaron, lo hicieron por Clinton, representando cada uno el 65% de su grupo étnico. No obstante, esta vez hubo un incremento significativo en el número total de latinos y asiáticos que votaron. Pero no lo hicieron de la misma manera que hace 4 años, es decir, Clinton no logró cautivar el voto de estos grupos étnicos, resultado que le había dado la victoria a Obama. El 29% de la población latina y el 29% de la asiática optaron por Trump, pero aumentó en un 8% y 11% respectivamente la población de estos dos grupos que votó, en comparación con las elecciones anteriores.

Si se observa la composición por género del electorado, se observa que la mayoría de los que apoyaron a Trump fueron hombres (53%), mientras que la mayoría de mujeres apoyó a Hillary Clinton (54%). Esta vez, a diferencia de las elecciones de 2012, votó un 5% más del electorado masculino estadounidense, lo cual le dio una ventaja comparativa a Trump.

Respecto al nivel educativo, aquellos electores con diploma de High School y estudios de College pero sin graduarse, votaron en su mayoría por Trump, 51 y 52 % respectivamente. En tanto que aquellos graduados de College y posgrado votaron en su mayoría por Clinton (49% y 58%). En otras palabras, aquellos con mayor nivel de educación, votaron de manera evidente más por Clinton que por Trump. Esta diferencia tan abrupta no se registraba desde las elecciones de 1980 que dieron como ganador a Ronald Reagan.

Respecto al nivel de ingresos de los votantes, aquellos de más bajos ingresos (menos de 49.000 dólares anuales) votaron en su mayoría (53%) por Clinton. Pero entre aquellos que ganan más de 50.000 dólares, repuntó Trump. Así, los más ricos lo apoyaron, más no los más educados.

En el plano religioso, los evangélicos votaron masivamente por Trump (81%), mientras que solo el 16% de los votantes evangélicos votaron por la candidata demócrata. Esto contrasta con los tres matrimonios, las actitudes machistas, discriminatorias y ególatras del candidato republicano. Pero se correlaciona con el perfil de su compañero de fórmula Mike Pence, ideólogo y activo miembro del Tea Party, y quien se autodefine como “cristiano, conservador y republicano, en ese orden”.

La encuesta nacional mostró que, para los votantes de Trump, la inmigración ilegal y el terrorismo se constituyen en problemas “muy grandes” del país con un 79% y 74% respectivamente contra el 20% y 42% de Clinton.

Lo que revela la victoria de Trump es el profundo vacío de líderes capaces de captar las razones de fondo del inconformismo imperante en la sociedad estadounidense, una sociedad dividida por diferencias de fondo que paradójicamente en el pasado la habían convertido en la metáfora del crisol de culturas o Melting Pot.

Lo que reflejan los resultados de las elecciones en Estados Unidos son dos factores que se vienen convirtiendo en tendencia mundial: uno, relativo a la idea de que la política está tan desprestigiada que puede ser ejercida por un empresario sin experiencia alguna en cargos públicos, y donde la ética y el trato respetuoso no tienen valor en la contienda política.

Lo que se evidencia es un sistema político en crisis, que va de la mano de un sistema electoral igualmente en crisis. Como lo expresó el cineasta estadounidense Michael Moore, tan crítico de la realidad estadounidense, “Trump ganó por un sistema electoral arcaico: del siglo XVIII. Hasta que no haya una renovación seguiremos teniendo estos resultados”.

El otro es un factor de mayor envergadura y muestra cómo lo que sucede en Estados Unidos evidencia una tendencia global donde el nacionalismo y la religión se ubican por encima de las ideologías y los partidos tradicionales. Se trata de factores que vuelven a la escena central de la política internacional occidental, y que habían estado ausentes durante la Guerra Fría. En aquel entonces, el mundo se había dividido en dos bloques constituidos con base en alianzas ideológicas.

Hoy sus mismos protagonistas, Rusia y Estados Unidos, traen nuevamente a la arena política elementos que han sido protagónicos en la historia. No es casualidad que tendencias aparentemente opuestas como la línea política de Vladimir Putin, esté relanzando una postura nacionalista con un velado trasfondo religioso. La actual Rusia postsoviética, con una marcada proyección apoyada por la propia ortodoxia cristiana, está ligada a los ingentes esfuerzos del líder ruso por recuperar, bajo la bandera nacionalista, el papel que tuvo su país en el pasado. Ente tanto, y de manera análoga, el recién elegido presidente de los Estados Unidos no se cansa de apuntar que su país perdió el liderazgo mundial que ostentaba, mientras reitera su conocido lema político: “Vamos a hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.

Internacionalista, Profesora Asociada Universidad Nacional de Colombia.

 

Por Diana Andrea Gómez

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