Cómo salvar al centro

Tony Blair, quien fuera primer ministro del Reino Unido entre 1997 y 2007, plantea posibles opciones para derrotar la oleada populista.

Tony Blair * / Especial para El Espectador desde Londres
15 de enero de 2017 - 02:09 a. m.
“No sirve de nada denigrar la ira de los votantes. El centro debe responder políticamente”: Tony Blair. / AFP
“No sirve de nada denigrar la ira de los votantes. El centro debe responder políticamente”: Tony Blair. / AFP
Foto: AFP - DANIEL LEAL-OLIVAS

No hay duda sobre el oleaje de descontento y rabia que azota a la política occidental. El Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea después de cuatro décadas de afiliación, poniendo en peligro todas las conexiones políticas y comerciales complejamente entrelazadas y creadas durante una relación de tan larga duración. Contra todos los pronósticos de los expertos políticos, Donald Trump ganó la Presidencia de Estados Unidos, algo que la clase política pensaba que era prácticamente inconcebible. A lo largo y ancho de Europa surgen nuevos partidos políticos, todos ellos fundamentados en variaciones del mismo argumento: la clase política tradicional, el llamado establishment, nos ha ignorado, y los vamos a echar como protesta por ello.

Una de las características decisivas de este levantamiento es que el impulso para el cambio ha ganado más preponderancia que cualquier otra consideración sobre lo que la transformación podría significar en los hechos. Las cosas dichas por los líderes que se montan sobre esta ola pueden estar extremadamente desalineadas con las reglas normales de la conducta política; sin embargo, nada de eso tiene importancia. Lo que prevalece es que la revuelta está sucediendo, y quienquiera que logre subirse sobre la ola tendrá un inicio privilegiado desde una posición elevada.

Por el contrario, los políticos que esgrimen argumentos razonados de tipo convencional logran meramente irritar a los votantes rebeldes, provocando que dichos argumentos sean desdeñados impetuosamente e incluso lleguen a ser despreciados y ridiculizados.

Hay grandes pilas de análisis sobre los factores subyacentes a la oleada populista: el estancamiento de los ingresos de la clase obrera y la clase media, la marginación que sienten las personas que apenas consiguen sostenerse financieramente, la perturbación de las comunidades como resultado del cambio económico y la resistencia frente a las fuerzas aparentemente implacables de la globalización: el comercio y la inmigración.

Las redes sociales son una parte importante de esta ola. Permiten que los movimientos crezcan rápidamente en escala, contribuyen a la fragmentación de los medios de comunicación y crean un nuevo mundo de información en el que las reglas de objetividad no se aplican y donde toda teoría de conspiración puede causar una estampida y ahuyentar a la realidad de los hechos —y a la verificación de la verdad de los hechos—, quedando los sucesos indefensos cuando se los considera como obstáculos en el camino por el que avanzan dichas teorías de conspiración.

En un país como Gran Bretaña, hace aproximadamente 20 años, cuando yo impugnaba por primera vez los resultados de las elecciones en mi calidad de líder, el principal noticiero nocturno de la BBC tenía una audiencia de aproximadamente diez millones de personas; hoy, la cifra alcanza sólo algo más de 2,5 millones. Lo que en ese momento era un coloquio único ahora son varios coloquios, a menudo entre personas que comparten los mismos puntos de vista.

Este cambio en el método de recibir información y debatirla es un fenómeno revolucionario por cuenta propia. Los medios de comunicación tradicionales, que podrían reafirmar su papel como proveedores de noticias confiables, han decidido que es más fácil y más comercialmente factible reforzar la lealtad del público cuando no se desafían las creencias de dicho público.

Por supuesto, algunas personas tienen una sensación de poder al ser irrespetuosas con la forma habitual y acordada de hacer las cosas y sacudir el orden establecido. Pero no deberíamos engañarnos. Sacudir el sistema puede producir el cambio necesario, pero también puede tener consecuencias que no son intencionadas ni benignas.

Estamos entrando en un período muy peligroso en el ámbito de la política. Una encuesta reciente mostró que una minoría significativa de ciudadanos franceses ya no está convencida de que la democracia sea el sistema correcto para Francia. El apoyo a un modelo autoritario de liderazgo está aumentando en todas partes.

El populismo no es algo nuevo. El cambio económico no es algo nuevo. La ansiedad sobre la inmigración no es una novedad. La explotación de la insatisfacción de las personas tampoco es novedosa.

Sin embargo, el contexto sí es nuevo, y la incapacidad del centro político —es decir del conjunto de partidos, políticas e ideologías intermedias o ubicadas en el centro del espectro político— para responder eficazmente también es nueva.

La verdad es que las fuerzas de centro-izquierda y las de centro-derecha se han vuelto complacientes y se han desvinculado de sus bases. Nosotros (digo “nosotros” intencionalmente, porque me identifico completamente con una visión centrista y pragmática de la política) nos hemos convertido en gestores pasivos del statu quo, en lugar de ser catalizadores del cambio.

En Europa, la Unión Europea se esfuerza por restablecer el crecimiento económico e intenta llevar a cabo reformas dentro de un contexto de austeridad que a menudo es feroz. En Estados Unidos, está claro que los trabajadores blancos en el Medio Oeste, en el denominado Cinturón de Óxido, se sintieron olvidados y relegados.

La inmigración está cambiando a las comunidades, y aunque hay pocas dudas de que al fin de cuentas y con el transcurso del tiempo la energía fresca y el vigor de los inmigrantes son de beneficio para un país, el impacto inmediato puede ser perturbador y preocupante. Tampoco hay duda sobre que, de manera general, más comercio genera más empleos, y las políticas proteccionistas aportan menos. Sin embargo, a corto plazo, los empleos calificados mejor pagados a menudo desaparecen. Asimismo se debe mencionar que la tecnología va a intensificar dichos cambios.

Agregue a esta mezcla los hechos y las secuelas de la crisis financiera del 2008 y el extremismo que, desde el 2001, ha dominado las preocupaciones relativas a la seguridad e impulsado las inquietudes concernientes a la inmigración, y se puede afirmar que la turbulencia de nuestra situación política actual no es para nada sorprendente. Por el contrario, parece ser que esta situación es inevitable.

Por lo tanto, la izquierda se torna antiempresarial, la derecha se torna antiinmigrante y el centro fluctúa inquietamente entre el apaciguamiento y la alarma.

Esta nunca fue la manera como el centro ganó elecciones en el pasado. El centro —particularmente el centro progresista— gana cuando toma la iniciativa, cuando lidera el debate, cuando las soluciones que propone son radicales y sensatas a la vez. Sólo un centro fuerte y revitalizado puede derrotar a la oleada populista.

Esta es la necesidad urgente de hoy en día. No sirve de nada denigrar la ira de los votantes. El centro debe responder políticamente. Debe responder desde el ámbito de la política macroeconómica y desde aquel dedicado a la transformación del sector público (incluyendo los sectores dedicados a la educación y la atención de la salud a través de la tecnología), y debe responder a través de políticas de seguridad e inmigración que abordan las preocupaciones de las personas y simultáneamente protegen nuestros valores. El centro debe redescubrir la agenda política que es dueña del futuro, porque el futuro se fundamenta en respuestas, no en la ira.

Si el centro hace esto, volverá a atraer a los votantes que piensan de manera razonable, quienes se han unido a la revuelta por su frustración al verse ignorados. Eso es suficiente: los márgenes porcentuales de las derrotas, tanto en el referéndum Brexit del Reino Unido como en la victoria de Trump, no muestran triunfos electorales aplastantes.

Las personas tienen mucho que perder a consecuencia del caos y la inestabilidad, y su inclinación natural es evitar cualquier cosa que los acerque. Sin embargo, las personas necesitan saber que las escuchan. Es entonces cuando podemos dar un giro a nuestra situación política actual, con dirección hacia un futuro mejor y más esperanzador.

* Presidente de la Iniciativa de Gobernanza para África.

Traducción del inglés al español: Rocío L. Barrientos.

Copyright: Project Syndicate, 2016.

www.project-syndicate.org

Por Tony Blair * / Especial para El Espectador desde Londres

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