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Segregación no, educación sí

A pesar de las políticas de separación en Egipto, los derechos de la mujer sólo han empeorado. ¿Un ejemplo para los vagones rosados del Transmilenio en Bogotá?

María Cecilia Angulo Martínez *
17 de abril de 2014 - 03:08 a. m.
El vagón para mujeres en el metro de El Cairo. /María Cecilia Angulo Martínez
El vagón para mujeres en el metro de El Cairo. /María Cecilia Angulo Martínez

Una de mis primeras impresiones al llegar a la ciudad de El Cairo fue observar la gran solidaridad que existe entre las mujeres. De ello fui testigo un día en el que equivocadamente intenté subir al vagón del metro reservado para varones o damas en compañía de alguno —así es, en el metro de El Cairo hay vagones sólo para mujeres y vagones mixtos—, cuando de repente una mujer desconocida me tomó del brazo y me empujó al vagón para las damas. Le estuve inmensamente agradecida por haberme evitado una desagradable experiencia.

Según el informe de la ONU de mayo de 2013, titulado Study on Ways and Methods to Eliminate Sexual Harassment in Egypt, el 99,3% de las mujeres en Egipto han sido víctimas de algún tipo de violencia sexual. Mientras en un estudio llevado a cabo por la Thomson Reuters Foundation en el mismo año se catalogó a Egipto como “el peor de los estados árabes para una mujer”. Ambos estudios han despertado gran debate dentro de las ONG de derechos humanos, puesto que resulta paradójico que la situación haya empeorado para las mujeres justo cuando Egipto está viviendo una transición a la democracia.

Sin embargo, uno de los obstáculos más fuertes que ha enfrentado la Primavera Árabe en Egipto ha sido el cultural. En cuanto a temas de género, lo cierto es que en la práctica se siguen violando todo tipo de derechos. Según Mona Eltahawy, columnista egipcia, el problema radica en que “en Egipto, removieron a Mubarak —recientemente a Mursi— del poder, pero todavía hay que remover al Mubarak que vive en nuestras mentes y en nuestros hogares”. Se incrementó la coerción, pero no se hizo énfasis en un cambio cultural.

De acuerdo con Engy Ghozlan, activista egipcia, en una entrevista realizada por Amnistía Internacional en marzo de 2013, el futuro no es prometedor dado que “hay una enorme resistencia a cualquier tipo de cambio en Egipto”. De igual forma, en un reportaje hecho por la revista Foreign Policy, Rebbeca Chiao, cofundadora de la iniciativa Harassmap —que busca frenar la aceptación social del acoso sexual por medio de la difusión en las redes sociales de estos casos—, afirmó: “Cuando se trata de los derechos de la mujer y el acoso sexual, las cosas han ido empeorando durante décadas”.

Los derechos de la mujer conciernen a todas las sociedades y las cifras relacionadas muestran la gran necesidad de incrementar la atención en ellos. A pesar de que las mujeres tienen mayor expectativa de vida que los hombres, cuando se analiza la calidad de la misma se observa que las mujeres en muchos países, especialmente de África, América Latina y Asia, están en situaciones de riesgo:

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 61% de los adultos infectados por el VIH en el África subsahariana son mujeres. En el Caribe, la proporción es de 43% y, según los datos revelados en 2013, cada día más de 900 niños contraen la infección a través de su madre VIH positiva. A diario, 1.600 mujeres mueren de complicaciones durante el período de embarazo y en el parto, y cerca del 99% de estos casos se produce en países en vías de desarrollo. La OMS reveló además que un quinto de las mujeres refieren haber sufrido abusos sexuales antes de los 15 años, mientras cerca de 64 millones de niñas alrededor del mundo se convierten en “niñas esposas”.

Las estadísticas en países como Yemen son alarmantes. En ese Estado árabe es común que niñas menores de 15 años sean obligadas a casarse. Pero Colombia no se queda atrás: en el 83% de los 11.333 casos de violencia sexual contra menores de 17 años que se presentaron en Colombia en 2013 las víctimas fueron niñas.

Lo anterior obedece a distintos factores. Entre ellos las desigualdades en el acceso a la información y los servicios públicos, la inequidad en oportunidades laborales y de desarrollo personal, acompañadas de una legislación que no previene ni penaliza efectivamente la violencia contra la mujer. En Egipto, esto se hace visible no sólo en el ámbito doméstico sino también en el ámbito público: separación en el metro, en las mezquitas y en la policía —en el interior de las fuerzas policiales egipcias no se les permite a las mujeres desempeñar sus funciones en espacios públicos: sus labores son especiales y en su mayoría de oficina—, y exclusión en la participación política: tan sólo 12 mujeres fueron elegidas de entre 987 que participaron en las elecciones parlamentarias de 2012. Aunque en la Constitución Política las normas permiten dicha participación, aún es extraño para la sociedad ver a las mujeres ocupando cargos de liderazgo.

La manera como se han abordado estos temas en Egipto no sólo ha sido equivocada sino que ha generado efectos negativos, que se hicieron evidentes con el cambio de gobierno. Hay que recordar que algunas de las principales razones que llevaron a la revolución de 2011 fueron los altos grados de represión que se presentaban, especialmente los abusos de los que eran víctimas los ciudadanos a manos de la policía, hasta rebosar la copa cuando en la ciudad de Alejandría fue asesinado un estudiante en 2010. Su rostro se convirtió en un símbolo de la revolución. Paradójicamente, cuando en 2012 fue elegido democráticamente, por primera vez en la historia de Egipto, el ahora depuesto presidente Mohamed Mursi, la situación empeoró, pues a falta de represión y vigilancia, los índices de criminalidad y acoso sexual aumentaron rápidamente, como lo constataron los estudios realizados en 2013. Lo que nos hace recordar las palabras de Rebbeca Chiao: “El problema no tiene nada que ver con quién está en el poder, sino con la sociedad misma”.

Lo anterior nos traslada inevitablemente a Colombia para analizar los impactos del programa piloto de “vagones rosados” en el Transmilenio y lo abusivo de esta política, no sólo para las mujeres sino también para los hombres. Haciendo eco del análisis de una reconocida columnista colombiana: “Si yo fuera varón, me sentiría ofendido al ver que las damas nos tienen miedo, simplemente porque no podemos controlar los instintos primarios”. Esto ya había cruzado mi mente cuando llegué a El Cairo. Aquí me he vuelto suspicaz y evito estar en lugares donde sólo hay hombres. Así las cosas, incluso los varones deben oponerse a ese tipo de políticas de separación. Hacer uso libre y sin restricciones de los espacios públicos es un derecho no sólo de las mujeres sino de todos los ciudadanos.

Colombia necesita analizar detenidamente la actual situación de las mujeres, no sólo por los altos índices de acoso sexual en el transporte público en Bogotá (de acuerdo con la Secretaría Distrital de la Mujer, el 80% de las mujeres encuestadas afirmó haber sido agredida en el Transmilenio), sino también para prestar particular atención a otras situaciones, como el acoso sexual en el contexto laboral, los altos índices de embarazo en adolescentes (90 de cada mil adolescentes resultan embarazadas cada año) y la violencia doméstica física y psicológica que se presenta sobre todo en zonas rurales del país.

Es necesario tomar medidas dirigidas a modificar todos aquellos patrones de conducta social y cultural de los hombres y mujeres que estén encaminadas a crear una diferenciación entre unos y otros, así como acabar con prácticas violentas, como los ataques con ácido de los que han sido víctimas numerosas mujeres en Colombia y cuyos casos, además de ser alarmantes, representan una vergüenza para un Estado que en 1981 ratificó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw) y que se comprometió con la ONU a trabajar en la consecución de los Objetivos del Milenio, dentro de los cuales se encuentra “promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de la mujer”.

Aunque mejorar el sistema de estadísticas sobre el tema es una prioridad, debido a que no existen cifras actualizadas, así como crear organismos en las fuerzas policiales encargados de reaccionar frente a los hechos, conformados por mujeres —es claro que relatar un hecho de abuso sexual a un hombre puede ser incómodo—, es importante tener presente que la educación siempre será la mejor herramienta contra la violencia y la exclusión. La coerción y la separación no resuelven el problema, simplemente resultan en la aparente y efímera sensación de seguridad, cuando en realidad ésta no existe. Egipto es un buen ejemplo.

 

*  Politóloga. Exasistente de investigación en la Liga de la Mujer Árabe en El Cairo, Egipto.

 

Por María Cecilia Angulo Martínez *

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