La tercermundista Nigeria

Ese país, hoy escenario de una cruenta guerra entre el gobierno nigeriano y el grupo yihadista Boko Haram, vive una de sus mayores crisis por cuenta de la caída de los precios del petróleo.

Juan Sebastián Jiménez Herrera
17 de enero de 2017 - 11:00 p. m.
Imagen del bombardeo de hoy en el norte de Nigeria.  / AFP
Imagen del bombardeo de hoy en el norte de Nigeria. / AFP

No es un insulto sino una realidad: la historia de Nigeria es la historia del tercer mundo: dictaduras, guerras civiles, corrupción. Todos estos elementos hacen parte de su historia reciente. No se trata de problemas exclusivos de Nigeria, son comunes a casi todos los países en vías de desarrollo, desde Colombia hasta Birmania. Sin embargo, en ese país, el séptimo más poblado del mundo, estos adquieren proporciones "fantásticas", parafraseando al exprimer ministro británico, David Cameron, quien en 2016 fue cogido diciéndole a la reina Isabel II que Nigeria era "fantásticamente corrupta".

El concepto Tercer Mundo fue creado por el economista francés Alfred Sauvy, en referencia a aquellos países que no estaban alineados ni con el bloque comunista, el segundo mundo; ni con el capitalista, el primer mundo. Pero, tras la caída de la Unión Soviética, se convirtió en una muletilla para referirse a los países en vías de desarrollo y a aquellos surgidos tras la descolonización de África: Los Condenados de la Tierra. Casi todos ellos, incluyendo a Colombia, comparten una suerte de destino trágico. Y no hay ningún país que lo represente mejor que Nigeria.

Empezando por su nombre, que fue una invención de Flora Shaw, una periodista británica, en 1897. Porque, como a muchos países tercermundistas, Nigeria tampoco pudo elegir su propio nombre. Durante la primera mitad del siglo XX, Nigeria fue un protectorado británico, hasta que al finalizar la Segunda Guerra Mundial obtuvo una mayor autonomía. Hasta que en 1960 se independizó, al igual que varios de sus vecinos, como Chad y Níger. Pero la tan ansiada libertad no vino con paz y prosperidad. En 1966, se  dieron golpes de Estado. Y, al año siguiente, estalló una guerra civil. Nigeria no tenía ni 10 años de independiente. 

La guerra civil suscitada tras un levantamiento independista por parte de los igbos, una de las mayores etnias de Nigeria, en Biafra, finalizó en 1970, dejando un saldo de un millón de muertos; en su mayoría, igbos. Nigeria, sin embargo, quedó dividida. Un espejo de lo que fueron los 60 para América Latina, donde hubo 13 golpes de Estado en una década; para Asia y sus guerrillas comunistas, y para África, con guerras civiles en casi todos sus países. Todas por razones muy similares a las que llevaron a Nigeria a la guerra.

África, que había sido dividida por Europa a putna de compás y regla y sin tener en cuenta a quienes allí vivían, padecía las consecuencias de su pasado como colonia con estallidos incontrolables de conflictos étnicos (que siguen sin resolverse). En el caso de Nigeria, entre yorubas, igbos, hausas e ijaws. Para ese país, los 70 fueron más de lo mismo: en 1975, el dictador Yakubu Gowon, fue sacado del poder por un golpe que puso en su lugar al Murtala Mohammed, quien, no obstante, fue asesinado, en 1977. Fue reemplazado por Olusegun Obasanjo. En 1977 se redactó una nueva Constitución y en 1979 hubo nuevas elecciones. 

Hubo, no obstante, algo distinto: el repunte de la economía gracias al petróleo. En los 60, se hallaron varios pozos en el sur de Nigeria y, en 1971, cuando su producción ascendía a los 2,2 millones de barriles diarios, ingresó a la OPEP. Fue el inicio de un inestable camino hacia el desarrollo. Y es que el petróleo trajo riqueza a ese país pero, a su vez, corrupción. Y, como si fuera poco, una fragilidad abrumadora debido a los cambios en el precio del crudo. Algo muy parecido a lo que ocurriera en otro país al otro lado del Atlántico: Venezuela

La inestabilidad política, la corrupción y la caída, a mediados de los 70, de los precios del petróleo llevaron a Nigeria a una crisis que hizo caer al elegido en 1979: Shehu Shagari. Shagari estuvo cuatro años en el poder, hasta que fue retirado por un golpe de Estado, liderado por Muhammadu Buhari, quien, a su vez, fue derrocado en 1985 por otro golpe de Estado, comandado por Ibrahim Babangida, quien estuvo hasta 1993, cuando se retiró en medio de críticas por no reconocer los resultados de las elecciones de 1993, en las que se impuso el empresario Moshood Abiola. Algo como lo que viene ocurriendo en Gambia hoy. 

Babangida dejó al frente a Ernest Shonekan, quien estuvo apenas cuatro meses en el cargo. Fue depuesto en noviembre de 1993 por el general Sani Abacha, cuyo régimen se dedicó a beneficiar a las multinacionales petroleras y a perseguir a cualquiera que se opusiera a esta decisión, como el escritor ogoni Ken Saro-Wiwa, quien fue ejecutado por criticar a la petrolera Shell. Abacha murió en 1998. Le dio un infarto, según rumores, durante una orgía. Fue reemplazado por Abdulsalami Alhaji Abubakar. Quien estuvo al frente hasta las elecciones de 1999. Las primeras en muchos años. 

Pero como la política es paradójica y la gente no aprende de su pasado, ese año los nigerianos eligieron como presidente a alguien que ya había sido su dictador: Olusegun Obasanjo. Aunque Obasanjo no era el mismo de antes. En 1998 dijo haberse convertido al cristianismo. No se trataba de algo menor, muchos menos en Nigeria, donde la religión es tan importante. Su conversión fue clave para obtener la mayoría en las regiones cristianas. Sólo perdió en su región natal, donde, al parecer, no olvidaron su pasado dictatorial. 

Fue en las elecciones de 2003 que la repentina conversión de Obasanjo adquirió mayor relevancia. Ese año, el presidente fue reelegido, al vencer a su rival, el musulmán Muhammadu Buhari. Obasanjo se impuso en el sur cristiano y Buhari en el norte musulmán. Y la polarización se profundizó. Ni siquiera por la religión sino por el regionalismo: uno de los males históricos de Nigeria, dividida entre un sur, rico por el petróleo, y de mayoría cristiana y un norte, agrícola pobre, y de mayoría musulmana.

El radicalismo crecía de la mano de un grupo creado un año antes en Borno, al norte de Nigería: Boko Haram. La llegada de un musulmán del norte, Umaru Yar'Adua, no calmó las aguas. Por lo menos no del todo. Nigeria vivía una cierta estabilidad pese a la muerte, en 2010, de Yar'Adua, quien fue reemplazado por su vicepresidente Jonathan Goodluck, quien se impuso en las elecciones de 2011, con un resultado muy similar al de Obasanjo: gracias al sur cristiano. Ese 2011 fue un buen año para Nigeria. Muy bueno. Su economía creció 11.3%. Pero era la calma que presagiaba la tempestad.

Todos los males de Nigeria estallaron de repente. Primero, cayeron los precios del petróleo generando una crisis económica, que hizo más visible la corrupción; segundo, Boko Haram le declaró la guerra al gobierno, obligando a declarar el estado de emergencia en cuatro Estados del norte y centro del país: Borno, Yobe, Plateau y Níger. Luego vino el secuestro, en 2014, de las niñas de Chibok. Goodluck fue derrotado, en 2015, por el exdictador musulmán Muhammadu Buhari, a quien había derrotado en 2011.

Y ahora Buhari trata de salvar al país de la debacle. Esa es, a grandes rasgos, la historia de Nigeria. Un país en el que nació el primer escritor africano en obtener el Nobel de Literatura, Wole Soyinka, y el dictador que lo condenó a muerte. Un país que es la mayor economía de África, incluso por encima de Egipto y Sudáfrica, pero que es profundamente desigual. Un país que ha estado un mayor tiempo bajo dictadura que bajo gobiernos democráticos y que, ahora, lidera una coalición que trata de sacar del poder al dictador gambiano Yahya Jammeh, quien se niega a reconocer que perdió, como lo hiciera en Nigeria Ibrahim Babangida. En resumen: un mundo paradójico, como lo es ese imaginado Tercer Mundo. 

Por Juan Sebastián Jiménez Herrera

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