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Tras el 11S, ¿donde quedaron los derechos civiles?

Nadie está seguro ya en ninguna parte y tampoco es seguro que podamos ejercer los derechos políticos y civiles que tantos años ha costado instituir.

Almudena Cabezas*
13 de septiembre de 2016 - 11:26 p. m.
El presidente de EE.UU.,  Barack Obama, en el homenaje a las víctimas del 11 de septiembre.  / AFP
El presidente de EE.UU., Barack Obama, en el homenaje a las víctimas del 11 de septiembre. / AFP
Foto: AFP - MARK WILSON

La guerra contra el terror declarada a consecuencia del 11 de septiembre del 2001, el mismo día en que la OEA firmaba en Lima la Carta de la Democracia americana, supuso la consolidación de un nuevo orden geopolítico que todavía se mantiene vigente. Un nuevo orden que ponía fin a los cantos de sirena sobre un mundo de flujos y desterritorializado, de fronteras difusas donde la economía imperaba sobre la guerra y en el que, a decir de Francis Fukuyama, se había acabado la historia.

El 11S supuso el fin de las metáforas de la globalización vinculadas al famoso eslogan del ex presidente de los Estados Unidos, William Clinton:¡ Es la economía, idiota¡ Finalmente, el triunfo de las guerras preventivas pone fin a las esperanzas de un mundo más justo que se habían depositado en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, como parte de los consensos que se fueron elaborando en las Conferencias Mundial auspiciadas por Naciones Unidas tras la caída del Muro de Berlín.

La prospera década de los 90 con el auge de la participación de la sociedad civil en la política mundial y los avances producidos en el reconocimiento de derechos y necesidades de la población: Educación (Jontiem, 1990), de la Tierra (Río, 1992), Derechos Humanos (Viena, 1993) y de la Mujer (Beijing, 1995), entre otras, que parecían consolidar la multipolaridad y como señales incipientes de una democracia mundial y una sociedad civil transnacional, que se expresaba en la generación de neuvos cocneptos como desarrollo y seguridad humana.

Sin embargo, comenzaba a dar muestras de agotamiento ante la Batalla de Seattle (OMC, 1999) y la criminalización de la protesta del movimiento antiglobalización durante la celebración del Foro Social Europeo de Génova (julio, 2001), donde por primera vez se suprime el derecho a la libre circulación por el territorio Schengen de la Unión Europea, y el joven Carlo Giuliani es asesinado.

Seguridad, guerra y poder duro

Tras el 11S la seguridad, la guerra y el poder duro, lo militar y un concepto de seguridad de Estado clásico vuelven a situarse en el centro del discurso y las prácticas geopolíticas, a fin de hacer frente a la constatación de que cualquier parte del planeta no será nunca más considerada segura.

Igualmente, esta condición ya se había hecho evidente con los atentados sucedidos años atrás en Rusia, Chechenia, Japón y China, entre otros países. Sin embargo, el valor simbólico del World Trade Center y de la ciudad de New York como el centro del poder financiero global, y la potencia del ataque al Pentágono, el corazón militar del supuesto Estado más poderoso de la tierra, será tal que aún hoy en día vivimos sus consecuencias.

Habitamos un mundo más peligroso en el que las respuestas de guerras preventivas, mayormente aéreas, de Occidente frente a la amenaza no convencional en forma de red y sin anclaje estatal, reedita el código geopolíticos de la contención propio de la Guerra Fría para beneficio de una cuantas empresas y estados, buscando salvaguardar un mundo libre del que progresivamente va desapareciendo la libertad.

La Guerra contra el Terror que consolida el poder de los sables va a ir ampliando en todo el mundo las legislaciones que consagran la excepcionalidad de la vida de la que hablaban Georgio Agamben y Slavoz Zizej al constatar no solo la existencia de torturas en Guantánamo y Abu Ghraib, sino también de la Patriot Act en Estados Unidos, de los vuelos de la CIA en Europa, de los bombardeos selectivos en campañas de verano de Israel sobre Libano o los Territorios palestinos, así como la supresión de los derechos civiles y políticos propios de las democracias contemporáneas en respuesta a los atentados en las ciudades de Francia, Bélgica, Estados Unidos o Gran Bretaña.

De esta forma, nadie está seguro ya en ninguna parte y tampoco es seguro que podamos ejercer los derechos políticos y civiles que tantos años ha costado instituir.

El 11S ha servido para volver a las premisas de la geopolítica clásicas que trata entre otras cosas de justificar el poder de los poderosos y comprender el mundo como un sistema ordenado de verdades incuestionables que explica todo aquello que sucede en el planeta, en todo tiempo y lugar. Una política mundial que considera imprescindible que algunos Estados pongan orden y tengan el control sobre los demás, y cuyos supuestos intereses nacionales están por encima de los identificados con otros estados, grupos o ciudadanos en general.

Desde entonces la política mundial vuelve a entenderse como un tablero de ajedrez de las grandes potencias en el que se establece una férrea frontera entre ellos y nosotros, entre malos y buenos, que viene a suprimir las propias condiciones de existencia de lo político –el debate, el aprendizaje, la crítica y la creación–, y consagra la excepcionalidad, la supresión de la democracia y sus principios cuando se considere que pueda estar en riesgo la seguridad.

De esta forma, se establece una frontera política por la cuál como decía George W. Bush, hay que estar conmigo o contra mí, y de ahí el mandato para bombardearlos a todos que sigue vigente cuando el presidente de Francia contesta en 2016 que se va a bombardear a todos los enemigos ahí fuera.

Sin legalidad internacional

Por otro lado, la Guerra contra el Terror va a generar racionalidades que operan tanto dentro como fuera de los límites de Occidente. Más allá de la política exterior o de seguridad de la OTAN, la legalidad internacional es pulverizada cuando se inicia la invasión de Irak al margen del dictado del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Pero igualmente, la Patriot Act, los vuelos de la CIA y los estados de excepción suprimen los derechos ciudadanos al interior de los Estados, y la crítica contra estas acciones desencadena el juicio de falta de patriotismo y la caza de Brujas. En esta medida, la guerra contra el terror genera terror, siembra terror, y solo devuelve la tranquilidad a las y los nostálgicos de la Guerra Fría, al producirse la sustitución del otro ideológico del comunismo por la otredad religiosa del Islam, aun cuando es sabido que ha fracasado estrepitosamente al no frenar sino impulsar la violencia y propiciar la desestabilización de regiones enteras, producir muerte, hambre, desesperación y beneficios para muy pocos actores.

Tras el 11S se construye y recupera la imagen de un enemigo claramente identificado y se fuerza a todos los actores políticos y gobiernos a posicionarse a un lado u otro de la frontera, incluso en contra de su propia ciudadanía -como sucedió en 2003 cuando 6 millones de personas clamaban en las calles de múltiples países el “No a la Guerra” antes de la invasión de Irak.

Del mismo modo que las enormes diferencias entre los distintos regímenes políticos del socialismo real fueron borradas en pro de una imagen monolítica y cerrada del peligro comunista, una religión compleja y tremendamente diversa en su pensamiento y prácticas como es el Islam, queda reducida a una caricatura de sí misma como amenaza global. Esta representación del Islam nos proporciona imágenes descontextualizadas del llamado eje del mal, en el que se consideran por igual a grupos vinculados al sufismo, o actores políticos wanabitas, chiitas o sunitas, siendo a su vez el Islam demonizado como propio de pueblos atrasados y bárbaros frente al desarrollado y civilizado occidente.

Esto es como si pensáramos que católicos, luteranos, pentecostales, ortodoxos y evangélicos fueran una misma cosa dentro del cristianismo, dando carta de razón a las tesis del tristemente famoso Choque de las Civilizaciones de Samuel Huntington que plantea una imagen del mundo fácilmente comprensible para las mayorías en los países occidentales, proveyendo de una explicación causa-efecto a la política mundial que pueden entender hasta las y los pequeños de la casa.

La necesidad de conocer la complejidad de actores y alianzas a distinto nivel que se encuentran tras las desestabilización de países y regiones enteras, es sustituida por una imagen simplista y onmicomprensiva del mundo, fácilmente consumible y consumida por todos: el Islam es una amenaza allí donde se encuentre. Y la nueva división del mundo en ellos y nosotros encuentran un nuevo chivo expiatorio en el Islam y va a propiciar la islamofobia y el abuso de la guerra convencional en forma mayormente aérea frente a un enemigo difuso no institucionalizado, que realmente se hace sentir sobre y contra poblaciones civiles atrapadas, dada la escasa posibilidad de movimiento.

Una identificación del enemigo que se extiende al interior de las naciones occidentales donde se refuerzan las necesidades de control para la protección. Se justifica de esta forma una reterritorialización negativa en la que las fronteras operan como diques de control o muros, y solo se mantienen fluidas para aquellas personas y grupos con poder y privilegio en función de su clase social, raza, género y sexual, condición legal, nacionalidad y edad.

Más muros

Los muros son parte inherente de la geopolítica post 11S. La refronterización ha ampliado en millones de personas la condición de apátrida que Hanna Arendt ya consideraba hace más de medio siglo como la peor situación posible para el ser humano.

Además, en un mundo profundamente afectado por la crisis social y ecológica, los discursos de secutirización se centran en algunas vidas que merecen ser vividas mientras otras, como ha indicado Judith Butler, no son cuerpos que importen; sus muertes, sus sueños perdidos y sus sufrimientos solo cuentan en la narrativa del terror si permiten mostrar su salvación a manos de Occidente.

Burka y burkini

De esta forma entraron en el relato de la Guerra contra el Terror las mujeres afganas que ocupan el lugar de víctimas a las que debemos ayudar a salvar de las atrocidades del burka, o en su versión más reciente del burkini, esto es de la necesidad de liberación de una opresión de género.

Al respecto, y tras 14 años de presencia militar en Afganistán, la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán reitera que ningún país puede brindar libertad y democracia a otro.

Cuando en 2005 se justificaba la guerra en Afganistán con el argumento de que se pretendía liberar a las mujeres afganas del injusto yugo del burka talibán, Joanna Sharp nos alertaba de las formas en que tradicionalmente han sido las milicias, en todas las guerras sin excepción, la mayor amenaza para la salud y vida de las mujeres, especialmente a causa de la desmedida violencia sexual que se ceba en los cuerpos de las mujeres en contextos bélicos (Revists Tabula Rasa, 2005).

Cuando este verano resurgía en Europa la polémica del burkini y dos guardias franceses obligaban a desnudarse a una mujer en la playa “por su bien”, veíamos reeditada la forma en que los preceptos geopolíticos que identifican al enemigo se encarna en los cuerpos de las mujeres; y cómo, sus vestimentas o costumbres se convierten en signos inequívocos del enemigo, conectando lo global y lo local de forma automática e incuestionable.

Ahora bien, esta conexión impide observar cómo en Occidente las mujeres son verdaderamente libres de morir en sus casas, donde son asesinadas a manos de sus parejas sentimentales (9 milllones de mujeres europeas según informe del Parlamento Europeo, 2015), o bien, de ser violadas por sus compañeros de estudios en las universidades de Estados Unidos (1 de cada 5 estudiantes mujer ha sido violada).

Esta imagen permite cerrar el círculo de una geopolítica que sigue ubicando a las personas en una jerarquía de mejores a peores, de rescatables, desechables y/o “llorables”, en función de los alineamientos automáticos que establece entre el espacio y las personas.

Una geopolítica que nos instruye en la sanción debida ante el asesinato y la muerte de personas de forma violenta en algunas ciudades europeas o americanas, pero que sin embargo contabiliza como normales las muertes en las zonas del planeta que son consideradas peligrosas, como si los peligros surgieran de la naturaleza y no respondieran a procesos humanos.

Un orden geopolítico estricto que permite la muerte de numerosas personas en el Mar Mediterráneo o en los Mares del Sur, que son desplazadas y movilizadas por los traficantes de personas, y que del mismo modo minimiza y naturaliza el asesinato racista en las propias calles de Estados Unidos si tu piel es negra.

Las geopolíticas contemporáneas críticas y feministas nos advierten de la necesidad de comprender la conexión entre actores y lugares y las formas en que la complejidad del mundo es simplificada a fin de dominarlo y de hacernos aceptar dicha dominación.

El 11S supuso una vuelta de tuerca más en los discursos y prácticas que enunciando una Guerra contra los denominados terroristas hacen uso del terror de forma ilegítima y establecen dónde y para quién el terror es una forma de vida apropiada -en Oriente Medio, el Magreb, el Sahel y el Cuerno de África; un orden geopolítico, que establece dónde se pone en juego la vida y la muerte diaria como si la gente por haber nacido en algún lugar y no en otro pudiera morir sin que sus derechos sean importantes; un orden geopolítica que explica también como en otras partes del mundo lo que está en juego son las formas cotidianas de una vida sometida a estándares de indigencia y pobreza, de precarización permanente de la vida que se extiende por los países del Sur de Europa y varios estados norteamericanos, dadas las carencias de servicios sociales básicos -vivienda, educacionales y de salud-, y las medidas de austeridad impuesta a los gobiernos para afrontar las crisis, mientras esos mismos gobiernos rescatan bancos y financian los bombardeos sobre la población libia, siria o yemení – a razón de 100 millones de euros por misil; o bien, amparan golpes de Estado, como el acaecido en Egipto, o dan cobertura a la política genocida de Israel en los cada vez más exiguos territorios palestinos.

Vivimos un orden geopolítico que se instituye sobre el discurso de proveer seguridad frente a la amenaza yihadista a una ciudadanía que está sufriendo una erosión de sus derechos y que agazapada por los discursos del miedo está volviéndose peligrosamente xenófoba, como muestra el auge sostenido de los partidos de ultraderecha en Europa, el francés Frente Nacional, o la candidatura presidencial de Donald Trump en Estados Unidos.

Una ciudadanía que en el caso de la Unión Europea sigue pensando que defiende los derechos humanos mientras permite el horror de los campos de concentración en las islas griegas y en la denominada Jungla de Calais (frontera entre Francia y Gran Bretaña), y las devoluciones en caliente en sus fronteras africanas de Ceuta y Melilla.

Una comunidad internacional que no se preocupa de los desplazados y refugiados causados por el calentamiento global, las inundaciones y sequías, y que ha hecho de las políticas de cooperación al desarrollo mero asistencialismo en situaciones de emergencia y ayuda humanitaria, incapaces de modificar las condiciones estructurales que causan la destrucción, la guerra y el terror. Ver más (http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/el-fin-de-seguridad-absoluta-articulo-654057)

A 15 años del 11S es urgente revaluar y preguntarnos qué tipo de seguridad y para quiénes si realmente deseamos avanzar hacia la paz. En un mundo crecientemente desigual y en el que las discriminaciones prohibidas por las constituciones democráticas se producen y reproducen en nombre de la seguridad, siempre es necesario preguntarse por la seguridad de quiénes y dónde a fin de comenzar a construir una geopolitica alejada del miedo y realmente liberadora.

* Politóloga, Dra. Profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Docente de Geografía Politica y Geopolítica y Desarrollo, miembro del Grupo de investigación sobre Espacio y Poder y del Grupo Interdisciplinar de Investigaciones Feministas

Por Almudena Cabezas*

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