Una película puede ser más molesta para los poderosos que una mala economía

Los recientes filmes “Chez nous” (Francia) y “Mawlana” (Egipto) han perturbado a la clase política y religiosa. Verse en un espejo puede ser, en ocasiones, el mejor motivo de furia. Análisis.

Juan David Torres Duarte
28 de enero de 2017 - 03:00 p. m.
Una de las escenas de Charles Chaplin como el déspota ficticio Adenoid Hynkel en "El gran dictador". / Dominio público
Una de las escenas de Charles Chaplin como el déspota ficticio Adenoid Hynkel en "El gran dictador". / Dominio público

En el prefacio de El retrato de Dorian Gray, la novela esencial de Oscar Wilde, se lee: “La aversión del siglo por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo”. En 1890, cuando esa premisa fue publicada, era probable que Wilde se refiriera a la necesidad de la novela, por entonces común, de resaltar los aspectos más visibles de la realidad. Es decir, la obsesiva fijación en los hechos: Balzac ya había hecho escuela con la Comedia humana; hacía poco más de diez años León Tolstói había publicado Anna Karenina, una novela de corte psicológico y factual; Emile Zola estaba a tres años de concluir su proyecto literario de Les Rougons-Macqart, un grupo de veinte novelas que retrataban la vida y los usos de la Francia de ese entonces.

Sin embargo, como todo clásico, Wilde pergeñaba en esa premisa una sabiduría que superaba su tiempo: sus palabras apelan al miedo, la frustración y la ira que germinan de la reproducción casi precisa —puesto que todo arte es, por definición, deforme— de un rostro o un carácter. El prefacio estaba escrito como una suerte de catálogo de conocimientos sobre el arte. El realismo producía, justamente, la desproporción y la vileza y la virtud que se conjugaban en el retrato que lanzaba aquel espejo. Al verse retratado, el hombre huye de sí mismo, puesto que no soporta la verdad figurada.

Más de un siglo después, dos filmes verifican las palabras de Wilde. Chez nous, dirigido por Lucas Belvaux y que será estrenado a finales de febrero en Francia, y Mawalana, del cineasta Magdy Ahmed Ali, han molestado a políticos y religiosos por su retrato y su crítica intrínseca sobre el sistema social del norte de Francia y de Egipto. El primero es una historia que se desarrolla en un pueblo ficcional, Hénard, muy similar a Hénin-Beaumont, un pueblo norteño francés en el que domina el Frente Nacional. La líder del partido de gobierno es una mujer que supera los 40 años, rubia y muy categórica: un personaje muy parecido, en su forma pública, a Marine Le Pen, la directora del FN y candidata para las elecciones en Francia en abril.

El segundo, de acuerdo con Al Jazeera, es la adaptación de una novela del mismo nombre (cuya traducción sería El predicador), en la que se cuenta la historia de un célebre presentador de televisión que debe conciliar sus principios religiosos con la presiones de ciertos patrones políticos. En medio, se retratan los caminos entrecruzados del extremismo, la religión y la política, justo en momentos en que Egipto sufre todavía las consecuencias de un atentado con casi 30 muertos en la iglesia copta más grande de El Cairo.

Chez nous perturbó, de entrada, a las directivas del FN. Aunque, según Le Monde, no han podido ver el filme, el vicepresidente del partido, Florian Philippot, tuvo ocasión de ver el tráiler. Esto dijo: “Es escandaloso que en plena campaña presidencial, a dos meses del voto, salga en las salas francesas un filme que está de manera clara en contra del FN”. Philippot incluso sugirió que el papel que representó la actriz Catherine Jacob —el retrato ficticio de Marine Le Pen— no merecía tal atención. “¿Por qué? ¿Por un César? ¿Por una pequeña medalla en chocolate que le darán? ¿Por el servicio que le presta al sistema?”. Philippot apeló, sobre todo, a un problema de imagen: era evidente que el filme criticaba el trabajo del FN y que los presentaba, según ellos, de una manera errónea. Es una crítica similar a la que hizo un grupo de líderes musulmanes suníes sobre el filme egipcio: dijeron que empaña la imagen del islam establecido y que llegó en el momento menos propicio.

Los líderes suníes han pedido que el filme sea vetado. El FN no ha llegado a sugerirlo: los haría ver demasiado mal una sugerencia tan tendenciosa y excluyente. De nuevo, Calibán se observa ante el espejo y aborrece cuanto ve, aunque sea él mismo. Uno de los efectos iniciales del arte es el desprecio de quienes se encuentran expuestos en él: incluso los delincuentes tienen una imagen engrandecida de sí mismos. Aunque sea ficción y artificio, el arte es el verdugo inicial de un ego real. El Guernica recordaba un suceso real, físico, pero dentro de los límites del arte: no era una réplica, sino una aventura pictórica del caos. Sin embargo, tanto los dirigentes del FN como los líderes suníes se lo han tomado muy a pecho —son seguidores de la realfilmindustry—, dado que para ellos los filmes son una ofensa y en ese sentido pueden ser equiparados a un bofetón o a una patada en el trasero.

Quienes se muestran descolocados por los engranajes que explora el arte suelen criticar su inexactitud a la hora de retratar la realidad, su incongruencia y cuán impropio resulta su exposición. Sin embargo, una obra de arte sólo se debe a sí misma. El gran dictador, el primer filme sonoro de Chaplin, era una crítica al sistema totalitarista que por entonces acosaba a Europa, pero era, sobre todas las cosas, un retrato con sus propias lógicas, que no dependía de la realidad ni se adhería a ella. Era, él mismo, una realidad. Un filme o una novela no se deben a la exactitud de los hechos: ellos son la medida de su verdad.

Están equivocados los líderes suníes cuando dicen que Mawalana “empaña” al islam del establecimiento: el islam que se muestra en el filme es su islam, con sus variantes y sus conflictos. Es justo en esa construcción de la irrealidad donde se procrea la verdad. Pero es una verdad humilde, doméstica. El arte nada le debe a la realidad, salvo que sea ella, en ocasiones, una materia prima que éste deforma a su antojo. ¿Quién podría afirmar que el drama físico de Francis Bacon se corresponde con el mundo tangible que vivimos? ¿Quién podría incluso afirmar a rajatabla que Tolstói es un realista por el mero hecho de que retrata la alta sociedad rusa sin esencias oníricas ni experimentos narrativos? La realidad es imposible de imitar: la genialidad del arte yace en que es una creación dentro de la creación dentro de la creación...

Por Juan David Torres Duarte

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