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"Venezuela votó con mucha rabia": Leoncio Barrios

Analizar qué pasa con los ciudadanos de ese país es clave para entender por qué es tan difícil llegar a un acuerdo nacional.

Angélica Lagos Camargo
13 de diciembre de 2015 - 02:35 a. m.

La esperanza con la que amaneció Venezuela el 7 de diciembre se empieza a desvanecer. Y no porque los venezolanos hayan perdido en ocho días esa fuerza que los llevó a votar masivamente en las elecciones legislativas del pasado domingo ¬en las que el chavismo sufrió su peor derrota en 17 años¬ sino porque abandonar años de amenazas, miedos y revanchismos es una tarea que pocos se atreven a asumir. Desde el gobierno de Nicolás Maduro se escuchan descalificaciones, advertencias y anuncios apocalípticos frente a una oposición que, tras ganar 112 escaños en la Asamblea Nacional, no logra proyectar unidad y mostrar un camino claro hacia el cambio que prometió. Menos cuando el gobierno ¬que desde tiempos de Hugo Chávez comenzó un proceso de demolición institucional¬ intenta anular a los diputados electos de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) usando herramientas propias de un régimen que no comulga con el pluralismo y la tolerancia.

El resultado en las urnas –claramente un voto de castigo contra un gobierno que no logró solucionar la escasez, la inflación, el desabastecimiento y la inseguridad– debería llevar a los venezolanos a un renacimiento de los valores primarios de la democracia para detener el colapso económico y social que se avecina, pero parece que no es así. Los ciudadanos venezolanos han sido influenciados por esa división ideológica, por el discurso agresivo de sus líderes y por una política social que partió a la sociedad en dos: chavistas y oposición. “Hoy estamos matriculados con un pensamiento único de cada lado. La disidencia y la crítica son vistas por ambos polos como traición, el autoritarismo se siente en las dos voces”, explica Leoncio Barrios, psicólogo y analista social, Doctor en Educación a la Familia y a la Comunidad (Universidad de Columbia, 1990), profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y consultor. Analizar qué pasa en la sociedad venezolana es fundamental para entender por qué es tan difícil llegar a un acuerdo nacional que corrija los desbalances y las injusticias acumuladas por años. Reconocer al otro, hacer sostenible un programa social que visibilizó a millones de venezolanos y purgar todos esos males que no permiten arreglar los problemas más apremiantes es la tarea más urgente.

Las elecciones legislativas marcan un cambio político en Venezuela, ¿eso se siente en el comportamiento del pueblo venezolano?

Las elecciones del domingo 6 de diciembre me recordaron mucho las de 1998 cuando Hugo Chávez ganó la presidencia por primera vez. Entonces fue un voto cargado de rabia el que lo eligió, porque la gente estaba cansada de Rafael Caldera (Copei) y veníamos de una crisis política, económica y social. Chávez llegó reencarnando la esperanza, la posibilidad de un cambio. Eso mismo sucedió el domingo: un voto castigo para el Gobierno porque no fue capaz de solucionar los problemas básicos de la gente y un voto esperanzador para la oposición, que prometió un cambio. Venezuela votó con mucha rabia.

¿Cómo se vive eso en la calle?

Hay un sentimiento generalizado de satisfacción. La ilusión de que vamos a volver a encontrar todo lo que necesitamos en el supermercado es la que alimenta el entusiasmo en este momento. Pero hay que esperar que las aguas bajen para entender lo que en el país puede pasar. Fue muy satisfactorio lo del domingo, pero también preocupante porque puede haber un enfrentamiento más enconado entre los dos bandos en los que estamos divididos.

¿La polarización sigue?

Sí. No hay que olvidar que a pesar de los resultados, el chavismo sigue mandando y tiene fuerza electoral. Las elecciones promovieron un cambio político desde una Asamblea Nacional, cuyas funciones seguramente serán mutiladas. El Gobierno no va a facilitar que la ciudadanía perciba que la solución de los problemas se deba a la oposición que llegó al Parlamento y por lo tanto podría torpedear las medidas que ellos planteen. Y desde el otro bando la principal debilidad es no tener ni unidad ni coherencia política. Entonces el cambio no se sabe ni cómo ni cuándo vendrá, en Venezuela la situación es muy volátil.

¿Cómo llega Venezuela a esta polarización a no tener un punto de encuentro?

Todo comienza el 27 de febrero de 1989, cuando el “Caracazo”, ese levantamiento contra Carlos Andrés Pérez que duró tres días, dejó muertos, heridos, detenidos y el primer gran trauma en la sociedad venezolana, que comenzó a vivir una etapa turbulenta desde el punto de vista político. Ya vamos para 27 años de ese torbellino. Pero es en los últimos 16 años, con la llegada de Hugo Chávez al poder, que se empiezan a ver las consecuencias de todo ese cisma social. El país profundizó sus divisiones (no de izquierdas y de derechas) sino las del poder económico y social, nos volvimos dos bandos: uno aristócrata y con poder económico, y otro formado por los sectores populares, que con Chávez lograron una visibilidad. El malestar que se había enconado por años se hizo más crudo.

¿Qué hace que las diferencias lleguen al punto que hoy vemos en la sociedad venezolana?

El discurso de los líderes de ambos sectores: chavismo y oposición. El verbo encendido y tan atractivo que tenía Chávez no le gustaba al sector conservador de la sociedad y fue causando una radicalización. La polarización era evidente, pero lo grave fue la radicalidad de los planteamientos de los dos sectores políticos. Eso nos llevó al desencuentro y a la descalificación que hoy sigue presente a pesar de tener problemas comunes.

¿Sigue ese discurso agresivo, violento?

La gente comenzó a hablar como Chávez, a descalificar al otro con referencias como “escuálido”, “pitiyanquis”, “majunches”. Y el otro bando comenzó a responder de igual forma. Eso se siente todavía. El discurso de los voceros que hacen la opinión pública señalan que los que no sirven son los chavistas y algo similar (lo opuesto) dicen los otros. No nos vemos, no nos examinamos y ese es el problema más grande.

Usted dice que los discursos de la oposición y el Gobierno son iguales, ¿cómo?

Sí, los dos prometen esperanzas. Maduro: “Estamos mal porque hay guerra económica, un complot internacional”. Oposición: “Estamos mal porque el Gobierno lo hace pésimo, pero cuando lleguemos nosotros las cosas van a cambiar”. La oferta es la misma, el engaño es el mismo porque la solución no vendrá si no hay un diálogo nacional, si no trabajamos unidos.

¿Habrá diálogo en algún momento?

Es la necesidad imperante. La oposición entra con un escenario político muy limitado. Con el pasar de los días, se puede agudizar el enfrentamiento entre los poderes si no se abren canales de diálogo. Entonces, las consecuencias serán peores que las que vivíamos antes de las elecciones.

Si hoy un chavista y un opositor se encuentran, ¿qué pasa?

El verbo es muy violento, el ánimo no es el mejor, aunque los dos sectores estén padeciendo la misma escasez. El país sigue dividido. Durante años el chavismo cometió la contradicción más grande de todas: imponer unas políticas económicas que favorecieron a un sector popular en desmedro de la otra parte de la sociedad a la que maltrató. Eso lo estamos pagando todos.

Por Angélica Lagos Camargo

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