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La victoria agridulce del chavismo ¿Qué tan estable será este gobierno?

Nicolás Maduro está al frente de un país más polarizado que nunca, el advenimiento de una crisis económica desde ya plantea interrogantes sobre la estabilidad de su gobierno.

Daniel Salgar Antolínez
15 de abril de 2013 - 12:02 p. m.
El presidente electo de Venezuela, Nicolás Maduro./ AFP
El presidente electo de Venezuela, Nicolás Maduro./ AFP

Nicolás Maduro celebró como si su victoria en los comicios electorales de Venezuela hubiera sido aplastante. No lo fue. Con apenas poco más de 200 mil votos de diferencia –y una oposición que asegura tener pruebas de irregularidades en el proceso electoral y exige un reconteo de votos- queda claro que el nuevo presidente gobernará un país que, más que nunca, está dividido en dos. Un reto para el nuevo mandatario, cuyo antecesor se dedicó a gobernar solo para las clases más bajas, es restablecer la unidad del pueblo venezolano. La presión de la creciente oposición podría hacer que acceda, por lo menos, a iniciar un diálogo.

La victoria de Maduro era previsible, aunque nadie imaginó que fuera tan estrecha. El triunfo se debe especialmente a la inercia de las ideas del fallecido comandante Hugo Chávez. El féretro del expresidente, su imagen e incluso las cancioens que lo representaban fueron los elementos más importantes de la campaña de Maduro, un exchofer de bus y sindicalista que hasta ahora ha dicho que va a profundizar la revolución bolivariana iniciada por Chávez.

Pero darle continuidad al modelo chavista tiene sus riesgos. Hace un mes, cuando El Espectador viajó a Venezuela para cubrir la muerte de Chávez, el presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y coordinador del doctorado de Economía de la Universidad Central, Luis Mata Mollejas, explicaba que la administración Chávez no reinvirtió en la industria petrolera ni cobró el barril al precio que debería, por lo que surgen signos (inflación, devaluación, subempleo, desabastecimiento) cada vez más preocupantes de una crisis que podría empeorar si no se toman medidas para restituir el mercado y la inversión. Venezuela hoy importa alrededor del 70% de sus alimentos, especialmente desde Brasil y, paradójicamente, Estados Unidos. Su única fuente de producción es el petróleo, que en todo caso ha disminuido por destinar sus ingresos a programas sociales y no reinvertirlos para hacer crecer la industria.

Mata Mollejas decía: “Ese es el problema, que uno no come petróleo. Necesitamos los productos normales de un país: vestidos, alimentos... Eso se producía, pero ya no, desde 2002 empezó a caerse esa producción, porque si tú le dices a los productores, a los ganaderos, que les vas a quitar las tierras, y le dices a las empresas agrícolas que son ladrones, entonces destruyes el aparato productivo nacional, que se sustituye con importaciones”.

No es previsible en el corto plazo que Maduro dé un giro al modelo chavista para evitar la crisis. Tendría que cambiar su política exterior y empezar a vender el petróleo al precio real a países como Cuba y Nicaragua, que se vieron favorecidos con precios de amigo (créditos a larguísimo plazo y bajísimos intereses) durante la era Chávez. Cuba, por ejemplo, recibía diariamente durante el mandato de Chávez 100.000 barriles de crudo venezolano, que retribuía con los servicios brindados en los sectores sanitario, educativo y deportivo, entre otros, por alrededor de 45.000 técnicos. Un intercambio que suplió con servicios a los más pobres en Venezuela, pero que no constituye un modelo económico sostenible. Raúl Castro fue de los primeros mandatarios en felicitar Maduro y decirle que su triunfo “garantiza la continuidad de la revolución bolivariana”.

Mollejas concluía la entrevista diciendo que “si Maduro continúa con lo mismo, en un par de años la economía está colapsada, simplemente porque la chequera petrolera se agotó”.

El oscuro futuro económico de Venezuela, si es que Maduro no logra prevenirlo, será un factor desestabilizante para un gobierno que ya no tiene al frente al monstruo electoral que era Chávez –quien a pesar de la inseguridad y la crisis mantenía intacta su habilidad para estremecer a las masas-, sino a una imitación que carece por completo del carisma y poder hipnótico del fallecido comandante. Además, Maduro no tiene el apoyo irrestricto de todo el chavismo. Los militares, por ejemplo, en tiempos de una crisis aguda, podrían llegar a ser otro factor que amenace su mandato.

La oposición confirmó que no es una fuerza política menor y que está creciendo. Se ha negado a aceptar su derrota en las urnas hasta que no se vuelva a contar voto por voto. El recuento que exige Capriles, y que fue aceptado también por Maduro, implica la apertura de todas las cajas de votación que contienen los comprobantes físicos de los votos transmitidos de forma electrónica al CNE. Además, el opositor dijo que va a revisar 3.200 irregularidades en el proceso electoral de las que tiene conocimiento. Sin embargo, no es previsible que el CNE dé marcha atrás en los resultados. En todo caso, la derrota de Capriles tiene un sabor a victoria, sobre todo porque confirma lo que dijo durante su campaña: que Maduro no es Chávez, que la era homogénea del chavismo está quedando atrás.

Más que una fiesta democrática, hoy Venezuela vive un terremoto político. La victoria demasiado agridulce para el chavismo y el advenimiento de una crisis económica plantean interrogantes, un día después de las elecciones, para la estabilidad del nuevo régimen.

Por Daniel Salgar Antolínez

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