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Otro “Alfonso Cano”

La historia de un colombiano que se unió a los separatistas que combaten en Ucrania. Como él, en la milicia hay otros latinos y españoles de ideología comunista.

Elisabet Cortiles Taribo, Especial para El Espectador
23 de agosto de 2015 - 02:09 a. m.

“En los bombardeos es cuando te sientes más indefenso, porque oyes el ruido de la bomba y no sabes dónde caerá. Y si el misil viene hacia ti, de nada servirá esconderte”. Alfonso Cano aprendió a reconocer el tipo de proyectil que les envía el ejército de Ucrania según el ruido que hacen al caer. Hace casi dos años que este joven de 27 años de Zarzal, Valle del Cauca, se unió a la milicia comunista que lucha contra el gobierno de Kiev.

Su nombre, Alfonso Cano, no es un chiste del destino, como a los que les toca llamarse Pablo Escobar por una mezcla inoportuna de nombre y apellido. El suyo, el auténtico, es un misterio. Lo oculta bajo la identidad del comandante guerrillero de las Farc, a quien dice admirar, para evitar que lo reconozcan y lo encarcelen por participar en una guerra en la que Colombia no está implicada. “Para mí, Alfonso Cano representa la lucha del pueblo. Es una manera de decirles a las Farc que no están solas, que hay gente en otros países buscando contrarrestar las injusticias del mundo”.

Aquí todos utilizan un nombre en clave, una especie de máscara que los protege de ser reconocidos por su país de origen. Cano es el único colombiano luchando en esta guerra, pero no es la excepción. Tras su pista, encontramos otros latinoamericanos y europeos que, como él, militaban en partidos comunistas antes de abandonar su vida y unirse a la milicia rebelde que lucha en Ucrania. No son mercenarios ni fueron reclutados: son voluntarios de la guerra. Dejaron atrás la cotidianidad en Brasil, Chile, España, Francia o Italia a cambio de fusil y una vida en las trincheras.

Antes de la guerra, Alfonso Cano vivía en España. Llegó a los 10 años de la mano de su madre, que creyó encontrar en otro país las oportunidades que le faltaban en Colombia. “Desde que llegué a España empecé a preguntarme el porqué de las cosas, por qué habíamos tenido que irnos de Colombia, y entonces me di cuenta de las injusticias sociales y de la diferencia de clases. Yo creo que fue a partir de ahí que empecé a acercarme a los movimientos de izquierda y al comunismo”.

Creció siendo un inmigrante, entre Madrid, Murcia y Zaragoza. Estudió música, estuvo un tiempo en el ejército español y fundó el Movimiento de Jóvenes Comunistas Murcianos. Cuando empezó la guerra en Ucrania organizó desde España manifestaciones en favor de los separatistas, pero sentía que no era suficiente y, sin escuchar a la razón, viajó hasta Rusia, donde cruzó ilegalmente la frontera con Ucrania y se enroló en las milicias comunistas del Donbass, donde ya hacía algunos meses que otros extranjeros empuñaban las armas.

Desde que llegó, Alfonso cuelga en una página de Facebook creada con su nombre falso decenas de videos que graba con su celular, en los que su familia en Zarzal y sus amigos en España viven la guerra como si fuera un juego. En ellos se ve al joven colombiano esquivando las balas de los francotiradores mientras recoge leña, o burlándose de la muerte tras la caída de un misil.

Cano podría ser condenado a 15 años de prisión si el gobierno español lo detiene y lo acusa de actos de terrorismo, como ya hizo hace unos meses con seis españoles que combatieron con él en el Donbass. Tanto la Unión Europea como el gobierno de Kiev consideran a los milicianos “terroristas”, un hecho que comprobamos nada más entrar al país, cuando obtuvimos nuestra tarjeta de trabajo en la ATO Zone: la Zona de Operaciones Antiterroristas.

Tanto los recién llegados como los veteranos entrenan en el “polígono”, un gigantesco campo de tiro y operaciones donde practican los separatistas y al que llegamos bajo el mando del batallón Bostok, la unidad en la que combaten los extranjeros. Allí encontramos a Alfonso Cano afinando su puntería, y es que en la milicia le vieron talento para ser francotirador. La medalla que lleva en el pecho —recuerdo de su heroica intervención en la batalla del aeropuerto de Donetsk— se mueve al son de los disparos. Es difícil entrevistarlo en medio de la balacera y el ruido lejano de las bombas, aunque él ni se inmuta. “Después de dos años en la guerra uno se acostumbra al ruido de los misiles. A lo que no me acostumbro es a los 30 grados bajo cero que soportamos en invierno”, bromea mientras juega con su fusil, sentado en medio del polígono.

Esta es su semana de “descanso”, la única durante el mes que permanece en la base militar y puede recordar lo que es dormir sobre un colchón. El resto lo pasa en el frente, tras la mira de su fusil, durmiendo en la trinchera y comiendo día y noche una especie de sopa aguada. Durante los primeros meses no entendía una palabra de ruso ni ucraniano. Cumplía órdenes que no entendía.

Una guerra civil lo cambia todo. Vimos casas convertidas en cenizas; autobuses y ambulancias que fueron objetivo militar y parecían un colador, y estadios de fútbol, como el del Shakhtar Donetsk, donde antes se jugaba la Champions League, transformados en campos de refugiados. Mientras las muertes se cuentan por miles y las bombas caen a lado y lado, Alfonso Cano seguirá en el Donbass: “No tengo fecha de regreso. Aquí la fecha que tiene que aparecer es la del fin del conflicto, que aparecerá, y venceremos”. Como él, muchos otros seguirán llegando dispuestos a morir en un país que sienten como suyo, creyendo que están luchando en el lado correcto de la guerra, si es que hay guerra con un lado correcto.

Por Elisabet Cortiles Taribo, Especial para El Espectador

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