Alfredo y Jaime Garzón: el yo y el otro yo… del verdadero humor

Relato de quien pudo trabajar con este par de hermanos expertos en ilustrar sabiamente la realidad para lograr una combinación perfecta: hacer reír, pero, por sobre todo, hacer pensar a la gente. El uno, a punta de dibujos con tinta china, y, el otro, inventándose personajes y diciendo lo que pensaba sin filtro. Ambos hermanos tan distintos, pero tan idénticos a la vez.

Héctor Hernández M. - Especial para El Espectador
13 de agosto de 2019 - 09:00 p. m.
Ilustración de Alfredo Garzón sobre los 20 años del asesinato de su hermano, hecha especialmente para esta conmemoración. / El Espectador / Alfredo Garzón
Ilustración de Alfredo Garzón sobre los 20 años del asesinato de su hermano, hecha especialmente para esta conmemoración. / El Espectador / Alfredo Garzón

Era un sirirí permanente, del cual nadie estaba a salvo. Si Jaime Garzón no lo molestaba a uno con el agua de su caja de embolar, era con la manga del suéter que la alargaba y desjetaba mientras recogía su extremidad. Se convertía en todo un látigo, que descargaba sin piedad sobre uno, si estaba descuidado.

Fue un año completo el que tuve que soportar o, más bien, disfrutar a este Garzón todos los días en Caracol Noticias. Su último año de vida. Fue más que un compañero de trabajo. Siempre al lado de Yamid Amat, el director de noticias.

Era el amortiguador permanente del estrés que vivía un equipo periodístico que debía sacar adelante el proyecto del canal privado. Sin embargo, a todos nos sacaba la piedra su constante tomadura de pelo. Pero como era tan noble, cada cinco minutos ofrecía disculpas y lograba la reconciliación. Si uno no jugaba con él y aceptaba sus excesos, más lo molestaba.

Si hubiera sabido que ese 13 de agosto de 1999, hace 20 años, su alma nos la iban a rapar con varios cobardes balazos, me hubiese dejado mamar gallo de Jaime un millón de veces más cada día de ese su último año. 

El otro Garzón

La vida tiene ironías. En este caso, más que una ironía, una complacencia. Un año antes, en 1998, ya llevaba cinco años trabajando, muy de cerca, del otro Garzón, un caricaturista de nombre Alfredo.

Este Garzón es extremadamente tranquilo. Exageradamente prudente. Tímido en exceso. Sacarle una palabra es imposible. Una sonrisa moderada, sí, muchas.

(Aquí una vieja entrevista con Alfredo Garzón: Garzón rompe su silencio)

¡Estos Garzón son hermanos de madre y padre señor mío! Debe ser un error o un milagro, pensaba años después, cuando desayunaba todos los días con Jaime, durante su último año, al lado de Yamid, Lucía Madriñán y Juan Roberto Vargas, hoy el director de Caracol Noticias.

Son el aceite y el agua. El agua es Jaime, ¡claro está!, porque no hacía sino lavarlo a uno con su pistola de plástico puro, que luego guardaba en su hermética caja de embolar.

Del intenso al prudente

Alfredo, en lugar de inundarle a uno, literalmente, su espacio de trabajo, como lo hacía su hermano, le hacía a uno antesala de horas para poder hablar con uno.

Durante cinco años con Alfredo estuve comiendo de cuando en cuando. Era el encargado de ilustrar con su dibujo el tema económico de la semana en El Salmón de El Espectador. Y para ello previamente lo debatíamos. Debatirlo es un decir, porque Alfredo no hablaba. Le respondía a uno con sonrisas. Si era levemente notoria, significaba que estaba de acuerdo. 

Los dos Garzón se me atravesaron en mi vida. Con ambos trabajé, con ambos interactué, con ambos reí a carcajadas. Ese lujo..., pocos. Alfredo, uno de los mejores caricaturistas e ilustrador de Colombia y Nueva York (su sede de trabajo), y Jaime, el más sobresaliente caricaturista e ilustrador de la realidad colombiana. El uno lo hace dibujando, ojalá con tinta china, y el otro lo hizo con su expresión corporal, con sus imitaciones, personificando, vociferando, actuando, hablando sin filtro...

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Humor de verdad

A ninguno se le puede encasillar como humorista, porque en este país se le confunde con el “cuentachiste”. Ambos Garzón, en verdad, ilustran muy bien la realidad. Y al hacerlo, ponen a pensar y, a la vez, hacen reír. Es humor negro verdadero. 

Los hits de Alfredo Garzón desde el desaparecido Magazín de El Espectador fueron ingeniosamente brutales. De fuertes dosis de humor negro. Y hacen parte ya de la historia de la caricatura.

Uno fue cuando en una serie de ilustraciones convirtió al entonces profesor y rector encargado de la Universidad de Los Andes, Fernando Cepeda Ulloa, en un “wáter”, o excusado, o taza de baño. Esa caricatura se pegó en cuanta pared de dicha universidad. Y el otro hit, cuando logró demostrar, vía detallada ilustración, la conversión del hombre en mono. Y para tal transformación se valió de nadie menos que del entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan.

(Aquí puede ver una colección de los más recientes Cartones de Garzón)

Y Jaime, que además de saber caricaturizar la realidad actual era vidente. No sólo por ese grandilocuente episodio de Godofredo Cínico Caspa en el que vaticina la llegada de Álvaro Uribe Vélez al poder y la forma como lo iba a hacer, sino porque era capaz de decirle sin filtro a un compañero de trabajo qué pecadillos estaba cometiendo o iba a cometer. Cuando soltaba semejantes bombazos, los implicados apenas sonreían con la culpabilidad a flor de piel.

Sus personajes, Dioselina Tibaná, Inti de la Hoz, Néstor Elí --el vigilante del Edificio Colombia--, el militar dando su parte militar desde el Quemando Central, el periodista William Garra..., le permitieron hacer visible el elefante que transitaba en el Palacio Nariño, cuando era presidente Ernesto Samper y todas las artimañas de un Estado incoherente y lleno de tráfico de influencias. Y luego Heriberto de la Calle desnudó ese pandito gobierno de Pastrana y, desde entonces, a personajes como Néstor Humberto Martínez, el hasta hace poco fiscal general, a quien le hizo confirmar que su padre había sido el maestro de obra de la Perseverancia, don Salustiano Tapia, sólo para reprocharle que "...quien iba a saber que le iba a salir un hijo así de cafre...".

(Quizás le interese: “Este país lo mejor que produce… lo mata”: Diego León Hoyos sobre Jaime Garzón)

Desayunos millonarios

Entre las tantas locuras que nos llevó a hacer Jaime está esta, de la que ni el propio Yamid Amat se salvó: pagar un simple desayuno para cuatro personas por la módica suma de $4'300.000. El último que lo canceló fue Garzón.

Fue una especie de  subasta en la que Jaime nos enredó a Yamid, a Juan Roberto y a mí. Lucía se salvó, porque él con las mujeres sólo coqueteo. El pago del desayuno se rotaba. Y un día que le tocaba el turno a Juan Roberto, le dio a Garzón por incluir flores, galletas y vino, "para la directora", como le decía a Lucía Madriñán. Al siguiente día, Juan Roberto se desquitó y echó hasta pañales. Y todos lo acompañamos en el abuso. Cada día que pasaba el pago iba creciendo exponencialmente. A mí me tocó en una oportunidad pagar $850.000 y en otra $2,5 millones. Cada uno terminó cogiendo hasta dos carros de Carulla y eran repletos de todo cuanto a uno se le ocurría. Yo tuve mercado hasta por cuatro meses. Yamid paró la cosa, porque advirtió que si al otro día le tocaba otra vez pagar, para el siguiente contrataba un camión de trasteo, para meter cuanto se le ocurriera.

Bueno, Jaime también se dejaba mamar gallo. Era coherente hasta en eso. Un día le advertí que si me mojaba, me iba a desquitar. Él no aceptaba "ultimatus". Obvio, me lavó. Ese día dejó mal parqueada la caja de embolsar y la cogí y la metí en mi casillero y me fui a buscar una noticia. Eran como las tres y media de la tarde. Jaime grababa Heriberto hacía las cinco y media. Yo ni me acordé de Ia travesura y llegué al noticiero como a las seis de la tarde. Cuando me vio se me vino como un cohete punto a punto. Y me dijo: "Hernández, yo sé que usted tiene la caja de embolar". Yo se lo negué rotundamente una y otra vez. Él era vidente y no había forma de mentirle. Su nobleza era extrema y de pronto lo vi arrodillado suplicándome que le devolviera su caja. Lo hice prometer que no me iba a volver a mojar. Además tenía que grabar Heriberto. Pero era un juguetón a carta cabal. Y días después me volvió a mojar.

La llamada

Ese viernes 13 de agosto me despertó pasadas las seis de la mañana la llamada de mi colega Luz Dary Madroñero, para decirme llorando que habían asesinado a Jaime Garzón. A los pocos minutos me entró la llamada de Gloria Vecino, para decirme que me fuera al noticiero que Yamid, de todas maneras, quería desayunar como habitualmente lo hacíamos con Jaime.

Yamid soportó el tremendo golpe con entereza. Se volvió como un Alfredo Garzón. Calló. Fue prudente. Lloró en silencio. Y todo lo que disfrutó con Jaime pasó a ser su tesoro de por vida. Y todos los periodistas de Caracol hicimos lo mismo. Lo lloramos sin hacer aspavientos. Con decoro.

(Puede leer también: “El crimen de mi hermano es de Estado”: Marisol Garzón)

Yo me le quito el sombrero a la transmisión en directo, desde el lugar de los hechos, donde fue asesinado Jaime Garzón, en el barrio Quinta Paredes, de la negra Erika Fontalvo, de Alba Lucía Reyes, de Miller Rubio, de Wilson Quimbay, de John Portela, entre otros..., con el corazón destrozado y con las lágrimas rodándoles por sus mejillas no dejaron de ser periodistas e hicieron reportería.

A ellos y a todo el equipo periodístico de Caracol Noticias, en esa fatídica semana Jaime nos repetía que lo iban a matar. El martes previo nos lo repitió en un almuerzo improvisado que tuvimos en Oh Sole Mio.

Y de nuevo el destino me hizo la jugada y me permitió estar con Jaime, siempre con Yamid, en su último desayuno y almuerzo el jueves 12 de agosto. El primero fue en Carulla, al cual Yamid tuvo que partir unos minutos antes. Por el Park Way caminamos juntos, él cojeando de un accidente que había tenido semanas atrás en una de las tantas liberaciones de secuestrados en las que intervino. El almuerzo fue siempre en su Patio, el restaurante que para esa época más frecuentaba. Estuvimos con Yamid, María Lucía Fernández y Lucía Madriñán. Fue una comida acompañada de fuertes dosis de risas y más risas. Las últimas que tendríamos con Jaime.

El otro Garzón, Alfredo, su hermano, es como el otro yo de Jaime. Porque sus caricaturas bautizadas como los Cartones de Garzón todos los domingos en El Espectador nos siguen haciendo reír de esa realidad que es el insumo del que se nutren los dos hermanos Garzón para  mamar gallo.

Los asesinos de Jaime no contaron con la astucia que él tenía otro yo en asuntos de humor bien negro, su hermano, un año mayor, Alfredo. Ambos hermanos tan distintos, pero tan idénticos a la vez. Jaime, seguramente, se salió con la suya, porque ahí nos dejó a Alfredo, para que no paremos de reír de nuestra propia realidad.

Si tiene unos minutos, puede complementar viendo este documental: Jaime Garzón, 20 años sin la risa que nos hizo pensar

Por Héctor Hernández M. - Especial para El Espectador

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