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Las cinco facetas de Salvatore Mancuso

Uno de los máximos jefes del paramilitarismo, clave en la expansión territorial de las autodefensas y en su infiltración en el Estado. Fue condenado a más de 15 años de cárcel por narcotráfico en EE.UU.

Jaime Flórez
01 de julio de 2015 - 12:22 p. m.
Archivo El Espectador / Archivo El Espectador
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El joven ganadero

En los 90, Salvatore Mancuso entró un día a la Brigada XI en Montería como un joven ganadero, a denunciar las extorsiones del frente 38 de las Farc contra su familia, y salió convertido en paramilitar. En el joven Mancuso ya se marcaban los rasgos que trazaron su camino: era un hombre combativo, inteligente, pero ante todo, rencoroso, así lo definieron sus amigos. Dicen que de la brigada salió cargado de armas con las que dotó a varios soldados retirados que contrató, sus primeros hombres. Así comenzó la carrera criminal de Mancuso, una que nada tiene que ver con lo que había sido su vida hasta ese momento.

Hijo de una colombiana y un italiano, de quien heredó su nombre y también su privilegiada posición económica y social en Córdoba, donde los Mancuso eran una familia prestigiosa y acomodada por sus negocios ganaderos, estudió hasta séptimo semestre de ingeniería en la Universidad Javeriana en Bogotá y muy joven se casó con Martha Elena Dereix, procedente de una familia de origen francés, acomodada, también ganadera. Mancuso, incluso, hizo varios cursos de inglés en la Universidad de Pittsburgh en Estados Unidos y es fácil establecer una comparación suya con “Simón Trinidad”, el guerrillero nacido del seno de una prospera familia de Valledupar.

Fue precisamente al regreso de su estadía en el extranjero cuando se encontró a su familia y a la de su esposa extorsionada por la guerrilla, y a través del mayor del Ejército Walter Fratini, se vinculó al paramilitarismo. El militar, según Mancuso, tenía como misión replicar el modelo paramilitar que el general Yanine Díaz había promovido en el Magdalena Medio.

La ficha clave en la expansión paramilitar

Fratini y Mancuso se hicieron amigos; juntos convocaron a los ganaderos de Tierralta (Córdoba) para que se organizaran contra las guerrillas. El militar murió en 1993 en un accidente aéreo pero eso no detuvo a Mancuso, ya tenía decidido su rumbo. Al siguiente año el Epl intentó secuestrar a un ganadero de la región; Mancuso reaccionó. Ubicó a los insurgentes y con su grupo asesinó a tres de ellos. Su nombre se propagó por Córdoba hasta llegar a los oídos de los hermanos Castaño, que apenas consolidaban su proyecto criminal, al cual se unió Mancuso, en parte por miedo, según ha asegurado.

Mancuso fue el encargado de expandir el paramilitarismo por la Costa Atlántica. Estableció alianzas con ganaderos, contrabandistas y narcotraficantes de la región. De sur a norte expandió su poder, lo consolidó sobre masacres y sociedades criminales. Se vinculó con personajes como Jorge 40 y Don Antonio; así llegó el paramilitarismo hasta el Atlántico, Cesar, Magdalena, Atlántico, Sucre y La Guajira, hacia finales de los 90.

De nuevo por mandato de Carlos Castaño, Mancuso estuvo implicado en la expansión de los paramilitares en el oriente del país. El jefe máximo de las autodefensas le encomendó a él y a alias “El Iguano” la denominada “conquista del Catatumbo”, zona en ese entonces bajo el poder del Eln y las Farc, donde las guerrillas tenían su fuerte de cultivos ilícitos; así buscaban golpear sus finanzas.

Con paramilitares reclutados de Antioquia y Córdoba se movilizaron hasta Tibú y sellaron su llegada con la masacre de 22 personas en el corregimiento de La Gabarra en 1999. De este modo, Mancuso pasó de ser un acomodado ganadero a consolidarse como una ficha militar clave de las autodefensas, en las que comandó los bloques Córdoba, Norte, Héroes de Montes de María y Catatumbo.

El absoluto criminal

Mancuso se hizo su lugar dentro de las autodefensas a punta de sangre. Antes de ser extraditado confesó alrededor de 500 crímenes de todo tipo y fue condenado por 1.500 más cometidos por sus hombres: masacres, desplazamiento, desaparición, reclutamiento, la lista parece infinita. Sin embargo, su prontuario es aún más extenso. Según sus propias estimaciones, solo en el Catatumbo, sus hombres perpetraron al menos 7.000 crímenes.

Se le atribuyen varias masacres, entre ellas las de Mapiripán (Meta, 1997), La Gabarra, El Aro (Antioquia, 1996) y El Salado (2000). Apenas entre estas cuatro, perpetradas entre 1996 y el 2000, suma Más de un centenar muertos a su prontuario. Además, se le culpa del desplazamiento de más de 70.000 personas y a los hombres bajo su mando se les relaciona con el abuso sexual de las mujeres en sus zonas de influencia. La Fiscalía presentó ante jueces de Justicia y Paz 230 casos de abuso sexual cometidos por hombres de los bloques Norte y Catatumbo.

Como si fuera poco, Mancuso fue uno de los mayores capos del narcotráfico en el país. La Fiscalía estima que entre 1996 y 2004, el exjefe paramilitar fue el responsable del envío de más de 119.000 kilos de cocaína a Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos; envíos que se le facilitaban por sus zonas de influencia geográficamente claves: Urabá, Atlántico y La Guajira. En su faceta de narco se alió con personajes como Orlando Henao y Fabio Ochoa y destinó gran parte de las multimillonarias ganancias en la conformación del arsenal bélico de las autodefensas; según el mismo jefe, compró al menos 10.000 armas de largo alcance provenientes de Bulgaria, Venezuela y paises de Centroamérica. Precisamente fue extraditado por narcotráfico y condenado a 15 años y diez meses de cárcel en Estado Unidos.

Aliado y rival de Carlos Castaño

El 31 diciembre del 2000, el máximo cabecilla de las Auc estaba al borde de la muerte en medio de un asedio de las Farc en la finca El Diamante, el fortín de Castaño en el Nudo de Paramillo. Los guerrilleros eran más y estaban mejor armados. Solo la intervención de Mancuso salvó a Castaño. En medio de la noche, llegó a bordo de un helicóptero Black Hawk que él mismo piloteaba –en su juventud un capitán retirado del Ejército le había enseñado a hacerlo- y disuadió a los guerrilleros a punta de ráfagas de fusil disparadas desde la aeronave. Recogió a Castaño, quien le dijo: "Compadre, me salvaste la vida".

La relación se hizo más estrecha luego de este episodio, pero desde mucho antes, cuando Carlos Castaño asumió el mando absoluto de las autodefensas, tras la desaparición de su hermano Fidel, Salvatore Mancuso se había convertido en su mano derecha, tanto así que se le encomendó la expansión del paramilitarismo en la Costa Atlántica y el Catatumbo.

Sin embargo, con la arremetida de la Fuerza Pública y la justica contra las autodefensas en el 2001, Mancuso empezó a cuestionar las acciones del jefe de las autodefensas; discutía su “débil respuesta” contra el Estado, consideraba que era necesario enfrentarse militarmente a las autoridades. Cuando la Fiscalía allanó una vivienda de Mancuso en la que estaban sus dos hijos, su enfado fue total y terminó presionando para que Castaño dejara la comandancia de las autodefensas. Mancuso se erigió como una especie de figura política de las autodefensas, solo superado por la imagen de Castaño. Tanto así que convocó el Pacto de Ralito en 2001 para “refundar la patria”, una reunión en la que participaron al menos 30 políticos y funcionarios de la Costa Atlántica.

El testigo

Mancuso se desmovilizó como comandante del Bloque Catatumbo en 2005, junto a 1.400 hombres bajo su mando. En 2008, el gobierno de Álvaro Uribe lo extraditó a Estados Unidos, donde la justicia lo requería por narcotráfico, por considerar que Mancuso siguió delinquiendo desde prisión. Sin embargo, él asegura que su extradición fue una forma de acallar sus testimonios que vinculaban a muchos políticos con los paramilitares.

Precisamente sus revelaciones han sido clave en las condenas de congresistas como Miguel de la Espriella y Mario Uribe. Además, aceptó haber convocado el Pacto de Ralito y aseguró que el Congreso llegó a estar tan infiltrado por las autodefensas, que al menos el 35% de las curules estaban ocupadas por parapolíticos. Sus declaraciones han vinculado a muchos otros dirigentes regionales con las autodefensas, como el exgobernador de Santander Hugo Aguilar, condenado por parapolítica. Mancuso también confesó que las Auc apoyaron la primera campaña presidencial de Álvaro Uribe Vélez.

Hoy Mancuso resulta condenado por la justicia norteamericana, pero a Colombia le sigue debiendo muchas verdades. Fue tanta la barbarie paramilitar que, muy a pesar de sus confesiones y las de otros tantos, los crímenes impunes del paramilitarismo siguen ahí.
 

@jflorezs

jflorez@elespectador.com 

Por Jaime Flórez

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