Creer en nuestro sentido de humanidad

Camilo Umaña pertenece a la tercera generación de defensores de derechos humanos más importantes del país. Su padre, José Eduardo Umaña, fue asesinado y su abuelo, Eduardo Umaña, fue perseguido por su labor. En este texto reflexiona: ¿por qué creer en los derechos humanos?

Camilo Eduardo Umaña H.*
23 de marzo de 2017 - 10:02 a. m.
Camilo Umaña explica que defender los derechos humanos sirve para alimentar las relaciones interpersonales que conforman el tejido de cualquier sociedad. / iStock
Camilo Umaña explica que defender los derechos humanos sirve para alimentar las relaciones interpersonales que conforman el tejido de cualquier sociedad. / iStock

Antonio Nariño fue puesto tras las rejas en 1793 por traducir la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En el manuscrito y versión impresa de 1811, que alberga la Biblioteca Nacional de Colombia, Nariño escribió: “Para que el público juzgue los 17 artículos (…) que me han causado los 16 años de prisión y de trabajos (…) los inserto aquí al pie de la letra (…) Ellos no tenían ninguna nota que viciese la aplicación a nuestro sistema de aquel tiempo; pero los tiranos aborrecen la luz, y al que tiene los ojos sanos”.

Desde la época de los movimientos independentistas, el discurso de derechos humanos se ha multiplicado. Su adopción en la vida pública nacional ha dejado avances en su trayectoria, pero sobre todo ha dejado al descubierto una enorme distancia con la cotidianidad del país. Mientras el discurso se ha transformado, adoptado y adaptado, la realidad ha permanecido en su estructura básica, en divorcio patente con esas fórmulas y párrafos altisonantes que a veces se silencian en cerrojos que niegan lo que atesoran.

La luz que el discurso de derechos humanos debía brindar a la República se escribió y reescribió en diferentes textos jurídicos. Cada derecho ha provenido de una reivindicación y ha supuesto una confrontación con aquella tiranía que no fue propiedad exclusiva de la Colonia, ni de la violencia entre partidos, ni es del conflicto armado, ni del carácter tanatómano y delirante de la Colombia que ha arriesgado sus vínculos sociales más preciados, exponiendo su posibilidad de vivir en comunidad.

Los derechos humanos para mediados del siglo pasado eran un campo fragoso y rústico. Se debían más a un cúmulo de voluntades que buscaban solventar los vacíos del Estado o enfrentar sus atrocidades con una mezcla de mística, indignación y sentido de justicia. Hoy, más que algo espontáneo, los derechos humanos han adoptado un revestimiento institucional enorme: basta comparar el puñado de organizaciones nacidas entre los años setenta y ochenta bajo el objeto misional de la defensa de los derechos humanos, con el enorme aparataje de instituciones y organizaciones que hoy reclaman ese objetivo. Si la realidad se hubiera movido al ritmo del discurso o de la creación de organizaciones, estaríamos en otro país, seguramente más justo y próspero.

En este siglo de historia, los derechos humanos también transformaron su lógica predominantemente concentrada en la justicia social y la equidad hacia una lógica especialmente centrada en la responsabilidad por sus violaciones. Esto ha significado que el movimiento de derechos humanos esté más concentrado en lo ocurrido que en lo porvenir, lo que genera la sensación de exceso en una realidad avasallante que es muy difícil transformar; por otra parte, esto también ha significado que los derechos humanos hayan sido cada vez más traducidos a un lenguaje jurídico y técnico, que muchas veces genera distancia con las personas más vulnerables de la sociedad, justo quienes más precisan de su brillo.

Los derechos humanos son, en últimas, una expresión técnica que significa: sentido de humanismo. Los derechos humanos buscan preservar la potencialidad de relacionarnos, es decir, buscan mejorar nuestra capacidad de vivir juntos, pero lo hacen con un sentido preciso: se trata de vivir de una forma más humana. Aunque cada contexto y sociedad tiene unos ciertos parámetros para pensar qué es humano, los derechos humanos nos proponen formas mínimas para lograr vivir juntos al máximo de nuestras potencialidades. Nos proponen, entre otras cosas, impedir la propiedad sobre alguien, proscribir la explotación o la depreciación de nuestra identidad u opciones de vida, garantizar la vida con un sentido de futuro, con una apropiación del pasado y con unas condiciones dignas de presente.

Solemos pensar que la sociedad está compuesta por personas. Sin embargo, esto es científicamente, al menos hasta cierto punto, incorrecto. La sociedad está compuesta básicamente por relaciones. Si las personas no tienen ningún tipo de interconexión, sin importar su número, no existe la sociedad. Es esa interconexión la que Colombia ha arriesgado con asidua disciplina, posponiendo formas más humanas de organización.

Para reconstituir nuestra identidad nacional y para dignificarnos como sociedad, los derechos humanos pueden impulsar nuestra capacidad de convivir con más justicia, menos represión y de una forma más solidaria y honorable. Creer en los derechos humanos es creer en nuestro sentido de humanidad.

 

*Abogado y profesor universitario. Candidato a PhD en Criminología de la Universidad de Ottawa.

 

Por Camilo Eduardo Umaña H.*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar