El día que el Ejército masacró a seis niños en Pueblorrico (Antioquia)

Hace dos semanas, el senador Roy Barreras reveló que la Fuerza Pública bombardeó un campamento de las disidencias con menores presentes. La denuncia le costó el puesto al ministro de Defensa, Guillermo Botero, y aún hace eco. El Ejército, sin embargo, tiene "errores" en su haber mucho más graves relacionados con niños. Esta es la historia de uno de los peores.

Diana Durán Núñez / @dicaduran
19 de noviembre de 2019 - 11:00 a. m.
Pueblorrico quedó desconsolado con su tragedia. / Archivo El Espectador
Pueblorrico quedó desconsolado con su tragedia. / Archivo El Espectador

El 14 de agosto de 2000 Colombia estaba de fiesta: después de una exitosa operación, que comenzó el día anterior a la 1 de la mañana, soldados de la Brigada Séptima del Ejército rescataron a cinco hombres y uno de ellos era Guillermo La Chiva Cortés. El  veterano periodista aguantó, con 73 años, la pesadilla del cautiverio durante ocho meses, tras caer en poder de las Farc el 22 de enero de ese mismo año. “La gente en Colombia sabe que yo no soy lambón, pero el operativo del Ejército fue brillante”, dijo Cortés al volver a la libertad. Para las Fuerzas Militares llovían elogios.

En menos de 48 horas, sin embargo, el país pasó de los aplausos al horror de la mano de los militares. El escenario de júbilo se diluyó con las noticias que llegaron desde Pueblorrico, un pueblo enclavado en el Suroeste Antioqueño: a seis niños y niñas, la más joven de 6 años y el mayor de 10, los acribillaron soldados adscritos a la Cuarta Brigada. Desde el monte Nochebuena, los militares dispararon indiscriminadamente contra los pequeños, quienes vestían en su mayoría camisas blancas y yines o sudaderas. A pesar de que nadie les respondió con armas, sostuvieron los disparos durante casi media hora.

::No es la primera vez que mueren niños en bombardeos de la Fuerza Pública::

“Fue una tragedia muy dura”, cuenta Gustavo Arboleda, un campesino que salió corriendo desde su finca cafetera cuando los tiros comenzaron a retumbar por toda la región. Su hijo César Augusto hacía parte de la excursión escolar y a él, que no entendía bien lo que pasaba, lo movió un pensamiento: “Que me habían matado al muchacho mío”. Transitó la media hora que lo separaba de la vereda La Pica, el lugar que se había escogido para la excursión de los niños de la escuela, y encontró a su hijo herido en una mano, sangrando. “Me dijo: ‘Papá, allá hay un montón de niños muertos’”.

“Era un martes muy soleado. Íbamos para un paseo, era una integración”, dijo a este diario César Arboleda. “Tipo 8 de la mañana nos encontramos en el punto acordado y empezamos a ascender. Ya cuando íbamos muy arriba comenzó la plomacera. Los que estábamos más abajo comenzamos a correr. La mano ya me funciona bien, me molestó el primer año porque una esquirla de granada me perforó un dedo por la mitad. A los días hubo una integración en la escuela con los de la Cuarta Brigada, estuvieron yendo un buen tiempo. Ya no me acuerdo bien qué nos decían, es que eso pasó hace mucho”.

La historia de los Arboleda es un retrato de lo compleja que fue la guerra en zonas como Antioquia. Mientras el hijo de Gustavo Arboleda resultó herido en esa masacre, su hermano Hernando perdió a dos: Paola y Alejandro, de 8 y 10 años, respectivamente. “No fue capaz de modular una sola palabra. El dolor lo puso a temblar de pies a cabeza cuando se enteró que dos de sus hijos perdieron ayer la vida”, narró hace 19 años el diario El Espectador. “La niña tenía impactos de bala por todos lados (…) su hermano quedó muerto en el monte”, dijo entonces una médica del hospital San Vicente de Paul.

“La familia de mi tío sí quedó muy afectada —reconoce hoy César Augusto Arboleda—. Creo que eso es algo que no se supera”. Él, por su parte, señala que no guarda ningún rencor contra los militares y su relato deja ver que el conflicto está lejos de ser en blanco y negro: “Yo de ellos no digo nada. Presté servicio militar en 2011 (luego de 11 años de la masacre) con el Nutibara”. Es decir, con el mismo batallón cuyos hombres lo hirieron a él y mataron a seis de sus compañeros de escuela. “Estuve haciendo vueltas para ver si me metía al Ejército (de carrera), no se me dieron las cosas”.

::Reclutamiento forzado, un cáncer que está avanzando::

Humberto Mejía, quien era secretario del vecino pueblo de Jericó, explica que para agosto de 2000 había llegado el ELN a la zona, le siguió el Ejército y la cosa se puso fea. Los guerrilleros mataron a dos pobladores. Mataron a un niño que había servido de guía para un guerrillero, tan niño como él –de 13 años–, quien buscaba medicamentos para compañeros heridos. El día de la masacre hubo enfrentamientos en la vereda La Aguada, cerca de la vereda La Pica. Este último es un dato importante, pero nunca suficiente para explicar o comprender la barbarie que se cometió con los niños de Pueblorrico.

“Los paseantes clamaban el cese de fuego, gritaban: ‘¡Señores del conflicto, están matando niños!’ (…) Don Hernando (concejal del pueblo y esposo de la profesora que organizó el paseo) se lanzó al frente y como pudo echó a rodar algunos niños cuesta abajo por donde no serían alcanzados por los disparos, hasta llegar al primero de los heridos a quien quiso proteger arrastrándolo hasta donde estaba su esposa. En el camino de regreso, otro niño le pedía auxilio, ‘don Hernando, ayúdeme, no me abandone, no me deje morir’”, escribió Mejía al narrar este lúgubre episodio del conflicto, en su libro Así me lo contaron.

“Ese episodio cambió la historia de Pueblorico. Quedaron todos muy afectados, la gente quedó muy mal”, señala Paulina Mejía, una antiguo habitante del pueblo, quien reprocha que “si los campesinos distinguían a los niños, cómo no iban a hacerlo los soldados”. Para esa época, indica ella, “las redes no eran lo que era hoy. Pueblorrico vivió su duelo en silencio con respecto al resto del país, fue muy fácil ocultar la situación. El gobierno indemnizó, el Ejército no fue condenado y todo quedó en que fue un ‘error’”. “Nos dieron un poquito de reparación, no recuerdo cuánto”, dice Gustavo Arboleda.

El Ejército no pidió perdón y nadie fue condenado. El asunto no fue asumido por la justicia ordinaria y en la Justicia Penal Militar fue tratado como un error. “Creo que si los soldados hubieran visto a los niños no disparan”, dijo, apenas se supo de la tragedia, el general (hoy en retiro) Jorge Mora Rangel, comandante del Ejército en esa época. Una frase que no alcanzaba para explicar por qué los militares dispararon sostenidamente por casi media hora, a pesar de que nunca recibieron un tiro en respuesta, o por qué no diferenciaron entre adultos armados y niños y niñas sin armas.

::La versión del conflicto que el Ejército quiere posicionar en la Comisión de la Verdad::

La versión oficial inicial fue que senda masacre se trató de una equivocación por la cual las tropas no podían ser responsabilizadas. Esas fueron las palabras del general (hoy en retiro) Eduardo Herrera, quien comandaba la Cuarta Brigada del Ejército. Herrera, que años después sería nombrado rector de la Universidad Militar Nueva Granada, dijo en su momento que “hubo combates cerca de Pueblorrico donde quedaron encerrados los niños”. Ni se dieron combates ni los niños quedaron atrapados. “La responsabilidad es del Eln”, insistió el general (r) Mora.

En materia de orden público, para esa época el país vivía un momento convulsionado, para variar. La zona de distensión –42.000 kilómetros cuadrados de cinco municipios donde Pastrana sacó a la Fuerza Pública a cambio de dialogar con las Farc– tenía un año de vigencia, pero las Farc aún no daban pistas de querer salirse de la guerra por completo y el Eln, por su parte, actuaba igual: secuestros, asesinatos, pescas milagrosas. En 2002, la masacre de Puertorrico fue discutida en una audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y hasta ahí llegó el tema.

Mientras el general (r) Mora sostenía que guerrilleros “se mezclaron con los niños” –lo cual, quedó más que claro, nunca pasó–, el presidente Pastrana decía: “No podemos permitir que la muerte de estos niños sea inútil”. Palabras que se llevó el viento. Casi dos décadas después, en Colombia, poco o nada ha cambiado en relación con los menores en medio del conflicto. Así lo demostró el debate de moción de censura de hace 15 días, en el que el senador Roy Barreras reveló que siete jóvenes murieron en agosto pasado al ser bombardeado el campamento de Gildardo Cucho.

No fueron siete sino ocho y todavía faltan cuerpos por identificar, aclaró la Fiscalía. La estructura 62 de las disidencias de las Farc, que lideraba Cucho, ya tiene nuevo jefe. El debate le costó su cargo al ministro de Defensa, Guillermo Botero; el presidente Iván Duque nombró a otro ministro de Defensa en cuestión de días. Muchos niños murieron después de la masacre de Pueblorrico: unos eran civiles indefensos, como los pequeños de esta historia; otros fueron reclutados a las malas y el Estado usó fuerza letal en su contra. La muerte de esos niños fue, a pesar de todo, inútil. Estéril. Sin sentido.

Por Diana Durán Núñez / @dicaduran

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