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"El país no puede seguir quedando en manos de la muerte"

Hace dos meses se identificaron los restos de Carmen Cristina Garzón y Mónica Molina Beltrán, dos guerrilleras del M-19 que estaban desaparecidas.

María Camila Rincón Ortega
07 de noviembre de 2014 - 06:25 p. m.
María Fernanda Molina y Armando Martínez. /Cristian Garavito
María Fernanda Molina y Armando Martínez. /Cristian Garavito
Foto: LUIS ANGEL

Faltando sólo dos meses para que el holocausto del Palacio de Justicia cumpliera su aniversario número 29, el pasado 14 de septiembre, Colombia recordó los nombres de Carmen Cristina Garzón y Mónica Molina Beltrán. Dos guerrilleras del M-19 que participaron en la toma del 6 y 7 de noviembre de 1985 y cuyo paradero sus familias desconocían hasta ese día que la Fiscalía anunció que había logrado la pena identificación de sus restos. Desde el año de la tragedia habían estado enterradas en el Cementerio del Sur, pero sólo casi tres décadas después se pudo establecer que se trataba de ellas. De ellas y no de otras víctimas que aún siguen sin ser identificadas.

Han pasado 54 días desde entonces y las familias de Carmen Cristina y de Mónica siguen sin recibir sus restos. Pero más aún: continúan tejiendo el manto de la incertidumbre porque aún no tienen certezas ni explicaciones de lo que les pasó. ¿Salieron vivas del Palacio? ¿Fueron torturadas? ¿Murieron en la retoma? ¿Sus restos están completos? Son sólo algunas preguntas que taladran las mentes de los familiares después de tantos años. María Fernanda Molina, hermana de Mónica, relató, por ejemplo, que su madre mantuvo la convicción de que su hija había sobrevivido al holocausto y "de que estuviera en algún lugar, sana y salva". "Ese tipo de esperanza se mantiene vía después de 29 años por el vínculo y el lazo que nos unía a ella", agregó.

Una ilusión que agonizó en cuestión de minutos cuando se enteraron por los medios de comunicación que los restos de Mónica habían sido identificados. Estaba muerta. "Veníamos en un proceso como familia que se había por fin formalizado desde el año anterior y ya se habían realizado pruebas genéticas de ADN a mi mamá, estábamos a la espera de los avances del proceso. Pero antes de la rueda de prensa del fiscal, Eduardo Montealegre, no habíamos sido informados. Es más, de parte de la Fiscalía además de la identificación no hemos tenido otras notificaciones".

Por eso insistió en que más allá de saber que se trataba de ella "el proceso no llega a culminarse en la medida en que seguimos a la expectativa de saber lo que le pasó y por qué no está con nosotros. Conocer las causas de su muerte es algo a lo que como familia tenemos derecho". Similar situación ha vivido la familia de Carmen Cristina Garzón. Armando Martínez, su compañero de vida y el papá de su hija, Luisa Violeta, tampoco ha recibido mayor noticia, luego de la identificación: "Esperar para mi hija y para mí ha sido una cosa muy dolorosa. Seguimos esperando cómo y cuándo nos van a entregar los restos. No sabemos qué va a pasar ahí, estamos con esa expectativa que incluso después de tantos años no es fácil de sobrellevar".

Cuando los familiares de estas dos mujeres las recuerdan parecen encarnar las ilusiones que ellas dejaron a mitad de camino. "Yo sigo creyendo que el país tiene que cambiar y que no puede seguir quedando en manos de la muerte. Sé que Carmen Cristina sigue creyendo también en eso porque eso era lo que nos movía: trabajar por un país diferente", insistió Armando, quien también fue militante del M-19 y se retiró a finales de los 70 porque le era muy complicado mantener la clandestinidad siendo profesor de pintura en Cali. De su vida con ella recuerda cuando estando en Ibagué, y antes de entrar a la organización guerrillera, tenían un grupo de teatro y "hacíamos un trabajo comunitario en los barrios de Ibagué promoviendo y enseñando, sobre todo con las mujeres, los derechos que cada uno tiene y que en su gran mayoría como no se conocen, no se hacen efectivos".

Precisamente, porque, según él, Carmen Cristina siempre amó servirle a los demás y se entregó al trabajo comunitario. Una vocación que puede estar fundada en su origen humilde. "Su madre vendía tintos en la Gobernación para sostenerse y pagarle el estudio a Carmen. Por eso desde muy niña aprendió que había que trabajar. Tenía un cultivo de tomates en las afueras de Ibagué y los sábados los llevaba a la plaza de mercado para venderlos y así ayudarle a su mamá con los gastos de estudiar. Ese acercamiento con los cultivadores y vendedores fue generando en ella una conciencia que siempre se mantuvo", contó Armando.

La inclinación por los temas sociales también fue una de las pasiones que movía la vida de Mónica Molina. Su hermana María Fernanda recordó que "desde el colegio estuvo al movimiento estudiantil. Desde allí expresaba toda esa preocupación por lo social, por interesarse en lo que pasaba en el país y no sólo en la institución en la que estudiaba, que además, era pública. Mónica estaba en todo este talante y por su forma de ser decide vincularse al M-19. Es una decisión que ella toma con plena conciencia. Fue conocido por toda la familia. Cuando sucede la toma del Palacio ella tenía apenas 19 años y llevaba un año radicada en Bogotá y un poco más dedicada exclusivamente a ser militante del M-19".

Según María Fernanda, días antes del holocausto Mónica se había comunicado con su familia y, sin relatarles lo que está a punto de suceder, les explica que va a participar algo muy especial, algo grande. Por lo que tendría que salir del país por un tiempo y la idea era que no se preocuparan por su ausencia. "Nos anunció este tipo de cosas y cuando sucedió la toma pues atamos cabos y supimos que estaba adentro. Luego oímos su voz en una emisora cuando contesta un teléfono dentro del Palacio de Justicia y por supuesto nosotros la identificamos. Suponemos que estaba al lado del comandante de la operación, Luis Otero, porque luego de hablar lo comunica a él. Con esto teníamos la certeza de que ella estaba", agregó.

Una comunicación muy similar recibió Armando por parte de Carmen Cristina, quien también días antes de ese 6 y 7 de noviembre lo llamó y le dijo que sacara el pasaporte de la niña porque era muy probable que se fuera a terminar su carrera de Biología Marina a Cuba. "Me dijo que iba a pasar algo muy grande en el país y que tenía pensado pedir asilo en la isla. Cuando pasa lo del Palacio pues yo asocié y supe que estaba allí. Luego vino el temor alrededor de Carmen porque pareciera ser que no existiera, no aparecía por ninguna parte. También porque en el manejo de la clandestinidad tenía varios alias, fue 'Lupe', 'Leonor' pero nunca Carmen", explicó.

Este temor de Armando encontró un sosiego porque "afortunadamente para nosotros y para la investigación, ella dentro del operativo usó el nombre de nuestra hija, Violeta. De manera simbólica tenía un morral color violeta y en el morral estaba la palabra violeta. Ese personaje que se movía le llamó la atención a algunas empeladas del Palacio que estuvieron y la nombraron cuando la Comisión de la Verdad empieza a hacer la investigación. Hay coincidencias en esa parte". Además, Carmen Cristina tenía un rasgo muy particular que, como señaló Armando, a pesar de que usara pañuelo la hacía inconfundible: "Tenía un ojo verde y otro un poco menos claro".

En un nuevo aniversario, tanto María Fernanda como Armando exigen saber qué pasó. Y no sólo con sus casos, sino también los de muchas personas más que siguen sin conocer el paradero de sus seres queridos. Para María Fernanda "es evidente la negligencia, la falta de acción del Estado y la obstaculización de investigaciones. Hay una cadena permanente de ocultamientos y de trabas a para un tema tan esencial y humanitario como es que las familias tengan los restos de su familiar. Hay un manto de impunidad muy grande que uno dice se mantiene en la medida en que no hay avances significativos".

Para ella es muy diciente el hecho de que "en vez de prevenir la toma del Palacio, porque se conocía que iba a suceder, se permite de una manera intencionada. Entonces se hace la retoma, que además de ser desproporcionada, tiene la intención de arrasar y borrar todo vestigio". Precisamente, el 16 de junio de 2013, El Espectador reveló un informe del Ejército que hasta ese momento era desconocido y en el que se documenta que el Ejército sabía de las pretensiones de la guerrilla de tomarse la Corte Suprema de Justicia, tal como el Consejo de Estado lo ha recalcado en varias sentencias. Para Armando, "vale la pena meter el dedo en esa llaga porque eso le da otra dimensión al caso y alguien tiene que responder por toda esta tragedia".

No en vano, el presidente de la Corte Constitucional, magistrado Luis Ernesto Vargas, sostuvo este jueves que "es paradójico que sea la propia justicia la que, investigando el holocausto más grande que se ha dado a la administración de justicia, no haya podido producir resultados más rápido". Y recordó que en la toma y retoma "por primera vez en el mundo fue arrasado un Palacio de Justicia, fueron sacrificados los sacerdotes de la justicia en el altar donde la dispensaban. Y se arrasó con la cultura jurisdiccional de un país". Luego sentenció: "Ni siquiera lo que hizo Nerón cuando incendió Roma tiene la significación que tiene este hecho. En esta sociedad no puede volver a ocurrir siquiera algo parecido”. Vargas sostuvo que la sociedad colombiana debe preguntarse “¿de qué sirvió semejante sacrificio de vidas humanas?".

mrincon@elespectador.com


@macamilarincon
 

Por María Camila Rincón Ortega

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