El relato que conmovió a un 'expara'

Testimonio de una víctima del Caquetá: doce años atrás asesinaron a su esposo y la dejaron a la deriva con su pequeña hija.

María Flórez
06 de agosto de 2014 - 04:20 a. m.
  El esposo de Nohora Montes recibió 17 disparos, en abril de 2002.  / Archivo particular
El esposo de Nohora Montes recibió 17 disparos, en abril de 2002. / Archivo particular

Hacer llorar a un hombre de guerra no es fácil. Incólumes se quedan los exparamilitares cuando, en el trascurso de las audiencias de Justicia y Paz, las víctimas sollozan desgarradas al recordar el asesinato de sus familiares, ciudadanos pacíficos que murieron a manos de las autodefensas en los campos y las ciudades colombianas. Sin embargo, algunas, como Nohora Montes, logran penetrar en lo más hondo de sus victimarios. Ella, una profesora del Caquetá, le arrancó lágrimas a Everardo Bolaños, alias Jhon, exjefe del frente Sur Andaquíes del bloque Central Bolívar.

Una noche de abril, horas antes de que Nohora cumpliera 33 años, paramilitares de ese frente se bajaron de un taxi y le dispararon 17 veces a su esposo, Serafín Ramos, quien era presidente del consejo directivo de Caquetaxi, una compañía que presta el servicio de transporte público en Florencia. Tres meses más tarde, cuando decidió abandonar su casa, encontró entre los juguetes de su hija un frasco de perfume, el regalo que Serafín le tenía guardado con motivo de su cumpleaños. Como pudo, se marchó de su casa e intentó levantarse. Algo de consuelo le dio la condena a 17 años de prisión que un juez de Florencia les impuso a los asesinos.

Muchos años después, Bolaños le reveló a su víctima una verdad cruda. Cuando ella le preguntó por qué habían matado a su esposo, el ‘expara’ le respondió que sus hombres actuaban como “rueda suelta” y que la línea de mando era débil y difusa. De Serafín habían dicho que administraba las finanzas de las Farc en Florencia, una falacia que ni el mismo Bolaños se atrevió a defender. Entonces ella le contó su historia: la dureza de los 12 años que ha vivido abatida por culpa de las decisiones de los hombres que estaban bajo su mando. El conmovedor relato lo hizo llorar. A mediados de julio, por videoconferencia desde Florencia, Nohora habló ante el Tribunal de Bogotá. Estas fueron sus palabras:

“Mi esposo fue asesinado por paramilitares el 25 de abril de 2002 a las 9 y 15 de la noche. Junto a mi hija, una niña discapacitada con síndrome de Simpson, he guardado el dolor en un cajón para aprender a vivir de otra manera. Y es que tras el asesinato de mi esposo nuestra vida pasó rápidamente de la alegría a la tristeza. Actualmente mi hija tiene un diagnóstico de alteración del comportamiento no especificado. Pero ¿cómo no entrar en crisis emocional? Ustedes no se alcanzan a imaginar la magnitud del dolor, la rabia y la impotencia.

Dos segundos después de estar compartiendo en el andén de nuestra casa, dos sujetos armados descendieron de un taxi y le dispararon a mi esposo indiscriminadamente, segando su vida. Mi hija presenció ese acto. Para entonces ella tenía cuatro años y medio. Gritaba, lloraba desesperadamente al ver cómo se desangraba su papá, cómo a cada momento la vida de él se iba apagando. Según el examen entregado en Medicina Legal, a mi esposo le propinaron 17 disparos. Él no tenía un alfiler con qué defenderse, era una víctima, es inocente...

Mi esposo conducía un taxi que habíamos adquirido por medio de un crédito bancario. Cuando él fue asesinado el vehículo quedó parado, porque yo me la pasaba con mi pequeña hija discapacitada cumpliendo con cirugías, controles y exámenes en Bogotá. Sin producir, las cuotas se acumularon y el banco embargó el vehículo y parte de mi salario. Adiós taxi. Con mi esposo murió esa ilusión, así como la de tener una casa. Lo único que queríamos era ser felices los tres.

A mi hija le negaron el derecho a tener un padre. Pagamos cuotas muy altas e innecesarias de sufrimiento, cargando sobre nuestras espaldas el dolor. Desde que ella tenía un año me la he pasado en controles de neuropediatría, psiquiatría infantil, genética y ortopedia. Terapias, enfermeras, médicos. Algunos padres de niños con discapacidad dejan de trabajar para cuidarlos después de una intervención quirúrgica o para llevarlos a los centros de rehabilitación donde reciben atención especializada. A mí me fue negado este derecho, porque debo hacer de mamá y papá. Si me ocupo de tiempo completo a mi hija, que sería lo más lógico, ¿quién responde por los innumerables gastos que ella requiere, dada su condición?

Si mi esposo viviera no tendría que afrontar tantas dificultades económicas. Mi hija sería más feliz, porque para un niño el papá es el modelo que le permite sentirse firme en el mundo. Los niños necesitan una figura central para su desarrollo físico y emocional, pero a mi hija le vulneraron ese derecho. Es cierto que ella no es discapacitada porque le mataron a su papá, lógico, pero él ayudaba con el sostenimiento de la casa, aportaba el cariño, la comprensión.

Han pasado doce años, dos meses y tres días desde la muerte de mi esposo. En este tiempo he vivido lanzando plegarias al Dios del cielo, al que rezo desde que era niña, para que no nos abandone, como no nos ha abandonado en nuestros momentos difíciles. Vivir con una hija especial, sin un padre al lado, es muy difícil, pero no imposible. Por eso, señores fiscales, señoras magistradas, señores postulados, les pido que no nos miren con piedad. No nos miren con piedad ni compasión, es lo que menos merecemos. Mírennos como sujetos de derechos que debemos ser reparados decorosamente para lograr una vida en condiciones humanas dignas.

A los postulados les pido que sean un verdadero instrumento para construir la paz que nuestro país necesita. No es cierto que después de la tempestad venga la calma; más bien, el tira y afloja. Como aparte de la verdad, la justicia y la reparación, el mayor deseo es cerrar círculos, voy a decirle algo al señor Everardo Bolaños que en la audiencia pasada no fui capaz de decirle: señor Everardo, créame que me conmovió verlo llorar a usted cuando le conté, igual que ahora, la historia de mi hija. Recuerdo que Carlos Fernando Mateus, alias Paquita, le puso a usted la mano en el hombro y lo consoló. Salí contenta, porque si usted lloró no es porque no sea hombre; los hombres también lloran, también tienen sentimientos. Para mí, usted lloró porque es un ser humano, porque mi hija le tocó el corazón.

Sí, usted cometió muchos errores, que ha pagado con creces. Es de humanos cometer errores, pero rectificarlos es un paso en la búsqueda de la perfección. Esa vez yo salí con sentimientos encontrados; con tristeza, pero también con alegría de ver su reacción. Un funcionario de los que estaban acompañándonos también se puso triste y me dijo: ‘Señora, es la primera vez que veo al postulado tan afectado’; eso me agradó. De todas maneras me he desahogado y Dios me ha permitido decir muchas cosas que se me habían quedado atrás. Quise hacerlo porque no quiero que en mi corazón haya rencor. A pesar de todo, quiero ser feliz y tener una vida nueva. Muchas gracias”.

 

 

mflorez@elespectador.com

@elenaflorezr

Por María Flórez

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