El sicario que se volvió capo

Javier Antonio Calle Serna, “Comba”, se entregó a la DEA en mayo de 2012. Cuatro años después se conoció un documento en el que el capo dejó escrita su memoria criminal.

Redacción Judicial
21 de marzo de 2016 - 02:02 a. m.

El 4 de mayo de 2012, luego de que fracasara su intento de entregarse a las autoridades de Colombia, el narcotraficante Javier Antonio Calle Serna lo hizo a la DEA. Desde entonces está preso en una cárcel de Estados Unidos, seguramente revelando sus secretos de más de tres décadas dedicado al ilícito negocio. Con una particularidad frente a otros mafiosos colombianos: ascendió gracias a su osadía para el sicariato. Saliendo de la adolescencia ya lo ejercía con destreza. Muchos hechos de violencia en el cartel del norte del Valle fueron obra suya directa. Apenas ahora se sabe que llegó hasta capo jalando el gatillo.

Aunque dejó de andar en el mundo del hampa hace cuatro años, circula por estos días entre las autoridades judiciales un texto estremecedor: sus memorias, escritas para dejar registro personal de sus andanzas y sus relaciones con los grandes capos del narcotráfico. Una historia que empieza en el Putumayo, donde nació en febrero de 1969. Su infancia transcurrió entre el valle del Guamuez y la ciudad de Cali, huyéndole a la pobreza, al alcoholismo de su padre o al acoso de la guerrilla que exigía a las familias campesinas entregar a sus hijos para la guerra.

Hacia 1982, como ya lo hacían muchas familias del Putumayo, cuando su padre empezaba a sembrar pequeños cultivos de coca, él fue aprendiendo del tema y pronto, con el objetivo de enviar dinero a su madre y hermanos en Cali, trabajó limpiando potreros o fumigando la hoja de coca desde las seis de la mañana hasta que caía la tarde. Por eso, antes de sus 18 años, Javier Antonio Calle ya cumplía oficios en un laboratorio de coca. Con el paso de los días llegó a la bocana del río azul, en la frontera con Ecuador, donde tenían sus laboratorios Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Leonidas Vargas o Fidel Castaño.

Entre mafiosos aprendió a disparar porque en la zona semanalmente había combates con la guerrilla. Sin embargo, recalca en sus memorias, si la pelea era fuerte, siempre pedían el apoyo de 22 hombres que habían sido entrenados por el mercenario israelí Yahir Klein. De todos modos, además de cuidar los laboratorios, su misión también era apoyar a los Macetos urbanos en su guerra contra las Farc. En esas vueltas se mantuvo hasta 1990, cuando viajó brevemente a Bogotá, para instalarse después en Cali, donde pronto adquirió fama como “cobrador”, es decir, los ajustes de cuentas de la mafia.

En 1991, en Cali, lo primero que hizo fue comprarse una pistola y legalizarla en la Tercera Brigada del Ejército. Entonces, junto al Gato y Jota Jota empezó a matar por encargo. Su jefe directo era Negro 20. A Calle lo llamaban Garabato porque algunos sabían de su pasado en el Putumayo, pero él prefería que le dijeran Combatiente, como lo bautizó un policía del F2 que andaba con Negro 20 . Hasta 1993 se movió en Cali apretando el gatillo y haciendo limpieza en los barrios, es decir, matando en Siloé o Aguablanca con el apoyo de policías.

A mediados de 1993, un día Negro 20 organizó un partido de fútbol en una de sus fincas y conoció a Wílber Varela, alias Jabón, jefe de seguridad del máximo capo del cartel del norte del Valle, Orlando Henao. Desde ese día Varela lo fichó para su nómina de sicarios. Cuando se alejó del todo de Negro 20 ya era un experto gatillero, con acciones que detalló en sus memorias. En resumen, ya era un asesino a sangre fría. Quizá por eso Varela y Henao lo incluyeron en una operación para apoyar a su socio Arturo Herrera, alias Banana, atacando a unos supuestos guerrilleros extorsionistas.

La acción se desarrolló el 5 de octubre de 1993 en Riofrío (Valle). Ese día murieron 13 personas, pero mandos del Ejército la presentaron como parte de la operación “Destructor” contra milicianos del Eln. Con el paso de los días, el expediente se convirtió en un caso emblemático de violación de derechos humanos y algunos militares fueron procesados, pero sin condenas. Ahora se sabe, como lo sospechó la justicia, que fue una masacre para ayudarles a los narcos. La principal testigo fue una mujer de edad a quien Calle Serna salvó exigiéndole que se escondiera debajo de una cama.

En los meses posteriores siguió en su oficio de sicario, pero hacia 1995, por orden de Orlando Henao, empezó también a hacer inteligencia a la organización de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. Era la época de la persecución al cartel de Cali, y para Calle fue notorio que Henao tenía un socio clave para hacer sus negocios: el coronel de la Policía Danilo González. Según Calle, la información que el oficial recibía del capo del cartel del norte del Valle fue clave para capturar a los Rodríguez ese mismo año. En medio de esas vueltas se desató también la guerra entre los dos carteles.

El 5 de marzo de 1996, cerca del Hotel Intercontinental de Medellín, murió el capo del cartel de Cali José Santacruz Londoño. En su momento la Policía reivindicó el hecho y su director, el general Rosso José Serrano, lo atribuyó a una operación de inteligencia desarrollada desde que el capo se escapó de La Picota 53 días antes. Javier Calle dejó escrita otra versión. La muerte de Santacruz fue coordinada por el coronel Danilo González con los paramilitares. Con el capo iba alias Guvy, cuyo cuerpo fue desaparecido. Después se dejó todo a la Policía para que ganará las felicitaciones.

Dos meses después de la muerte de Santacruz, Javier Calle participó en uno de los atentados más sonados en la historia del narcotráfico: el ataque en el restaurante Río D’enero en el barrio Santa Mónica en Cali, perpetrado el 25 de mayo de 1996, donde murieron cinco hombres de confianza de los Rodríguez Orejuela y resultó herido William Rodríguez Abadía, hijo mayor de Miguel Rodríguez. Esta acción incrementó la violencia entre los carteles, y Javier Calle tuvo que esconderse en fincas de Orlando Henao en Puerto Boyacá, o en otras que prestó Andrés López, alias Florecita en Buga.

Lo cierto es que en medio de los apremios del Proceso 8.000 y las maniobras de los capos por eludir a la justicia, se multiplicó la guerra mafiosa. En noviembre de 1996, en el centro comercial Hacienda Santa Bárbara en Bogotá, asesinaron a Efraín Hernández, alias Don Efra , y un año después en Cali le hicieron un atentado a Wílber Varela. Su gente rodeó la Clínica de Occidente para protegerlo y apareció un coronel de la Policía que quería dejarlo sin seguridad para que lo remataran. En medio del forcejeo fue detenido Luis Enrique Calle, y le atribuyeron el alias de Combatiente.

Javier Calle Serna explicó en su documento que desde entonces a su hermano le pusieron su apodo, alias Comba, y que cuando la Policía entendió su error lo justificó hablando de los hermanos Comba. Lo cierto es que mientras Varela recobraba su salud en una finca del Eje Cafetero, se incentivó la guerra, sobre todo cuando se supo que el atentado contra Varela lo había ordenado Hélmer Pacho Herrera, quien estaba preso en la cárcel de Palmira. Por eso, hacia agosto de 1998, cuando Varela se puso en pie, citó a Javier Calle a una finca en Cartago (Valle) para organizar la muerte de Pacho Herrera.

Aunque Herrera alcanzó a hacer una reunión en la cárcel para calmar los ánimos a la que acudieron Tocayo Patiño —hermano medio de Víctor Patiño—, el coronel Danilo González y el propio Varela, este último ya estaba decidido. Sólo faltaba quién hiciera la vuelta. Como el verdadero Comba ya era conocido, encontró al sicario perfecto: su tío Rafael Uribe Serna. Se hizo pasar como abogado, varias veces entró a la cárcel para ganar confianza, hasta que el 5 de noviembre de 1998, después de un partido de fútbol, el Tío Loco saludó a Herrera y le metió siete tiros.

Lo que descuadró a Varela, Calle Serna y demás miembros del cartel del norte del Valle, es que ocho días después Juan Manuel Herrera, un hermano discapacitado de Pacho Herrera que estaba preso en La Picota en Bogotá, asesinó a balazos al capo de capos Orlando Henao. Como los hermanos de Pacho Herrera habían acudido a Carlos Castaño para que los ayudara en su guerra, Varela se marchó a Venezuela. Entre tanto, se desataron las venganzas. Antes de concluir 1999, los hermanos de Herrera estaban muertos o en retirada y Comba se convirtió en uno de los nuevos capos de Colombia.

Varela regresó al país hacia el año 2000, ya estaba reactivada la extradición y más de un capo negociaba sus penas con Estados Unidos a cambio de vender a sus antiguos socios. En medio de esta maraña de señalamientos y acoso judicial se configuró el peor momento de la guerra entre mafiosos. Varela, con el apoyo de Diego Pérez Henao, alias Diego Rastrojo, creó el ejército de los Rastrojos. Su comandante era Comba. Su principal enemigo nació de las propias entrañas del cartel: Diego León Montoya, alias Don Diego, quien asociado a los mellizos Mejía Múnera, creó la banda de los Machos.

La ola de asesinatos fue inagotable y aún quedan vestigios de esa guerra. En octubre de 2003, según cuenta Comba, en una finca de Gabriel Puerta Parra, en Puerto Boyacá, se reunieron varios capos, pero Montoya se negó a conciliar argumentando que Varela utilizaba al coronel González para echarle la Policía y en la guerra entre bandidos no era viable utilizar al Gobierno. La violencia se incrementó, mataron a Tocayo Patiño, atentaron contra Diego Rastrojo y en marzo de 2004 fue asesinado el coronel Danilo González, quien poco tiempo atrás se había retirado.

En ese momento, en medio de la guerra entre Varela y Montoya, o Rastrojos y Machos, se abrió paso un tercer personaje, el oficial retirado de la Policía Jaime Hernán Pineda, alias Pispi, quien se puso del lado de Montoya y desde el principio se le asoció al crimen del coronel González. Mientras los narcotraficantes Chupeta, Macaco, Monoteto o Eduardo Restrepo hacían esfuerzos por parar la barbarie, Varela puso como condición la cabeza de Pispi. Al final los demás capos accedieron y el capo y jefe paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, cuadró la vuelta que se hizo en México.

Con Pispi fuera de combate, y la Policía encima de Diego Montoya y sus socios, el año 2006 arrancó despejado para Varela y Comba. Entonces, el 22 de mayo, ocurrió un episodio que, según Comba, selló la suerte de su enemigo. Montoya estuvo detrás del asesinato de 10 investigadores de la Dijín y un informante, en un supuesto operativo del Ejército. El 10 de septiembre de 2007, en Zarzal (Valle), fue capturado Don Diego. Por esa época el gobierno de Álvaro Uribe extraditaba narcotraficantes a diestra y siniestra, y la mayoría huyeron a Venezuela. Entre ellos Varela, Diego Rastrojo y Comba.

En Colombia la pelea quedó entre Macaco y el Loco Barrera. El primero con apoyo paramilitar y obsesionado por entregarle el control de Cúcuta a Comba. El segundo, con tentáculos hasta Argentina. Entre las intrigas del poder, Comba concluyó que Varela buscaba su muerte. Entonces se puso de acuerdo con Diego Rastrojo y en enero de 2008 viajaron hasta Mérida (Venezuela) y asesinaron a Varela. El relato de Comba es propio de una escena de la película El Padrino. Varela, con una pistola en la mano, no dejó nunca de mirar a Comba, pero lo mató Diego Ratrojo con una pistola que Comba le puso en el baño.

De ahí en adelante más asesinatos, hasta que junto a el Loco Barrera, Cuchillo y Diego Rastrojo, Comba optó por buscar una salida legal de la guerra. Fue en 2010 cuando “se mandó la propuesta al presidente Juan Manuel Santos con el venezolano J. J. Rendón” para someterse a la justicia. Según Comba, su propuesta podía acabar con el 70 % del narcotráfico en Colombia. Aunque el capo dice que al Gobierno le gustó la fórmula y que incluso mandó la razón que debía hacerse ligero y con un marco jurídico claro, a los pocos días empezaron a capturarles gente y se reanudaron las venganzas en el Valle.

Cuando Comba constató el desinterés en Colombia por su entrega y que le habían robado US$12 millones que “se le pasaron a J. J. Rendón”, optó por acercarse a la DEA. A partir de septiembre de 2011, cuando su hermano Luis Enrique Calle entró en contacto con la justicia norteamericana, según Comba, “canceló todas sus operaciones militares e hizo la paz con los Urabeños”. Con el apoyo de su gente, el 4 de mayo de 2012 se fue con sus verdades a una cárcel de Estados Unidos. Ya no era el humilde raspachín del Putumayo, sino todo un capo que seguramente no pagará en Colombia un solo día de cárcel por toda la muerte que dejó a su paso.

Por Redacción Judicial

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