“Fue como morir y nacer en menos de 24 horas”: Fidel Cano sobre la bomba a El Espectador

Este lunes se conmemoran 30 años de uno de los días más lúgubres para El Espectador: el bombazo del que fue víctima por cuenta de Pablo Escobar y su organización criminal. Por fortuna, nadie murió. Pero con ese atentado, más el asesinato de Guillermo Cano, casi acaban con el periódico.

Alejandra Bonilla Mora / @AlejaBonilla
02 de septiembre de 2019 - 02:30 a. m.
 Fidel Cano Correa asumió la dirección del periódico en 2004. / Cristian Garavito - El Espectador
Fidel Cano Correa asumió la dirección del periódico en 2004. / Cristian Garavito - El Espectador

El 2 de septiembre de 1989, antes de las 7 de la mañana, un camión bomba ubicado al lado de El Espectador hizo explosión, destrozando buena parte de sus instalaciones. Fue un atentado planeado y ejecutado por el cartel de Medellín, el mismo que, dos años y nueve meses atrás, le había quitado la vida al director de este diario, Guillermo Cano Isaza. Fidel Cano Correa, su sobrino, tenía entonces 23 años y era un novato del periodismo deportivo. Él, como tantos otros de la redacción, llegó ese día al diario para, entre los escombros, hallar la manera de decirles al país y al mundo: “Seguimos adelante”. (Vea acá el especial multimedia Bombazo a El Espectador: 30 años del atentado que no pudo callarnos para siempre)

¿Se quedó El Espectador solo en su lucha contra el narcotráfico?

El 89 fue un año terrible, la gran amenaza contra toda la sociedad. Para el momento de la muerte de don Guillermo, posiblemente sí era una voz muy solitaria, pero en el 89 creo que había muchas más voces que acompañaron al periódico en esa batalla. Aunque a casi todas las mataron.

¿Cómo es levantar un periódico de las ruinas de un bombazo o de una crisis que lo llevó a ser semanario por varios años?

Por supuesto, primero que todo, el equipo. Era gente completamente comprometida. Lo que pasó ese día fue alucinante, no se me va a olvidar jamás. Fue como morir y nacer en menos de 24 horas. En el momento en que llegamos al edificio y vimos los destrozos, pensamos: hasta aquí llegamos, dimos la batalla, pero no hay manera de seguir adelante. Y de pronto empezaron a aparecer escobas y canecas por todos lados, todo el mundo empezó a limpiar, sin mucha conciencia, hasta que se creó un espacio para trabajar y se hizo un periódico sobre los escombros, que salió al día siguiente.

Ese “Seguimos adelante” fue un renacer. Me acuerdo de toda esa gente que estuvo ahí, pegando plásticos para que el frío que hacía por el ventarrón no nos acabara, hasta las dos de la mañana estuvimos ahí. Pegamos plásticos por todos lados para cerrar las ventanas y así trabajamos durante varios meses. Fue muy significativo para todo lo que vino después con El Espectador. Fue entender que éramos capaces de enfrentar lo que viniera, que no nos iban a callar.

Sobre las épocas más recientes fue un poco volver a eso. El periódico financieramente quedó muy mal, después fue el cambio de propiedad (pasó de ser de la familia Cano a pertenecer al grupo Santo Domingo). Hubo unos años de confusión sobre qué se quería hacer con El Espectador. Y, finalmente, creo que el haber vuelto a la esencia, a reconocer que este periódico es importante para Colombia haciendo ese periodismo, fue lo que permitió volver a la edición diaria y a ubicarse de nuevo como una voz relevante en y para el país.

(Lea también: “En los 80, la solidaridad hacia los periodistas hizo muchísima falta”: director de la FLIP)

Hoy ya no ponen bombas a los medios, pero las amenazas siguen. ¿Cómo ve usted que siguen?

De diversas maneras. En un país como Colombia la violencia sigue estando por ahí presente, de otra manera, un poco más sutil, pero presente. Igual que otras amenazas que han sido naturales al periodismo toda la vida, siempre los poderes se sienten amenazados frente al buen periodismo y tratan de disfrazar sus presiones mediante leyes, mediante el acoso económico… pero en estas épocas ha surgido una nueva amenaza que es muy difícil de enfrentar: atacar la credibilidad de los periodistas. El escenario de redes sociales y de todo este equiparamiento de la verdad con la mentira entremezcladas como información le pegan muy duro a la credibilidad de los medios y de los periodistas. Llega a poner en duda, incluso, el valor que para una sociedad tiene el buen periodismo.

¿Qué debemos hacer los periodistas para enfrentar esa amenaza?

Primero, con mayor responsabilidad. Cada vez tenemos que hacer nuestro trabajo de manera más juiciosa. Finalmente, es el trabajo el que habla por nosotros. Y ante todos esos ataques, si uno ha hecho el trabajo bien, tiene cómo defenderse. Pero cuando tienen el mismo valor la verdad y la mentira, es muy difícil enfrentar esa amenaza, porque tratan de igualar el trabajo de uno con el de quienes manipulan y dicen mentiras de frente. Nos encasillan, nos acusan de recibir dinero o de estar a favor de ciertos políticos: son ataques a la credibilidad. Por eso, insisto, solo con buen trabajo nos podemos defender. Lo otro es que los periodistas tenemos que entender cómo se está manejando esa información y librar la batalla con la fortaleza de la búsqueda transparente de la verdad.

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¿Se enfrentan hoy a los poderes, tanto legales como ilegales, de la misma forma en que se hacía en los años 80?

Solo puedo hablar desde El Espectador, y creo que sí. Pero sé también que tenemos menos recursos, porque el negocio no está bien; tenemos un problema de credibilidad que nos hace menos fuertes; antes un editorial de El Espectador movía las raíces del país, hoy en día genera comentarios y debates, pero no tiene la misma influencia. Por eso mismo, las investigaciones generan ruido, pero no son tan efectivas como eran antes. Un escándalo se contrarresta con algo viral o minando la credibilidad y llenando a la gente de desconfianza ante lo que hacemos los medios.

Todos los crímenes relacionados con El Espectador están en la impunidad. ¿Cómo lidia uno con eso?

Y sí. Eso es parte de la historia de Colombia, este es un país lleno de víctimas y la gran mayoría tienen esa misma sensación de que la impunidad se impone. Lo primero es eso, saber que no somos excepción, sino parte del país en el que vivimos. No soy una persona de rencores: las cosas pasaron en su momento y prefiero valorar lo que llevó a que pasaran que ponerme a pensar en... que la justicia haga su trabajo. Si no lo hizo, pues no lo hizo. Estoy orgulloso de lo que hizo la familia y lo que hizo El Espectador.

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¿Por qué un país en guerra necesita un periodismo valeroso?

Es fundamental tener una voz que no se meta en la guerra, que pueda manejar la información profesionalmente, sin intereses. Es muy valioso para que una sociedad pueda entender realmente lo que se esconde detrás de una guerra. En ese sentido, es fundamental el papel que cumple el buen periodismo en una democracia.

¿Cómo fue asumir la dirección de El Espectador en medio de las circunstancias familiares, el asesinato de don Guillermo, el cambio de dueños…?

Un gran honor y una gran carga. El Espectador no es el mismo que era antes, no le rindo cuentas a una familia, sino a una junta directiva empresarial. Pero, por supuesto, es un reto poder proteger toda esa herencia en un periódico que es una empresa ya no familiar. Por fortuna, esa junta directiva y esos dueños son muy conscientes y respetuosos de esa historia y la han sabido proteger.

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¿Cómo se ha adaptado El Espectador para seguir haciendo buen periodismo?

Manteniendo esa tradición por sobre todo, a pesar de que cambien los lenguajes, a pesar de que estemos presentes en las redes sociales, a pesar de que a veces hagamos temas ligeros o de consumo masivo: nunca perder el norte de qué es lo que somos, de cuál es el periodismo que ofrece El Espectador, de cuál es el valor de esta marca.

Por Alejandra Bonilla Mora / @AlejaBonilla

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