Guerrilleras por la paz

‘Victoria Sandino’, ‘Camilia Cienfuegos’ y ‘Viviana Hernández’ son parte del grupo de 13 mujeres que integran la delegación de la insurgencia en Cuba.

Alfredo Molano Jimeno
19 de octubre de 2013 - 09:00 p. m.
‘Viviana Hernández’, ‘Victoria Sandino’, ‘Camila Cienfuegos’, ‘Marcela González’, ‘Diana Grajales’, ‘Yira Castro’ y ‘Alexandra Nariño’, de la delegación de las Farc en La Habana (Cuba). / Archivo particular
‘Viviana Hernández’, ‘Victoria Sandino’, ‘Camila Cienfuegos’, ‘Marcela González’, ‘Diana Grajales’, ‘Yira Castro’ y ‘Alexandra Nariño’, de la delegación de las Farc en La Habana (Cuba). / Archivo particular

Está por cumplirse un año de la mesa de diálogos entre el Gobierno y las Farc en La Habana (Cuba). El miércoles se iniciará la decimosexta ronda de negociaciones y las expectativas están puestas en los 12 delegados plenipotenciarios de las partes que conciertan la terminación del conflicto. Pero detrás de cámaras hay unos equipos técnicos compuestos por numerosas personas, que, en el caso de la guerrilla, están integrados  en su mayoría por mujeres.

El Espectador recogió las historias de vida de tres guerrilleras que llevan décadas en las filas de las Farc y que hoy forman parte de la delegación de paz. No han tenido el despliegue mediático de Tanja, la holandesa, ni han sido tan asediadas para contar sus historias como Sandra, la compañera de Manuel Marulanda, el fallecido comandante  del grupo subversivo. Las tres forman parte de un grupo de 13 mujeres que integran la delegación de las Farc en La Habana. La mayoría trabaja en el equipo de medios.

 Se trata de Victoria Sandino, una cordobesa que comanda el frente 21 que opera en el sur del Tolima. Desde hace algunos años ha cumplido su labor al lado de los principales hombres del secretariado. Hoy, en Cuba, forma parte del equipo de medios. Igual que Viviana Hernández, una llanera que lleva 30 años en las filas guerrilleras y estuvo en la unidad que comandó el extinto comandante Alfonso Cano. Y, finalmente, está Camila Cienfuegos, una joven vallecaucana que relata su vida de violencia.

Sus historias son de guerra y de vida. De cómo es ser guerrillera, novia, esposa y madre en las Farc. Sus anécdotas van más allá del uniforme que portan. Relatos fuertes de mujeres que han estado en el combate y que hoy, en Cuba, le apuestan al silencio de los fusiles.

‘Victoria Sandino’

Victoria Sandino o Vicky, como es conocida en la guerrilla, es una cordobesa de 48 años. Lleva 27 en las Farc y ocupa un alto rango en la tropa. Es periodista de profesión y comanda el frente 21, que opera en el sur del Tolima. En abril de este año llegó a La Habana (Cuba) para reforzar la delegación de paz del grupo guerrillero. Tiene larga trayectoria en el trabajo de propaganda y de organización de masas, y hoy forma parte del equipo de prensa de las Farc en Cuba.

 “Conocí la guerrilla cuando tenía ocho años. Estaba visitando a mi abuela y vi pasar a una gente uniformada; se me hizo raro que fueran hombres y mujeres, porque en la Policía sólo había varones en ese tiempo. Ellos iban con heridos y todo. Le dije a mi abuela que qué le había pasado a la Policía y ella, como son los mayores, me dijo que no dijera nada. Con el tiempo me di cuenta de que esa era la guerrilla”, narra con un acento caribe,  a veces difícil de entender.

En esos días respondía al nombre de Judith, pero esos tiempos ‘de civil’ quedaron atrás. La siguiente vez que vio a la guerrilla, uno de los hombres le pidió que le regalara un poco de agua para hacer una limonada. Recuerda la rabia que le causó que le cogiera la cabeza. Pero ese mismo hombre sería el que, mucho años después, le daría el ingreso a las Farc.

“Milité en la Juventud Comunista y luego en el Partido. Me daba rabia ver lo que pasaba acá”, dice refiriéndose a Colombia, y agrega: “Me tocó la matazón de la Unión Patriótica. Eso era entierre a uno, al otro, amenazas, desplazamientos. Duro. Cuando mataron a Pardo Leal estaba en el Quindío. Luego fui a Bogotá a estudiar periodismo en una universidad privada. Me formé académicamente, pero soy guerrillera, esa es mi profesión. Al graduarme entré a las Farc. Primero estuve en el área de comunicación. Hacíamos videos, dábamos cursos, formábamos a los guerrilleros y las guerrilleras, sobre todo; porque en la guerrilla esta tarea ha sido principalmente de mujeres”.

“Luego vino el Caguán. Al finalizar el despeje salí con la unidad del camarada Alfonso Cano. La guerra fue cada vez más dura y eso me llevó a dejar las cámaras y tomar el fusil. Después me trasladaron a hacer trabajo político en el Comando Central: Tolima, Huila y Quindío”, narra con gesto de recuerdos.

Sobre la maternidad en la guerrilla, afirma que decidió no tener hijos. “Pensaba que para qué, si en cualquier momento me van a matar y para qué traer a un niño a este mundo tan violento. Eso me costó novios. Fue una decisión fuerte, difícil, pero he vivido la maternidad de otra manera. Con los niños de las comunidades y cuidando a las guerrilleras en embarazo. Estando pendiente de que coman bien,  de que no tengan que hacer mucho esfuerzo, de sacarlas primero cuando hay situaciones difíciles. Eso ha sido mi forma de vivirla”, sostiene.

Y concluye hablando de la vida de las mujeres en las filas de la insurgencia: “Quiero dejar muy claro que nosotras no somos trofeos sexuales de los camaradas, porque existe la falsa idea de que los comandantes tienen muchas mujeres, que obligan a las guerrilleras a estar con ellos. Eso no es así. Las mujeres cumplimos tareas fundamentales, y muchas veces lo hacemos mejor que los hombres. En los combates, por ejemplo, somos más precavidas. Son más los hombres que mueren que las mujeres. Los muchachos tienden a ser más impulsivos, y las mujeres más instintivas”.

‘Viviana Hernández’

Viviana Hernández lleva 30 años en las Farc. Es llanera. Entró a la guerrilla a los 15 años, empujada por las dificultades de la vida rural, dice. Su madre murió cuando ella nacía y desde ahí su vida familiar fue sólo dolores. “No tengo un solo recuerdo bonito de mi infancia. Eso es traumático. Me criaron mis padrinos, que tenían 10 hijos. Con ellos siempre me sentí ajena. Mis hermanos de crianza me hacían sentir en el lugar equivocado. Una vez uno me metió la mano a la boca, me sacó la comida y empezó a decirme que esa no era mi casa, que no le dijera mamá a su mamá. Me sentí tan mal que le pedí a mi papá que me sacara de allá”, recuerda dejando ver la tristeza.

A los ocho años se voló de la casa y se fue a vivir donde un vecino. Le dijo a su papá que no quería vivir ni con él ni con sus padrinos, y la mandaron a Bogotá como empleada del servicio en una casa de familia. “Estuve allá hasta los 13 años. Y también fue un momento feo. Me maltrataban. Una vez la señora me encontró pintándome las uñas y me dijo que quién había dicho que las sirvientas se pintaban. Eso le va quedando a uno y entonces se llena de resentimiento”, relata esta mujer de 45 años, que pasó muchos años en el equipo de seguridad de Alfonso Cano.

En unas vacaciones volvió a El Castillo (Meta) y vio por primera vez a la guerrilla. Uno de sus hermanos le dijo que ese era el ejército del pueblo: “Entonces uno de ellos me explicó por qué luchaban y me sentí identificada, porque había sufrido las humillaciones de ser pobre. En la guerrilla conocí el cariño de una familia. Son mi familia. Aquí encontré el cariño que la vida me había negado”. Su primer combate fue la toma de Miraflores (Guaviare). “Un combate es un momento de mucho éxtasis, es la realización del guerrillero”, agrega.

Pasó por tareas de enfermería y después a trabajo político con comunidades y organizaciones clandestinas. Después a la guardia del secretariado, en lo que ellos llaman “la caucha” y otros conocen como los diálogos de paz de Casaverde. Entonces llegó a la unidad de Alfonso Cano, con quien estuvo hasta sus últimos días de vida.

Tuvo un hijo que hoy debe tener 28 años y que crió la familia de su esposo, también guerrillero. La última vez que lo vio tenía 12 y dice que no ha dejado de pensarlo. El muchacho entró a la guerrilla, al papá lo mataron y ella le fue perdiendo la pista: “Hasta estas horas de la vida no sé qué será de él, pero uno es consciente de que esos son los sacrificios que tiene que hacer como revolucionario”.

Al tratar de narrar sobre los últimos días de vida de Alfonso Cano rompe en llanto. “Él fue el papá que nunca tuve. Admiro a la gente que ha nacido teniéndolo todo y decidió venirse a pelear”, dice. Y agrega: “Era muy humano, no era autoritario. La última vez que lo vi fue después de un bombardeo a las 3:00 de la mañana. Salimos bien. Caminamos todo el día. Descansamos un rato y dijo que nos abriéramos. Fue una despedida dolorosa. Sentí que nunca más lo iba a volver a ver. El operativo contra él era muy fuerte. Estábamos rodeados y él nos daba ánimos. Decía, de esta salimos. Tenía una lesión en la columna y ya no podía más. Me dijo: no mijita, esto se va a poner más duro, toca sacarla; y así fue. Él siguió. Lo volvieron a bombardear, después pasó lo que pasó. Lo cogieron vivo y dieron la orden de ultimarlo”.

‘Camila Cienfuegos’

Camila Cienfuegos también forma parte del equipo de medios. Es la encargada de hacer la agenda de prensa de los plenipotenciarios de las Farc en La Habana. Tiene 33 años, 19 de ellos en la guerrilla y una historia de violencia y dolor a cuestas. Es la compañera de uno de los comandantes, pero se rehúsa a que la reduzcan al papel de “la mujer de”. Es tajante en su mirada, en el reclamo de igualdad para las mujeres y se considera una guerrillera profundamente convencida en la paz. Tiene una hija que ha visto pocas veces y dice que todos los días mira su fotografía para no sentirla lejos.

Seria y cautelosa en sus palabras y en su mirada. Sus padres nacieron en Antioquia, pero ella se crío en un pueblo cercano a Tuluá. Cuenta que era una familia amorosa, sus padres militaban en el Partido Comunista y ella recibió esa lucha por herencia. Entonces la guerra tocó a sus puertas. A su padre, a un hermano, a sus tíos y primos los asesinó el paramilitarismo. Otro hermano murió en combates con el Ejército siendo guerrillero. A los 14 años entró a las Farc por convicción, dice.

“He sido radista, ecónoma, enfermera de combate y alfabetizadora. Hice mucha labor social. La guerrilla me hizo entender que este conflicto tiene raíces muy profundas, en una Colombia rica y desigual. Me duele que la gente piense que nosotros los revolucionarios somos lo peor, unos asesinos, como si uno amara la guerra. A la guerra no la ama nadie. Esto es muy duro. Luchamos porque creemos que las cosas tienen que cambiar”.

Pero la vida de Camila tiene otra anécdota trágica como mujer en la guerra. Al padre de su hija lo mataron y la niña quedó al cuidado de su mamá. “En 2003 la vida me cambió. Estaba en Bogotá haciendo una misión con un compañero. Entonces unos hombres de civil, en un carro polarizado, nos cogieron. Luego nos separaron y me llevaron a una oficina donde duraron horas y horas agrediéndome verbalmente y humillándome. Me hacían miles de preguntas. Me amenazaban con que me iban a hacer cosas horribles y cumplieron. Fueron varios días de tortura psicológica, luego vino la física; me quemaron todo el cuerpo con cigarrillos y corrientazos. Me violaron varias veces de la peor manera que alguien se pueda imaginar”. Su mirada, llena de lágrimas, se pierde en un rincón.

Después fue encarcelada. La guerrilla reconoció en ella que no hubiera contado lo que sabía. La acompañaron durante los tiempos que estuvo presa. Una mañana, cuando ya se había ganado la confianza de los guardias por buen comportamiento, pidió que la llevaran a comprar unos buñuelos a la esquina. “Llevaba un billete de $5.000 en la mano. Cuando llegué a la tienda pensé que debía salir corriendo, que lo peor que me podía pasar era que me mataran y eso ya no me asustaba. El guardia estaba despistado. Entonces le pedí a un transeúnte que me parara un taxi. Lo paró, me subí y le dije que me llevara a Cazucá, donde conocía a un miliciano. Y así volví a la libertad. Después vino un trabajo muy fuerte para recuperarme psicológicamente. Aún no lo he logrado, pero ahí voy. Por historias como la mía es que estoy convencida en la paz. En la guerra no hay nada bueno”, concluye, quitándose las lágrimas con la palma de su mano.

Los abortos en las Farc

En enero de este año El Espectador reveló un informe basado en documentos de inteligencia en que se hacía una radiografía de cómo se realizaban los abortos en el interior de las filas de las Farc. Los organismos oficiales calculan que cada año se practican cerca de mil abortos a guerrilleras. En un informe elaborado para el Estado Mayor del frente 40, en el año 2007, se lee: “En cuanto a salud, en este último período no se han realizado operaciones. Se han practicado un total de 17 legrados. Salieron a tratamiento médico Lorena Especial, Biviana 51, uno del sur, Jessica y Julio”. En un correo de Jojoy, de 2006, se dan más detalles: “La planificación es obligatoria y en los casos de embarazo (hay que) realizar el legrado. Hay que mantener el secreto de las áreas de los hospitales evitando que los pacientes conozcan todo lo que se tiene. Sólo en casos de extrema gravedad se propone sacarlas para la ciudad”.

La página de las mujeres de las Farc

De las 30 personas que componen la delegación de paz de las Farc, 13 son mujeres. La mayoría forma parte del equipo de prensa y propaganda ,y tienen voz de mando en el interior de la guerrilla. Las más llamativas para la prensa fueron Sandra, la compañera de Manuel Marulanda, quien lo acompañó hasta sus últimos días de vida, y Tanja Nijmeijer, la guerrillera holandesa, quien ha atraído las cámaras por sus rasgos finos. Pero al lado de ellas hay otras mujeres. Para eso, para dar a conocer la vida de la mujer en la guerrilla, lanzaron una página de internet llamada “Farianas”, donde se pueden encontrar relatos de estas mujeres de combate. Hemos decidido visibilizar nuestra lucha, reflejar lo que somos, pensamos y vivimos. Aspiramos a rescatar las pequeñas y grandes historias de nuestras compañeras y compañeros de lucha, junto a las de otras mujeres revolucionarias”, comentaron el día que lanzaron el página.

Por Alfredo Molano Jimeno

 

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