La herencia de 'Gato Seco'

Uno de los cerebros de una gigantesca operación de lavado de dineros del narcotráfico, inicialmente calculada en US$900 millones, que se consolidó a partir de 2004 en Argentina.

Redacción ipad
24 de enero de 2015 - 02:28 p. m.
La herencia de 'Gato Seco'

Por señalamientos contra sus asociados del narcotráfico, que el capo Víctor Patiño Fómeque empezó a concretar en Estados Unidos tras su extradición de Colombia en 2002, hace una década el río Cauca se llenó de muertos. Su temerario amigo de andanzas, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta, se ensañó con la familia, amigos, aliados o conocidos del delator. La madre de Patiño testificó que al menos entre su parentela fueron 35 las víctimas. Entre ellas, el medio hermano de Patiño y su socio principal, Luis Alfonso Ocampo Fómeque, a quien todos conocían como Tocayo.

Ese asesinato perpetrado en febrero de 2004 por un sicario de la estructura de cobro de Chupeta apodado 'El Mosco', agudizó una confrontación que en menos de 10 años precipitó el relevo generacional entre los narcotraficantes del cartel del norte del Valle. Unos murieron, otros cayeron presos. Algunos se vieron forzados a abrir nuevas fronteras para su negocio ilícito. Sin mucha prevención por las vendettas extendidas, un cuñado de Chupeta terminó uniéndose con un aliado esencial de Patiño para abrir un exitoso capítulo de narcotráfico y lavado: Argentina.

Esa es la historia contextual que se configura detrás de la captura, esta semana en Bogotá, de Alejandro Gracia Álvarez, alias Gato Seco, a quien se señala de ser uno de los cerebros de una gigantesca operación de lavado de dineros del narcotráfico, inicialmente calculada en US$900 millones, que se consolidó a partir de 2004 en Argentina.  (Vea actualización de esta información abajo) El imperio económico de los hermanos Juan Fernando e Ignacio Álvarez Meyendorf, que al mismo tiempo resultó ser el desembarco en ese país de una embajada de capos en desbandada exportando sus redes de sicarios y lavadores.

Para entender este laberinto delincuencial es necesario volver al comienzo. Los años 80 en Colombia en la región del norte del Valle, antesala del océano Pacífico. Mientras el capo Pablo Escobar Gaviria, sus socios y sus secuaces desataron una guerra contra el Estado y la sociedad con su estructura terrorista denominada el cartel de Medellín, en el occidente del país, a través de una extendida y bien disimulada acción de soborno y corrupción, se constituyeron dos organizaciones mafiosas en su momento no muy perseguidas: el cartel de Cali y el cartel del norte del Valle.

El primero en cabeza de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, dos potentados impunes con un sofisticado enclave de negocios a nivel nacional que empezaba con el equipo de fútbol América de Cali. El segundo formado por diversos negociantes de la región, algunos de ellos con pasado común como expolicías. Entre los municipios de El Dovio, Zarzal, El Águila, Trujillo, La Victoria, Cartago Obando o Versalles, en la segunda mitad de los años 80, con notoria ausencia de autoridad, la población civil tuvo que acostumbrarse a los excesos e impunidades de estos narcos.

Cuando cayó abatido Pablo Escobar en diciembre de 1993 y el Estado y la justicia de Estados Unidos concentraron su interés en los carteles de Cali y el norte del Valle, comenzó el sálvese quien pueda de sus artífices. En medio de la ofensiva contra los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, quienes cayeron presos en junio y agosto de 1995, los capos del norte del Valle optaron por una estrategia más segura. Bajo el amparo de una ley permisiva (ley 81 de 1993), se entregaron a las autoridades y trasladaron sus negocios a las cárceles donde se sentían más seguros.

Eso sí, quedaron en evidencia los jefes. El de mayor rango, el ex policía Orlando Henao Montoya, a su vez hermano mayor del clan familiar de Fernando, Arcángel y Lorena Henao. De su círculo inmediato, también preso bajo la ganga jurídica, otro expolicía, Víctor Patiño Fómeque, apodado El Químico. Con ellos, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta. En ese momento todos promediando entre los 30 y 40 años. En la clandestinidad los que aún no aparecían en los prontuarios, como Wilber Varela, alias Jabón, igualmente expolicía y jefe de sicarios de Henao y demás socios.

En la cárcel, Orlando Henao, Víctor Patiño y Chupeta amainaron el aguacero del asedio judicial contra el narcotráfico en Cali o el norte del Valle, pero trasladaron su guerra, a la que no sobrevivió el capo mayor Henao, asesinado en la penitenciaría de La Picota de Bogotá el 13 de noviembre de 1998. Lo sucedió en el poder Wilber Varela, alias Jabón, y entraron a secundarlo El Químico y Chupeta cuando dejaron la prisión hacia 2001. Con la gente del cartel de Cali fuera de la pelea por el negocio, con asociados del pasado y el presente, el cartel del norte del Valle entró a mandar en el narcotráfico.

No obstante, a falta de acción judicial en Colombia para contener esta restructuración mafiosa, Estados Unidos presionó al gobierno Samper enredado en las telarañas del proceso 8000, y logró que, a partir de 1997, reviviera la extradición prohibida en la constituyente de 1991. Los capos del norte del Valle volvieron a quedar en la mira y en 2002, luego de probarse que nunca renunció a su condición narcotraficante, Patiño Fómeque terminó extraditado. A las puertas de una condena equivalente a la pena perpetua, El Químico decidió colaborar con la justicia norteamericana.

Entonces fue Troya en Colombia y remezón en la cúpula del cartel del norte del Valle. Primero reaccionaron los violentos y declararon el exterminio de la familia Patiño Fómeque. Después se sucedieron múltiples vendettas entre los clanes enfrentados por la disyuntiva de persistir en el negocio o la rendición ante Estados Unidos. Unos cayeron acribillados, otros huyeron del país por diversas rutas, algunos negociaron su entrega con la DEA y después con fiscales en cárceles norteamericanas. La crisis y la estampida se dieron cuando el presidente Álvaro Uribe iniciaba su mandato.

Después de librar una guerra con Diego Montoya que dejó decenas de muertos en las calles y veredas del norte del Valle, luego de que su rival, creador de “Los Machos”, fue extraditado a Estados Unidos en 2007, Wilber Varela, alias Jabon, jefe de “Los Rastrojos” se refugió en Venezuela con los hermanos Javier y Luis Enrique Calle, apodados Los Comba y con Diego Pérez Henao, alias Diego Rastrojo. En ese momento, hacia ese país ya se movían otros narcos de Colombia. Del norte del Valle, de los llanos orientales, o de la oficina de cobro de Envigado, sustrato del cartel de Medellín.

En Colombia arreciaba la extradición hacia Estados Unidos impulsada por el gobierno Uribe, empezando por los capos de Cali, Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. En Venezuela, pronto alias Jabón cayó asesinado por sus propios secuaces en Mérida en enero de 2008 y cuando sobrevino la vuelta de tuerca de la era Santos que cambió las relaciones con el gobierno Chávez, se desató la redada. Beto Rentería del norte del Valle en julio de 2010, Maximiliano Bonilla, de la oficina de Envigado en noviembre de 2011, Daniel Barrera, alias El Loco, en septiembre de 2012.

Al tiempo que Wilber Varela y sus socios afrontaban su destino fatal en Venezuela, otros de sus compinches cayeron en la retirada de los capos que empezó en 2003. Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño fue capturado en Cuba en 2004 y extraditado a Estados Unidos. El ex coronel de la Policía Danilo González fue asesinado a tiros en marzo de 2004 en Bogotá cuando intentaba tomar la ruta de la DEA para colaborar con la justicia norteamericana. El capo más escurridizo de todos resultó ser Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta que organizó su propia ruta de escape.

Con su rostro cambiado a través de múltiples cirugías, huyó a Brasil, país donde fue detenido en agosto de 2007 y luego extraditado a Estados Unidos. Sin embargo, antes de su ocaso narcotraficante, Chupeta abrió un camino nuevo que alcanzó a ser exitoso. En 2003 envió a su cuñado Alejandro Gracia Álvarez, alias Gato Seco a Argentina, y éste caleño, hoy de 46 años de edad, fungiendo como supuesto agente inmobiliario y empresario, se asoció a los hermanos Juan Fernando e Ignacio Álvarez Meyendorf y en menos de 10 años lavaron más de US$900 millones.

Paradójicamente, Juan Fernando Álvarez Meyendorf había sido el hombre que reemplazó a Luis Alfonso Ocampo Fómeque o Tocayo, hermano medio de Víctor Patiño, cuando aquel fue asesinado en 2004 por la gente de Chupeta. Ahora, los destinos de Juan Carlos Ramírez y El Químico volvían a alinearse sin muchos resquemores. El cuñado de Chupeta con los socios de Patiño. Y un cuatro personaje a bordo para los temas de fachada: Ignacio Álvarez Meyendorf, que en pocos años ya oficiaba como empresario y exportador en Argentina en asocio con Alejandro Gracia y otros.

Un negocio tan próspero que pronto tuvo más socios. Hasta que la justicia norteamericana se volvió a atravesar y puso al desnudo la ruta. En desarrollo de la operación Cuenca del Pacífico, a mediados de 2010, fue desvertebrado el tentáculo que dejó trazado Chupeta antes de terminar en una cárcel de Estados Unidos. Primero cayó en 2010, en el shopping de Alto Palermo en Buenos Aires (Argentina), Luis Agustín Caicedo, que resultó ser el socio directo de Daniel Barrera, alias El Loco, el capo mayor de los llanos orientales que también le había apostado al lavadero de Argentina.

Tiempo después, en abril de 2011, cuando regresaba de vacaciones en la isla de Taití con su familia, fue capturado en el aeropuerto de Ezeiza, Ignacio Álvarez Meyendorf. Su hermano Juan Fernando negoció con la DEA y en abril de 2013 se entregó en Estados Unidos. En la batida fueron aprehendidos algunos enlaces, incluso la viuda del narcotraficante de los llanos orientales, Oliverio Guerrero, alias Cuchillo, abatido por la Policía en Colombia en 2010. Aunque los Álvarez Meyendorf terminaron en cárceles norteamericanas, dejaron un camino abierto en el sur del continente.

Pero faltaba el cerebro. El cuñado de Chupeta que desde las firmas Gracia Enterprises, Gracia Zapata u otras cuantas más que estructuró en Argentina, unas de papel y otras de fachada como productor o exportador, le permitieron amasar una fortuna con dineros ilícitos. Lo último que se sabía del personaje es que en 2011, cuando se desató la redada internacional contra sus socios en Argentina y Colombia, entre otros países, Alejandro Gracia Álvarez había salido de Buenos Aires sin regreso. Lo capturaron en Bogotá el pasado 17 de enero y seguramente terminará en Estados Unidos.

Como lo reconocieron alguna vez los extraditables de los años 80, en el camino del narcotráfico, tarde o temprano se llega a dos destinos: la cárcel o el cementerio. Se sabe que Víctor Patiño ya pagó su condena y al parecer ha vuelto a sus andanzas. Chupeta sigue preso y las rutas alternas en Venezuela o Argentina están advertidas. Pero cada vez que caen aliados como los Álvarez Meyendorf o Alejandro Gracia, o llegan noticias de narcotraficantes colombianos asesinados en el exterior o extraditados a Estados Unidos, queda en evidencia que los carteles de ayer se resisten a morir.

Nota del Editor: Tras la extradición a Argentina del señor Alejandro Gracia Álvarez se le siguió su proceso y el Tribunal Oral En lo Criminal Federal de La Plata, Argentina, sobreseyó el 23 de octubre de 2017 los cargos en su contra por asociación ilícita, y dispuso su libertad .

Por Redacción ipad

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