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Historia de un colombiano preso en Kazajistán

Leonardo Díaz Calvo debe pagar una condena de 18 años en una prisión de máxima seguridad en ese país de Eurasia, en donde sólo hay tres connacionales sentenciados.

María Paula Rubiano
25 de febrero de 2016 - 04:34 a. m.

“Estoy en problemas. Estoy preso en Kazajistán, me acusan de narcotráfico. Pero esto se resolverá y pronto vamos a estar juntos”. Ese fue el mensaje de voz con el que Leonardo Díaz reapareció en enero de 2011, en la vida de su esposa, Ana Peñalosa, quien llevaba ocho meses sin saber de él. Desde ese día su familia ha hecho gestiones para que Leonardo Díaz regrese a Colombia, pues dicen, su condena fue injusta. Sin embargo, una resolución del Ministerio de Justicia parece haber acabado con esa posibilidad.

La resolución del 30 de noviembre de 2015 reiteró lo que otro documento de esa misma cartera ya había establecido en agosto pasado: que la repatriación por motivos humanitarios de Leonardo Díaz no había sido autorizada y que tendría que pagar los 12 años de su condena en la provincia de Almaty (Kazajistán). Según Díaz, las palabras con las que el cónsul colombiano en Moscú, Hernando Piñeros, les comunicó la resolución a él y a los otros dos colombianos presos en ese país fueron aplastantes: “Ustedes ni siquiera estén optimistas. De aquí nunca van a salir”.

Ante el desolador panorama Leonardo Díaz decidió comenzar una huelga de hambre a partir del pasado 1° de febrero. “(Para evitarlo) mi hijo, Julio César Díaz, buscó a Blanca Henríquez, una abogada que trabaja por las repatriaciones de los colombianos presos en el extranjero”, le contó Ana Peñalosa a El Espectador. La abogada les dijo: “No es cierto que sea imposible su regreso. En el caso de este señor, que es de la tercera edad y que dice que fue condenado injustamente, Colombia tiene la obligación de intentarlo de nuevo”. Esta posibilidad detuvo la amenaza de huelga del hombre que el próximo 27 de febrero cumplirá 60 años de haber nacido en Bogotá.

Ocho meses antes de que desapareciera para su familia, Leonardo Díaz salió del país el 23 de mayo de 2010 con rumbo a China, a donde dijo se dirigía para comprar mercancía que vendería en Colombia. En una carta que le envió al procurador Alejandro Ordóñez en 2012, señaló a un ciudadano italiano, de nombre Jean Luka Ventura, de haberlo engañado con la promesa de un negocio en China. En cambio, lo estaba usando, dice Díaz, como chivo expiatorio para entrar drogas a Kazajistán. Si bien son contados los minutos en los que Ana Peñalosa puede hablar con su marido cada semana o cada que lo dejan llamar, él le ha dado a entender que fue Ventura quien lo contactó para que viajara a China. “Mi hijo me dice que incluso ese señor fue quien le pagó el pasaje y los viáticos”, comentó.

Salir del país para hacer negocios no era extraño para Leonardo Díaz. Dice su esposa que la primera vez que abandonó las fronteras colombianas fue en septiembre de 1988, cuando representó a Colombia en un congreso internacional de ciencia política en Washington. El entonces docente de la universidad Pedagógica “se demoró un mes, volvió y esperó que naciera el segundo de sus hijos, lo registró y se devolvió el 22 de diciembre de 1988”, cuenta Ana Peñalosa. Regresó ocho años después, cuando obtuvo la ciudadanía norteamericana. En Miami se volvió un “todero” y, al ver que ya no podía continuar como profesor, se volvió vendedor independiente.

Desde 1996 viajaba constantemente entre Colombia y Estados Unidos trayendo ropa y otros productos para vender. Incluso, dice su esposa, trabajó como vendedor en Colombia de una empresa de chocolates estadounidense. Por eso no desconfió ante la posibilidad del negocio en China. Salió de Colombia en un avión de Avianca el 22 de mayo de 2010. Al otro día llamó a su esposa desde Río de Janeiro. Le prometió que después de ese viaje nunca más se separarían, que la próxima vez que viajaran lo harían juntos. Se montó en el avión que lo llevó al aeropuerto de Almaty, antigua capital de la República de Kazajistán, a donde llegó el 25 de mayo.

“A él lo cogieron y le rompieron los zapatos y todas sus cosas, y según él me cuenta, no hallaron nada”, dice Ana Peñalosa, quien añade: “Él no conocía el idioma y lo condenaron en ruso. Nunca lo investigaron. Él me dice que el abogado de oficio no lo defendió, que al contrario le dijo que se declarara culpable, y por eso renunció al abogado”. En la carta que envió al procurador Ordóñez, Díaz explica que “ni mi familia (ni yo) estamos en condición financiera de apelar el fallo”.

Justamente fue en 2012 que Leonardo Díaz buscó a la Cancillería colombiana, al ver que regresar por Estados Unidos sería imposible. En 2014 fue trasladado al penal de régimen estricto en el que hoy se encuentra retenido, el L 155/8. Durante meses lavó desnudo el único overol que tenía, en una región donde las temperaturas pueden descender hasta los 37 grados bajo cero. Allí, le dijo a su esposa, sufrió una golpiza que le partió el coxis y que lo tuvo hospitalizado durante dos meses.

Además, a pesar de ser alérgico, las autoridades le han aplicado en varias ocasiones el antibiótico trimetroim, lo que, dice, ha comprometido su sistema renal. En una de las últimas llamadas a su esposa, Leonardo Díaz le contó que al parecer, tiene un quiste en los riñones. Las placas de platino que recubren su pierna derecha desde 1979, cuando sufrió un accidente de tránsito, le duelen cada vez que debe salir al frío kazajo. Fuentes de la Cancillería que conocen el caso, sin embargo, le contaron a este diario que no hay nada que hacer. Su repatriación se negó porque no sufre una enfermedad terminal, que es la razón principal para concederla.

Sobre el estado de salud de su esposo, Ana Peñalosa afirma: “El cónsul de Colombia en Moscú me dice que nada se ha confirmado, que según los documentos del penal él está bien, que no tiene nada”. Aun así, Blanca Henríquez le explicó a este diario que “como esta no es decisión judicial, puede realizarse de nuevo una solicitud formal, pues no hay última palabra”. Por eso, cada vez que se despide de las cortas llamadas que su esposo le hace desde Kazajistán, Ana Peñalosa le dice a su esposo: “Tenga fe, papito. Tenga fe”.

Por María Paula Rubiano

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