Julio Daniel Chaparro: la memoria de un periodista y poeta de El Espectador

Daniel Chaparro tenía ocho años cuando vio por última vez a su padre, el periodista de El Espectador asesinado en Antioquia.

Catalina González Navarro
24 de abril de 2016 - 01:55 a. m.

“Uno lee su poesía y percibe a un ser adolorido. Pero era una persona feliz. Tenía una familia estable, escribía poesía, trabajaba en un periódico importante. Me cuentan que nunca se quejaba”. Estas reflexiones rondan hoy por la cabeza del politólogo e historiador Daniel Chaparro, hijo del periodista de El Espectador Julio Daniel Chaparro, asesinado junto al reportero gráfico Jorge Torres Navas el miércoles 24 de abril de 1991, hace 25 años, en una oscura calle de Segovia (Antioquia).

Habían llegado al pueblo tres horas antes para realizar un reportaje sobre el impacto que aún se sentía entre la gente por la masacre paramilitar ocurrida el 11 de noviembre de 1988. Iba a ser la quinta publicación de la serie “Lo que la violencia se llevó”, que Chaparro había comenzado en febrero con la crónica “A Volador lo mataron las armas”, para recordar lo sucedido en ese corregimiento de Tierralta (Córdoba), escenario de otra masacre en marzo del mismo año. La primera versión del doble asesinato fue que las Farc los habían confundido con agentes de inteligencia militar.

En esa época, el presidente César Gaviria anunció una investigación a fondo y calificó el hecho como “una agresión contra la libertad de prensa”. Sin embargo, nada de lo prometido se cumplió y el expediente quedó en la absoluta impunidad. Ahora, Daniel Chaparro y su familia aguardan que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos admita el caso y el Estado sea conminado a reconocer las omisiones de la justicia, al tiempo que no renuncia a recobrar su memoria. Por eso hoy, en la Feria del Libro, leerá públicamente los últimos escritos que dejó su padre. (Vea el video: Julio Daniel Chaparro visto por su hijo).

De sus días de infancia junto a él tiene pocos recuerdos. Pasan por su mente como fotografías de días de paseo al río o jugando fútbol. Pero conserva intacto el momento de la despedida. “Yo estudiaba tercero de primaria en un colegio cerca de la casa y él se apareció en el descanso porque se iba de viaje. Fue la última vez que lo vi”, rememora. Después se enteró de su muerte por una amiga de la familia que le dijo que no iba a ir al colegio. Luego le dio la noticia. Todavía conserva las imágenes de un periodista de la época que le preguntó qué sentía y él contestó: “la vida continúa”.

Nunca extravió su rastro y 16 años después, en 2006, decidió hacer su tesis de pregrado sobre Segovia. En ese momento conoció más quién fue su padre e hizo el duelo que la niñez aplazó en su tiempo. “Durante mucho tiempo le di la espalda al tema y me deslumbré al leerlo. Me sedujo su poesía, las razones que lo movían a ser escritor. Sus crónicas perfectas, redondas. Entonces me enamoré de nuevo de su ser y sus palabras”. Del poeta y del cronista. Más que del reportero que tomaba notas periodísticas, del escritor que se tomaba todo el tiempo para moldear sus poemas.

Héctor Julio Chaparro, ese sí periodista absoluto con varias décadas de oficio encima y padre de Julio Daniel, refiere que desde niño siempre se esmeró en escribir versos libres y que los corregía una y otra vez. Desde ese momento tenía una clara vocación por las letras. Chaparro padre recuerda que el primer trabajo de su hijo fue en la emisora Radio 5, en Villavicencio (Meta). Su misión era dar la hora y anunciar las canciones. Sin embargo, no lo hacía a tiempo por una razón: “Siempre llevaba bajo el brazo un libro y se le olvidaba cumplir con su deber porque se ponía a leer”.

Julio Daniel creó con algunos amigos la revista Nuevo Oriente. Después viajó a Bogotá e ingresó a la emisora Nueva Frontera, dirigida por Luis Carlos Galán. Ahí conoció a la periodista Marisol Cano y fue ella quien lo invitó a trabajar en el Magazín Dominical de El Espectador. Héctor Julio Chaparro conserva en su casa de Villavicencio todos los recortes de esas publicaciones. Algo parecido a lo que hace su nieto Daniel, quien en las paredes de su apartamento en Bogotá tiene pegadas las cartas que su padre le escribió, lo mismo que una imagen, en blanco y negro, con el gesto sonriente de su padre.

En la biblioteca están los libros que escribió: Y éramos como soles, una antología poética de 1986; País para mis ojos, de 1988, y Árbol ávido, el libro que Julio Daniel Chaparro iba a presentar en la Feria del Libro de Bogotá de 1991. Su asesinato coincidió con la fecha de impresión del texto. Por eso, a última hora, en la introducción del libro fue necesario aclarar lo que había sucedido. También por la misma razón, la carátula del libro fue negra. “El lanzamiento fue póstumo”, cuenta Daniel Chaparro. Sus familiares y amigos leyeron los poemas que Julio Daniel no alcanzó a ver publicados.

Tiempo después, su tío Rolando transcribió en una máquina de escribir todas las crónicas que publicó en El Espectador y, con el apoyo de Reporteros sin Fronteras, publicó en 1992 el libro Papaíto país. Catorce años más tarde, el 14 de abril de 2006, el día que Julio Daniel debía cumplir 44 años, apareció el texto Antología viva, en el cual quedó recogida su obra, incluyendo aquellos poemas en que intuyó su muerte: “Si una noche cualquiera me encuentran muerto en una calle y ven mi boca repleta de insectos rabiosos trabajando en mi lengua, no me sufran: habrá sucedido que caí antes de escuchar el balbuceo de mi hijo”.

Hoy, 25 años después del asesinato de su padre, Daniel Chaparro volverá a leerlos de dos a cuatro de la tarde, en un conversatorio, en el estand del Centro Nacional de Memoria Histórica, en la Feria del Libro. Un acto de homenaje a su memoria. Al hombre que nació en Sogamoso en 1962; se hizo poeta y periodista en Villavicencio; se radicó en Bogotá donde armó hogar, destino, y escribió día y noche más poemas que noticias; y a sus 28 años encontró la muerte siguiendo el rastro de los victimarios en Segovia. Un patrimonio de talento que terminó por contradecir el rótulo de su última serie, porque nunca su memoria hizo parte “De lo que la violencia se llevó”.

 

cgonzalez@elespectador.com

Por Catalina González Navarro

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