La emotiva carta que Alejandra Gaviria le escribe a su padre 30 años después de su muerte

El 10 de diciembre de 1987 Francisco Gaviria, militante del Partido Comunista y de la Unión Patriótica, fue desaparecido, torturado y asesinato. 24 horas después apareció su cadáver en el municipio de Envigado. Hoy, 30 años después, su hija le escribe una carta que este diario reproduce a continuación.

Redacción Judicial
10 de diciembre de 2017 - 03:33 p. m.
Francisco Gaviria murió el 10 de diciembre de 1987. / Cortesía
Francisco Gaviria murió el 10 de diciembre de 1987. / Cortesía

"Querido Papá.                                               

Hoy, cuando se cumplen 30 años de tu detención-desaparición, tortura y asesinato, es la primera vez que te escribo una carta. Cuando sucedieron “las cosas” yo tenía 6 años y apenas empezaba a comprender las letras.

A partir de tu muerte y con el paso de cada año en que te conmemoramos, he hecho muchas cuentas. Cuando cumpliste 7 años de ausencia, fue el momento en que el tiempo sin tu presencia había superado el tiempo en que estuvimos juntos. Luego, cuando llegamos a los diez años de “los hechos”, el peso era grande pues marcaba una cifra redonda, una década en donde lo que más pesaba era la impunidad y el silencio en tu caso, que coincidía con mi casi mayoría de edad y que entonces cernía en mi una avalancha de preguntas sin respuesta; aunque mi mamá se esforzara por contarnos cada detalle sobre ti que nos permitiera conocerte mejor. Pero al final la cuestión era ¿Por qué? ¿Por qué querían matarte? ¿Por qué no les bastó con asesinarte, por qué tenían que torturarte? ¿Quién se beneficiaba con la tortura y asesinato de un joven de 32 años, estudiante de comunicación social, líder estudiantil, de la Juventud Comunista y líder de la Unión Patriótica –UP–, padre de dos hijas y de un hijo que venía en camino? ¿Por qué nunca el Estado hizo nada por esclarecer los hechos y por protegernos a nosotras; sino que al contrario en tu expediente las únicas preguntas que se hacían eran tendientes a dejar una duda frente a la posibilidad de ser guerrillero, como sí eso justificara tu tortura y muerte? Y ¿por qué a nosotras nos tocó salir huyendo y escondiéndonos? ¿Qué hicimos?

(Le podría interesar: Los visitantes de la Cuarta Brigada)

Cuando llegamos a la conmemoración de los 20 años, me encontré con una impunidad aún más pesada, pues en Colombia estos casos prescriben y por lo tanto tu débil expediente, compuesto por poquísimas páginas, la mayoría de ellas haciendo referencia a preguntas de tu familia, con una investigación que nunca paso de su etapa “preliminar” y según la justicia con “responsable desconocido”, era cerrado. Pero también esta fue la fecha en que tus hijas Manuela y yo, al lado de otros hijos, decidimos que públicamente no conmemoraríamos más el silencio, ni mucho menos la resignación. Llevábamos años rumiándolo, durante la Universidad nos encontramos con muchas hijas e hijos como nosotras, y fuimos tejiendo respuestas, acompañándonos, recobrando fuerzas y dándole un sentido a todo lo que nos había sucedido y a lo que podíamos hacer con eso. Deje de poner mis esperanzas en encontrar respuestas en la justicia. Se mantendrían callados y a lo sumo, –si hipotéticamente hubieran querido hacer su trabajo– lo máximo que podríamos tener sería a unas personas en la cárcel, que seguro no serían quienes idearon todo el plan de exterminio no solo en contra de mi padre, o contra la UP. La cuestión en este país es más profunda y la solución también.

Pero “la verdad” es importante. Contar la verdad sobre ti, sobre tus compañeros del proyecto político, sobre tus compañeros de universidad y sobre tus sueños es algo que podíamos hacer. Y empezamos, trabajamos siempre de la mano y logramos que la Universidad de Antioquia te graduara. En el año 2008 recibimos tu diploma post mortem como comunicador social y periodista, y paradójicamente la justicia declarara tu caso como “crimen de lesa humanidad” que, por lo tanto, no podía prescribir y  el Estado colombiano debía hacer todo lo posible por esclarecer tu caso y sus responsabilidades (aunque vale la pena preguntarse qué significa eso más allá de un nombre, porque hasta el momento no conocemos de ningún avance en tu caso).

Sabíamos cómo eras. Nunca te hubiera gustado que hablaran de ti como individuo, sin comunidad, sin causa, sin relaciones. Reconstruimos el contexto en donde viviste tu último tiempo, nos dimos cuenta que el silencio y olvido social no tenía que ver solo con tu caso, en tus diversos espacios había pasado lo mismo con otras personas y nadie hablaba de eso. Usamos nuestros conocimientos universitarios, investigamos y, extrañadas, nos dimos cuenta que haces parte de una lista macabra que estamos reconstruyendo. En el año 1987, en la segunda mitad del año, entre julio y diciembre, fueron asesinadas 17 personas de la comunidad de la Universidad de Antioquia. Cinco profesores y doce estudiantes. ¡Terrible!, pero hay que contarlo y hay que saberlo. También nos dimos cuenta que haces parte de las más de 5.000 personas militantes de UP que fueron asesinadas en este país por pertenecer a un partido político, lo cual se ha constituido en el único genocidio por razones políticas en el mundo. ¡Horrible!, pero hay que reconocerlo. Nos dimos cuenta que en este contexto murieron la mayoría de tus amigas y amigos. Por ejemplo uno de tus amigos más queridos, Carlos Gónima, también de la UP, quien contra todas las amenazas se atrevió a decir unas palabras de despedida en tu entierro, fue asesinado a los dos meses. Nunca tuvimos la oportunidad de darle las gracias. ¡Desgarrador!, pero es la verdad.

(Vea este especial: Antioquia 1987, bajo el yugo paramilitar)

Cuando hace poco cumplí 33 años fue un momento muy fuerte para mí, porque significaba que yo había tenido la oportunidad de vivir más años que tú y desde ese momento te superaba en edad. Pero además era extraño, porque iba a tener tu misma edad y estaba viviendo un momento similar al que tú tuviste en cuanto al trabajo y la apuesta política. Por lo tanto, es un buen momento para escribirte y ver que con el paso de los años son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan. He tenido la fortuna de vivir más o menos a tu misma edad un proceso de paz que nos ha devuelto la esperanza, de que en este país las cosas pueden ser diferentes. No puedo negar de dónde vengo, ni mi historia al ser hija de un padre y una madre que creyeron en la paz, que hicieron parte del partido político resultante del proceso de paz de 1985, la UP. Este proceso de paz retumbó en mis oídos, convocó a todas las partes de mí ser de manera contundente, sin dejarme duda de que es un verdadero privilegio poder aportar en algo. Como la propia lucha que tú diste por la paz, la que estamos dando en este tiempo es dura y llena de incertidumbres, pues es un camino que aún no conocemos.

Siguiendo con las cuentas, a diferencia de ti que tuviste la fortuna de tener un padre con una larga existencia que ya se acerca a cumplir los 100 años, yo te perdí en tiempos de paz y eso hace que sin duda mi convicción por la paz este atravesada no solo por la esperanza, sino que tenga otros ingredientes, como la urgencia y el temor. Urgencia, porque al haber vivido de manera tan cercana la historia del horror en Colombia, me urge, tengo prisa de que eso deje de suceder, de que hagamos pasos reales y certeros hacia ese camino en que nadie más tenga que vivir lo que tú, lo que yo y otros millones de colombianos hemos tenido que vivir. Y temor, porque hay veces siento que pasan cosas tan similares a las que tú viviste hace 30 años, que lo último que quisiera es que una vez más la historia del incumplimiento de los acuerdos de paz se repitiera. Pienso ahora que si todo hubiera salido bien en ese entonces, cuando tú vivías, nos hubiéramos ahorrado mucho dolor en este país.

(Lea: El terrorismo de los narcos: nunca Colombia sufrió tanto)

Treinta años permiten hacer un balance. Tus hijas hemos crecido y nos hemos esforzado porque la historia de nuestras propias vidas no se base solo en la perdida. Sobrevivimos, hubo momentos duros, pero durante estas décadas hemos tenido la grandiosa oportunidad de contar con amorosas y generosas personas, empezando por nuestras familias extendidas que han aportado a lo que ahora somos, que nos han cuidado y apoyado incondicionalmente. Hemos conocido el amor y solidaridad en todas sus formas. Y hemos aprendido a querer nuestra historia, con todo lo que ello conlleva, como lo más valioso, porque es a través de ella que hemos recibido nuestra más hermosa herencia: la idea de que la vida es valiosa, que no importa lo que esté sucediendo, las cosas siempre pueden cambiar y nosotros podemos hacer que ese cambio suceda. Manuela y yo hemos podido vivir más años que tú, eso me asustó en un momento, pero tal vez es una prueba contundente de que no estamos condenados. Tal vez, a diferencia de ti, logremos mantener nuestro pensamiento y acción comprometido con la paz y la justicia social, y logremos también llegar a viejas sin ser perseguidas. Eso sería señal de que algo ha cambiado de manera significativa en nuestro país.

Te quiero, gracias por haberme dado la vida, por haberme invitado a aprovechar de manera intensa el corto tiempo que estuvimos juntos, eso hace que tu amor y enseñanzas como papá resistan cualquier idea de presencia limitada a la materia, así como superen cualquier cuenta matemática del paso del tiempo".

Por Redacción Judicial

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar