La misión de motivar la lectura en las cárceles

Hoy, 398 personas privadas de la libertad son bibliotecarios. Su propósito es encontrar en los libros un camino para que sus compañeros y ellos mismos se rehabiliten mientras recobran su libertad.

Cristian Steveen Muñoz Castro / @CristianSteveen
22 de marzo de 2018 - 09:00 p. m.
El estadounidense Barry Bradford es bibliotecario de la cárcel La Modelo.  / Cristian Garavito - El Espectador
El estadounidense Barry Bradford es bibliotecario de la cárcel La Modelo. / Cristian Garavito - El Espectador

Marco Tulio Cicerón, o Cicerón —a secas—, retórico y estudioso de la prosa en latín en épocas romanas, dijo que un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma. Una cárcel se puede convertir en un hogar mientras se paga una condena o se es absuelto, sobre todo si allí hay libros para ayudar a la imaginación a volar y hay quién los cuide: ese es el trabajo que cumplen 398 personas privadas de la libertad que ejercen como bibliotecarios en 135 establecimientos de reclusión que tiene a cargo el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec). ¿Quién no se pierde en su imaginación cuando navega en los versos de un libro?

Estos bibliotecarios se desempeñan bajo las reglas de un empleo común y corriente. Abren de 9 a.m. a 3 p.m., mantienen el área limpia, organizan ejemplares y motivan el hábito de la lectura entre los demás reclusos. En contribución, por cada jornada, se ahorran ocho horas de su pena. “La biblioteca la tenemos como un espacio de creatividad y crecimiento académico. A través de títulos bibliográficos se busca un soporte para la resocialización y rehabilitación de los que estamos acá”, explica el abogado Juan Carlos Orjuela, condenado a nueve años por estafa, concierto para delinquir y enriquecimiento ilícito.

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El condenado, quien apeló su fallo y espera una respuesta del Tribunal de Bogotá, lleva un año y tres meses detenido. “Esto deja un proceso reflexivo. Un proceso de colaboración a todo un conglomerado social privado de la libertad y a colocarse en esta situación con el fin de cambiar. Aquí se genera un filtro donde quedan los que realmente apoyan este tipo de situaciones, los que no te estigmatizan y te tildan”, explicó Orjuela Rodríguez, quien vestía chaleco café y camiseta polo blanca, uniforme característico de los seis bibliotecarios que hay en la cárcel La Modelo, en Bogotá. “Me he leído 82 libros”, agregó. En Colombia, actualmente, hay 141 bibliotecas en centros penitenciarios del país, según registros del Inpec.

Como parte de las normas para el tratamiento de los reclusos, Naciones Unidas estableció que cada establecimiento debe contar con una biblioteca. Febe Lucía Ruiz, coordinadora del Grupo de Promoción Cultural, Deportiva y Recreativa del Inpec, comenta que estos espacios también surgen como una necesidad de los detenidos de acceder a la información, al conocimiento y a procesos de interacción, resocialización y rehabilitación. “Los bibliotecarios tienen el enorme reto de seducir a los lectores. Son la columna vertebral del quehacer diario, entre las cuales se cuenta con los clubes de lectura de español e inglés, lecturas en voz alta, cineforos y concursos de cuento y poesía”, sostiene.

El Inpec destina parte de sus recursos para la dotación de las bibliotecas, pero entidades públicas y privadas también apoyan la causa con donación de ejemplares y recursos económicos. Barry Bradford, de California (Estados Unidos), le dijo a El Espectador que el pasado 6 de febrero el ministro de Justicia, Enrique Gil Botero, donó varios ejemplares a la biblioteca. “Todo era diferente a como la vemos ahora, había pocos libros y eran viejos. Se empezaron a sacar los viejos, se trajeron los nuevos y ayudé a etiquetarlos. Hemos ido mejorando y ha habido muchas donaciones. La biblioteca ha sido una bendición”, asegura el estadounidense.

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Bradford fue condenado a cinco años y medio a principios de 2017 por tráfico de estupefacientes. Llegó a Colombia de turismo y, de regreso a su país, cuenta, le pidieron que llevara unos documentos a cambio de un pago económico. “Cuando llegué al aeropuerto y pasé la maleta por un escáner me dijeron que la abriera. Había drogas. Fui engañado”, dice este hombre de 56 años. A pesar de la sentencia en su contra, no se arrepiente porque ha conocido gente “interesante”, tiene a su cargo el grupo de lectura de inglés y un libro de la geografía colombiana que lo sedujo a conocer el país. Es claro en manifestar cuál es el sitio que quiere visitar cuando recupere su libertad: Villa de Leiva. “Creo que voy a salir mejor de lo que entré, ha sido una buna experiencia. Colombia me gusta, me gustaría vivir acá, ¿por qué no?”.

La biblioteca de la cárcel La Modelo cuenta con aproximadamente 2.940 ejemplares, según expone Camilo*, un pereirano condenado a cinco años y seis meses por tráfico de divisas. Es egresado en geografía y ordenación de territorios de la Universidad Autónoma de Madrid, por lo que cumplía sobradamente uno de los requisitos para ser bibliotecario: bachiller. También mostró un buen comportamiento, interés por la lectura y vocación de servicio, aspectos que se tienen en cuenta para escoger a este significativo grupo de personas. Su condena la resume en una frase: “El dinero es un factor que influye en muchas decisiones que uno toma en la vida y eso nos lleva a cometer errores”.

Para Camilo, de 28 años, estar pagando una condena le ha dejado una profunda reflexión, pues ha aprendido a manejar comportamientos que antes no percibía, como el ego, por ejemplo. Resalta, también, la vocación por la lectura que antes no tenía y que le ha dejado lecciones de vida. Agradece a su mamá, hermano y tío, a quienes adora y espera ver cuando salga de la reja negra que lo separa de la tan anhelada la libertad. Con los ojos visiblemente aguados, dice: “A mi mamá y hermano quiero decirles que los amo y los extraño mucho. Mi tío ha sido un ángel guardián. Esto lo hago por la voluntad propia de querer resocializarme para volver a mi vida normal”.

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Estos 398 bibliotecarios buscan su libertad a través de labores que permiten que los demás reclusos puedan resocializarse. Trabajan para ello, pero, además, encuentran en su ocupación y en obras bibliográficas una salida a la monotonía que impera. “Esto me ayuda a que la pena sea más ligera. Todos los días me preparo para ayudar a los demás a través del club de lectura que tengo”, sostiene Bienvenido Leonardo, un dominicano que afirma que 150 libros han pasado por sus manos en los tres años y cuatro meses que lleva detenido, y que en unas semanas pedirá su libertad ante un juez. “Le recomiendo A orillas del río Piedra me senté y lloré, de Paulo Coelho, porque ahí dice que el que no es feliz no puede brindar felicidad. Y yo soy feliz, por eso la gente me dice Felicito”.

* Nombre modificado a solicitud del entrevistado

Por Cristian Steveen Muñoz Castro / @CristianSteveen

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