La viuda que durante 32 años le rezó a la tumba de los verdugos de su esposo

La historia de Fabiola Hernández Guevara es de no creer. Su esposo falleció en la toma del Palacio de Justicia. Le entregaron unos restos en 1985, pero hace poco se enteró de que en la supuesta tumba de su marido estaban, en realidad, los despojos mortales de dos guerrilleros del M-19.

JUAN DAVID LAVERDE PALMA
01 de marzo de 2018 - 12:34 p. m.
Fabiola Hernández Guevara y Libardo Durán, el día de su matrimonio. / Archivo particular
Fabiola Hernández Guevara y Libardo Durán, el día de su matrimonio. / Archivo particular

A Fabiola Hernández Guevara le asesinaron a su esposo el 6 de noviembre de 1985 en la toma del Palacio de Justicia. Se llamaba Libardo Durán y era el escolta del magistrado Alfonso Reyes Echandía, el presidente de la Corte Suprema de Justicia. Treinta y dos años después la llamaron de la Fiscalía para decirle que donde creía que estaba enterrado Durán en realidad estaban los cuerpos de dos integrantes de la guerrilla del M-19. El Espectador se comunicó con doña Fabiola, y su relato es tan crudo y tan preciso que es mejor que salga así, en primera persona. Esta es su historia: 

“Esa mañana, el 6 de noviembre de 1985, mi esposo Libardo Durán salió corriendo de la casa a pagar unas cosas que había comprado en la tienda y, justo ese día, no se despidió de mí. Cuando estaba en la tienda llegó a recogerlo Nelson Buitrago, el conductor del presidente de la Corte Suprema de Justicia Alfonso Reyes Echandía. Libardo, que era policía, había sido designado como escolta del magistrado apenas 20 días antes. Él antes estaba en un grupo de contrainteligencia monitoreando grabaciones, pero siempre le había gustado la acción. Por eso pidió el traslado y vea usted a dónde fue a parar. Sé que ese 6 de noviembre Libardo quiso despedirse de mí, pero no alcanzó. Igual él siempre iba a almorzar al apartamento. Así que pensé: ‘Bueno, ahora lo veo’.

(En contexto: Desaparecidos del Palacio de Justicia: una búsqueda de varias generaciones)

Ese día yo tenía una entrevista de trabajo en el Banco Popular, ahí en el centro, muy cerca del Palacio de Justicia y, por eso, después pasé por allá e incluso alcancé a entregar mi cédula en la entrada. Quería ver si lo esperaba para que saliéramos a almorzar juntos. Pero luego me di cuenta de que quizá estaba perdiendo tiempo; así que agarré mi cédula y fui a cocinar a la casa. Me salvé por 10 minutos de la toma del M-19. Llegué a la casa y se me fue el tiempo cocinando. Le hice callos a la madrileña, su plato favorito. De pronto me tocó la vecina, me preguntó si Libardo había llegado a almorzar y entonces me dijo que prendiera las noticias. Me puse histérica. No paraba de llorar. Salí enloquecida buscando quién me llevara al Palacio. Me monté en una buseta. Ni siquiera pagué el pasaje.

Allá llegué y todo estaba acordonado. Era un caos. Yo gritaba y les decía que me dejaran pasar, que yo era la esposa del escolta del magistrado Reyes Echandía, que Libardo estaba allá, que lo rescataran. Recuerdo que intenté burlar la seguridad, que los golpeé, los arañé. Ellos me pedían que me calmara y al final me montaron en un carro del Ejército y me llevaron a la casa de mi mamá. Yo tenía apenas 20 años. Allá me acompañaron en la tragedia. A mí no me gustó que Libardo cambiara de trabajo. Es que a ellos, como escoltas, también les mandaron sufragios y amenazas. Alguna vez le dije al comandante de la Policía que cómo había sido posible que enviara a quienes protegían a gente tan amenazada con tan solo un revólver de seis balas. Los mandaron a la muerte.

(Lea también: ¿Cuánto tiempo más para saber la verdad del Palacio de Justicia?)

Pero volvamos a ese día. Seguimos escuchando las noticias, cada una más espeluznante que la anterior. Luego vino toda la confusión: que fuera a Medicina Legal a reconocer su cadáver; que no, que él estaba en un hospital; que no, que había noticias de que de pronto seguía con vida. En fin, así me tuvieron durante cuatro días hasta que me llamaron a decirme que el cuerpo de Libardo estaba en la bolsa 92 de Medicina Legal. Casi me desmayo con la noticia. Volví a Medicina Legal y vi cuerpos calcinados. La escena fue horrible. Entonces sacaron un ataúd sellado, sin ventanas, y me dijeron que ahí estaba Libardo. Y ya. Lo enterramos el 11 de noviembre en el cementerio El Apogeo. Ese día cumplíamos un año de casados.

Casi 31 años después los investigadores de la Fiscalía me buscaron para que yo les autorizara la exhumación del cuerpo de Libardo, pues seguían investigando el caso. Lo hice, sin mayores expectativas. Y cómo le parece que el pasado 18 de diciembre me llamaron a decirme que ahí donde estaba enterrado Libardo, en realidad, no estaba él, sino los cuerpos de dos guerrilleros del M-19 (Noralba García y Alfonso Jacquin). Casi me enloquezco de nuevo. Me dijeron que, igual, los restos de Libardo ya los habían encontrado y que estaban en la Fiscalía. El cuerpo de Libardo había sido inhumado en una fosa común del cementerio del sur. La noticia me devolvió al pasado. Yo casi me muero. Por fortuna estaba con mi hijo mayor cuando recibí esa información.

(En Contexto: Radiografía de la investigación del Palacio de Justicia)

Imagínese, qué triste. Yo —¡yo!— llevándoles flores y cuidando la tumba de los verdugos de mi esposo. Yo, durante 32 años, llorando a quien no era. No lo podía creer. En todo caso les doy las gracias a Dios y a la ciencia porque ahora sí tengo claro que encontré los restos de Libardo. Y que ahora sí voy a enterrarlo como toca. En la Fiscalía me dijeron que es posible que la primera semana de abril próximo me entreguen el cuerpo para que podamos llevar a cabo una ceremonia simbólica. Ya vi una foto donde está prácticamente todo el esqueleto de Libardo. A ver si cerramos este ciclo tan duro. Él tenía 28 años cuando lo mataron. Es que él fue mi gran amor. Mire, yo duré cinco años de novia con él. Lo conocí cuando tenía 14 años. Luego nos casamos. Y luego vino la toma.

Yo nunca demandé al Estado ni a nadie porque ningún dinero me iba a devolver a Libardo. Siempre tuve claro eso. Y me alejé de todo. Es más, boté todas las fotos que tenía con él. Y los álbumes que durante años conservé con las noticias del holocausto del Palacio de Justicia. Solo conservo una imagen de él: el día de nuestro matrimonio. Todavía lo extraño. Después tuve dos hijos con alguien de quien nunca me enamoré. Por fortuna mis hijos me rescataron del abismo. Hoy Cristian tiene 29 años y Camilo Andrés, 22. Pero Libardo siempre será el amor de mi vida. ¡Mi príncipe azul! Todo con él fue un cuento de hadas. Tan duro me dio su muerte que intenté matarme yo misma tres veces. Por fortuna mi familia lo impidió siempre.

(Le podría interesar: “Encontramos a unos y otros desaparecen”: Pilar Navarrete, víctima del Palacio de Justicia)

Una vez papá alcanzó a tumbar la puerta del baño cuando yo me iba a cortar las venas. Lo que pasó destruyó mi vida. Recuerdo que poco después ingresé a trabajar a la Policía y yo solo les decía que quería ir a buscar a esos guerrilleros. Pero toda mi carrera la hice en el sector de sanidad. Entré como auxiliar de farmacia, luego trabajé en el laboratorio clínico y después en odontología. Yo estudié mecánica dental y llegué a ser coordinadora de sanidad de la Escuela de Policía de Fusagusagá. Viví siete años allá. Ahí me pensioné”.

Por JUAN DAVID LAVERDE PALMA

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar