Los desaparecidos de 'La Escombrera' siguen sin aparecer

El Espectador presenta la segunda entrega del especial de víctimas en la Comuna 13 de Medellín.

Manuela Gónima, especial para El Espectador
18 de diciembre de 2015 - 01:28 a. m.

“Pienso que somos un ejemplo a seguir. Demostramos que sí se puede y que el Estado debe reconocer su responsabilidad en los crímenes cometidos”. Lo dice Luz Elena Galeano, quien al igual que sus demás compañeras llega temprano al convento de la Madre Laura y se dirige al salón Tejiendo Memoria, donde diariamente se vive un encuentro del colectivo Mujeres Caminando por la Verdad, que reúne a los familiares de las víctimas del conflicto que se ha vivido en la Comuna 13 de Medellín.
 
Con ella están Gloria Holguín, Amparo Cano, Alejandra Balvin, Blanca Nidia Pérez o Margarita Restrepo, todas mujeres que desde hace cinco meses suben al campamento de veeduría de las excavaciones en el sector de La Escombrera para buscar a sus desaparecidos. Un microbús las recoge a las ocho y treinta de la mañana y cuando llegan sale a acogerlas la Hermana Rosa, misionera de la comunidad de la Madre Laura que desde el año 2001 las acompaña en su lucha. (Vea aquí la primera parte de este especial: No hay perdón hasta que reconozcan lo que pasó en la Comuna 13)
 
Luz Elena Galeano es madre de dos hijas y actualmente es una de las voceras de Mujeres Caminando por la Verdad. Su esposo desapareció en el año 2008 mientras viajaba en un bus hacia la Comuna 13.  Desde que inició el proceso de búsqueda, el Programa de Atención Psicosocial y Salud Integral a Víctimas (PAPSIVI), perteneciente al Ministerio de Salud y Protección Social, la contrató como promotora sicosocial. Su labor ha consolidado su liderazgo entre las mujeres.
 
Rumbo al sector de La Escombrera, a través de las calles de la Comuna 13, se observan diversos murales con mensajes que rechazan la militarización del territorio y la violencia circundante. Fueron pintados por jóvenes artistas o músicos raperos, la mayoría pertenecientes al colectivo Cuerpos Gramaticales. Jóvenes marcados por las cicatrices de una guerra que los dejó sin padres, sin madres, sin tíos o hermanos. Aun así, ellos se resisten al olvido y crean a través del arte.
 
Después de 15 minutos de recorrido, el microbús llega al sector conocido como Agregados San Javier, cercano a donde trabaja Construcciones El Cóndor S.A. Para ingresar al mismo sitio se deben firmar varias planillas para verificar identidades. Entre tanto, volquetas llenas de escombros y de materiales suben y bajan por un pequeño camino sin pavimentar. Lo hacen con esfuerzo porque el camino permanece empantanado debido a las fuertes lluvias.
 
Con vista panorámica a la ciudad de Medellín, el campamento lo forman una carpa con mesas y sillas y un conteiner para resguardarse de la incesante lluvia. Al interior del conteiner, se ve un cartel gigante con la frase ‘Huellas de Resistencia Luz y Esperanza’ (nombre que le dieron al sitio), que reivindica la lucha de estas mujeres por encontrar a sus seres queridos. Bordeando el campamento, se advierte una fila de siluetas negras en acrílico que representa a los desaparecidos.
 
Parecen cuidanderas de la zona. Las mujeres las cuidan, al igual que las flores que sembraron a su lado, como símbolo de esperanza. Después se sientan alrededor de la mesa y desayunan para tener energía y combatir el intenso frío que impera en el sector. Algunas mujeres llegan sin desayunar. Son madres cabeza de familia que sobreviven con lo mínimo y rebuscan día a día para poder trabajar y tener con qué comer. Cuando terminan de desayunar, atienden el taller a realizar.
 
Sanación, autocuidado, reconocimiento y control de emociones son algunos temas a trabajar en el campamento. Forman parte del Plan de Acompañamiento Psicosocial que construyeron con un equipo independiente de sicólogos y en creación colectiva de las Mujeres Caminando por la Verdad. El plan está basado en el Consenso Mundial de Principios y Normas Mínimas de Trabajo Psicosocial en Procesos de Búsqueda e Investigaciones Forenses para casos de desapariciones forzadas, ejecuciones arbitrarias o extrajudiciales.
 
La actividad privilegia la participación de los familiares de las personas desaparecidas y propende por la realización de una acción sin daño, evitando nuevas formas de victimización. De igual modo, recoge las exigencias de las mujeres del sector para instalar un campamento permanente en la zona, donde puedan estar acompañadas por una ‘madrina’ que se solidarice con su dolor y que las capaciten en autocuidado, para así establecer medidas de protección y de seguridad.
 
El objetivo es que puedan definir formas y canales de comunicación y así obtener información sobre el proceso, además de acompañamiento individual para fortalecer la salud mental y física. Todo para contribuir al proceso de reparación integral y dignificación del papel de las víctimas. 
 
También, en esfuerzo conjunto con organizaciones sociales le apostaron a la construcción de un relato que permita resignificar la memoria histórica contra la impunidad en la Comuna 13. 
Para la jornada en el campamento, se programaron recorridos con el antropólogo Fredy Ramírez y el fiscal Gustavo Duque, que explican los avances de las excavaciones. Al día 27 de noviembre ya se habían extraído 20.000 metros cúbicos de los 24.000 que necesitan extraer para llegar a ‘La laguna’, zona donde, según versión de Juan Carlos Villada, alias Móvil 8, exjefe paramilitar del Bloque Cacique Nutibara, enterraban a sus víctimas. Un proceso lento con una retroexcavadora y 10 obreros en el Polígono 1, sector de La Arenera, en La Escombrera. Según Luz Elena Galeano, una exigencia que le hicieron a la Fiscalía para que todo se hiciera con verificación y veeduría.
 
La Comuna 13 una historia de guerra
 
En 2012, por amenazas debido a su activismo como defensora de derechos humanos, Luz Elena Galeano tuvo que desplazarse forzosamente de la Comuna 13. Hoy no cesa de insistir en que “bajo el pretexto de pacificar la comuna y retomar el control del territorio, el Estado cometió barbaridades contra la sociedad civil que no tenía nada que ver con los grupos armados presentes en la zona”. “Perdimos a nuestros familiares y ahora los paramilitares los siguen torturando y asesinando”, insiste Luz Elena.
 
Tras denunciar la desaparición de su esposo en el 2008, su caso no avanza. ‘Me dijeron que no tenía derecho a exigir porque supuestamente las Bacrim habían desaparecido a mi esposo’, manifiesta con indignación. Y lo que resulta irónico: bajo la Ley de Víctimas tampoco la reconocieron como víctima de desaparición forzada. En el fondo, como lo advierte la hermana Rosa, que acompaña el proceso, “no se quiere reconocer que los grupos paramilitares siguen controlando la Comuna a través de sus redes de narcotráfico y tráfico de armas”.
 
Como también se sigue negando otro punto álgido en la zona: el reclutamiento de menores. Hoy, familiares de víctimas aseguran que entre 2006 y 2007, los paramilitares reclutaron muchos menores y todavía lo siguen haciendo. La hermana Rosa ha tratado de documentar esos casos para llevarlos ante autoridades competentes, pero en 2009 allanaron su oficina y le robaron buena parte de la información que tenía recaudada. También acudió a Personería y Bienestar Familiar.
 
A las tres y media de la tarde regresa el microbús a recoger a las mujeres que estuvieron  trabajando en el campamento y recibiendo visitas de funcionarios e instituciones. Entre ellas Luz Elena Galeano, quien regresa con la esperanza de que continúen las excavaciones y pueda seguir dejando huella en su lucha por encontrar a su esposo desaparecido. En cuanto  a sus compañeras, las mismas que reivindican sus derechos como víctimas, espera que el colectivo Mujeres Caminando por la Verdad sea una luz para guiar el camino porque ‘No habrá paz verdadera hasta que no escuchen la verdad de todas las víctimas’.
 
*Este trabajo se construyó en el marco de un programa especial de asesoría a periodistas regionales en Colombia, liderado por Consejo de Redacción (CdR) y su iniciativa de Plataforma de Periodismo y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
 
 

Por Manuela Gónima, especial para El Espectador

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