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'La Madrina'

La vida y muerte criminal de la reina de la cocaína es digna de una película a la altura de ‘El padrino’.

Juan Miguel Álvarez / Especial para El Espectador, Miami
08 de septiembre de 2012 - 09:00 p. m.
La última imagen de Griselda Blanco es esta  de la Policía de Miami-Dade. / EFE
La última imagen de Griselda Blanco es esta de la Policía de Miami-Dade. / EFE

UNO. En la primavera de 2011, la productora y directora de cine Drena de Niro —hija de Robert de Niro— anunció en Hollywood que estaba planeando una película sobre la vida de Griselda Blanco. Dijo que la colombiana, apodada La Madrina, era el personaje más interesante de las historias del narcotráfico en Estados Unidos.

Año y medio después, verano de 2012, fue Oliver Stone quien aventuró una versión de Griselda Blanco en Salvajes, su más reciente producción. Interpretada por Salma Hayek, La Madrina de Stone tiene las mismas características que hicieron famosa a Blanco cuando era una de los jefes del narcotráfico: autoritaria y avara, mendaz y manipuladora, capaz de ordenar crímenes atroces —decapitaciones, descuartizamientos y masacres—. Incluso, Stone introduce en la película a La Madrina usando una de las fotografías más famosas de Griselda Blanco: acostada de perfil sobre un diván con un vestido enterizo de color rojo y descalza.

Por los mismos días del estreno mundial de Salvajes, el canal de televisión Discovery Channel Latinoamérica, en su exitoso dramatizado de crímenes reales titulado Verdaderas mujeres asesinas, presentó el episodio dedicado a Griselda Blanco, luego de que un año antes lo hubiera emitido por primera vez para el público gringo.

Y el pasado miércoles 5 de septiembre, dos días después de que esta señora cayera asesinada en el barrio Belén en Medellín, el periódico Los Angeles Times informó que el canal HBO lleva varios meses realizando una serie sobre los crímenes y negocios de La Madrina y sus sicarios en Estados Unidos. Y que Mark Wahlberg —conocido en Colombia por su actuación en las películas Boogie nights y La tormenta perfecta— también lleva avanzada una película sobre lo mismo, en la que Jennifer López es la actriz más opcionada para el protagónico.

DOS. A pesar del entusiasmo cinematográfico por la vida de Griselda Blanco, son muchos los detalles de la vida de esta señora que bailan entre el mito urbano y la verdad histórica. Se le endilgó haber dado la orden de cargar con seis kilos de cocaína el buque Gloria de la Armada Nacional durante la celebración del bicentenario de Estados Unidos en 1976. Se le endilgó haber ideado un plan para secuestrar a John Kennedy júnior, como arma de negociación en caso de que la condenaran a pena de muerte en una corte de Miami. Y otras acciones más del mismo tamaño.

Además de los agentes de inteligencia, los gringos que más se acercaron a la vida de ella fueron Billy Corben, el director del documental Cocaine cowboys, y el reportero Richard Smitten, autor de un perfil sobre ella titulado La viuda negra, publicado como libro a finales de los años ochenta.

Según este libro y los documentales de Corben, Blanco fue huérfana de papá y junto con su mamá emigró a Medellín, donde se ubicaron en un barrio marginal. Cuando tenía diez u once años, tras haber sido violada por el novio de su progenitora, Blanco huyó de su casa y quedó viviendo en la calle. Para sobrevivir, fue ladrona y prostituta.

De 14 o 15 años se casó con José Trujillo, un tipo veinte años mayor que ella dedicado a la falsificación de papeles para llevar indocumentados a Estados Unidos. Con Trujillo, Griselda tuvo tres hijos: Dixon, Uwer y Oswaldo. Este primer matrimonio terminó con la muerte de Trujillo. Sobre la forma en que murió el tipo tampoco hay consenso: una versión dice que murió de cirrosis, otra dice que Griselda lo mató una noche en que él se había burlado de la tartamudez de ella. “Para que nunca más estas palabras salgan de tu boca”, dijo Griselda. Luego, le disparó a quemarropa en la boca.

Siendo heredera del negocio de Trujillo, se ennovió con Alberto Bravo, uno de los primeros narcotraficantes de cocaína de Colombia, hombre de familia acomodada y tradicional en Medellín. Además de un romance, esta relación fue la alianza justa entre productos y servicios: Bravo tenía la cocaína y Griselda tenía la forma de meter indocumentados a Estados Unidos.

Aunque los viajeros que camuflaban cocaína en su equipaje rumbo a Estados Unidos ya existían, fue el matrimonio Bravo-Blanco el que se hizo famoso en Medellín y en el Eje Cafetero por masificar esta forma de narcotráfico llamada coloquialmente “mulas”.

Esto sucedía en los primeros tres años de la década del setenta. No había carteles y no existía la DEA. La guerra contra las drogas decretada por el presidente Nixon se enfocaba contra la marihuana y la heroína. La cocaína pasaba desapercibida por los aeropuertos en tarros de talco desodorante, en bolsas de harina para arepas, en maletas de doble fondo. Sobre todo, en cavidades ocultas dentro de ropa interior femenina y zapatos que la misma Griselda Blanco mandaba a fabricar. En un corsé, una mujer podía esconder siete u ocho libras de cocaína pura. Y una libra cortada y puesta en calles de Nueva York podía valer unos 150 mil dólares.

A finales de 1974 —la DEA fue creada en 1973—, un equipo de agentes especiales liderados por una agente antinarcóticos llamado Bob Palombo realizó la ‘Operación Banshee’, con la que quisieron neutralizar a la organización Bravo Blanco en Nueva York. Tras el zarpazo, fueron detenidas unas noventa personas. Sólo doce fueron condenadas. Más de cuarenta quedaron con orden de captura federal, entre ellas Griselda y Bravo, que habían eludido la persecución viajando a Medellín.

El romance —o la alianza— terminó, nuevamente, con la muerte del hombre. Por problemas del negocio, ambos, escoltados por sus respectivos sicarios, se enfrentaron a tiros en un parqueadero de una discoteca en Medellín. Como en una película del lejano oeste, Bravo y Griselda se pararon frente a frente a unos cuatro o cinco metros de distancia. Luego de discutir e insultarse, él desenfundó una pistola y disparó. Ella, con una subametralladora, lo acribilló. La balacera se alargó entre los escoltas de cada lado. Finalmente, Bravo murió y Griselda quedó herida. A partir de allí, a los apodos de La Madrina o de La Gaga —por el tartamudeo— se sumó el de Viuda Negra.

TRES. Su tercer marido fue quien hasta ese entonces era uno de sus mejores sicarios y distribuidor de cocaína en Nueva York, un pereirano llamado Darío Sepúlveda. Con él, Griselda tendría a su cuarto hijo: Michael Corleone Sepúlveda Blanco. Nombre con el que la pareja homenajeó a su personaje preferido del cine de gánsters: Vito Corleone, el capo de capos de la saga El padrino.

Los Sepúlveda Blanco, de regreso a Estados Unidos, se ubicaron en Miami. Eran mediados de los años setenta y en el sur de Florida el naciente Cartel de Medellín ya monopolizaba el negocio. Sin embargo, por el respeto que le tenían a Griselda, acogieron a la pareja como socios, no como clientes.

Con lo que no contaban los Ochoa Vásquez ni Pablo Escobar era que los Sepúlveda Blanco se encarnizaron en enfrentamientos contra viejos enemigos de Colombia y con clientes ocasionales por causas incontrolables: si insultaban a Griselda o a Darío, había asesinatos; si ofendían a alguno de los hijos de ella, había asesinatos; si a la pareja le daba por no pagar un negocio, no lo pagaba y mataba a su acreedor. Esto desató venganzas y más venganzas que despertaron una violencia sin precedentes en el sur de Florida: abundaban cadáveres con tiros de gracia y señales de tortura encerrados en cajuelas de carros abandonados, descuartizados empacados en bolsas, cajas o maletas, bombazos en barrios residenciales, tiroteos en centros comerciales atestados de clientes y atentados en el aeropuerto de Miami. La prensa llamó a esta violencia “Guerras de la cocaína” y a los sicarios “Vaqueros de la cocaína”.

El matrimonio Sepúlveda Blanco terminó con el asesinato del hombre. Aunque sucedió en Colombia y en un supuesto operativo del DAS, entre narcotraficantes se sospechó que había sido una acción de Griselda porque Darío Sepúlveda se había traído para Colombia al pequeño Michael Corleone, tras haber peleado con ella por el futuro del niño.

Finalmente en 1984 —diez años después de tener la orden de captura federal— Griselda fue arrestada en un suburbio de clase media en Los Ángeles. Cuando el agente Bob Palombo entró a la habitación, La Madrina se hallaba acostada leyendo la Biblia.

Se salvó de la silla eléctrica

El cartel de Medellín ordenó matar a La Madrina a comienzos de 1984. Ya no sólo era que había dañado el negocio en Miami a raíz de tanta violencia, también había ordenado el asesinato de Martha Ochoa Saldarriaga, prima de los hermanos Ochoa Vásquez.

A pesar de que la Policía le achacaba haber dado las órdenes para unos doscientos homicidios en Nueva York y Miami, Griselda Blanco sólo fue condenada por delitos de narcotráfico y pagó su pena en una cárcel de California. A mediados de los 90, cuando estaba cerca de recuperar la libertad, autoridades de Florida la llevaron a Miami y le imputaron tres cargos de homicidio en primer grado.

Jorge Ayala, quien fuera uno de sus sicarios, la había delatado. Con que se le hubiera probado una sola de estas muertes, Blanco habría sido la primera colombiana condenada a la silla eléctrica. Durante el proceso de juzgamiento, Ayala terminó involucrado sexualmente con una de las secretarias de la fiscal que acusaba a Griselda. El escándalo mediático y la consecuente reprobación moral de la opinión pública hicieron que el testimonio de Ayala perdiera credibilidad. La fiscal, entonces, sólo pudo incriminar a La Madrina por homicidio en segundo grado.

Twitter del autor: @cronista77

En la piel de Griselda Blanco

Como una delicia calificó Luces Velásquez a su personaje de La Reina de la Coca en la serie Escobar, el patrón del mal, del Canal Caracol, una mujer de muchas caras que, según ella, es una figura que cualquier actor quisiera interpretar. “Aunque Pablo era el capo de capos, Griselda fue un gran personaje, tiene historias de amor y odio y el ingrediente de ser la primera mujer a la cabeza del narcotráfico”, señala Velásquez.

Tras haber durado más de dos meses inmersa en libros y documentales de Griselda Blanco, habla como si la hubiese conocido de cerca. “Fue una persona con debilidades, afectos y amores, como cualquiera. Con una ambigüedad impresionante, la capacidad que tenía para amar a su familia era la misma que tenía de destrucción”, agrega. Por ello Luces no duda en afirmar que el papel de Blanco, aunque hubiera querido profundizarlo un poco más, “fue un personaje exquisito, era la dama, la madrina del narcotráfico, la dicharachera y mordaz dependiendo de la ocasión”.

Por Juan Miguel Álvarez / Especial para El Espectador, Miami

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