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''Me declaro víctima de Eternit''

El Espectador presenta cuatro testimonios de personas que aseguran estar enfermas o haber perdido a un familiar por la exposición a fibras de asbesto producidas por la compañía.

Angélica María Cuevas Guarnizo
18 de enero de 2015 - 02:00 a. m.
Ana Cecilia Niño, junto a su esposo, Daniel Pineda, y su hija, Ana Sofía. / Fotos: Pamela Aristizábal
Ana Cecilia Niño, junto a su esposo, Daniel Pineda, y su hija, Ana Sofía. / Fotos: Pamela Aristizábal
Foto: PAMELA ARISTIZABAL/EL ESPECTADOR - PAMELA ARISTIZABAL

Los síntomas son los mismos: comienzan a fatigarse fácilmente, aparecen dolores de espalda y pecho incapacitantes que los mandan a urgencias, diagnósticos en principio equivocados y médicos que descartan pulmonía o tuberculosis. Van de una clínica a otra, de un especialista a otro, hasta que llega un momento en el que una radiografía revela manchas peligrosas, indicio de que tienen el pecho lleno de líquido, y de manera inesperada terminan en un quirófano entregando un pulmón.

Los diagnósticos en los miembros de las familias Bravo, Nivia, Mayorga y Niño se repiten: mesotelioma, un cáncer del revestimiento de las cavidades pleural y peritoneal; asbestosis, una forma de fibrosis pulmonar.

“¿En qué momento estuvo expuesto al asbesto?”, ha preguntado el cirujano de tórax Julio César Granada por lo menos 40 veces en los últimos años. Este médico de la Fundación Santa Fe, que hace un par de meses dirigió el primer trasplante doble de pulmones en Bogotá, sabe que las dos enfermedades están íntimamente ligadas al contacto con asbesto. Una fibra, un polvillo que por más de 70 años se ha utilizado en Colombia para producir tejas.

“Cada vez recibo más casos de gente que responde que tuvieron contacto de niños con la fibra porque sus familiares trabajaron en Eternit (la fábrica que produce las tejas) o porque incluso ellos fueron empleados directos o vivían cerca de la planta y sus rellenos, en Sibaté, Soacha, Pablo Neruda o el Muña. Se sabe que en las décadas de los 70 y los 80, esta compañía entregó a las comunidades aledañas muchos residuos de las tejas que producían para que levantaran pisos y paredes, sin prever los impactos a la salud que podría tener. Por años, las familias estuvieron expuestas y ahora comienzan a aparecer los enfermos”, dice el cirujano.

En octubre del año pasado, Granada operó a Ana Cecilia Niño, una periodista de 39 años a quien en abril le comenzó un dolor en el pecho. Antes de la intervención, en la que Ana perdió el pulmón izquierdo, le fue diagnosticado mesotelioma pulmonar.

“Creo que soy la persona más joven del país que está padeciendo esta enfermedad. Todo pasó muy rápido. Un día comencé a asfixiarme y salía de bañarme cansada, como si hubiera corrido una maratón. Aunque tenía un dolor insoportable en el pecho, los médicos decían que eran espasmos musculares. Luego llegó esa radiografía donde se veía el tumor maligno”.

—¿En qué momento estuvo expuesta al asbesto?

“Cuando el médico lo preguntó, yo recordé que vivimos en el barrio Pablo Neruda. Fueron 17 años cerca de la planta de Eternit, al lado de su relleno de material inservible, conviviendo con los vecinos que trabajaban en la planta”.

Ana Cecilia habla despacio por que respira con dificultad. No sabe cuándo podrá quitarse los tubos que le llevan oxígeno a la nariz y tampoco cuándo tendrá energía para volver al trabajo después de cinco meses y retomar la “normalidad” junto a Daniel, su esposo, y Ana Sofía, su hija de un año. “¿Cómo una fábrica y unos cuantos empresarios pueden cambiarle a uno la vida? ¿Por qué siguen utilizando materiales cancerígenos sin que el Gobierno los regule?”.

A su historia se suma la de Flor Cecilia Riaño, quien esta semana se convirtió en una de las primeras colombianas en anunciar que presentará una demanda contra Eternit por la muerte de su esposo, Luis Alfonso Mayorga, ocurrida en 2013.

Luis Alfonso y su padre, Rafael Mayorga, empleado de la fábrica entre 1971 y 1980, murieron víctimas del cáncer de pulmón. La misma enfermedad que padece Gabriel Nivia, quien dice que trabajó en la empresa a finales de los 70, “transportando bultos de asbesto de 50 kilos”, y ahora está hospitalizado en la clínica Jorge Piñeros Corpas de Bogotá. (Ver recuadros superiores).

El mismo cáncer que se llevó en 2012 a Julio Horacio Bravo, de 75 años, quien trajo a su esposa de Nariño a Bogotá en la década de los 60 cuando fue contratado por Eternit como jefe de personal, mientras ella, que era maestra, les enseñaba en primaria a los hijos de los empleados.

La familia Bravo convivió más de 10 años con 20 familias en un condominio que se construyó dentro de la fábrica de Sibaté. “De chiquitos, mis hermanos se la pasaban jugando con las tejas que sobraban y los tubos grandes de asbesto que dejaban cerca de las casas. Uno podía entrar a la fabrica y ver a los papás trabajando, y luego los veía llegando con sus overoles para que sus mujeres los lavaran. Primero murió mi papá. Luego, el 8 de junio de 2003, murió mi hermano Jaime por mesotelioma, y diez años después, el 4 de octubre de 2013, se murió William, mi otro hermano”, dice Ana Gabriela Bravo, que ahora vive en Bogotá.

A pesar de que en Colombia no existe ninguna investigación médica que relacione la utilización de asbesto con casos identificados de cáncer de pulmón, el doctor Julio César Granada y su colega Darío Isaza, director de neumología de la clínica Soma de Medellín, concuerdan en que hay suficiente sustento científico en publicaciones internacionales y antecedentes en otras naciones para determinar que sí hay un vínculo entre la patología y las operaciones de la fábrica.

“Este es el crimen perfecto: la gente se expone al material, pero sólo se enferma 20 o 30 años más tarde. Entonces las empresas se defienden y dicen que no es posible concluir que la gente tenga cáncer por culpa de ellas. Pero la enfermedad está íntimamente relacionada con el material y muchos casos tienen cómo probar que de niños estuvieron expuestos”, dice Isaza.

En 2012, los representantes legales de Eternit Italia (que no pertenece al mismo grupo económico de Eternit Colombiana*) recibieron una condena por haber provocado la muerte de más de 2.000 personas, entre empleados y vecinos de la planta de Casale Monferrato (100 kilómetros al este de Turín), quienes estuvieron expuestos a la fibra cancerígena desde 1956 hasta el cierre de la planta en 1986.

Aunque al menos 50 países han prohibido el uso del asbesto en todas sus presentaciones, en Colombia aún se permite la utilización de la fibra en una presentación conocida como crisotilo. El material es utilizado en 90% para la elaboración de tejas y fibrocementos y en un porcentaje menor para la producción de pastillas de frenos y textiles. Las compañías autorizadas son: Toptec, de Manizales; Eternit Pacífico, de Cali; Eternit Atlántico, de Barranquilla, y Eternit Colombiana e Incolbest, en Bogotá.

Sobre el debate, la postura de Jorge Hernán Estrada, presidente de Ascolfibras, gremio que las agrupa, es concreta: “Las empresas cumplen con todos los protocolos de seguridad estipulados por las leyes colombianas, y puedo asegurar que el manejo que se le da al crisotilo está controlado por sistemas de calidad. No existe ningún caso concreto comprobado por las autoridades de salud de una persona que se haya enfermado de cáncer después de haber estado expuesta a esta fibra”.

En 70 años, dice el empresario, se han techado más de cinco millones de casas con este material. “¿Usted no cree que, con esta magnitud de producción, si fuera cierto lo de la contaminación no estuviéramos ante un caos? Al menos uno de cada dos colombianos ha tenido alguna vez contacto con estos materiales. Ellos pueden sospechar, pero no confirmar. Entonces, ¿cualquier persona puede recoger unos casos y relacionarlos con cualquier actividad industrial y sacar conclusiones que afecten la reputación de una compañía? ¿Dónde están las pruebas?”.

Para Estrada, detrás de la demanda que le interpondrán a Eternit hay una campaña de desprestigio liderada por una empresa que compite por el mismo mercado: “Sabemos que detrás del movimiento No Más Asbesto está Skinco Colombit, que utilizó la fibra de crisotilo hasta 2002 y que luego, por instrucciones de su casa matriz en Bélgica, la suspendió debido a la mala utilización que le dieron en aplicaciones que nunca se han hecho en Colombia. El crisotilo fue reemplazado por otra fibra que se denomina PVA y que encarece hasta en un 33% el costo de producción del material, no está exenta de problemas y amerita ser manejada con condiciones de seguridad muy similares. Tenemos pruebas que vinculan al médico Darío Isaza con esta compañía y también a Andrés Hoyos, líder del movimiento que agrupa víctimas. Usted entenderá que detrás de un negocio tan grande hay muchos intereses, así que estamos dispuestos a participar en cualquier investigación y debate público, pero aclarando intereses”.

Al preguntarles a las familias si han tenido alguna relación con Skinco Colombit, todas aseguran que no y que se acercaron al movimiento No Más Asbesto a través de internet, con el fin de encontrar ayuda. "No tengo ninguna relación con ninguna empresa, ni Eternit, ni Skinco Colombit, ni alguna constructora. Mi interés particular son las víctimas. Celebro que algunas compañías, abogados y personas afectadas estén a favor de la prohibición y cualquier empresa que haya sustituido el material es amiga de la causa", asegura Andrés Hoyos, representante del movimiento.

Por su parte, Ana Cecilia, Gabriel y Ana Gabriela no descartan la posibilidad de entablar demandas similares a la que interpondrá Flor Cecilia Riaño en febrero.

A pesar de que El Espectador intentó en varias oportunidades contactarse con Milton Barrera, presidente de Eternit, para conocer su postura frente a estos señalamientos, por motivos personales no pudo asistir a la cita acordada.

Flor Cecilia Riaño demandará en febrero

En un par de semanas, Flor Cecilia Riaño presentará ante jueces civiles de Bogotá una demanda en contra de Eternit Colombiana S.A., en la cual exigirá que la compañía acepte ser la responsable de la muerte de su esposo, Luis Alfonso Mayorga, e indemnice a su familia con una suma de $1.428 millones por los daños ocasionados. Luis Alfonso murió en 2013, víctima de un mesotelioma pulmonar que al parecer desarrolló después de haber estado expuesto al asbesto en su niñez, cuando su padre era operario de la planta de Eternit que aún funciona en Cundinamarca.

“Detrás de esta demanda hay un llamado a que se hagan visibles los casos de familias que hoy están en un hospital padeciendo las consecuencias del asbesto. Muchas personas que hoy están expuestas a esta fibra van a seguir desarrollando enfermedades mortales, como la de mi esposo, si el uso de este material no se prohíbe en el país”, dice la mujer.

‘Trabajé para ellos’: Gabriel Nivia

“En 2012 me empezó el desaliento y luego la doctora me tomó una radiografía que salió mal. De ahí en adelante ha sido la lucha y las hospitalizaciones. El diagnóstico fue asbestosis y mesotelioma.

Ingresé a Eternit en el año 77. Allá era normal que trabajáramos con las tejas y los tubos. Era un trabajador honesto, correcto, y la empresa siempre fue buena conmigo.
Ingresé como ayudante de almacén, pero cuando había bastante trabajo me mandaban a reforzar en bodega. Estimo que por lo menos durante dos años tuve contacto directo con el asbesto, me acuerdo que descargábamos los bultos de 50 kilos. También mezclábamos el material. Pero en ese tiempo la protección era muy poca, era mínima. Pero eso mejoró después de los 80”.

 

* En la edición impresa del 14 de enero, El Espectador relacionó de manera errada las compañías Eternit de Italia y Eternit Colombiana, pero pertenecen a grupos económicos diferentes.

 

acuevas@elespectador.com

 

Por Angélica María Cuevas Guarnizo

 

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