“Me siento abandonada y perseguida”: capitana del Ejército acosada

Maritza Soto relata el acoso laboral y sexual que ha sufrido de parte de su superior, un coronel y comandante de una Fuerza de Despliegue Rápido (Fudra), según la queja que interpuso ante la Procuraduría. De acuerdo con su denuncia, soportó humillaciones y ridiculizaciones frente a otros uniformados, además de traslados a sitios de combate, siendo ella oficial administrativa, e insinuaciones sexuales con la promesa de que si accedía le iría mejor.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
22 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.
“... resaltaba que yo no era de arma (entrenada para combatir) mientras todos los que estaban comunicados escuchaban las frases burlonas sobre mí”, dice la capitana. / Archivo El Espectador
“... resaltaba que yo no era de arma (entrenada para combatir) mientras todos los que estaban comunicados escuchaban las frases burlonas sobre mí”, dice la capitana. / Archivo El Espectador

Usted acaba de formular una queja disciplinaria ante la Procuraduría contra uno de sus superiores, el comandante de la Fudra N.º 3, coronel Hernando Garzón Rey, quien podría ser ascendido a brigadier general. ¿Cuándo empezaron los hechos que usted relata en su queja?

En octubre del año pasado fui trasladada a la Fudra N.º 3, en el Catatumbo, que tiene el puesto de mando atrasado en Ocaña (Norte de Santander) y el puesto de mando adelantado en el municipio de Convención, también en Norte de Santander. Por mi tipo de trabajo, la mayor parte del tiempo permanecía en Ocaña. El coronel Garzón Rey fue designado como comandante de esa unidad antes, pero su llegada ocurrió alrededor de diciembre. Mis dificultades, en el ámbito laboral, empezaron en cuanto arribó a la unidad, por su manera déspota de relacionarse con gran parte del personal subalterno, incluyéndome.

¿Cuáles problemas laborales tuvo con su superior?

En mi función de asesora jurídica, mi responsabilidad era decir cómo debían hacerse las cosas de manera que se cumplieran las normas. Pero mi coronel no atendía recomendaciones. Las ignoraba y actuaba según su parecer. Para salvar mi responsabilidad, decidí dejar por escrito, en algunas oportunidades, lo que sugería, con el fin de dejar constancia de que había cumplido con mi trabajo, sobre todo cuando indicaba que había procedimientos que no era viable hacer, desde el punto de vista jurídico.

¿La tensión laboral creció? Y si fue así, ¿en qué y cómo la afectó?

Sí, se fue agudizando. Esa situación afectó no solo mi entorno laboral sino también el ámbito personal y familiar. En el trabajo sentía el acoso de muchas formas, como cuando me ridiculizaba frente a otras personas. Por ejemplo, hablaba en tono burlesco de mí mientras estábamos en los programas de radio con el personal de todas las unidades subalternas de la Fudra (batallones de despliegue rápido, Badras, números 7, 8 y 9, y Batallón de Acción Directa y de Reconocimiento, Badre, número 3).

¿Cómo la ridiculizaba?

Se refería a mí resaltando que yo no era de arma (entrenada para combatir), mientras todos los que estaban comunicados escuchaban las frases burlonas sobre mí. La última vez, hablando simultáneamente con los comandantes de esos batallones, enfatizaba, en tono de chiste, que yo no sabía lo que era una mala alimentación ni la forma como viven los combatientes del Ejército. Los demás escuchaban y se quedaban callados. Para mí, someterme a sus comentarios fue humillante, pero no podía hacer nada como subalterna que era del coronel Garzón Rey. Hubo otras situaciones en las que era obvio que quería volver a humillarme, seguramente con la intención de demostrar que yo no era capaz de cumplirle al Ejército.

¿Cuáles eran esas situaciones? Relate una.

Como cuando me ordenó trasladarme a Hacarí (Norte de Santander) a cumplir una misión de trabajo que carecía de toda lógica y de fundamento legal, pues me ordenaba revisar el estado de todas las investigaciones de uno de los batallones sabiendo que los documentos estaban en otro municipio. No había nada que revisar en Hacarí, pero me dio la orden y tuve que cumplirla.

Si las investigaciones estaban en otro lugar, ¿para qué la mandaba a Hacarí?

No lo sé, pero pienso que se trataba de otra forma de acoso laboral, porque mi coronel sabía que las condiciones del lugar eran difíciles, tanto en el acceso a la base como en alojamiento y abastecimiento de alimentos. En esa base suelen estar acantonados solo hombres con mínimas condiciones de bienestar. Regularmente, no hay mujeres ahí. Era un acto que, cubierto bajo una orden de mi superior, buscaba degradarme al obligarme a que me enfrentara a una situación que es del ámbito de los combatientes, sobre todo teniendo en cuenta que no había ninguna necesidad real del servicio y dada mi condición de mujer, que tampoco iba a disponer de mínimas necesidades básicas: un colchón limpio, por ejemplo, o comida corriente, ni mucho menos una habitación habilitada para descansar o servicios sanitarios decentes (ver parte superior de la página).

¿Cómo más puede demostrar el acoso laboral que le endilga al coronel Garzón?

Ese acoso era notorio diariamente. Por ejemplo, me daba órdenes a altas horas de la noche con el mandato perentorio de tener hechas y listas sus instrucciones a primera hora del día siguiente. Eso sucedía con frecuencia. Una vez me impuso el “correctivo” de realizar lo que él denominaba “la marcha de la muerte”, que consistía en caminar sin parar ocho kilómetros, aproximadamente, armada y equipada. Solicité hacerlo solo con el chaleco blindado, a lo cual accedió. Sin embargo, él sabía que, como yo acababa de pasar por una cirugía de ojos, el cirujano me había prohibido realizar esfuerzos físicos pesados. No obstante, cumplí el correctivo, pero me envió a la caminata en compañía de unos soldados socorristas que iban transportando una tabla de primeros auxilios para recogerme, según deduje, porque él asumía que yo no iba a ser capaz de llegar al final.

Entonces, ¿estaba preocupado por usted?

No. Lo hizo para volver a ridiculizarme delante de los demás.

¿En qué momento se presentó el acoso sexual que usted denunció ante la Procuraduría?

Durante una estadía en Convención, cuando cumplía otra orden que me dio. El coronel Garzón Rey también había viajado a ese municipio. Estábamos en el puesto de mando adelantado de la Fudra N.º 3. Un día se acercó y me dijo: “¿Quiere ver cómo me motivo yo?”. Y me mostró fotos de su celular, aparentemente de su esposa en ropa interior. Era la imagen del cuerpo de una mujer, semidesnudo, pero no se veía la cara. Cuando la miré, añadió: “Es que yo todavía estoy viga”. Me preguntó cómo me parecía ese cuerpo. Le contesté muy seria: “Armonioso, mi coronel”, y me fui preguntando, para mis adentros, por qué me mostraba imágenes que hacen parte de su esfera íntima y qué era lo que pretendía.

Parece una insinuación sexual indebida, además de los comentarios morbosos que le hizo, según su relato. ¿Hubo otras ocasiones similares?

Sí. Otro día, también en Convención, intempestivamente me apretó con sus brazos por la espalda tratando de rodar su mano desde la parte inferior del seno hacia abajo. Mientras tanto me decía susurrando: “Si usted cambiara conmigo, yo le diría cosas bonitas al oído”. Me le retiré de inmediato, para evitar el contacto, y me fui. Más adelante, cuando mi novio fue a visitarme y se quedó en un hotel de la población mientras me esperaba, mi coronel me reclamó porque me estaba quedando fuera del batallón. Me dijo que tenía que pedirle permiso. Le contesté mostrándole con mi mano las presillas de capitán que autorizan a salir sin tener que solicitar permiso, aunque siempre haya que informarlo. Por eso le contesté que el jefe de Estado Mayor de la Fudra sí estaba enterado de mis salidas.

¿Usted tenía derecho a salir del batallón?

Sí. Pese a todo, mi coronel no quería permitirlo, pese a que era mi derecho y a que tenía varios días de permiso acumulados. Cuando mi novio fue, tuve que asegurar en el batallón que él ya se había ido para poder salir. En esos días el coronel Garzón Rey me vio y me dijo: “Usted debió haberle dado a eso”, e hizo con sus manos un gesto muy vulgar.

¿Cuánto tiempo soportó el acoso laboral y sexual de su superior? ¿Alguien se dio cuenta de lo que sucedía?

Lo soporté desde cuando él llegó hasta el día en que decidí denunciarlo en vista de que cada día era peor que el anterior. Antes no lo había hecho por miedo a las represalias que, efectivamente, hoy estoy enfrentando. Cuando se me acercó para tocarme y hablarme al oído, en Convención, un oficial de su mismo rango que estaba presente vio lo que ocurrió. Después me dijo: “No me gustó nada como la cogió mi coronel”. Le contesté: “Si no le gustó a usted que estaba viendo, ¡imagínese a mí!”. De todas estas conductas tuvo conocimiento otro alto oficial de la Fudra, porque yo se lo informaba de manera verbal. Él me escuchaba, pero nunca hizo nada para impedirlo. Cuando a ese oficial le solicité permiso para salir a instaurar la queja en la Procuraduría Provincial de Ocaña, me contestó que no me podía decir que lo hiciera o que no lo hiciera, pero que recordara que toda acción tenía una consecuencia.

¿Cuándo interpuso la queja en la Procuraduría?

Hace más de un mes.

¿Por qué no acudió primero al conducto regular, como llaman en el Ejército, antes de ir a la Procuraduría?

Sí lo hice. En todo momento respeté el conducto regular: el jefe del Estado Mayor de la Fudra N.º 3 tuvo pleno conocimiento de lo que sucedía; no hizo nada. Acudí al comandante de la Fuerza de Tarea Vulcano, y luego al comandante de la Segunda División. Nada pasó. Inclusive a este último le pedí por escrito lo que se denomina conducto regular, un término que se usa para solicitar una audiencia directa con el comandante del Ejército, mi general Nicacio Martínez. Me lo negaron y me informaron que podía dirigirme al jefe de Estado Mayor de Operaciones del Ejército. Al recibir esta respuesta, que es contraria a la ley, porque no se puede negar ese conducto, salvo por alguna excepción, tomé la opción de contactar a mi general Martínez, vía Whatsapp, pidiéndole que me atendiera.

¿Lo hizo?

Sí. Me respondió y me dio cita para el día siguiente. Le conté la situación de acoso laboral, sexual y extralimitación de funciones de la que estaba siendo víctima por parte del señor coronel Hernando Garzón Rey. Me escuchó y también le dije que después de denunciar el caso había sido objeto de nuevas retaliaciones por parte del coronel Garzón Rey y que, además, me hicieron anotaciones extemporáneas en mi folio de vida, siendo esto completamente irregular.

¿Cuál fue la reacción del general Martínez?

Fue muy receptivo. Me pidió excusas y dijo que, a pesar de que no él no hubiera tenido nada que ver, había sido uno de los hombres quien cometió las conductas inapropiadas, alguien que se encontraba bajo su mando y liderazgo. Afirmó que esos comportamientos no cabían en sus políticas de mando e indicó que, por el contrario, él se caracterizaba por el respeto hacia la mujer, máxime porque tiene esposa e hijas. Me preguntó, finalmente, a qué ciudad me gustaría ser trasladada. Le respondí que a Bogotá.

Entonces, ¿por qué cree que está desprotegida de su institución?

Porque, curiosamente y en cuestión de horas, mi coronel Garzón Rey supo que yo había estado hablando con mi general Martínez. Desconozco cómo se enteró, pero sé que lo supo rápidamente porque un suboficial orgánico de la Fudra N.º 3 me llamó a preguntarme si era cierto que había estado en el despacho del comandante del Ejército. Poco después me llegó al correo institucional el anuncio de la expedición de un acto administrativo mediante el cual se me ordenaba trasladarme, de manera inmediata, a Argelia (Cauca), en Bifra, el Batallón de Infantería Número 56, coronel Francisco Javier González. Es zona roja, como usted sabe.

Sí, claro, zona de combates. Pero ¿no le había dicho el general Nicacio Martínez que usted se quedaría en Bogotá?

Eso entendí por la pregunta que me hizo y por la recomendación de una psicóloga con la que él me puso a hablar. Por eso, en cuanto recibí la orden de traslado, me permití informar a mi general Martínez de esta nueva situación por la misma vía de Whatsapp. Leyó mi mensaje, pero no me volvió a contestar.

¿De ahí deduce que la abandonó el Ejército?

Sí. No solo me siento abandonada sino perseguida por todo lo que sucedió y sigue sucediendo. Es triste reconocer que es cierto que los oficiales superiores se apoyan entre ellos pase lo que pase, y pese a que saben que no están haciendo lo correcto.

Sobra la pregunta, pero ¿se siente revictimizada?

Todos los días siento que me vuelven a victimizar, desde el comandante de la Fudra N.º 3 hasta el comandante del Ejército, porque este último, hasta donde sé, no ha hecho nada por mí, que soy la víctima. Y con su silencio e inacción puedo inferir que se puso de parte de mi agresor.

De todos modos, entiendo que hubo un procedimiento interno que implica el desarrollo de su queja disciplinaria: una audiencia de conciliación entre usted y el denunciado. ¿Qué sucedió en esa cita?

Es cierto. Me citaron a audiencia de conciliación en Bucaramanga, en el proceso interno que se surte en el Ejército. Mi coronel Garzón Rey no asistió personalmente, aduciendo que no podía desplazarse a Bucaramanga debido a la complejidad operacional de la unidad bajo su mando. Sin embargo, pocos días después viajó a Bogotá para presentarse a los exámenes médicos necesarios para su ascenso a brigadier general. Esa audiencia, entonces, se realizó por medios tecnológicos con él, en pantalla, y conmigo presente. Presidió la reunión el brigadier general Mauricio Moreno, comandante de la Segunda División. Y también estaba la asesora jurídica de la Segunda División, la psicóloga, un suboficial criminalista y el jefe de personal.

¿Qué pasó allí?

Leyeron la queja que instauré en la Procuraduría. Cuando me dieron la palabra, me ratifiqué en lo que dije en el documento. Le dieron la palabra a mi coronel, pero, en cambio, él nunca rebatió lo que afirmé sobre su conducta. En cambio se dedicó a atacarme afirmando que tenía una serie de informes en mi contra. Lo más doloroso fue que dijo, delante de personas a quienes veía por primera vez, que yo era muy desordenada, y para comprobarlo aseguró que tenía registro fotográfico de mi ropa interior, tirada encima de mi cama. Hizo otras referencias a mi vida íntima que no quiero repetir. Me avergonzó y volvió a someterme a humillación, como si en vez de una audiencia de conciliación se tratara de un juicio sumario contra mí.

¡¿Cómo?! ¿Por qué tenía fotos de su ropa interior? ¿Lo explicó?

No. Esa misma pregunta me la hice y me la sigo haciendo por tratarse de mi esfera más íntima. Por eso podré alegar que también vulneró mi derecho a la intimidad.

¿Cómo se sintió usted con esas referencias tan privadas y cuál fue su reacción?

Ni siquiera fui capaz de reaccionar por la vergüenza que tenía, pero hoy puedo decir que me sentí humillada, degradada y revictimizada (llanto). En esa sala nadie dijo nada para impedir que me atacara de esa manera tan baja, ni le llamaron la atención.

¿Ni el general Moreno ni las dos mujeres que estaban ahí presenciando eso, asesora jurídica y psicóloga, interrumpieron al denunciado?

No.

¿Todo quedó grabado y usted tiene copia de esa audiencia?

Se supone que todo quedó grabado. Digo que se supone porque no tengo copia ni siquiera del acta de la audiencia, aunque la solicité verbalmente. Este es el momento en que no me la han facilitado. Mi general Moreno manifestó que iban a remitir las copias a la Procuraduría, de acuerdo a lo normado.

¿Qué ha pasado después en su vida y la de su denunciado?

Yo salí a vacaciones. Firmé el libro de permisos de acuerdo a lo que ordenó mi general Moreno. Esta semana me enteré de que el denunciado por mí, coronel Hernando Garzón Rey, me denunció penalmente ante el juez de instrucción penal militar número 37, por el delito de injuria.

¿Cree que un juez militar puede ser imparcial entre usted, mujer y capitán, y su superior, un coronel comandante de una importante unidad y en ascenso a general?

No creo que haya imparcialidad por todos los antecedentes que ya conté. Y porque este asunto, claramente, no es de competencia de un juez penal militar. Es de la justicia civil. El hecho de que a mi agresor le hubieran recibido una denuncia contra mí en la jurisdicción militar ya indica para dónde podrían ir las cosas.

“Pese a todo, quiero permanecer en el Ejército”

Una pregunta que me he hecho a través de esta entrevista: ¿por qué usted, hablando de su agresor, se refiere a él como “mi” coronel?

Por jerarquía y disciplina: él es superior y más antiguo.

¿Usted desea permanecer en el Ejército?

No obstante lo que ha sucedido, quiero permanecer en el Ejército Nacional. Ese ha sido mi proyecto de vida y no he desistido de él. Pienso que quien debería irse es el que le falló al honor militar. Tengo el anhelo de que la institucionalidad funcione y de que no resulte cierto que las mujeres no tenemos garantías ni derecho a la igualdad  en el Ejército; que no estamos sometidas a la desprotección por ser del género femenino y por ser una minoría.

¿Cuándo ingresó al Ejército?

En 2009 para el curso de oficial del Ejército, cuerpo administrativo.

¿Por qué administrativo y no de arma?

Porque soy abogada, por un lado; y porque, del otro lado, tenía 29 años lo cual hacía imposible, por la edad, que entrara a la institución en calidad de oficial de arma.

¿Qué trabajos ha desempeñado desde entonces?

Asesora jurídica en distintas unidades militares.

¿Una retaliación laboral del superior militar?

¿Cuántos días le tocó quedarse en la base de Hacarí (de hombres combatientes) y en qué condiciones?

Tuve que dormir en medio de bultos de víveres secos y latas en el cuarto de almacenamiento. La ducha era un tubo de PVC que  habían ingeniado los soldados. Y el inodoro estaba en una estructura de cemento en la que, para tener mediana privacidad, tocaba trancar la puerta con una piedra. Estuve ahí más de 12 días aunque la misión de trabajo indicaba que era por dos. Mi coronel Hernando Salgar Rey, cuando me envió, sabía que no podía devolverme en un lapso tan corto porque el transporte solo llega cuando vence el “ciclo de abastecimiento”;  y, eso, dependiendo de las condiciones meteorológicas. Una dificultad más, era que me encontraba, inicialmente, en la parte baja de la montaña y para llegar al helipuerto, en la cima, había un gran trecho. Por eso, a los 10 días, cuando aterrizó el primer helicóptero, lo perdí: no alcancé a llegar por la distancia y el peso que cargaba. Entonces me tocó esperar otros días, volver a bajar y subir de nuevo. En este último intento, un campesino se apiadó de mí y me prestó un caballo que me ayudó a sobrellevar la carga que pesaba mucho: el fusil, una maleta grande, un morral con el computador, el chaleco blindado que pesa unos 20 kilos y la munición.

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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