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“No tengo odio, pero sí pido justicia”: víctima de toma del Palacio de Justicia

Juan Francisco Lanao es el hijo de Gloria Anzola de Lanao, abogada desaparecida tras la toma del Palacio de Justicia. El Consejo de Estado acaba de condenar a la Nación por este caso.

Diana Durán Núñez
31 de octubre de 2016 - 02:54 a. m.
Cuando perdió a su madre en los hechos del Palacio de Justicia, Juan Francisco Lanao tenía 18 meses de nacido .  / Óscar Pérez-El Espectador
Cuando perdió a su madre en los hechos del Palacio de Justicia, Juan Francisco Lanao tenía 18 meses de nacido . / Óscar Pérez-El Espectador
Foto: OSCAR PEREZ

Hace unos días el Consejo de Estado determinó que, en el caso de su mamá, el Estado falló. ¿Qué reflexiones quedan después de esa sentencia?

Deja un sabor amargo y dulce. La parte dulce es que el fallo se da después de una larga lucha de 31 años; mi mamá era abogada y murió creyendo en la justicia colombiana, que reconoce su desaparición forzada. Tarde, pero finalmente se dio. Esperemos que haya celeridad en todo lo que viene para finalizar el proceso. El lado amargo es que se revocaron las medidas no pecuniarias, como la construcción de un monumento en alusión a todas las víctimas del Palacio de Justicia en la Plaza de Bolívar o un acto de excusas públicas por el caso mi mamá. La reparación debería ser integral ahora que el país está hablando de un proceso de paz centrado en las víctimas, en la verdad, en la justicia, en la reparación y en la no repetición. Cuando hacemos un balance del fallo de la Corte Interamericana y de la Ley de Víctimas, vemos que la institucionalidad no está haciendo todos los esfuerzos para cumplir.

¿En qué faltan esfuerzos?

Falta que se imponga justicia sobre los responsables. Vemos que pasa el tiempo y nada. Cuando aparece un poquito de verdad, como la entrega del cuerpo, se abren nuevas heridas. Falta también cumplir con las medidas de rehabilitación que ordenó la Corte Interamericana, o que el Ministerio de Defensa nos responda sobre un método expedito para indemnizar a todas las víctimas, de acuerdo con el fallo de la Corte Interamericana. El plazo se vence el 10 de diciembre, día de los derechos humanos y en que el presidente Santos va a recibir el Nobel de Paz. (Lea: Indemnizaciones del Palacio de Justicia, embolatadas)

A su familia, el presidente Santos le pidió perdón el pasado 6 de noviembre. ¿Cómo recibieron ese perdón?

Nos pareció un acto protocolario, que se tenía que cumplir. Se habló que de corazón se nos pedía disculpas, pero en un tono condicional, “si es que hubo desapariciones”. Lo que borró todo fue que al poco tiempo fue absuelto el coronel (r) Plazas Vega por falta de pruebas; no se ha determinado el segundo fallo del general (r) Arias Cabrales; sigue en libertad el coronel (r) Sánchez Rubiano a pesar de estar condenado. Hay bajos mandos militares que faltan por ser investigados.

Ahora que la Fiscalía está haciendo nuevas exhumaciones, ¿tienen esperanzas de que aparezcan los restos de su madre?

Dios quiera que se agoten todos los recursos. No se sabe cómo salió ella vestida ese día; mi papá es floricultor y mi mamá salía después de él. Me dejaba en la guardería e iba para la oficina. Su carro quedó lleno de cenizas pero intacto (en el sótano del Palacio). No se están manejando bien los protocolos con los restos que están entregando. Se están haciendo nuevas exhumaciones, pero quedan muchas dudas. Las necropsias no son suficientes para establecer la verdad. La de Cristina Guarín, por ejemplo, dice que su cuerpo estuvo sometido a altas temperaturas. Pero en la tumba que fue hallada se encontró un pedazo de su falda escocesa. ¿Cómo sobrevive un pedazo de tela a las temperaturas del incendio del Palacio (que sobrepasaron los mil grados centígrados)? Siempre va a faltar la verdad en este caso.

Su familia, al igual que las de los demás desaparecidos, recibió llamadas de hombres que se identificaban como militares, que decían que su mamá estaba en el Cantón Norte. ¿Qué le contaron a usted al respecto?

Antes de la toma, mis papás acababan de mudarse a Cedritos y ese teléfono no lo tenía casi nadie, no estaba en el directorio. Pero las llamadas fueron inmediatas, decían que no preguntaran más por mi mamá, que dejaran así si no querían que le pasara nada a su hijo. A mis abuelos también los llamaron no solo a amenazarlos, a decirles: “Gloria está sufriendo mucho, hagan algo”. Ellos iban al Cantón Norte y nada, los militares eran esquivos, a algunos familiares de los desaparecidos incluso les decían que eran guerrilleros.

Usted terminó siendo amigo de Camilo Plazas Vega, hijo del coronel (r) Alfonso Plazas Vega. ¿Cómo fue eso?

Fuimos muy amigos porque fuimos compañeros en Universidad de La Sabana, donde empezamos a estudiar administración de negocios internacionales, en 2004, hasta que él se fue a Nueva York. Le pregunté por qué se iba y me dijo que su papá iba a tener muchos problemas. Para esa época no conocía muy bien el caso. Viví en Ecuador desde el 88 hasta 2002. No sé si él sabe mi historia en detalle. No está bien llenarse de odio ni culpar a las siguientes generaciones de lo que hicieron sus padres. Con Camilo perdimos contacto, nos tenemos en Facebook, pero no más. Nos escribimos antes de la condena en primera instancia; él se mantuvo en que no sabía nada. Por redes sociales conocí a Fernando Villamizar, el hijo de Édgar Villamizar, un testigo clave del caso. Él siempre ha manifestado que se debe hacer justicia. Por otras fuentes llegué a enterarme que a Édgar Villamizar lo tenían muy amenazado junto con su hijo y que por eso se retractó.

¿Por qué terminó usted en Ecuador?

Mi papá decía que teníamos que seguir adelante y se fue a montar un proyecto de rosas en Quito. Se volvió a casar. Yo venía todos los años a visitar a mi familia materna, era su consentido por obvias razones.

Aydee Anzola era la tía de su mamá, consejera de Estado, que le cedía a ella su puesto de parqueo en el Palacio, razón por la cual su mamá terminó en ese lugar el día de la toma. ¿Qué fue de ella?

En mi familia se produjo una ruptura familiar por falta de respuestas. Mis tíos y más que todo mi abuela no entendían cómo Aydee, hermana de mi abuelo, no daba respuesta sobre mi mamá. Cuando le tocaban el tema, ella decía que había sufrido mucho por todo lo que vivió allá adentro y detenía la conversación. En 2009 me llamó y me dijo que quería conocerme; yo también quería conocerla. Ella estaba muy entrada en años, tenía como 92 años cuando murió. Estaba perdiendo la memoria. Hace unos tres años me enteré de que estaba en la (clínica) Santa Fe y fui verla, le dije que descansara y que me saludara a mi mamá. Ella fue la primera mujer magistrada en el Consejo de Estado, una luchadora. Ayudó mucho a mi mamá. Me decía que tenía la carta de un soldado pidiendo perdón, pero se hizo la sucesión y la carta se perdió.

¿Cómo recibió el fallo absolutorio de la Corte Suprema al coronel (r) Plazas Vega?

Lo triste es que no haya justicia. No se trata de ensañarse contra una persona; seguro, en la familia Plazas estaban contentos por el fallo. Pero debe haber justicia. La desaparición forzada, la tortura, tantos delitos atroces no pueden repetirse y eso se logra con el ejemplo de la justicia. Había pruebas, Plazas Vega aceptó la desaparición forzada de Irma Franco. Ahora se dedica en Estados Unidos a dar tertulias y a publicar libros sobre el Palacio de Justicia, siendo un implicado que no fue declarado inocente sino absuelto por falta de pruebas. A mí no me devuelve nada saber que alguien está preso si no hay verdad. Nada puede resarcir este daño, pero ojalá se llegue a la verdad. Uno tiene que aprender a seguir para adelante. Por eso he trabajado tanto con memoria histórica.

Sus abuelos maternos murieron en 1993 y 1996. ¿Cómo vivieron ellos este drama?

Mi abuela Viviana me adoraba. La vida le dio muy duro. Ella decía que había llorado tanto que ya no tenía lágrimas, que tenía los ojos completamente secos. Los procesos de duelo fueron muy diferentes en cada uno de nosotros y dejaron secuelas de muchas maneras. Mi abuela, físicamente, estaba muy afectada. Era muy activa, comerciante, y después se fue acabando con el sufrimiento. La desaparición de mi mamá los distanció mucho por el tema de Aydee. Mi abuelo también sufrió mucho. Esto afectó a mis abuelos hasta llevarlos a la tumba. A ellos y a mis tíos también les dio durísimo que mi papá me llevara para Ecuador, su relación con mi familia materna se deterioró mucho por eso.

Su familia hizo mucho por encontrar a su mamá. ¿Qué recuerda usted de eso?

Todos la buscaron en todos lados. Hace poco me enteré de que en Ecuador mi papá conoció una de las esposas de Carlos Pizarro, Miriam Rodríguez. Mi papá le pidió que, a través de Carlos, lo ayudara a encontrarla. Y nada. Había un familiar Anzola dentro de la Policía, con él trataron de encontrarla en guarniciones militares, pero siempre hubo una actitud totalmente prevenida de los militares. Después de la retoma, con la ayuda de mi abuelo paterno, mi papá y otra de mis tías, que es odontóloga y conocía la estructura dental de mi mamá, entraron al Palacio de Justicia a remover escombros. Mi papá decía que era espantoso. Revisaron cadáver por cadáver y no encontraron a mi mamá.

¿Cómo fue crecer en un hogar marcado por una historia así?

Siempre quedará la pregunta de cómo hubiera sido crecer gozando de mi mamá. Agradezco mucho que mi papá me haya dejado la lección de que hay que seguir adelante. He tenido la solidaridad de mis medios hermanos; mi madrastra ha sido como un ángel para mí. Pero siempre están las preguntas ahí. Me preguntan mucho por qué no estudié derecho, aunque con este proceso toca aprender muchas cosas para luchar contra la justicia, que está más inclinada a los poderes y a intereses particulares.

¿De qué manera percibe a las Fuerzas Militares?

No me gusta envenenarme de odio. Tengo amigos hijos de militares, incluso de militares implicados en otros casos. Por un grupo de gente, uno no puede llenarse de odio contra la institucionalidad. Pero no fueron tres loquitos que se les infiltró al Ejército. Estos no son daños colaterales. Aquí hubo una cadena de mando y ellos deben responder por sus delitos. No tengo odio, pero sí pido justicia.

Ya casi se cumplen 31 años de la toma del Palacio. ¿Qué conclusiones tiene hasta hoy de estos hechos?

Han sido muchas las generaciones que han pasado por el caso y la impunidad continúa. Ojalá encontremos a nuestros seres queridos, al menos para rendirles el santo sacramento. Falta mucho todavía; ojalá las instituciones cumplan por lo menos con las sentencias de tribunales internacionales. Que se mantengan la memoria y la dignidad, que se respete a las víctimas. Todos fallecen sin que sean reparados. Ojalá el Estado sea oportuno en sus acciones. Dios quiera que lo antes posible pueda recibir los restos de mi mamá. Estamos totalmente dispuestos a emprender lo que sea necesario para que no vuelvan a ocurrir estos atroces eventos.

Por Diana Durán Núñez

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