Para Joselito no hubo Carnaval

La vida de un pequeño de diez años cambió luego de que su madre tomara parte en un asesinato con empalamiento que trastornó a la ciudad de Barranquilla. En Barrio Abajo, el gran epicentro del carnaval, hoy hay esperanza.

Efraín Dawkins Sanmiguel / @Efrain_Dawkins
26 de abril de 2018 - 01:12 p. m.
El edificio “La Jaula” es una de las edificaciones más antiguas de la ciudad de Barranquilla; Joselito y su familia habitan en el lugar hace más de 10 años.
El edificio “La Jaula” es una de las edificaciones más antiguas de la ciudad de Barranquilla; Joselito y su familia habitan en el lugar hace más de 10 años.

¡He aquí a Joselito! Brillante pero indeciso, pequeño pero fuerte, callado pero astuto. Es un chicuelo trigueño, con una sonrisa en la que sus dientes grandes y blancos irradian luz. Es el menor de tres hermanos, hijo de José Miguel Atacho, un consumidor de cocaína y marihuana que en el pasado estuvo detenido por protagonizar peleas callejeras.

Su madre, Marilyn Alonso, era una drogadicta desde la adolescencia que, al no poder manejar su adicción, creó un ambiente hostil y difícil en el que se desarrolló el niño durante sus diez años de vida. Además, durante la gestación de Joselito, ella abusó con el consumo de bazuco, marihuana y cocaína, entre otras sustancias psicoactivas.

Con el tiempo, el padre quiso templar su andar e ingresó como vigilante en una casa de cambio, pero aun así, poco le interesó la vida en familia. José Miguel era una máquina de insultos y comentarios denigrantes que rechinaban en el oído de Joselito y sus otros dos hermanos, Camilo y Sofía Atacho.

Al parecer, el futuro no pintaba agradable para un pequeño con pocas oportunidades que veía el reflejo de la perdición en sus padres. Aunque el niño no era consumidor de drogas, estaba inmerso en un mundo en el que las agresiones y las palabras fuertes hacían parte de sus días. A todo esto, se sumó un ingrediente adicional: sus padres no tenían un proyecto de vida.

Hoy, el pequeño cursa quinto de primaria en la Institución Nacional de Comercio, ubicada a cuatro cuadras de su morada en Barrio Abajo, el más nombrado y recordado de los 191 barrios de la capital del Atlántico. Su rutina consistía en permanecer en el centro educativo desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde; a esa hora y luego de dejar su morral con los útiles en casa, lo esperaban sus primos y amigos del parche para comenzar a jugar fútbol. En eso también se destacaba Joselito que, como todo niño, tenía como únicas preocupaciones cumplir con los compromisos de la escuela y reunirse con sus compinches de la cuadra.

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Una noticia inesperada

Todo transcurría como de costumbre, hasta que a su puerta tocó una noticia inesperada. Eran las nueve de la noche del 5 de febrero del año 2017, cuando en el carnavalero Barrio Abajo de la ciudad de Barranquilla, una señora de sesenta y tres años conocida como María llegó a la casa de su vecino el cabo Marlon Barba. Ella le pidió ayuda desesperadamente porque una de sus hijas estaba implicada en un terrible homicidio. No había mucho que resolver esa noche ya que el cabo no estaba de turno, pero al día siguiente por la mañana sí y, él, personalmente, llegó al lugar en donde se encontraba la presunta asesina.

En el interior de una casa vieja con señales de abandono, ubicada en el barrio El Rosario en la calle 48 con carrera 44, fue sorprendida Marilyn Alonso Bohórquez en medio de cartones, basura y paredes manchadas de sangre. Estaba en compañía de otro sujeto al que se identificó como Jonathan Enrique Freyder. Estando allí, el cabo Barba los arrestó y solicitó refuerzos a sus compañeros de la policía; fueron trasladados a las instalaciones de la URI en la Fiscalía.

En medio de todo este incidente, dos familias se encontraban en completo caos: la de la víctima y la de los victimarios, pero en silencio había un personaje que no estaba implicado directamente con el homicidio, pero sí con la presunta asesina: Joselito, el hijo menor de Marilyn.

Para la abuela María, esta situación daba aviso. Antes del homicidio, ella vivía preocupada por el deterioro en que se encontraba su hogar. Desde el balcón de su casa, se le iban las horas pensando en el paradero de su hija Marilyn. Consideraba que el futuro de sus nietos corría peligro por el ritmo de vida que llevaban sus padres.

Cada día, exactamente a las once de la mañana, Sofía, la hermana de Joselito, se dirigía al lugar de trabajo de su padre José Miguel para recibir el dinero del almuerzo y, de esta manera, asegurar la alimentación del niño para cuando regresara de la escuela. Camilo Atacho, su hermano mayor, se encaminaba en malos pasos. Constantemente se ausentaba por días enteros, llegaba a casa en distintas motos, dejaba dinero y se marchaba nuevamente. Había abandonado la escuela y aprovechaba la ausencia de sus padres para salir a la calle a reunirse con amistades de Barlovento, el barrio vecino.

Los tres, Joselito, Sofía y Camilo vivían en un pequeño cuarto en casa de su abuela. La morada en la que residían es una de las edificaciones más antiguas de toda la ciudad, un edificio al que popularmente se le conoce como 'La Jaula'. Justo allí, en seis habitaciones que hacen parte del segundo piso, viven las otras hijas de María con sus pequeños hijos. A pesar de que los padres de Joselito estaban ausentes, su abuela materna desde siempre había sido una especie de ángel protector.

 

El hallazgo

Joselito, su familia y la ciudad de Barranquilla no olvidan aquel día en que explotó la noticia del asesinato. La mañana del 6 de febrero del 2017 cientos fueron testigos de la llegada de una noticia inesperada, un hecho que atrajo la atención de toda la prensa local y que involucraba hasta ese momento solo a Marilyn Alonso y a Jonathan Enrique Freyder. Los vecinos de la familia quedaron aterrados frente a una situación excepcional. Estaban en boca de todos. Se les acusaba de ser responsables del caso más escalofriante de empalamiento humano jamás conocido en la ciudad.

La noche anterior, la primera en conocer el detonante del hecho fue la señora María y no precisamente por boca de las autoridades. Ella estaba sentada en su mecedora de madera viendo su canal de novelas mexicanas, cuando a las 8:30 de la noche recibió una llamada de su hija Marilyn:

“Lo mataron mami, lo mataron. Marlon está muerto y no recuerdo nada. Está allí tirado en el suelo botando mucha sangre. Me tienen amenazada para que no diga nada”.

 

María sabía perfectamente de quién se trataba. Asustada y pensando que su hija corría peligro, dio aviso a la policía.

Foto: En esta casa ubicada en el barrio Rosario, aparentemente se llevó a cabo el crimen; hoy está siendo demolida por motivo de la canalización de los arroyos. 

El muerto, Marlon, el más reciente romance de Marilyn, la había conocido en sus actividades como reciclador. Llevaban una relación de algunos meses y las pocas veces que lo invitó a casa de su madre, la familia nunca percibió inconvenientes entre ellos. Ambos eran consumidores de drogas y residían en la vieja casa en donde se presentó el asesinato y la captura.

Mientras transcurría la mañana del lunes 6, en un sector cercano a la vía 40 -por donde se mueve el desfile más importante del Carnaval de Barranquilla, La Batalla de Flores-, y más exactamente en el sitio conocido como Sasone, un reciclador encontró dentro de una bolsa de plástico el cuerpo sin vida en condiciones realmente escalofriantes:

Le hacía falta un ojo, presentaba signos de degollamiento, los laterales de su boca habían sido cortados creando un aspecto parecido al personaje de Batman, El Guasón, y tenía el rostro hinchado con pequeñas fisuras en la cara y algunas más en el tronco del cuerpo.  Pero, lo más increíble de aquel homicidio fue encontrar un palo de madera, de los que usualmente se usan en las escobas, introducido justo en el recto de la víctima. El hecho trastornó a la sociedad barranquillera.

Al momento del levantamiento del cadáver, la Fiscalía no tenía clara la identidad del individuo. A través de una imagen explícita que fue publicada en el periódico digital Zona Cero, se conoció oficialmente su nombre: Marlon Mario Muñoz Cepeda. Aparentemente, el cuerpo fue trasladado hasta esa zona de la vía 40 por Marilyn y Jonathan, pero el empalamiento se habría realizado en la casa del Barrio El Rosario (el sitio de las capturas).

La noticia estaba en primera plana de los medios y se había vuelto viral en cuestión de minutos. En el interior de La Jaula la mañana transcurría tensa y las llamadas no cesaban: se producían una tras otra como si se tratase de una central de taxis de la ciudad un viernes por la noche. En últimas, la abuela de Joselito fue informada por la policía de otra versión de los hechos:

“Su hija no es la única implicada en el caso señora María; su nieto Camilo y un amigo de él al que le dicen 'El Guasón' fueron quienes le rajaron la boca al difunto”

 

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De la ficción a la realidad

Andru Ronaldo Viaña Agudelo de 17 años, era el amigo de andanzas de Camilo. Amistades de su barrio le apodaban “El Guasón” por la forma de su sonrisa. Como pudo constatarse en el análisis de lo ocurrido y específicamente en el cuerpo de la víctima, en el rostro de Marlon fue plasmada con un cuchillo la sonrisa del particular personaje.

Un experto en psicología forense de la Universidad del Norte, quien prefiere reservar su nombre, señala que estos comportamientos se presentan como producto de una ruptura de la realidad de forma temporal que, en este caso, fue alimentada por cierto fanatismo hacia el personaje de la película Batman. Un homicidio que es muestra de un brote psicótico y un ejemplo de psicopatología, expresado en dejar la firma en el cuerpo de la víctima, que normalmente es un reflejo de sí mismo. Sin embargo, aún no se conoce con exactitud si el responsable fue Andru Agudelo alias El Guasón o alguno de los otros tres implicados.

De acuerdo con un diagnóstico psiquiátrico realizado a la mamá de Joselito, Marilyn Alonso, en el Hospital General de Barranquilla el 18 de septiembre del 2015:

“la paciente presenta trastornos mentales y del comportamiento debido al uso de múltiples drogas y al uso de otras sustancias psicoactivas”.

 

El examen fue realizado cuando su padre, Thomas Alonso intentó ingresarla en un programa de rehabilitación en farmacodependencia; un tratamiento que fue abandonado por Marilyn a las pocas semanas para volver a su estilo de vida como nómada entre las calles.

El mismo día del hallazgo del cuerpo y de la captura de Marylin y Jonathan, Camilo se apareció en casa de su abuela de la manera más tranquila. Aparentó que no ocurría nada, pero ya todos sabían sobre el hecho atroz y sentían miedo al verlo. Sus pequeñas primas corrieron a buscar refugio donde su abuela cuando él subió las escaleras del edificio. En un parpadeo, toda la familia lo tenía acorralado esperando respuestas, pero él solo callaba. No pasó mucho tiempo para que la calle estuviese repleta de cuatro camionetas de la Sijín y siete patrullas de la policía que alumbraban de color azul y rojo las fachadas de las casas del lugar. Estaban allí para proceder con su captura.

La Policía esperaba una huida forzosa de Camilo, pero ocurrió todo lo contrario. Sin necesidad de fuerza, se entregó a las autoridades. En una habitación del segundo piso de La Jaula, los agentes de la Sijín interrogaron al joven para obtener información precisa del caso. En dicha conversación prometió decir la verdad y se confirmó la participación de Andru Ronaldo Viaña en el homicidio.

Madre e hijo aparecieron en los encabezados de todos los medios, se les acusó de ser asesinos y el terror de toda Barranquilla. Marilyn, fue llevada a la cárcel de mujeres El Buen Pastor ubicada en el barrio El Bosque, a uno pocos kilómetros de Barrio Abajo. Mientras que, a Camilo, por sus 17 años, lo trasladaron al centro correccional de menores Hogares Claret, en el municipio de Soledad.

Al día siguiente de la captura de Camilo, en un operativo de la Fiscalía fue sorprendido su amigo El Guasón a la entrada del barrio Barlovento, justo al frente del CAI de la Policía de La Aduana. Hoy ambos habitan en el mismo Centro.

 

Las secuelas

Un aire de tranquilidad se sintió en la familia de la víctima al saber que todos los implicados en el asesinato de Marlon Mario Muñoz Cepeda, estaban finalmente tras las rejas. En cambio, en la familia de Joselito, las secuelas del error cometido por sus parientes continuaban afectando la tranquilidad de todos.

Los siguientes días de escuela fueron los más duros para Joselito. La discriminación no se hizo esperar y sus compañeros y profesores le hacían sentir culpable por su manera indiscreta de señalar. Para un niño que anteriormente había pasado por muchas situaciones tóxicas, un ambiente socialmente tenso como ese, solo podría empeorar su situación. Si antes peleaba con su hermana por no ir a clases, ahora ella lo obligaba a quedarse en casa para que no fuera discriminado por los errores de su madre.

La sociedad disparaba cientos de comentarios ofensivos, los periodistas publicaban fotos y titulares, los familiares del fallecido continuamente lanzaban amenazas y, por si fuera poco, gran parte del barrio veía a la familia con malos ojos.

Para Patricia del Carmen Marroquín, la titular del salón de Joselito en la Institución Nacional de Comercio, la situación de su madre no ha afectado su rendimiento académico. Dice que el pequeño presenta buen comportamiento y cumple con las normas establecidas en el Manual de Convivencia. Lo describe como un niño alegre e inquieto que en ocasiones suele presentar un temperamento fuerte con sus compañeros.

Se suele pensar que la capacidad de perdón de los niños es infinita:  les resulta fácil olvidar ofensas e ignorar el lado negativo de la vida. Un niño es capaz de perdonar malentendidos en familia, los castigos de sus padres, los malos comentarios de la gente e, incluso, olvidar lo que les duele y continuar. Sin embargo, a Joselito le era difícil obviar tantos comentarios de odio hacia su madre y cada palabra se convertía en una bofetada.

La abuela siempre se había negado a ofrecer entrevistas respecto al caso de su hija en medios de comunicación. Catalogaba a los periodistas como “buitres de la información” por la forma en que omitían detalles inéditos del caso, para seguir reproduciendo el amarillismo que esperaba la audiencia. Su rabia se sumó con un nuevo incidente que terminó por "sacarla de casillas". Esta vez ocurriría en una de las audiencias a las que estaba citada Marilyn.

La escena tuvo tres protagonistas: una fotógrafa del diario El Heraldo, la abuela y los guardas del Inpec. Lo que había comenzado como un acto de comprensión, cordura y cordialidad, en el que el diálogo entre la reportera gráfica y la abuela produjo un primer acuerdo para no registrar escenas de esos momentos, terminaría en la publicación de una imagen de la madre en el periódico. Para la abuela, esto violaba la intimidad de su hija Marilyn y afectaba nuevamente la estabilidad de Joselito.

Foto: Fachada del lugar en donde Marilyn Alonso, la madre de Joselito, se encuentra recluida mientras espera su condena.

Muy poco sirvió que los guardas le hubieran tapado con una chaqueta el rostro a la madre. En cuanto terminó la audiencia y se abrió la puerta de la sala, la fotógrafa disparaba ráfagas de fotos con su cámara Canon. Es que, como si se tratara de una reproducción de lo que ocurre con la sociedad, cada vez que el caso revive, todos los implicados directa o indirectamente se ven afectados. En especial Joselito, para quien ir al colegio se convirtió en uno de sus peores martirios. No quiere regresar a donde sus compañeros porque algunos lo señalan y discriminan: “A la escuela no”, repite.

En su papel de madre, la abuela María asistía a cada audiencia de su hija pero debía irse a casa sin un veredicto final. Para la juez del caso, las evidencias presentadas por ambas partes aún no eran suficientes. Públicamente, el único material probatorio del que se disponía era la grabación en la que Marilyn, en compañía del otro sujeto, conducía una carretilla de madera con lo que parecía ser el cuerpo de la víctima.

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Aires de cambio

El tener que visitar los sábados a su nieto Camilo y los domingos a su hija, le generaban mucho agotamiento físico a la abuela de Joselito. Sin embargo, prefería verlos en recuperación que en la calle consumiendo drogas. Hace un año, cuando fue capturada, Marilyn presentaba desnutrición y pesaba treinta kilos.

“Hoy parece otra persona. Cualquiera pensaría que nunca estuvo en las drogas”, expresa su madre al verla con ochenta y cinco kilos de peso.

 

En la familia se empezaban a ver síntomas que les permitían pensar en una vida distinta para el niño. Prueba de ello fue el cumpleaños de Marilyn, celebrado el primero de abril de 2018 en la cárcel del Buen Pastor. Estuvieron Sofía, la hija, dos hermanas y sus pequeñas. Por supuesto, no podían faltar la abuela y Joselito. Por primera vez celebraban un cumpleaños juntos en los últimos diez años, pues cada vez que ello había ocurrido en el pasado, Marilyn andaba en la calle.

A la prisión llevaron una torta de chocolate con 34 velas e hicieron carteleras. "Fue un momento mágico", así lo describe la familia. Marilyn, una vez más, aprovechó para pedirle perdón a su madre por causarle tantas lágrimas desde la adolescencia con su problema de drogadicción. Había llegado el momento de pensar en un proyecto de vida que beneficiara a Joselito, una labor que hasta ahora recae en manos de su abuela y de su hermana Sofía. Pero, también, debía incluir a Camilo, el otro preso, que hoy espera cuatro años más en el centro correccional de menores Hogares Claret.

En la cárcel , Joselito abrazó a Marilyn con las ganas que siempre tienen los niños de una madre. Es que los pequeños saben perdonar. Y hasta podría pensarse que las cárceles también transforman a algunos de los que delinquen.

Para estos tiempos, las cartas como canal de comunicación han perdido fuerza. Pero desde la cárcel El Buen Pastor, este es el único medio del que dispone Marilyn para transferir mensajes de aliento a su hijo Camilo. Así dice un trozo de una de ellas:

 

 

 

 

 

 

Así, a través de su familia, Marylin le hace llegar cartas cada fin de semana, en las que le ha recomendado, además, mantener la calma y no olvidar que aún tiene otra oportunidad para corregir su andar. Recientemente, Camilo Atacho Alonso cumplió la mayoría de edad y recibió mención de honor por su excelencia académica en la Institución Educativa Distrital para el Desarrollo Humano María Cano.

Un año después del asesinato, Marilyn, con cincuenta y cinco kilos más de los que llegó a la cárcel el 8 de febrero del 2017 continúa esperando su sentencia. Joselito, uno de los 10.041 habitantes de Barrio Abajo, ahora tiene una esperanza. De ser un caso que había permanecido en silencio, lejos del foco de documentalistas y cronistas, ahora es la representación de lo dura que puede ser la niñez para algunos pequeños en la Costa colombiana.

Por Efraín Dawkins Sanmiguel / @Efrain_Dawkins

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