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Periodista de El Espectador relata excesos de la Policía por no cargar la cédula

El pasado jueves 23 de julio, un reportero de este diario fue abordado por miembros de la policía en el norte de Bogotá y llevado a un CAI sin motivo alguno. Este es su relato.

Juan Sebastián Lombo
27 de julio de 2020 - 12:20 a. m.
El periodista radicó en la Procuraduría una queja disciplinaria el pasado viernes 24 de julio. / Imagen de referencia - Oscar Perez
El periodista radicó en la Procuraduría una queja disciplinaria el pasado viernes 24 de julio. / Imagen de referencia - Oscar Perez

Estaba en mi bicicleta en la carrera 15 con calle 100 a las 6:30 p.m, aproximadamente. No tenía reloj, pero el sistema de rutas de Google me da esa hora. Paré en el semáforo en rojo de la glorieta y vi a dos policías que estaban hablando con una mujer frente a una camioneta. Ella estaba al lado del carro y ellos estaban rodeándola. Ante los antecedentes de los últimos días y la tensión de la escena, yo me quedé esperando a ver qué iba a pasar. Los patrulleros se dieron cuenta y le indicaron que se fuera a la otra esquina, las señas fueron bastante entendibles. La camioneta arrancó y ellos siguieron detrás. Pensando que podía pasarle algo a esta mujer, di la vuelta y los observé a cierta distancia.

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La camioneta se detuvo y esta vez los uniformados se hicieron en el lado del conductor. Ella solo bajo el vidrio y les entregó algo, una escena que me pareció muy similar a la de un soborno, pero no tengo más elementos que los que vi para decirlo. La camioneta arrancó de una y los policías se fueron contra mí. “Buenas noches, nos puede mostrar sus papeles”. En mi susto por lo que vi y ante mi conciencia de que no tenía mis papeles porque estaba la tarde lluviosa y no los saqué, me les identifiqué y les di número de cédula. “Le pedí fue su cédula, usted puede inventarse cualquier número”, me dijeron de una. Hice un último intento de buscar los papeles pero sabía que no los tenía y se los dije. En ese momento recordé que desde que comenzó la pandemia no salgo sin mi carné de periodista. Se los mostré y les indiqué que este también tenía mi cédula. “Eso lo podemos falsificar hasta nosotros, tiene que irse pa‘l CAI ”, me dijo uno de ellos.

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Trataron de raparme el documento y yo solo se los dejaba ver sin soltarlo ante la actitud de ellos. Nuevamente les repetí mi nombre y mi cédula. Sabía que el Código de Policía pone lío si uno se niega a identificarse, acción que nunca cometí. Los uniformados seguían intentando llevarme al CAI y me decían que, según una ley del 2020, me podían llevar. Yo sabía que este año no se había promulgado ninguna ley en esa materia y se los dije. Me mencionaron el Código de Policía y les dije que, según el código, no me podían hacer eso. Les pedía que se identificaran porque ya me estaba causando nerviosismo la situación y ellos se negaron a hacerlo. Llamé a mi familia y les dije que necesitaba los documentos porque me iban a llevar a un CAI y les di la ubicación donde estaba. Los policías interrumpián la llamada y decían que no importaba, que igual me iban a llevar. En ese momento le dije a la persona con la que estaba hablando que estaban exaltados los agentes porque los había visto recibiendo lo que parecía un soborno.

En ese momento se alteraron aún más y me dijeron que estaba cometiendo un delito porque los estaba injuriando, que me iban a procesar y presentar ante la Fiscalía. Les dije que simplemente mencioné lo que posiblemente había visto, pero nunca los acusé de algo. En ese momento les dije que mi familia ya venía en camino a mostrarles los documentos, que esperaran un poco. “Yo soy la autoridad, a usted no lo tengo que esperar”, me decía uno de ellos. Le respondí que era una arbitrariedad lo que estaban haciendo y que de acuerdo a la ley no podían llevarme a un CAI cuando no estaba haciendo nada y cuando mi único error era no haber sacado los documentos. Ambos estábamos hablando fuerte, sobre todo porque sentía impotencia de que la calles estaban vacías y necesitaba ayuda.

Les decía que era periodista, que era conocedor de mis derechos y lo que estaban haciendo era una arbitrariedad. Uno de ellos comenzó a grabar. Mientras hablaba con mi familia ellos habían llamado a una patrulla que llegó a los pocos minutos. Se bajaron dos uniformados, a uno de ellos, el más gordo, le decían mi comandante y días después lo pude identificar como el intendente Wilson Mahecha. Ese fue el que al instante se bajó y me ordenó que me tenía que ir con ellos en la patrulla. Me negué y llamé a otro familiar que vivía a unas cuadras para que me ayudara. Traté de activar la cámara pero el video que grabé fue con la cámara delantera. “Soy periodista, ustedes no me pueden hacer esto conozco mis derechos, ya van a traer mis documentos”, les dije con un tono más elevado.

En eso el comandante me haló el brazo derecho para atrás y me puso una esposa. En ese panorama solo vi posible pedir ayuda gritando, a lo que el patrullero que me paró inicialmente respondió sacando su pistola teaser y la activó: “¿Quiére que la use? Al saber lo que ha pasado en Estados Unidos con esas armas de supuesta baja letalidad, que han matado a muchos, no me opuse más y dejé que me esposaran. “¿A dónde me van a llevar?”. “A un CAI allí no más, no pregunte tanto”. “Necesito que me dejen avisarle a mi familia que ya viene para acá”, le dije. “No, les avisa allá”. Me subieron a la patrulla y montaron mi bicicleta. El viaje fue corto pero ante el afán de no saber a dónde me llevaban y sin poder comunicarme con nadie se me hizo una eternidad. Me llevaron al CAI del parque El Japón. En ese lapso se me cayó el tapabocas, pero al tener las esposas no me lo pude acomodar.

Les dije que me quitaran las esposas porque no había motivo para tenerlas. “Por su seguridad y la de nosotros no se las vamos a quitar”, me dijo el comandante. “Déjeme llamar a mi familia para decirles que estoy acá”, insistí. En ese momento, al que le decían comandante, me pidió un celular al que marcó y alcancé a ver que contestaron. No supe qué les dijo hasta que me liberaron y me contaron que les había comentado a mi familia que me tenían en el CAI de la 87 con 11 y que estaba muy alterado. En ningún momento lo estuve, tal vez con la agitación normal de alguien que ve que le están vulnerando sus derechos. Cuando se fue al que le decían comandante, el mismo que me amenazó con el teaser se quitó el tapabocas y me hablaba a la cara. “Es que nosotros somos la autoridad, podemos hacer más cosas si queremos. Usted está capturado y lo vamos a procesar por lo que hizo”, me dijo. “Dígame por cuál delito me tiene capturado”, les dije. “Usted está diciendo que nosotros recibimos un soborno, cuando ella es un amiga del cuadrante que podemos traerla si quiere”, respondió. Después cambió la versión y dijo que era una oficial que estaba de encubierto.

“En ningún momento les dije eso. Dije que vi una escena que se me pareció mucho a un soborno y ese no es ningún motivo para tenerme acá”, les dije. “Es que usted no tiene documentos”, me dijo otro. En ese momento les volví a decir que buscaran en la base de datos, que yo en ningún momento me estaba negando a identificarme y que incluso tenía un carné con mi número de cédula. “A nosotros no nos importa eso, usted puede inventarse ese número y falsificar el carné. A nosotros lo único que nos importa es este plástico”, comentó uno de ellos y sacó de un cajón varias cédulas que tenían guardadas. Les insistí que lo que estaban haciendo estaba en contra de la ley y les pedí el favor de que se identificaran de nuevo. “Eso no es para nosotros, nosotros somos la autoridad “, dijo el que siempre llevó la batuta y me intentó meter en un cuarto bastante pequeño. “Usted está detenido y lo vamos a judicializar, para adentro. Tiene derecho a guardar silencio”. En eso llegó un domiciliario que les entregó dos paquetes de comida asiática, lo supongo por la forma de las cajas. “No, llévese eso, después este man va a decir que nos están pagando otro soborno”, dijo el del teaser, “para que sepa, esto nos lo dan porque dos domiciliarios se estrellaron ahí no más y los ayudamos a solucionar el problema. Uno hace su trabajo y nos duele que usted nos diga lo que dijo”.

Les dije que si en algún momento los ofendí me excusaran, pero que no era motivo para que me retuvieran, que estaban violando mis derechos. Un tercer policía, que nunca tuvo nada que ver con la captura, me comenzó a insultar. “Nunca he visto alguien más ignorante que usted”, “basura”, “poco hombre”, entre otros comentarios que me decía. En eso llegó un familiar con mi billetera y se dio cuenta que ni yo ni el policía que me estaba hablando a la cara teníamos tapabocas. Me ubicó el mío y le exigió al otro que se pusiera uno. En eso volvió y se le entregó mi cédula, la vio y la intentó llevar a la parte trasera del CAI. “Que no se lleve mi cédula, no la pierdas de vista”, le dije a la persona que llegó en ese momento. Esa persona se fue detrás de ese policía, mientras que el policía que antes me estaba insultando volvió a hacerlo: “Pobrecito, es tan poca cosa que tiene que llamar a que lo ayuden porque no se puede valer solo”.

En eso llegó un abogado cercano a la familia y se dio cuenta de lo que estaba pasando adentro del CAI, o eso creo, y solo entró a decirme “usted no vaya a decir nada”. “A él no lo vamos a soltar, lo vamos a judicializar”, decía el policía que antes no tenía tapabocas. Después me enteré de que, entre los compromisos a los que llegó mi familia, fue que me soltaban si no interponíamos ningún recurso. Apenas vieron mi cédula, ni siquiera verificaron mi identidad o metieron los datos en los celulares que les dan. Me quitaron las esposas, que me estaban haciendo daño porque mi maleta se había caído encima de mis manos y no podía arreglarla. “Hasta luego, muchas gracias por cumplir su deber”, les dije y se fueron en mi contra diciendo que estaba siendo sarcástico. En la salida el que me estaba ofendiendo les dijo: “Revísenlo, no vaya a ser que se nos robe algo”.

Salí y los uniformados se quedaron peleando con el abogado. En eso me devolví un poco para ver la chaqueta del que desde el principio fue más agresivo y me detuvo por los papeles. Estaba tratando de memorizarme el número de identificación para el proceso disciplinario, pero se dio cuenta. “Ahora sí se va pa’ adentro, que lo vamos es a judicializar”, comentó y se fue encima de mí. Mi familia se interpuso entre él y yo. “Nos vamos ya y aquí nadie va a hacer nada”, dijeron mis familiares. Cogí mi bicicleta y la monté en el carro. Nunca me interpusieron un comparendo, nunca me hicieron algún papel que señalara que estaba cometiendo alguna irregularidad, ni nada por el estilo. Me fui sin más.

Nota de la Editora: a pesar del miedo de la familia de nuestro reportero ante lo sucedido, él presentó una queja disciplinaria el pasado viernes 24 de julio. La denuncia quedó radicada a las 2:41 p.m. en el sistema de la Procuraduría.

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