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Yo estuve en... La caída de “Megateo”

El 1° de octubre murió Víctor Navarro, alias “Megateo”, en la “Operación Solemne”. En el golpe militar del año participaron nueve helicópteros, seis aviones de la Fuerza Aérea y 200 hombres, entre Ejército y Policía.

Oficial de la Policía
27 de diciembre de 2015 - 04:01 p. m.

El siguiente es el testimonio de un oficial de la Policía que participó en la “Operación Solemne”, en la cual cayó el capo del Catatumbo: el hombre que se hacía llamar Megateo.

“Leyenda sí era. El tipo era muy ingenioso y habilidoso, y tenía las siete vidas del gato. O bueno, las ocho vidas del gato: fueron ocho operaciones fallidas para poder neutralizarlo. Dicen que él visitaba pitonisas, brujas que lo rezaban para evitar que las balas le entrasen, para evitar que lográramos capturarlo. Pero lo logramos. Todo empezó hace tres años y medio, cuando a la Dijín le dieron la responsabilidad de la ubicación y captura de alias Megateo. Así comenzó la búsqueda de información para saber cada detalle, del más mínimo al más grande, de este sujeto.

En sí, el primero del Epl es alias “David León”. Pero Víctor Ramón Navarro, alias “Megateo”, era la cabeza visible. Él manejaba todo el tema militar, y también financiero, todo el narcotráfico. El tipo era un egocentrista criminal. Su debilidad eran las mujeres, el trago y la música. A sus mujeres las hacía tatuarse su rostro cerca a las partes íntimas, el trago le gustaba fino, tequila y whisky. En cuanto a la música, tenía mucha influencia de los “capos” mexicanos, le gustaba escuchar corrillos mexicanos. Incluso mandó a componer uno en su honor. El corrillo expresa que a él no lo mata nadie, que a él no lo traiciona nadie. Que él es el patrón de los patrones.En el Catatumbo nadie podía moverse sin su autorización. Prácticamente tenían secuestrada a la población de los corregimientos de La Vega de San Antonio, San José del Tarra, otros corregimientos de los municipios de Hacarí y de San Calixto, zona rural. Estaba rodeado por cuatro anillos de seguridad, con 50 hombres en total. El más cercano era de cuatro guardaespaldas que se movían con él en motocicleta, por trochas y caminos a sus anchas. Los otros hombres de su cerco se encontraban en las cimas de las montañas -Catatumbo es zona de altas montañas- que podían dispararle a nuestros helicópteros cuando hacíamos operaciones.

A pesar de las dificultades, decidimos lanzar la primera operación, pues ya sabíamos todo lo que se podía saber sobre él. Fallamos por minutos, vimos cómo se escapó en una motocicleta. Con cada operación fuimos afinando la estrategia. La séptima y la octava operaciones fueron tan concretas, que no sabemos cómo se escapó. Recordamos los rezos que tenía. Sin creer en esas cosas, uno dice “era imposible…”. En la octava le matamos a tres de su equipo de seguridad de confianza. Él y otro lograron huir, a pesar de que el francotirador lo tenía en la mira y le disparó. Nuestros hombres aseguraban haberlo impactado. Pero resulta que ni una bala le rozó el cuerpo. Hubo varios intentos por capturarlo. Tras el octavo operativo, se nos perdió durante 15 días. Lo encontramos a 19 kilómetros de su zona usual de operación. Definimos el punto y pusimos el plan a rodar. Nos tardamos más o menos cinco días para llegar al punto previsto por inteligencia. Caminamos de noche, en la maleza, para todo lo que estábamos entrenados. Llegamos antecitos del amanecer y nos ubicamos a unos 200 metros, y lo que vimos fue una casa con unas antenas de DirectTV en el techo. Todo se informó al puesto de mando en Cúcuta, donde estaba la inteligencia y los altos mandos. Veíamos unas personas, como una familia, pero nada más.

En la tarde llegan unas personas en motocicleta y entonces reconocimos a gente afín a él, pero todavía no lográbamos identificarlo. Cerca de allí había una platanera, pero no se veía mayor cosa. Entonces vimos que llegó una camioneta blanca y unas motos. Se bajaron unas cinco o seis personas que trataban de reunirse en la plantación, pero no sabíamos muy bien qué estaba pasando. Como no podíamos arriesgarnos, pues éramos pocos y él manejaba un esquema de seguridad superior a nosotros en número, tratamos de acercanos 100 metros. Ahí vimos que en la platanera hay un rancho, una especie de ramada con techo de zinc.

El analista de inteligencia, desde el comando central, a pesar de las dudas, nos decía: “No, mijo, ahí está el tipo porque hay tres motos con las características de las suyas”. Como ya estaba anocheciendo, su guardia personal empezó a revisar los alrededores. Alguien empezó a mirar con una linterna hacia donde nosotros estábamos. Estaban muy prevenidos por el operativo de un mes antes, y efectivamente con ese registro casi fuimos detectados; lo que hicimos fue devolvernos. En tres ocasiones llovió. A eso de las 10 de la noche, como algo se olían, empezaron a hacer disparos hacia los cerros donde estábamos. En ese momento hubo una explosión en la platanera. Vimos un gran incendio y comenzó un desorden. Aún no sabíamos qué estaba pasando.

Más tarde nos dimos cuenta de que en esa casucha había insumos químicos y otros explosivos y los criminales, al escuchar los disparos que su misma seguridad lanzaba por nuestra posible presencia, pensaron que ya venían los helicópteros. Supimos que ellos, previendo un ataque, comenzaron a colocar sus baterías antiaéreas y preparando eso, en una mala manipulación tratando de reaccionar rápidamente, se les estalló un explosivo. Ahí dieron la alerta porque creían que los estaban atacando con cilindros. Eso fue lo que nuestro grupo vio y oyó: un error.Nos escondimos y ellos comenzaron a gritar y a disparar. Los otros anillos de seguridad, los de las cimas de las montañas, comenzaron a disparar hacia donde él estaba, tratando de darnos, pero era claro que ellos tampoco sabían qué pasaba. Llegaron motos de San José del Tarra y empezaron a evacuar gente. Ahí fue cuando solicitamos el apoyo. Cuando lanzamos la ofensiva con los helicópteros, hacía un clima complejo: estaba nublado y lloviendo, y como eran altas montañas y la neblina estaba bajita, hicimos una hora de intentos de meternos a apoyar a los hombres en tierra, que eran siete.

Cuando llegó el helicóptero y la patrulla de nosotros, dejaron de disparar un poco, aunque seguían igual disparando desde los cerros como apoyándolo a él, tratando de evacuarlo. Sin embargo, la gente de los cerros ya había sido bombardeada por la Fuerza Aérea. Ahí fue cuando ingresamos al sitio y empezamos a verificar qué había. En medio de un incendio encontramos fusiles, relojes, radios de comunicación, morrales de campaña, encontramos el fusil de Megateo. Entonces supimos que él había quedado ahí, porque el fusil estaba destruido y ese era uno de sus amuletos.

Encontramos también partes de cuerpos incineradas. Piernas, brazos, troncos. Los embalamos, pero ninguno era reconocible. No sabíamos con certeza si él estaba realmente muerto, por eso nos llevamos las partes para reconocimiento posterior. Debíamos terminar el operativo antes del amanecer: siempre que hacíamos las operaciones en el día, terminábamos con hombres heridos. No queríamos eso. De noche todos estamos en igualdad de condiciones.

En el reconocimiento de lo que había allí, nos tardamos hasta las 4 de la mañana, cuando mejoró el clima y lograron sacarnos con parte de los restos de Megateo. Al principio sólo sabíamos por lo que decían los mismos escoltas de ellos que lo habíamos matado. Pero no sabíamos a ciencia cierta cuál de los tres restos de cuerpos que estaban ahí era él. Empezamos a coordinar con Medicina Legal. Tomamos muestras de ADN de los cuerpos no identificados y que, asumíamos, uno era lo que quedaba de Megateo. Identificamos tres cuerpos plenamente: sus nuevos guardaespaldas. De Megateo sólo tuvimos restos, que comparamos con el ADN de una tía materna de él y coincidió.

Los pobladores también confirmaron la muerte: allá, en el Catatumbo, le hicieron un novenario: esa costumbre que tienen en los pueblos de rezarle por nueve días. Enterraron lo que ellos pudieron recuperar esa noche, ayudados por la oscuridad y la llovizna. Esos restos están en un sitio que desconocemos. Por whatsapp circularon imágenes de “Murió el patrón de patrones”, como le decían en el corrillo con su nombre. “Este hombre no a muerto (sic)”, con la foto de él. Así se confirmó su muerte.

Con él murieron los enlaces de narcotráfico en la zona. Ellos no tienen ni idea de los negocios que él hacía, ni cómo, ni con quién. También disminuyó la guerra entre Policía y sus hombres. Es que su mente criminal era la que seguía a Pablo Escobar, me atrevo a decir. Megateo tenía dos amuletos: su fusil, que quedó destruido en el operativo, y su chaqueta negra, que hoy tenemos enmarcada en el museo de la Policía Nacional”.

 

Por Oficial de la Policía

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