Yo estuve en la captura del exfiscal de la JEP, Carlos Bermeo

El 1° de marzo de este año, la Fiscalía capturó al exfuncionario y a cuatro personas más porque, supuestamente, ofrecían influir sobre el proceso de “Jesús Santrich” a cambio de una larga suma de dinero. Entre ellas estaba Ana Cristina Solarte, entonces novia de Bermeo. Así vivió ella aquel día.

Ana Cristina Solarte
29 de diciembre de 2019 - 01:30 a. m.
Ana Cristina Solarte era la pareja el exfiscal Bermeo.  /Nicolás Achury.
Ana Cristina Solarte era la pareja el exfiscal Bermeo. /Nicolás Achury.

Llegué de Popaýan a Bogotá el pasado 28 de febrero, porque al día siguiente, el 1° de marzo, tenía que estar a primera hora en la Universidad Cooperativa para hacer trámites de mi matrícula. Sin embargo, al terminar el día, resulté capturada en el búnker de la Fiscalía, sin entender qué estaba pasando. Estuve toda la mañana en la universidad y Carlos Julián Bermeo, mi expareja, me estuvo llamando. Como estaba desconectada del celular, más o menos al mediodía le regresé la llamada. Me dijo que fuéramos a almorzar, que aprovecháramos para vernos. Accedí y me fui en un taxi hasta el edificio de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), en la carrera séptima con calle 63.

Vea: Ana Solarte: una pieza que no encaja en el caso del exfiscal Bermeo

Me encontré con él ahí y me dijo: “Voy a hacer una diligencia, me demoro cinco minutos y tú vas pensando dónde quieres ir a almorzar, no puede ser muy lejos porque necesito estar muy puntual en la JEP”. Le dije que listo, y nos fuimos en el carro hablando de mis materias, del horario, de todas esas cosas, porque estaba muy emocionada por la universidad. Cuando llegamos al lugar de su reunión, era el hotel JW Marriott. Le dije que lo esperaba en el carro, a lo que me respondió: “No, no te quedes acá solita, bájate y me esperas en el hotel”. Estuve de acuerdo, me bajé y lo esperé en el lobby.

Evidentemente se demoró más de los cinco minutos. Estuvo reunido en un lugar que no alcanzaba a divisar desde la recepción, aunque luego me enteré de que estaban hablando por los videos que mostró la Fiscalía en las audiencias. Me puse a chatear, a contarle a mi mamá cómo me había ido en la universidad, que había logrado sacar una cita médica con especialista ese mismo día a las 3:00 ―que después, desde luego, perdí―. De hecho, también estaba hablando con una amiga y le conté que Julián me tenía ahí esperándolo.

Finalmente, Julián salió. Cuando llegó al lobby, ya estaba molesta. Le dije que para qué me dejaba esperando, que cuál era el afán de ir a almorzar conmigo si al final se iba a demorar y me iba a dejar ahí sola. Me dijo que ya nos íbamos, pero le contesté que quería ir al baño primero. En el camino me metió algo en la mochila y me dijo que se lo guardara. Entré al baño, abrí la mochila, saqué mi maquillaje y vi que lo que me había guardado: un fajo de dólares. Salí y pensaba hablar con él, pero no tuve tiempo de absolutamente nada, porque cuando salí del baño se dio la captura.

Lo único que recuerdo es que, antes de que se cerrara del todo la puerta del baño tras mi salida, un grupo de personas se me lanzaron y gritaban: “La plata, la plata, la plata”. Eran agentes del CTI. Me esposaron y todos me daban órdenes en un tono de voz altísimo. Uno de ellos me dijo: “Siéntese”. Señaló una silla y me senté. Ahí vi que Julián también estaba esposado y, cuando vio mi cara de confusión, le escuché decir: “Tranquila, nena, tú no tienes nada que ver. No te preocupes”. Nos pidieron los celulares, nos pasearon por todo el hotel hasta una de las salidas y esperamos un carro que nos llevó hasta el búnker de la Fiscalía.

Cuando nos bajaron del vehículo iba esposada y una de las agentes me llevaba agarrada del brazo. En un punto, no sé por qué, me apretó muy fuerte. Todavía no entendía qué estaba pasando, no sabía por qué me estaban llevando, nadie me decía nada. Sentir ese punzón me hizo explotar y le grité: “No voy a correr, no tengo por qué escaparme, ¿por qué me aprieta?”. Cambiaron a la agente que me custodiaba y nos llevaron a un salón en el búnker, al que después llegaron Luis Orlando Villamizar, el exsenador Luis Alberto Gil y su conductor, Yamit Prieto. No sabía quiénes eran, ni tampoco entendía que estaban ahí por la misma razón que nosotros.

Me vengo a dar cuenta de que estamos por lo mismo cuando vino otro agente del CTI y nos explicó qué seguía: llevarnos a los juzgados de Paloquemao para las audiencias preliminares. Julián me dijo que accediera a que me representara su mismo abogado, y dije que sí. Nos metieron en los calabozos que hay ahí mismo en los juzgados y solo nos sacaron para entrevistarnos con el abogado. Ese fue el primer momento que tuve, por decirlo de alguna manera, a solas con Julián. Me pidió disculpas, me reiteró que yo no tenía nada que ver y me aseguró que todo se esclarecería.

Comenzaron las audiencias y fueron horas y horas de escuchar al fiscal decir cosas sobre mí que no eran ciertas: que yo me concerté, que yo pedí un dinero, que yo tenía conocimiento de lo que pasó. No tenía conocimiento de nada, ni siquiera de quiénes estaban en el hotel reunidos con Julián. A él no le preguntaba sobre su trabajo y ese día no le dije “¿qué vas a hacer?”. Poco a poco fui entendiendo de qué se trataba todo. Hoy pienso que debí interrumpir decirle al mundo que no tenía nada que ver con lo que estaba diciendo la Fiscalía, pero todavía no era consciente de lo que estaba pasando.

El fiscal dijo que Julián recibió los US$40.000 que me metió a la mochila dizque a cambio de incidir en el expediente por la extradición de Jesús Santrich. El negocio, supuestamente, lo arregló con unos mexicanos por un valor total de US$2 millones. Eso, según se dijo en la audiencia, se pactó en unas reuniones en Bogotá entre finales de 2018 y comienzos de este año, pero para esas fechas estaba en Popayán, trabajando. Mi horario era de lunes a viernes de 8:00 a 5:00. Tengo muy claras las fechas en las que he estado aquí en Bogotá y en ninguna de esas supuestas reuniones estuve. De hecho, así lo declararon ya también Julián y el exsenador Gil.

De ahí me llevaron a la cárcel El Buen Pastor, donde estuve los últimos nueve meses. Me vine a dar cuenta de lo que estaba pasando como a los dos meses de estar tras las rejas. Me llevaron al patio quinto, que dicen que es uno de los mejores. Allá el trato de la mayoría de dragoneantes es arrogante, son déspotas. La comida, la alimentación es terrible. Todo es sucio, o descompuesto, o crudo. Nadie se espera que la cárcel sea un hotel cinco estrellas, pero por lo menos que nos traten dignamente, con respeto.

Salí de la cárcel el pasado 18 de diciembre, luego de que un juez reconociera que no había pruebas de mi participación en el negocio ilícito del que acusan a Julián. Todavía debo enfrentar un juicio, pero, en mi concepto, no hace falta nada para que la Fiscalía desista. Están todas las pruebas que demuestran la razón por la que estaba en Bogotá. Estuve en ese hotel de manera circunstancial, por mera casualidad. No por haber tenido una relación sentimental con Carlos Julián Bermeo, tengo que estar más de nueve meses privada de la libertad. Me acusaron de cosas que no hice. Dañaron mi vida.

Por Ana Cristina Solarte

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