51% menos emisiones a 2030: una meta de todos

Isabel Cavelier
27 de noviembre de 2020 - 08:13 p. m.

Iván Duque anunció anoche que Colombia se compromete a reducir sus emisiones en un 51% a 2030 respecto de la línea de base proyectada.

En marzo de 2013 empezó el proceso de adaptación al cambio climático en Pasifueres.
En marzo de 2013 empezó el proceso de adaptación al cambio climático en Pasifueres.
Foto: Leonel Barreto

Es una meta ambiciosa que tenemos que celebrar. Lo más importante: es una meta de todos los colombianos, que debemos trabajar con ahínco para implementarla y construir juntos nuestro futuro compartido.

Una de las cosas que aprendí siendo servidora pública fue que no es necesario estar de acuerdo en todo para cooperar y unir esfuerzos para avanzar en lo que sí estamos de acuerdo. En esto estamos de acuerdo y los felicito señor Presidente, Ministro de Ambiente y en particular a sus equipos. Con esta meta Colombia se posiciona no sólo como líder global en esta materia, sino como un país que asume seriamente los retos de nuestro siglo.

Mientras esperamos los detalles asociados a este anuncio, sabemos que incluirá características importantes: un componente robusto en materia de adaptación, consideraciones para la transición justa de la fuerza laboral, un nuevo compromiso para reducir el “carbono negro”, un compromiso en materia de deforestación, y un enfoque de género, entre otras.

Habrá quienes argumenten que Colombia emite poco, y esta meta es desproporcionada. Se equivocan: por un lado, la reducción de emisiones es necesaria por parte de todos y cada uno de los países para alcanzar a reducir emisiones a tiempo. De lo contrario, todos estaremos sometidos a un futuro catastrófico. La buena noticia es que este aparente dilema de acción colectiva o “tragedia de los comunes”, en que ninguno avanza por esperar que los demás hagan el trabajo duro para proteger el patrimonio que es de todos (la biósfera), ya fue superado. La transición irreversible que vemos hacia la descarbonización, a la que todas las grandes economías han suscrito (China, la Unión Europea, Japón, Corea y ahora seguramente Estados Unidos), es una oportunidad dorada para brindar una mejor calidad de vida a los ciudadanos.

Por eso reducir nuestras emisiones y adaptarnos, a la misma vez, es una decisión inteligente en todos los sentidos. Tendremos mejor calidad del aire, mejor salud, una economía diversificada y más resiliente, más y mejor empleo, y también ecosistemas mejor protegidos y más capaces de brindarnos el sustento para la vida: el agua, los alimentos que consumimos a diario, y protección frente a fenómenos hidrometeorológicos como los huracanes que tanto daño hicieron recientemente.

Es importante apreciar esta transición con perspectiva. Requerirá de un esfuerzo de todos los sectores sin excepción. Para algunos el trabajo será más intenso en el corto plazo. Es fundamental que el sector privado, y en particular en aquellos sectores carbono intensivos, empiecen la planificación y ejecución de una transición ordenada desde ya, con el tiempo suficiente para garantizar los cambios necesarios en los empleos y patrones de producción, así como la de las actividades económicas que así lo requieran. Adaptarnos al cambio climático es adaptarnos a los impactos ya irreversibles, y también adaptarnos a la transición que ya está en curso en la economía global. Eso requiere tiempo, planificación y ejecución ordenada.

Nuestro principal reto a corto plazo como país es controlar y acabar de manera definitiva con la deforestación. No se puede subestimar la dificultad de la tarea. Requiere de todos los esfuerzos que podamos emprender, como política de Estado a largo plazo. Combatir este fenómeno implica aumentar de manera significativa la capacidad de comando y control del Estado en las zonas de amenaza, pero sobre todo, una inversión histórica que debemos hacer todos para mejorar la calidad de vida de las poblaciones que habitan las fronteras del bosque y que pueden jugar un papel fundamental para su protección.

Las metas ambiciosas son criticadas por los pesimistas como saludos a la bandera abocados a fracasar. En un momento de inflexión planetaria como el que estamos viviendo, el pesimismo es una elección ética desacertada. Un optimismo realista y persistente es la única manera de co-habitar en un planeta herido que requiere de una especie humana que acelere la regeneración. En ese espacio ético, las metas visionarias como esta nos impulsan a trabajar juntos para lograrlas y superarlas con creces. Nos abren las ventanas para soñar juntos, y cumplir los sueños creando el futuro que sí podemos imaginar y desear, próspero para nosotros, nuestros hijos, y todas las generaciones que les sigan.

*Isabel Cavelier Adarve es co-fundadora de Transforma y asesora senior en Mission2020.

Por Isabel Cavelier

 

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