¿Por qué la biodiversidad es “sexy” para la economía?

La directora del Instituto Humboldt es una de las panelistas invitadas al encuentro “Biodiversidad y desarrollo, un reto para Colombia”, convocado por la campaña BIBO de El Espectador, que se desarrollará mañana en el Hotel Hilton en Bogotá de 8 a.m. a 1 p.m.

María Mónica Monsalve Sánchez
19 de noviembre de 2015 - 03:40 a. m.

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Humboldt, explica por qué la biodiversidad es el partido perfecto para el desarrollo económico: no es solo porque sea bonita, sino porque tiene una vocación productiva que aún no hemos terminado de explorar. Se estima que a nivel mundial contribuye al 5 % del PIB y mantiene la regulación hídrica de la que se abastecen todas las industrias. Si no nos ponemos las pilas, podremos agotar este recurso para el 2050.

¿Por qué es útil la biodiversidad para el desarrollo económico?

Es útil porque todos los sectores productivos dependen de los servicios ecosistémicos que presta la biodiversidad. La regulación hídrica, por ejemplo, que permite el crecimiento industrial, agropecuario y la expansión de la infraestructura, depende de los bosques y la vegetación. La producción de alimento, por su parte, necesita del control biológico de insectos y de la fertilidad del suelo. Entonces, si se pierden estas características biodiversas, también se pierden los servicios ecosistémicos que brindan. Económicamente hablando sabemos que estos servicios están aportándole capital a la producción.

¿En las ciudades cómo se puede ver esa biodiversidad?

Hay dos dimensiones. Una es la biodiversidad propiamente urbana, es decir, las plantas y los animales que conviven con nosotros en los antejardines, los separadores de las avenidas y los parques públicos. Esa biodiversidad hace más amable nuestra convivencia, absorbe la contaminación y abre espacios de educación e inspiración.

Por otra parte, los habitantes de la ciudad tendemos a olvidar que el agua que llega a nuestros grifos hay que purificarla y esto nos cuesta dinero. En el caso de Medellín, Cali, Bogotá y Bucaramanga, el agua llega muy limpia porque viene de un páramo. Entonces hay que pensar que si nuestras fuentes de agua, los páramos, se destruyen o contaminan, nos va a costar dinero tener agua limpia. Pasa igual con los desechos. En botaderos como el de Doña Juana es necesario que exista una biodiversidad bacteriana y de hongos que permitan la degradación.

¿Cómo un “ciudadano del común”, que no ve la biodiversidad tan cerca, puede entender su relación con esta?

Yo invitaría a la gente a salir de la ciudad, conocer los parques naturales, las reservas ecológicas, caminar. Porque entre más nos encerramos en la ciudad, creemos que el planeta biológico no existe. Uno cree que está bien porque tiene comida, empleo y recreación, pero resulta que mientras tanto se va erosionando el planeta y un día el golpe va a ser terrible.

¿La biodiversidad es un recurso agotable?

Claro. Hay dos maneras en que se agota. Una es que disminuye la variedad de especies de plantas, animales o microorganismos por las condiciones ambientales, simplificación que tiene efectos en el funcionamiento ecológico y en el bienestar humano. La otra forma en la que se puede agotar es porque disminuyen las cantidades críticas de biodiversidad de cierta especie. Hay unos umbrales de transformación en los cuales condiciones como la regulación hidrológica y la polonización ya no son viables.

¿Y esto qué implica?

Cuando se transforma un paisaje, por ejemplo, el de la altillanura de la Orinoquia, sacrificando biodiversidad para reemplazarla por maíz o palma, habrá un punto en que la tierra deje de funcionar y habrá que acudir al control agroindustrial, maquinaria, agroquímicos. Ese deterioro genera un costo mayor del que se gana con ese proyecto de agricultura. Hay que entender que aquí el mensaje es que se debe construir una agricultura más simbiótica, que resuelva la contradicción entre conservación y desarrollo. La conservación es una decisión económica que tiene resultados positivos, que no los sabemos ver y desde las ciudades no somos conscientes de ellos.

Si seguimos con los mismos modelos de desarrollo, ¿cuánto tiempo más nos va a aguantar la biodiversidad?

Los escenarios globales que se están pensando son tremendamente preocupantes. Tanto los de cambio climático como los de destrucción de ecosistemas plantean que estamos al filo de la navaja. El planeta está superando lo que llamamos el espacio seguro de operación, estamos jugando con fuego. Se plantea un colapso de las funciones biológicas del planeta para el año 2050 y todos los análisis de tendencias sobre acidificación del océano plantean un colapso del océano a 30 años. Nos dicen que somos muy apocalípticos, pero es que hay ciertos umbrales que no deben ser trasgredidos, así suene alarmista. Lo que estamos haciendo es disminuir las posibilidades de supervivencia de la sociedad en un plazo muy corto.

En su opinión, ¿cuál debería ser la principal locomotora de desarrollo en Colombia?

La producción forestal. Colombia tiene una vocación forestal enorme, lo que pasa es que hemos acabado con nuestros propios bosques, no hemos investigado sobre el potencial genético de estos y nos hemos contentado con la producción de dos o tres especies foráneas. No tenemos una cultura de aprovechamiento forestal serio, siendo que hay más de 10 millones de hectáreas con potencial para esa producción. Pero esto no quiere decir que solo haya bosque, sino ganadería de bosque, producción agropecuaria orientada al café y cacao con sombrío.

¿Se puede medir el valor de la biodiversidad?

Es factible calcular algunos de los beneficios monetarios que nos proveen los servicios ecosistémicos. Por ejemplo, las cosechas del bosque y la pesquería son elementos del mercado que se pueden monetizar. Aunque es mucho más difícil y a veces inadecuado tratar de darle un valor monetario a la funcionalidad ecológica, es un recurso que se puede utilizar.

¿Ya hay cifras?

Hay cifras sueltas de algunos estudios, pero indudablemente el estimado de todos los países indica que la biodiversidad contribuye, al menos, con un 5 % del PIB y que el deterioro de esta cuesta uno o dos puntos del PIB años tras año. Por eso se habla del PIB ajustado o verde, que demuestra que si corregimos los ingresos que recibe un país y le agregamos el pago de los daños causados al ambiente, a veces ese crecimiento es negativo.

Por María Mónica Monsalve Sánchez

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