El arte ambiental se tomó el Guaviare

San José del Guaviare es un lugar donde la selva se cuela en la llanura. En el pueblo no pitan, ni las motos, ni los taxis. El viento y todo a su alrededor permanece tranquilo, inmóvil.

María Paulina Baena Jaramillo
11 de junio de 2015 - 02:19 a. m.
Participantes del taller de documental en San José del Guaviare. / Cortesía Sinfonía Trópico
Participantes del taller de documental en San José del Guaviare. / Cortesía Sinfonía Trópico

San José del Guaviare es un lugar donde la selva se cuela en la llanura. Algunas calles son de un barro pegajoso porque casi todos los días se desploman aguaceros torrenciales que lo empantanan todo. En el pueblo se anda en moto y varios taxis inundan la ciudad. No pitan, ni las motos, ni los taxis. El viento y todo a su alrededor permanece tranquilo, inmóvil.

Los únicos movimientos son los de unos viejos que se cortan la uñas en frente de la pista de aterrizaje, que abre al público dos veces por semana, y la de algunos loros que trinan en un árbol de mango que queda diagonal al Centro de Cultura del departamento.

Al borde de este centro fluye imponente el río Guaviare, que separa al Meta del Guaviare y por el que hace menos de 20 años flotaron los cuerpos muertos que dejó la guerra entre paramilitares, guerrilleros y la Fuerza Pública. Ese lugar de Colombia, a sólo siete horas de Bogotá por carretera en la Vía al Llano, fue selva, fue verde y también dicen que fue mar por unas estructuras rocosas inmensas conocidas como “Ciudad de Piedra”, que quedan a sólo 30 minutos del centro de San José y que resultaron invisibles por mucho tiempo en medio de la guerra.

Una conexión entre el arte y el ambiente

En el Centro de Cultura un grupo de artistas, ambientalistas y comunidades de San José del Guaviare realizaron a mediados de mayo un taller de cine documental, fotografía, música y performance durante dos semanas. Ambulante Más Allá (AMA) y Sinfonía Trópico tenían un objetivo claro: detener la deforestación y promover el desarrollo de medios de vida sostenibles en el territorio mediante expresiones artísticas.

La creación de Sinfonía Trópico se remonta a 1989, cuando la alemana Charlotte Streck, directora de la organización, viajó dos meses por el país con su mochila al hombro. Luego, junto con el artista irlandés Lillevan crearon un espacio para discutir, a través del arte, las problemáticas de la biodiversidad. Su travesía partió desde Asia Central, en países como Kazajistán y Kirguistán, cuando notaron el deshielo de los glaciares. Pero en Colombia el proyecto se aterrizó a través de la oficina de Climate Focus, una organización que hace seguimiento a los temas de deforestación, cambio climático y energía del país.

Escogieron las zonas que presentaban grandes conflictos ambientales y que reunían los factores de tensión del país. Ya recorrieron el Urabá antioqueño y la Orinoquia y esta vez el turno fue para el Amazonas, porque “esta zona y el piedemonte del Caquetá son las más deforestada del país”, aseguró Juan Pablo Castro, director para Colombia de Sinfonía Trópico. “Esta tierra es de vocación forestal y está ampliando su frontera agrícola”, remató.

Sinfonía Trópico se alió con el Colectivo Atempo, un grupo de artistas que plasmó a través de un performance de 15 horas de duración la situación de la deforestación en el departamento. Con trajes de gala y corbatas, bajo un sol aplastante, los artistas se dedicaron a poner sobre el suelo, al frente de la Gobernación, 22.000 palitos de madera. “Ese es el número de árboles, arbustos y vegetación que se tala a diario en el Guaviare. Queríamos mostrar con acciones concretas una cifra absurda e inabordable para concientizar a la gente”, comentó Tatiana Saavedra, miembro de Atempo.

Mientras esto sucedía, en otro escenario 16 jóvenes, repartidos en tres grupos, tomaban sus cámaras Canon 5D y se echaban al hombro los trípodes y micrófonos para realizar tres documentales sobre la pesca, la deforestación y Gamma, representante del rap y el breakdance de la región.

Este taller contó con el apoyo de Ambulante Más Allá, una organización dedicada a la capacitación en producción documental que busca nuevos realizadores provenientes de diversos rincones de Latinoamérica y que tengan un acceso limitado a las herramientas necesarias para compartir sus historias con un público amplio. El documentalista Emiliano Altuna llegó desde México para fomentar el cine independiente y lograr que estas historias fueran contadas desde una perspectiva cultural y estética propia y no desde de la imposición de parámetros cinematográficos convencionales. Por eso, “más que mostrar la película al público, queríamos contar la experiencia”, sostuvo Altuna.

Finalmente, el taller de fotografía les reveló a los alumnos las técnicas análogas y el funcionamiento del mundo al revés. “Yo hasta el miércoles no creía que por un huequito entrara la luz y saliera una imagen”, dijo Dúmar Magón, estudiante de cámara.

Esas fotos después fueron exhibidas en una exposición que llevó como nombre Ecosistemas y tensión y que fueron hechas en la Reserva Natural Ñupana, a 30 minutos de San José. En ellas, impresas sobre una fibra natural, se retrataba la biodiversidad de la región y algunos experimentos con negativos y luces. “Quisimos mostrar con esta exposición que el Guaviare no es sólo guerrilla ni paramilitarismo, sino biodiversidad”, comentó Brayan Camilo Serna, participante del taller.

Conciencia por la biodiversidad

Justamente despertar la conciencia por la biodiversidad fue el núcleo de esta expedición. “Nuestra idea no es sólo hacer talleres educativos. Nos damos cuenta de que la biodiversidad es parte de la identidad de los colombianos”, dijo Charlotte Streck, directora de Sinfonía Trópico.

Allí, donde comienza el Amazonas, subsisten 40.000 especies, 644 de árboles en una sola hectárea, alrededor de 430 de mamíferos, 430 de anfibios, 1.300 de pájaros, 380 de reptiles, 130.000 de insectos y 3.000 de peces, entre ellas la piraña, el pirarucú (el pez más grande del mundo) y la anguila eléctrica. Sumado a todo, es la selva más extensa de la tierra: abarca 5’500.000 kilómetros cuadrados, casi el área de Australia.

Pero pese a este patrimonio natural, “aquí se necesitaba ocupar en la Amazonia. La consigna fue: vaya, ocupe y lo que pueda tumbar se lo titulamos. Ocupar el territorio se convirtió en la única forma de demostrar soberanía”, aseguró Javier Ortiz, consultor ambiental y miembro de la delegación. “Si no le apuntamos al tema de alternativas económicas en la conservación, todo esto sería una ilusión porque la gente de qué va a vivir”, concluyó el investigador.

En eso coincide Warner Valencia, productor de campo de Ambulante Más Allá, quien salió de Mapiripán (Meta) hacia San José con $170.000 en el bolsillo, aburrido de raspar coca. “La gente vive de milagro de plantaciones de arroz, yuca, piña y ganadería. Son necesarias otras alternativas”. Y no sólo eso. La violencia se ensañó por muchos años con esta región. Cuando Warner habla de Mapiripán traga saliva y se le encharcan los ojos. Desvía su mirada como buscando en los recovecos de su memoria una imagen todavía muy nítida, pero decide quedarse callado.

Entonces ese cruce entre la violencia y la deforestación se materializa en un monumento en uno de los parques del pueblo donde se alza un hombre de sombrero y hacha. “Aquí siempre es una oda al hacha y a la motosierra”, concluye Javier Ortiz. Pero atrás de esa estructura, como telón de fondo, se dibuja un nuevo mural en el que se lee “Biodiversidad”, que rompe con la idea de arrasarlo todo.

Por María Paulina Baena Jaramillo

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