El clima cambia y los pequeños cafeteros pagan el precio

Cientos de productores han dejado de cultivar el grano, debido a los bajos precios y la reducción de las cosechas vinculadas al cambio climático. Mientras los agricultores colombianos luchan, los científicos buscan nuevas variedades que sobrevivan a un entorno en constante transformación.

Richard Schiffman*
04 de agosto de 2019 - 02:00 a. m.
Mujeres seleccionan manualmente los mejores granos de café  para comercializarlos. / Fotos: cortesía  finca El Ocaso
Mujeres seleccionan manualmente los mejores granos de café para comercializarlos. / Fotos: cortesía finca El Ocaso

*Este artículo fue publicado previamente en la revista de periodismo ambiental Yale Environment 360.

A primera vista la finca El Ocaso, ubicada en las colinas de las afueras de Salento (Quindío), podría confundirse con un bosque natural: las filas de densos cafetos arábigos se intercalan con cultivos de plátano, banano y limón, todos sombreados por los altos árboles de nogal cafetero, cuyo dosel alberga bandadas de loros parlanchines y otras aves. Estos cultivos de café, de 44 hectáreas, han sido certificados por organizaciones internacionales por ser sostenibles, respetuosos con el clima y justos con sus trabajadores. (Lea: Cambio climático podría encarecer su café )

Pero la finca El Ocaso está luchando bajo el peso de las intensas presiones económicas. “Muchas granjas más pequeñas cerca de nosotros se han ido a la quiebra”, dice el campesino Gustavo Patiño. “Ya no es sostenible tener una granja de tamaño mediano que paga altos impuestos y tiene caros costos de producción, cuando al final se les paga menos por su café que por sus gastos”.

Hace varios años, en un intento por mantener la plantación a flote, la hija mayor de Patiño, Carolina, abrió la finca al turismo. La plantación ahora atrae a más de mil visitantes por año. “Nuestra finca solo ha sobrevivido porque ofrecemos tours y vendemos café a los turistas”, aclara Patiño.

En los últimos 18 meses, Colombia ha perdido cerca de 100.000 hectáreas de cultivos de café, más del 4 % de la tierra que ha sido destinada a su producción, según un comunicado publicado hace tres meses por la Federación Nacional de Cafeteros (Fedecafé). Desde 1990, el total de tierras donde se cultiva café se ha encogido un 20 %, aseguran. La Federación le atribuye este éxodo, en gran medida, al bajo precio en el intercambio de café con Nueva York.

La migración de trabajadores más jóvenes, que se han ido a la ciudad a buscar empleos mejor remunerados, es otra razón sumada a lo que sucede en el exterior, señala Diana Carolina Meza, profesora de desarrollo agroindustrial de la Universidad Técnica de Pereira, en Risaralda.

Pero más allá de esta preocupación económica, se cierne una amenaza que ya está afectando a algunos de los cafeteros: el clima cambiante. La región montañosa del país, donde crece el café, se está calentando 0,3 grados Celsius cada década, según un estudio publicado en abril por el agrónomo Peter Baker y otros científicos. El número de horas de luz solar también ha disminuido un 19 % desde la mitad del siglo pasado, debido al aumento de la capa de nubes. Ya no hay suficiente luz solar para sostener las altas cifras de producción de café en algunas áreas, de acuerdo con los investigadores. Además, las precipitaciones extremas son más comunes, y con ello la propagación de enfermedades causadas por insectos y hongos; plagas generadas por un clima más cálido y húmedo. (Acá: Los cafeteros del Cauca se adaptan al cambio climático)

De hecho, las condiciones de cultivo, cada vez más volátiles, representan la mayor amenaza a largo plazo para los pequeños productores de café, dicen los científicos. Del medio millón de cafetales colombianos, el 95 % ocupan menos de doce hectáreas. “En el Eje Cafetero su producción está disminuyendo bastante rápido”, comenta Baker, quien trabaja con la iniciativa para el Café y el Clima (Coffee and Climate). “El mal tiempo y las enfermedades del café son claramente un factor”.

Por ahora, el clima más cálido ha funcionado a favor de los Patiño. Pero las tendencias climáticas a largo plazo no son un buen augurio. “Cuando comenzamos con los cultivos los vecinos decían que estábamos locos, que era muy frío para que se diera café. Pero ahora la altitud, 1.768 metros, es perfecta para cultivarlo”, cuenta Patiño, quien compró la tierra en 1987. “He notado grandes cambios climáticos en los últimos treinta años. Por un lado, tenemos días soleados más extremosos y otras veces hay mucha lluvia”.

Jessica Eise, una estudiante de doctorado de la Universidad de Purdue (Indiana), quien está trabajando para crear una red de información de adaptación al cambio climático en Colombia, completó recientemente un estudio acerca del impacto de este fenómeno sobre los cafeteros del país. Más del 90 % de los caficultores que entrevistó reportaron cambios en el promedio de la temperatura, 74 % dijo que las sequías se habían vuelto más largas y severas, y 61 % observaron aumentos tanto en la erosión de montañas como en los deslizamientos de tierra causados por fuertes lluvias. La mayoría de los agricultores notaron cambios en los ciclos de flora y frutos de sus árboles, comenta Eise.

“Antes el clima era perfecto para cultivar café”, dijo uno de los pequeños caficultores que habló con Eise y pidió no ser identificado. “En el período de floración era verano. Durante la cosecha era invierno. Pero a partir de 2008 esto cambió y ahora no sabemos cuándo será verano o cuándo florecerá el café. En este momento, nuestra producción anual varía hasta en un 40 %”.

El representante colombiano de la ONG internacional Alianza para Bosques, Mauricio Galindo, afirma que “los niveles de precipitación que usualmente ocurren en un período de tres meses se han concentrado en casi dos semanas este año”, afectando el desarrollo de la semilla del café, la cual requiere largos períodos de lluvias suaves.

Los árboles de café tienen una sensibilidad aguda incluso ante los pequeños cambios de clima. Mucho o muy poco sol, mucha o muy poca lluvia, ambos pueden hacer estragos en el ciclo de floración y maduración del fruto del café, que alberga el grano en desarrollo.

Algunos productores en alturas más bajas, explica Galindo, han arrancado los árboles de bajo rendimiento con el fin de reconvertir la tierra para ganadería o usarla en cultivos de mayor valor como el aguacate y la hoja de coca, que sigue siendo la principal fuente de ingresos agrícolas del país; el café es la segunda. Mientras tanto, según este representante, en el sur del país se están talando bosques vírgenes de alta montaña, donde las temperaturas son frescas, para dar paso a nuevos cafetales.

El pequeño tamaño de las plantaciones de café ha permitido que la calidad y consistencia del grano permanezca alto, un gran punto a favor para su venta; pero la mayoría de las fincas no están mecanizadas y requieren una intensa mano de obra, lo que pone al país en desventaja frente a otros mercados con sistemas de producción más eficientes.

Irónicamente, la mejora en la economía nacional, los llamados dividendos de la paz que surgieron tras la firma del tratado con la guerrilla de las Farc en 2016, ha dañado el negocio cafetero. El peso colombiano actualmente es fuerte, haciendo la exportación de café colombiano menos competitiva a escala internacional cuando se compara con mercados como el de Vietnam y Brasil. La nueva prosperidad, además, ha llevado a un auge de la construcción en ciudades, lo que ha traído consigo una escasez de mano de obra en los cultivos. “No hay suficientes trabajadores”, dijo uno de los campesinos que habló con el equipo de Purdue. “Ya no hay jóvenes en mi finca. Tengo dos hombres que trabajan para mí: uno tiene 83 años y el otro 75, y luego estoy yo”. (Lea: ¿Dividendos ambientales de la paz?)

Para las plantaciones grandes este tipo de estrés económico aún es manejable. Actualmente, muchos están diversificando sus cultivos para mejorar el clima en los años en que la cosecha de café es pobre. Pero para un pequeño agricultor que vive al borde de la insolvencia financiera, un solo año malo representa una amenaza a su existencia. Por esto, algunos productores han implementado medidas provisionales como la instalación de tanques de agua lluvia para regar sus tierras durante la sequía. Sin embargo, estos modestos cambios están fuera del alcance de muchos pequeños productores. “No te puedes adaptar al cambio climático cuando estás en la pobreza”, explica Eise. “Y el cambio climático exacerba el estrés en la pobreza. Es una trampa de la que no puedes escapar”, explica la investigadora.

“Parece que todo se está volviendo cada vez más extremo para ellos”, comenta Baker. “Lo que todos los campesinos quieren son condiciones estables razonables y no las están teniendo. Francamente, debería quedar claro para ellos que nunca volverán a tener las condiciones estables del pasado”.

El mínimo margen de ganancia de los productores de café —incluso en los buenos años— se ve erosionado por una tarifa obligatoria que deben pagar a Fedecafé, la organización sin ánimo de lucro asociada con el Gobierno. Fedecafé, famoso por su campaña de Juan Valdez, les compra a los caficultores sus cosechas y se las vende al mundo. Eduardo Lora, un asociado del Centro Internacional de Desarrollo de Harvard, cuenta que esta tarifa, que equivale a un impuesto del 15,3 % sobre el ingreso de los agricultores, ha representado otra carga para los pequeños propietarios que no están en capacidad de pagar.

Pero Fedecafé también financia una rama de investigación, Cenicafé, cuyos sesenta científicos desempeñan un papel clave para ayudar a los cafeteros nacionales a sobrevivir en las próximas décadas. Apodado como “la nasa del café mundial”, debido a su alto enfoque en tecnología para desarrollar nuevas variedades de árboles que sean resistentes a plagas y se adapten a los caprichos de un clima cambiante, el laboratorio se encuentra en una ladera de la montaña sobre Chinchiná, Caldas. En la terraza de la oficina de su director, Álvaro Gaitán, un patólogo de plantas, hay una variedad de cafetos en macetas con una mezcla de frutos verdes y rojos.

“Estas dos plantas son los padres del cafeto arábigo”, comenta Gaitán. “Nosotros hemos secuenciado su genoma, al igual que el de otras variedades, y ahora esa información es pública. Esto nos permitirá dar con genes para diseñar nuevas variedades en el futuro”.

Colecciones como estas son importantísimas, pues la información genética que contienen es la primera línea de defensa contra los patógenos que atacan el café. Cuando la hoja de café se oxida, o se “roya”, se vuelve amarilla y evita que los árboles den frutos. Así fue como una epidemia de hongos, hace siete años, devastó fincas cafeteras en Latinoamérica, causando más de US$3.000 millones en daños y descarrilando la industria del café en países como El Salvador.

El impacto fue mucho menor en Colombia, donde Cenicafé ya había usado su banco genético de café silvestre para desarrollar una variedad con hojas resistentes a la roya que eran capaces de crecer en distintas condiciones alrededor del país. Es más, un equipo de 1.200 agentes de extensión promovió una variedad resistente llamada Castillo tan agresivamente, que, para 2017 casi tres cuartos de los cafetos nacionales eran resistentes a la roya.

“No se puede encontrar otro ejemplo de un cambio hecho tan rápido en una cosecha perenne en ninguna parte del mundo”, cuenta Gaitán. “Sabemos que el óxido y otras plagas todavía están tratando de vencernos. Estamos diseñando plantas para entornos más secos y para entornos más húmedos. Porque el país tiene muchas zonas climáticas diferentes y simplemente no sabemos qué va a suceder en el futuro”.

En vez de proveer semillas de un solo genotipo, cada bulto que Cenicafé les vende a los caficultores contiene semillas de 35 líneas diferentes, asegurándose así de que algunas plantas logren prosperar en cualquier condición ambiental que pueda surgir.

Aunque la tierra dedicada a cultivar café se ha reducido en un quinto, la producción se ha mantenido aproximadamente igual desde la década de 1990. Esto debido al aumento de la eficiencia del proceso de producción; la capacidad de plantar más árboles por hectárea; los controles biológicos a plagas de insectos y otras innovaciones agronómicas encabezadas por Cenicafé. Gaitán está seguro de que futuros desarrollos tecnológicos pueden ayudar al país —y al mundo— a mantenerse al día con próximas amenazas.

Otros, sin embargo, no están tan seguros. “El cambio climático reducirá el área global adecuada para cultivar café en un 50 % en distintos escenarios de emisiones”, advierte un estudio publicado hace cuatro años en la revista científica Climate Change.

El comercio de café en el mundo vale más de US$100.000 millones al año. Sin embargo, la cantidad de investigación que se hace sobre el café es “minúscula en comparación con otros cultivos”, comenta Hanna Neuschwander, directora de comunicaciones del grupo World Coffee Research. Lo más necesario es que se realice una mejor ciencia a escala local para adaptar el café al cambio climático, país por país, como lo está haciendo Colombia.

Si eso sucede, predice ella, el café logrará superar los retos del cambio climático y seguir creciendo. Infortunadamente, Neuschwander dice también que muchos pequeños caficultores cuyas familias han cultivado el amado grano por generaciones son las que enfrentarán las mayores presiones.

“Cualquier choque negativo —un brote de enfermedad, una sequía, bajos precios en el mercado— van a afectar desproporcionadamente a las personas que tienen la menor capacidad de absorberlos”, comenta Neuschwander. “En los próximos 50 años veremos una tendencia de consolidación donde solo los productores más eficientes permanecerán en el juego”.

*Periodista de medio ambiente y salud. Ha escrito para The New York Times, Scientific American, Atlantic y Yale Environment 360, donde fue publicado este artículo previamente.

Por Richard Schiffman*

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