“La ciencia ciudadana es una herramienta poderosa”: Cristián Samper, director de WCS

Cristián Samper, presidente de World Conservation Society y ex director de Museo de Historia Natural del Smithsonian, conversó con Lorenzo Morales, editor del Fondo ODS, sobre los retos para la conservación de especies en peligro y el rol de museos y zoológicos en el mundo de hoy.

Lorenzo Morales*
30 de enero de 2020 - 06:25 p. m.
Samper contribuyó a la creación del Sistema Nacional Ambiental de Colombia, creado en 1993 y fue el primer director del Instituto Humboldt.  / ODS
Samper contribuyó a la creación del Sistema Nacional Ambiental de Colombia, creado en 1993 y fue el primer director del Instituto Humboldt. / ODS

Cristián Samper, biólogo especialista en conservación y políticas ambientales, fue el encargado de inaugurar la Cátedra Abierta “Nuestro Futuro”, una iniciativa del rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, para acercar a la sociedad a los grandes dilemas ambientales y sociales que enfrenta el planeta tierra.

Samper, de origen colombiano, contribuyó a la creación del Sistema Nacional Ambiental de Colombia, creado en 1993 y fue el primer director del Instituto Humboldt. Samper ha liderado múltiples campañas de conservación de especies a nivel mundial y ha administrado museos, zoológicos y parques en Estados Unidos que reciben cada año millones de visitantes y promueven la investigación y la preservación de especies en peligro.

¿Qué opina de la iniciativa del CODS y la Universidad de los Andes de implementar la Cátedra Abierta “Nuestro Futuro”?

Es una iniciativa muy especial de la universidad y del CODS por el hecho de abordar temas estratégicos para Colombia y el mundo, como lo son el desarrollo sostenible y el cambio climático. El formato de conferencias abiertas me parece importante. La universidad es un espacio donde se pueden comenzar a debatir ideas y así construir un futuro diferente. (Lea también: "Nuestro futuro", la cátedra de medio ambiente de la Universidad de los Andes)

Usted tiene una larga experiencia trabajando en diferentes instituciones que tienen como misión la conservación, bien sea a través de museos, zoológicos o parques. Ese tipo de conservación tiene detractores que la ven como una especie de ático para guardar cosas que se han perdido o no hemos preservado en el mundo natural. ¿Qué opina?

En un mundo cada vez más urbanizado, tener espacios que sirvan como ventanas al mundo es importante. Y no son solo museos, sino jardines botánicos, zoológicos, en general espacios que nos sirven para explorar y entender la riqueza biológica y cultural que tenemos. Un buen museo tiene tres grandes elementos: colecciones, que son parte del patrimonio y de la historia; investigación, para hacer nuevas preguntas; y educación e inspiración. Esas son los tres pilares para este tipo de entidades.

Los zoológicos son con frecuencia criticados por ser lugares donde los seres humanos proyectamos una cierta idea de poder y control sobre los animales en cautiverio y el mundo natural. ¿Cuál es el futuro de ese tipo de espacios?

Afortunadamente los zoológicos han evolucionado mucho. En el siglo XIX eran instituciones que coleccionaban animales exóticos. Hoy son más que un lugar de exhibición. Si usted va, por ejemplo, al zoológico del Bronx en Nueva York, el que está en la jaula es el visitante; los animales son los que tienen el espacio. Los zoológicos son espacios de pedagogía y conservación de especies críticamente amenazadas. En estos lugares estamos salvándolos del peligro de extinción.

En Wild Conservation Society (WCS) manejamos los zoológicos y el acuario de Nueva York. Allí recibimos más de 4 millones de visitas al año. Y más allá de eso trabajamos en más de 60 países apoyando la conservación y la riqueza biológica. Un jardín botánico o un zoológico que muestren algo únicamente no es suficiente: la sociedad reclama que hagamos algo, que conservemos, y esa es la diferencia.

Ustedes han trabajado mucho en la conservación de especies en riesgo de extinción, como los elefantes en África. ¿Qué se puede aprender de esa experiencia en América Latina para casos como el del jaguar o el oso andino o de anteojos?

Sin duda alguna, la huella humana en el planeta es cada vez más grande y por eso muchas especies están en peligro de extinción. Según el grupo taxonómico puede existir un 20% o 30% de ellas en peligro de extinción.  Tenemos la responsabilidad de conservar las especies in situ, en los ambientes naturales.

En el caso de los elefantes, la crisis fue impulsada por el mercado asiático. Estábamos perdiendo 35.000 elefantes al año y la población era de 400.000.  Además, estaban metidas mafias criminales. Ya logramos cerrar el mercado de marfil en China: 270 fábricas para procesar marfil se cerraron totalmente, excepto para tipos de marfil prehistórico. Una consecuencia es que en varios parques en África no ha habido mortalidad de elefantes. Esto demuestra que aunque los impactos son locales, las soluciones son globales.

En el caso del marfil, la amenaza es el consumo a través cadenas comerciales de explotación. En América Latina la principal amenaza sobre especies que están en peligro de extinción es la pérdida de su hábitat. ¿Qué podemos hacer?

Tenemos que buscar un equilibrio donde uno de los pilares sea la conservación de los ecosistemas, en lugares suficientemente grandes para que la conservación sea viable a largo plazo. Nuestra estrategia en WCS se ha concentrado en hacer sitios más grandes de conservación porque necesitamos montar corredores biológicos y tener una conectividad ecológica. También tenemos que buscar y estimular sistemas productivos para los humanos que sean compatibles con la biodiversidad. Las soluciones al cambio climático están, creo yo, en la protección de la biodiversidad, la transformación de los sistemas productivos (el sistema de producción cafetero, por ejemplo, puede ser amigable con la conservación), la transformación energética y la construcción de ciudades sostenibles. Las ciudades, sin duda, son una de las grandes soluciones para la conservación.

¿Cuál es el principal desafío para la conservación de las especies que están en peligro?

Depende de la especie y del lugar del mundo, pero hay cinco causas principales. La principal es la pérdida de hábitat, empujada por la deforestación. La segunda es la sobreexplotación de algunas especies para uso comercial, como el caso de los elefantes. La tercera es la proliferación de especies invasoras que aniquilan a otras especies o las desplazan. La cuarta es la polución y, por último, el cambio climático. Esas son cinco causas directas y hay otras indirectas de carácter económico. Algunas tienen impactos a corto plazo y otras a largo plazo. En las zonas polares los impactos son serios y a corto plazo: hay especies desplazándose y perdiendo mucho hábitat.

Pareciera que hay mucha conciencia en conservar los bosques, pero no tanto en conservar los animales que en ellos habitan...

Hay dos grandes percepciones, una más biocéntrica y otra más antropocéntrica.  La última considera que la naturaleza está para que la usemos y la aprovechemos. La otra acepta que no somos más que otra especie en el ecosistema y que debemos tener responsabilidad y respeto por la vida. Yo coincido con la visión biocéntrica, que reconoce que somos parte del ecosistema.

En Colombia, el Ministerio de Agricultura emitió una resolución que establecía cuotas para la comercialización de tiburones y aletas, sobre todo para la demanda en Asia. Esto despertó una gran polémica pues se entendía como una aceptación de prácticas crueles como el “aleteo”. ¿Qué opina?

El tema de los tiburones es otro de nuestros programas bandera. Hace cinco años armamos una coalición para reconocer el problema del aleteo de tiburones en el mundo. Y no solamente es el aleteo sino, en general en muchas zonas, la pesca de tiburón. En países como Indonesia se hace de una manera continua. Nosotros no estamos en contra de la pesca siempre y cuando se haga bien. El aleteo, lo digo personalmente, realmente no se justifica en tiburones: es una manera no sostenible de usar una especie para alimentar un mercado de élite, particular. Nosotros nos hemos manifestado claramente en contra del aleteo y hemos promovido el cierre de los mercados de aletas en países como China.

¿Y la medida de establecer cuotas de pesca de tiburón en Colombia? ¿Qué opina de eso?

Sirven siempre y cuando las cuotas estén basadas en buena información científica, es decir, que se entiendan las dinámicas poblaciones y las tasas de crecimiento. Nosotros, por ejemplo, no estamos en contra de la cacería siempre y cuando se pueda demostrar que ello no está disminuyendo de manera permanente la población. Para muchas especies no tenemos esa información y cuando eso sucede es mejor aplicar el principio de precaución.

Con frecuencia tenemos este tipo de paradojas: una gran demanda de especies en peligro o bajo mucha presión y poca conciencia para el consumo de especies abundantes que incluso están desequilibrando el sistema. Por ejemplo, el Pez León, se ha convertido en una plaga del Caribe y aunque es comestible, no hay mercado. ¿Cómo administrar mejor esos desequilibrios?

El Pez León  es un ejemplo clásico de especies invasoras. El pez león proviene de Asia y fue introducido en la Florida por tráfico ornamental. Se esparció en el Caribe y es una especie muy agresiva que compite con especies locales. Para no ir muy lejos, las truchas fueron introducidas en la región andina y su fomento llevó a la extinción de varias especies locales.

Usted decía que no hemos catalogado ni siquiera el 10% de las especies en el mundo y queda mucho por hacer...

El hecho es que no sabemos cuántas especies hay a nivel mundial. Tenemos estimativos de 10 millones a 30 millones de especies. Hemos catalogado 1.9 millones. Ahora, eso depende también de los grupos taxonómicos. En aves y vertebrados en general tenemos casi la mayoría. En insectos o especies microbianas no sabemos tanto. Lo cierto es que hay que conocer para poder conservar. En Colombia falta mucho por descubrir y por eso apoyamos las expediciones que buscan descubrir esas riquezas antes de que las perdamos. 

¿Qué experiencias hay sobre el uso de tecnologías de dominio público y redes sociales para contribuir a la conservación o catalogación de especies?

En ese aspecto se está avanzando rápidamente. Con la inteligencia artificial hemos podido reconocer muchas especies y sin duda la ciencia ciudadana es una herramienta poderosa. El objetivo es involucrar a miles de observadores que pueden identificar especies, tasas de crecimiento y de migración. La tecnología nos está permitiendo hacer preguntas que no podíamos hacer antes, como cuál es el impacto del cambio climático en los patrones de distribución y migración de las especies.

Un ejemplo: eBird, una red muy grande de observadores de aves que están constantemente registrando. Con eBird hemos podido ver cómo el cambio climático ha cambiado la distribución de diferentes especies de aves en el planeta. Estos ejercicios requieren millones de datos y solo son posibles con tecnología y colaboración ciudadana. Las nuevas herramientas informáticas para catalogar las especies y las redes de expertos a nivel mundial se están celebrando mucho.

También podría aprovecharse más el saber de las comunidades locales y los saberes indígenas que mantienen una relación más estrecha con su entrono natural…

No hay que desconocer el saber de las comunidades indígenas y de las comunidades tradicionales. Son conocimientos de generaciones que tenemos que valorar y conservar. También crear diálogos de saberes para hacer un mejor uso de los recursos. La Fundación Tropenbos ha avanzado mucho en ese diálogo entre saber ancestral y ciencia occidental en la Amazonía colombiana, en especial en temas de pesca. Carlos Rodríguez, su director, contaba el caso de como las comunidades indígenas, en un ejercicio de dibujo, lograron identificar 200 especies de orugas, mientras que el científico que llevaba 15 días en la región identificaba apenas 50. El conocimiento ancestral hay que valorarlo y luego valorarlo desde la ciencia para generar conocimiento.

Usted, como primer director del Instituto von Humboldt, contribuyó con la construcción de la institucionalidad ambiental en Colombia hace 25 años. ¿Cómo la ve ahora?

Son 25 años desde que se firmó el acta de constitución del Instituto Humboldt. Yo creo que el sistema nacional ambiental está muy bien concebido. En el papel es muy interesante, desde la creación del Ministerio de Ambiente, el Consejo Nacional Ambiental y la descentralización de las corporaciones y los institutos de investigación. Ahora, a nivel de desarrollo hay varias corporaciones regionales fuertes, algunas débiles, lo mismo sucede con los institutos. Sin embargo, hemos avanzado mucho.

Colombia tiene uno de los sistemas más avanzados en América Latina, pero los problemas serios como la deforestación en el Amazonas continúan. Y eso demuestra que el tema ambiental no puede convertirse en otro sector sino que debe permearlo todo: sistemas productivos, energía, ciudades. El tema ambiental debe ser transversal y debe estar en todos los ministerios y en el sector privado también. Es una nueva ética de desarrollo y ese es un paso que le hace falta dar a Colombia.

*Lorenzo Morales es profesor de la Universidad de los Andes y editor del Fondo ODS para apoyar el periodismo sobre temas de desarrollo en América Latina.

Por Lorenzo Morales*

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