Los guardianes de la Ciénaga Grande de Santa Marta

Los pescadores del Magdalena están usando sus conocimientos para convertirse en los nuevos guías turísticos del complejo de humedales costeros más grande del Caribe. Su labor ayudan a conservar estos ecosistemas.

María Camila Peña Bernal
14 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.
Pescadores con sus familias identifican las especies de aves que habitan la Ciénaga.
Pescadores con sus familias identifican las especies de aves que habitan la Ciénaga.

En la desembocadura del río Aracataca, un grupo de pescadores del corregimiento de Buena Vista aguardan a que el sol ilumine la Ciénaga. Esta vez no han salido de faena. Acompañados de sus mujeres e hijos, y con binoculares en mano, buscan entre el manglar al chavarri, un ave de tamaño grande, color negro y pico rojo que solo vive en el norte de Colombia y Venezuela y que está en vía de extinción. Su nombre científico, Chauna chavarria, lo aprendieron hace poco, igual que su importancia para el ecosistema y lo atractiva que resulta para quienes se dedican al avistamiento de aves. (Acá: Las nuevas amenazas sobre la Ciénaga Grande)

La Ciénaga Grande de Santa Marta, al ser la laguna costera más grande de Colombia, sirve de refugio a más de 200 especies de aves, entre endémicas y migratorias. Su importancia ambiental la ha hecho merecedora de la categoría de conservación y protección de humedales Ramsar, además de ser declarada reserva de la biosfera por la Unesco, y un área importante para la conservación de las aves por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y Birdlife International. Adicionalmente, alberga dos áreas marinas protegidas: el Santuario de Flora y Fauna Ciénaga Grande de Santa Marta y el Vía Parque Isla de Salamanca.

En este ecosistema se lleva a cabo el Proyecto Desarrollo Local Sostenible y Gobernanza para la Paz, financiado por la Unión Europea, cuya coordinación está en manos del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas Sinchi y es ejecutado en la región Caribe por Invemar. Los protagonistas de esta iniciativa son las comunidades de los pueblos palafíticos, con quienes los investigadores han venido haciendo un intercambio de conocimientos ancestrales y científicos sobre la Ciénaga Grande.

Como parte del proyecto, los miembros de la Asociación de Pescadores de Buenavista han recibido capacitaciones en aviturismo, con el fin de tener una alternativa económica diferente a la pesca, que contribuya a la sostenibilidad de este ecosistema que hoy está en riesgo. (Le sugerimos: El fotógrafo colombiano que retrató la intimidad de la Ciénaga Grande)

“Este tipo de proyectos lo que está haciendo es ir hasta los territorios y valorar el recurso humano que vive dentro del ecosistema, y es este nuevo relacionamiento de las comunidades con su entorno lo que va a permitir el aprovechamiento sostenible del recurso natural que se hace del propio humedal”, dijo el ministro de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, Ricardo Lozano, quien visitó recientemente a estas comunidades y presidió en la capital del Magdalena el III Comité de Coordinación de Gestión Integral de la Ciénaga Grande de Santa Marta, en donde socializó un proyecto presentado al Fondo Global para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés), que, a través del Banco Interamericano de Desarrollo, le inyectaría US$12 millones al manejo sostenible y la conservación de la biodiversidad de la Ciénaga.

Según el Invemar, el Proyecto de Desarrollo Local Sostenible y Gobernanza para la Paz busca fortalecer las capacidades institucionales para la toma de decisiones, el ordenamiento ambiental del territorio y el uso sostenible de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos. “El desarrollo de negocios verdes sostenibles en ecoturismo es solo uno de los ejes. También venimos trabajando en el fortalecimiento del sistema de información ambiental regional y el fomento de la articulación entre las instituciones y la comunidad para el ordenamiento y la gobernanza territorial”, explica el director del Invemar, el capitán Francisco Arias.

La crisis de la Ciénaga

Javier Antonio de la Cruz, representante de los pescadores de Buenavista, aprendió desde niño el arte de la pesca y el manejo de la canoa como única manera de desenvolverse. En este lugar del Caribe en donde no existe la tierra firme y la vida pasa entre las aguas tranquilas del humedal, la pesca ha sido históricamente el sustento y parte central de la cultura de estos pueblos anfibios. “Mi papá decía: si la pesca está mala, nada funciona. Lo que no se imaginó es que iba a llegar el día en que la Ciénaga se iba a quedar sin peces”, dice Javier.

Según investigaciones del Invemar, la producción de la actividad pesquera en la Ciénaga ha disminuido un nivel promedio anual de 36 % respecto a los años con máximas capturas, registradas en 1994 y 2006. La afectación de la pesca, que varía anualmente, es solo una de las consecuencias de las presiones que ha enfrentado el ecosistema en las últimas décadas. La reducción de la cobertura de manglar es otra de las alarmas. Según el instituto, el bosque pasó de 51.000 hectáreas en el año 1956 a cerca de 23.000 en 1995, y hoy, luego de varios procesos de recuperación, la Ciénaga cuenta con un poco más de 31.000 hectáreas de mangle.

“Llegamos a perder casi la mitad de la cobertura de manglar debido a los cambios ambientales inducidos por las actividades humanas, que tienen que ver con la construcción de dos carreteras que generaron un proceso de hipersalinización por la suspensión de los flujos y las mezclas de agua dulce con agua salada que se daban naturalmente, la potrerización, las quemas y la reducción del agua en la cuenca de la Sierra Nevada de Santa Marta por la actividades de agroindustria, entre otras”, explica el capitán Arias.

Desde 2017, la Ciénaga Grande hace parte del registro de Montreaux, que incluye los humedales de importancia internacional Ramsar donde se hayan presentado o pudieran presentarse cambios en sus características ecológicas y que se consideran bajo amenaza grave.

La cultura anfibia

Con las clases de aviturismo, los ritmos del baile negro volvieron a oírse en la Ciénaga. Los hombres desempolvaron sus tamboras, las mujeres vistieron sus polleras y los más jóvenes aprendieron de los viejos los cantos del negro basto, la Martina, el niño, la peluza, el millo y el ratón. “En este proceso hemos aprendido muchas cosas del lugar donde vivimos, de las aves que llegan a visitarnos y, sobre todo, a valorar nuestras costumbres, que son muy hermosas y es algo que habíamos perdido”, dice doña Vilma Garizalbo de la Cruz, quien heredó la cultura carnavalera de su abuela y es quien hoy lidera el recién conformado grupo musical Congo Buenavistero.

“Hemos estado mucho tiempo desconociendo la importancia de la vida anfibia nuestra colombiana. Tenemos un pueblo que era rico y se ha vuelto pobre, pues al ir dañando la Ciénaga los hemos ido dañando a ellos”, dice Carlos Vives, uno de los aliados con los que cuenta esta ruta ecoturística que, además, ofrece un recorrido por las tradiciones de los pueblos palafíticos y su gastronomía. A través de su fundación Tras la Perla, Vives es uno de los muchos actores que se han articulado a la recuperación de la Ciénaga por medio de varias acciones, entre ellas el apoyo al Festival de la Cultura Anfibia, que volvió a celebrarse en 2018, luego de varios años de olvido. (Acá: La Ciénaga Grande de Santa Marta y la paz)

“Creemos muy importante que Colombia vuelva a volcar sus ojos a sus mares, costas, sistemas de lagunas y ciénagas. El Invemar está haciendo investigación aplicada que involucra a la gente y genera alternativas económicas que garantizan un mejor ingreso para las comunidades. De ahí nace el turismo ecológico como una alternativa sostenible para que el ecosistema pueda regenerarse”, concluye Jhony Ariza, oficial en la sección de cooperación en la Embajada de la Unión Europea en Colombia.

Por María Camila Peña Bernal

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