Los niños de las montañas

En los cerros orientales de Bogotá hay 74 colegios que ignoraron por años el bosque que tenían detrás, hasta ahora, cuando las 13 mil hectáreas de bosque que rodean la capital son cuidadas por manos de niños a falta de presencia institucional.

Camila Taborda/ @camilaztabor
01 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
Para la recuperación del bosque nativo, la Red de Colegios ha sembrado especies autóctonas del bosque andino.  / Cortesía del Jardín Botánico de Bogotá
Para la recuperación del bosque nativo, la Red de Colegios ha sembrado especies autóctonas del bosque andino. / Cortesía del Jardín Botánico de Bogotá

Margarita jugaba de espaldas a los cerros orientales de Bogotá. Detrás de ella, la reserva natural Mano de Oso era invisible; 74 hectáreas pertenecientes al Gimnasio Femenino, ubicado en Usaquén. La primera vez que ella y sus compañeras de primer grado subieron al bosque, el colegio tenía una misión ambiental: sembrar 3.000 árboles para combatir las especies invasoras que atacan las montañas de la capital. (Lea: Niños: un as de calidad bajo la manga) 

Debían combatir el pino y el eucalipto, unas plantas que no son propias del bosque andino, pero que llenan todo el paisaje de la cordillera Oriental. Margarita aprendió a sus siete años que estas especies le hacen daño a la tierra. Que las raíces de los pinos se aflojan y los árboles se van cayendo en efecto dominó. Que el eucalipto se aprovecha de los vacíos de verde para extenderse como una plaga. Y que estas, llamadas por su coordinadora “especies invasoras”, fueron sembradas por error en la época de sus abuelos.

También su coordinadora, Juana Figueroa, le enseñó que los cerros vecinos tienen la misma enfermedad. Esa es la razón de los incendios en las laderas de Bogotá, la extinción de animales autóctonos y la pérdida del ecosistema. Es decir, las otras 13 mil hectáreas de montaña que abrazan la ciudad necesitan manos escolares para reforestar con especies que sí son de acá.

¿Y qué mejor oportunidad? Sobre los cerros orientales hay establecidos 74 colegios, algunos dueños de terrenos que llegan a las 80 hectáreas de bosque cada uno. Un corredor ecológico que conecta entre sí a instituciones educativas públicas y privadas, creando una red de empoderamiento ambiental con dos objetivos. El primero, impulsar la interconexión natural en los niños; el segundo, romper barreras de acceso y equidad.

Hace un año se consolidó la Red de Colegios por los Cerros de Bogotá. Una vinculación en la que no todos los colegios están sobre las montañas, unos más abajo, rozándose con un humedal de la sabana o a orillas del río Bogotá. La iniciativa fue liderada por la Organización para la Educación y Protección Ambiental (Opepa), la Fundación Cerros de Bogotá y el Gimnasio Femenino.

En este proyecto los niños son los vigilantes de los recursos naturales en su contexto. Según Luis Alberto Camargo, director ejecutivo de Opepa, la interconexión ambiental es entender cómo funciona la estructura ecológica. Es decir, “no aislar a los niños de su entorno, sino generar herramientas y canales desde la educación, con el fin de que se apropien del cerro que los abraza y a los ecosistemas que se extienden desde allí”.

Pero aprender, sugieren los fundadores de la red, obliga a conocer. A identificar los espinos y al arrayán de los cerros orientales, a ver al colibrí rehaciendo un nido. Asimismo, los niños deben ser conscientes de las problemáticas ambientales en la franja más verde de la capital: las urbanizaciones construidas sobre las quebradas, las canteras y la deforestación a cambio del cemento para nuevos inquilinos.

Y todo lo anterior sucede en medio de las reservas, lugares que varios niños de la red nunca han podido visitar. Ese es el objetivo de romper barreras, ¿cómo conectar dos colegios para generar mayor equidad y acceso a los recursos de aprendizaje?

“Una estructura de red donde un colegio de buenas prácticas en ambiente, ciencia y relacionamiento con los ecosistemas a través de los Proyectos Ambientales Escolares (Praes) apoye a otro débil en esas mismas prácticas. Una red que comparta sus reservas naturales para los conocimientos de los pequeños por el disfrute y la investigación”, indica el director de la organización.

Apuestas en el medio real

De acuerdo con Camargo, la red permite que los colegios propongan la educación ambiental que más se ajuste a sus territorios. Una libertad en la que importa el relacionamiento con el medioambiente, ya que la enseñanza común está aplicada a los hábitos. Apaga la luz, no desperdicies el agua.

Una serie de asociaciones que, explica Luis Alberto, no son profundas, pese a ser la base de la educación ambiental colombiana. “No están siendo efectivos construyendo conceptos firmes entre el hombre y la naturaleza, decisiones apropiadas, destinos hacia una sostenibilidad social, cambios en los patrones de consumo”.

En efecto, la habituación limita la capacidad crítica: el uso diario de pitillos, la elección por dulces envueltos en cinco paquetes, las duchas de 20 minutos. Lecciones que no dejan a los niños darse la vuelta y ver el cerro. Un encuentro a fin de transformar el mundo y un extenso bosque que, en últimas, es un plus más para cumplir con el cuarto objetivo de desarrollo sostenible: educación de calidad.

Por Camila Taborda/ @camilaztabor

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