¿Nacionalizar la palma africana? No tan rápido

El botánico Rodrigo Bernal, especialista en palmas, analiza los impactos ambientales asociados a su cultivo y de paso se pregunta por qué en Colombia le quieren quitar el apellido "africana".

Rodrigo Bernal*
03 de mayo de 2018 - 09:15 p. m.
Cultivo de palma africana.  / El Espectador
Cultivo de palma africana. / El Espectador

Circula por estos días en radio y televisión un comercial de Fedepalma, en el que se exaltan las bondades del cultivo de la palma de aceite, llamando a esta especie ‘la palma de aceite colombiana’. Una gran mentira. La palma de aceite a la que se refiere el comercial no es colombiana: es africana. Este detalle, que podría parecer trivial, no lo es. Es la culminación de un proceso de casi dos décadas por borrar de esta especie su origen africano y hacerla pasar como una especie nativa de Colombia.

Desde que empezó a difundirse en el país hacia 1945, la palma de aceite se conoció durante casi medio siglo con el nombre de ‘palma africana’, en alusión a su origen en las selvas ecuatoriales de África occidental. En algún momento, sin embargo, los palmicultores decidieron borrar de la especie su origen de ultramar y poco a poco fueron echando al olvido el nombre con el que se la había conocido hasta entonces.

Hasta su 18a versión, en 1990, el congreso anual del gremio se denominaba Congreso de Cultivadores de Palma Africana. Pero en 1991 desapareció el epíteto ‘africana’ y en mayo de ese año se reunió en Bucaramanga el XIX Congreso de Cultivadores de Palma de Aceite. Y poco a poco ha ido desapareciendo también el término ‘africana’ en las publicaciones de Fedepalma, en las que la especie ha pasado a llamarse ‘palma de aceite’. Hasta culminar con la actual campaña publicitaria, en la que se le otorga a este cultivo su nacionalidad colombiana.

Desconozco la razón para ocultar el origen africano de la palma de aceite, pero sospecho que es por el temor a la oposición de ambientalistas chovinistas. Tonterías. Lo que debe preocuparnos no es el origen de la planta (también es originario de África el café, por ejemplo) sino los impactos ambientales de su cultivo. Y este es un punto en el que el país está en mora de actuar. Es necesario cuantificar de manera objetiva y profunda el pasivo ambiental de los cultivos de palma africana en Colombia.

Ya en 2017, investigadores de la Universidad Nacional mostraron cómo en el piedemonte del departamento del Meta los cultivos de palma han reducido la diversidad de aves en un 90%. Una cifra alarmante, si se tienen en cuenta los innumerables servicios que las aves prestan a los ecosistemas. Pero se han señalado además otros impactos, sobre los cuales es preciso establecer la responsabilidad de los palmicultores.  Uno de ellos tiene que ver con la palma de corozo o nolí (Elaeis oleifera), la verdadera palma de aceite colombiana.

La palma de nolí es la hermana americana de la palma de aceite africana que se cultiva en Colombia. Ya varios investigadores han señalado las ventajas que esta especie tiene sobre su parienta africana, incluyendo su alta productividad, al igual que su bajo porte y su hábito de crecimiento, que facilitan la cosecha y evitan el tener que renovar las plantaciones al cabo de algunas décadas. Se ha sugerido, incluso, que debió haber sido la palma de nolí, y no su parienta africana, la que se seleccionara para iniciar el proceso de domesticación a principios del siglo XX.

Pues bien, mientras los cultivos de palma africana se extienden por Colombia, las poblaciones silvestres de la palma de nolí se reducen día a día, hasta el punto de que esta especie promisoria se encuentra ahora en peligro de extinción. Incluso algunas de las plantaciones de palma africana del Magdalena Medio y Urabá se encuentran en áreas en las que anteriormente crecía silvestre nuestra palma de aceite nativa. La verdadera palma de aceite colombiana.

Y es aquí donde entra en escena uno de los pasivos ambientales que es preciso evaluar para el cultivo de palma africana. Como lo señala un documento reciente del Ministerio de Ambiente, en varias zonas del Magdalena Medio las pocas palmas de nolí que sobreviven cerca de las plantaciones de palma han comenzado a cruzarse de manera espontánea con sus primas africanas, produciendo híbridos entre las dos especies. De manera que al riesgo de extinción que enfrenta nuestra palma de aceite colombiana por la pérdida de su hábitat, ahora hay que sumarle dos nuevas amenazas: la pérdida de diversidad genética por el cruce con la especie africana y la pérdida de identidad, al hacer pasar por colombiana a la especie introducida, en vez de promover el rescate y domesticación de la especie nativa.

Otro impacto del cultivo de palma africana, del que Fedepalma debería asumir responsabilidad, es la difusión de esta especie como planta invasora en muchas áreas, como lo han mostrado Investigadores del Instituto Humboldt y del Instituto Sinchi. En algunos de los pocos bosques que todavía sobreviven en el Magdalena Medio, se encuentran ahora enormes individuos de palma africana, que han crecido espontáneamente a partir de semillas dispersadas por los animales desde las plantaciones vecinas. La dispersión de esta palma en nuestros ecosistemas naturales representa una grave amenaza para las especies nativas.

Y está, por último, pero no menos grave, el problema de la difusión de una plaga devastadora que se está expandiendo por el occidente de Colombia, exterminando miles y miles de palmas frutales y ornamentales. Se trata del picudo de las palmas (Rhynchophorus palmarum), un enorme gorgojo de unos 5 cm de largo, de color negro y con un pico largo y recurvado, que ataca el corazón mismo de las palmas, donde estas tienes su punto de crecimiento, causándoles la muerte.

El picudo es una de las plagas más importantes de los cultivos de palma africana. Los palmicultores controlan la plaga mediante trampas que se instalan en las plantaciones, pero no la controlan más allá de sus cultivos. De manera que por fuera de las plantaciones los picudos proliferan sin control, afectando otras especies de palmas útiles para los campesinos.

Ya en muchas áreas del Chocó y el Valle del Cauca, por ejemplo, el picudo ha exterminado los cultivos de chontaduro, un alimento fundamental en la dieta de los habitantes del Pacífico y un importante rubro de la economía campesina. En la tierra del chontaduro, resulta ahora difícil conseguir esta fruta.

En la cuenca del río Cauca, por su parte, el picudo se ha extendido por varias ciudades, matando muchas de las palmas más grandes que conforman el arbolado urbano. Ante la inoperancia de las secretarías de agricultura, las palmas muertas permanecen en pie, convirtiéndose en foco de nueva infestación para plantas vecinas.

Los costos que representa para Colombia la muerte de palmas causada por el picudo todavía están por evaluarse, pero es obvio que son enormes: la reducción de la seguridad alimentaria para los campesinos del Pacífico que pierden sus palmas de coco y chontaduro;  los costos de remoción y reemplazo de las palmas ornamentales muertas; y la reducción de las poblaciones silvestres de varias especies nativas. Es preciso establecer de manera inequívoca la relación entre la difusión de esta plaga y la expansión de la palma africana, y aplicar los correctivos necesarios.

Así que en vez de hacer pasar por colombiana a la palma de aceite, Fedepalma debería encaminar sus esfuerzos hacia la identificación y mitigación de los efectos nocivos del cultivo, para que el pasivo ambiental de la palmicultura sea tenido en cuenta también en la evaluación económica del cultivo. Sin tratar de ocultar el origen africano de la palma.

*Investigador asociado, Jardín Botánico del Quindío. Ex profesor Universidad Nacional. Coautor del “Catálogo de plantas y líquenes de Colombia”.

*Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor. 

Por Rodrigo Bernal*

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