¿Por qué deberían importarnos los humedales?

El 26 % de Colombia está compuesto por estos ecosistemas, lo que corresponde a 30 millones de hectáreas aproximadamente. De esta extensa cifra, se han transformado cerca de 7 millones a causa de la actividad humana.

Mariana Rolón Salazar
02 de febrero de 2017 - 04:00 a. m.
Humedal La Conejera, en Bogotá. / Archivo El Espectador
Humedal La Conejera, en Bogotá. / Archivo El Espectador

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo vivía un hombre que espiaba a las mujeres cuando se bañaban desnudas en el río. Su atracción por ellas era tan grande que buscó a un brujo para que lo convirtiera en caimán y así poder nadar discretamente por el caudal.

Cuando llegó a donde el brujo, este le dio dos pócimas: una para convertirse en caimán y otra para volver a ser humano. Estando en el río, bebió la pócima y repentinamente se transformó en caimán. Pero, sin querer, derramó el antídoto con el que sería hombre de nuevo. Gotas de ese líquido cayeron sobre su cuerpo, quedando mitad hombre, mitad animal. De ahí en adelante se le conoció siempre como el “hombre caimán”.

Esta, como muchas otras leyendas colombianas, es el reflejo de nuestros ancestros que no fueron ajenos a la naturaleza que los rodeaba. Paisajes como los humedales se convirtieron en el punto de partida para imaginar historias como las del “hombre caimán” y un sin fin de personajes míticos.

Hoy en día nuestra relación con los humedales cambió. Ya no inventamos cuentos o seres ficticios para venerarlos. Al contrario, les echamos basura, desechos, escombros y aguas negras. Hasta grandes vías les hemos construido encima.

Los humedales tampoco son los mismos que años atrás. La ganadería, la agricultura, deforestación, urbanización y minería son sólo algunas de las causas que han transformado el 24 % de estos ecosistemas. Según el libro Colombia anfibia, publicado por Instituto Humboldt, las actividades humanas están ligadas a la alteración de aproximadamente 7’332.000 hectáreas de estos ambientes. “Quizá porque tradicionalmente no se han comprendido a fondo los bienes y servicios que los humedales aportan a la sociedad”, advierte el informe.

Estas transformaciones se notan sobre todo en la contaminación de las fuentes hídricas y la pérdida de hábitats, pues los humedales no solo son reservas de agua, sino también el hogar de cientos de animales: desde el más minúsculo organismo hasta el mamífero más grande. El zooplancton, cuyo nombre cuesta pronunciar, es un animal microscópico que comparte su ambiente con peces y manatíes.

Las especies migratorias, por ejemplo, necesitan que los humedales estén en buenas condiciones para usarlos como hospedaje mientras van de pasada. Las aves que vienen de regiones del norte, utilizan los humedales del trópico para descansar y luego continuar con su itinerario.

“Todos los años, desde octubre hasta febrero del siguiente año, llegan aves de Estados Unidos y pasan de cuatro a cinco meses en nuestros humedales. Pero por la degradación y destrucción de muchos de estos se están obstaculizando las rutas de migración”, asegura Eduardo Guerrero, director de Gestión Ambiental de la Secretaría Distrital de Ambiente.

Sin necesidad de ecuaciones matemáticas, la fórmula de estos ecosistemas podría resolverse así: los humedales son vida y la vida es agua, flora y fauna. El problema es que, como sociedad, no hemos aprendido a descifrarla. Tal como las aves migratorias, los peces regionales de la Cuenca Amazónica, el Atrato y el Magdalena Cauca, durante su reproducción, viajan buscando lugares adecuados para poner sus huevos. Y si se destruyen sus hábitats de paso, pierden su ruta y no tienen dónde parar.

Nada distinta es la situación de los manatíes. Hace 25 años fueron declarados como una especie en vía de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). En Colombia, la población de estos mamíferos se ha disminuido drásticamente en la zona del Magdalena Medio. El año pasado, en las ciénagas de Tupe y Zarzal, en Bolívar, murieron 38 manatíes por la disminución de agua.

Dalila Caicedo, directora ejecutiva de la Fundación Omacha, entidad encargada de proteger los ecosistemas colombianos, afirma que la muerte de manatíes se da por varias razones. Entre ellas están la contaminación, el deterioro de la calidad de agua, la falta de alimentación, la cacería o desecación de la ciénaga por la construcción de diques.

Colombia, entre hectáreas y hectáreas de humedal

El 26 % de nuestro país es un humedal. Lo que corresponde a 30 millones de hectáreas aproximadamente. Ante esta cifra descomunal, el Gobierno ha procurado sacar leyes para restringir el uso de estos ecosistemas, aunque sea en algunas partes del territorio.

En 1998, por ejemplo, se firmó el tratado Ramsar: un documento que se elaboró en la ciudad iraní, que lleva su mismo nombre, para proteger los humedales alrededor del mundo. Hasta la fecha, el país ha declarado seis sitios Ramsar, lo que significa que cerca de 708.000 hectáreas de humedales están protegidas por ser consideradas de importancia internacional.

¿Pero qué pasa con los otros millones de hectáreas que tiene Colombia en humedales? ¿El Gobierno debería protegerlos también? Si lo hace, ¿nos iríamos a la quiebra porque no podríamos tocar medio país? Este es el eterno debate de las organizaciones ambientales.

Úrsula Jaramillo, investigadora del programa de gestión territorial y de biodiversidad del Instituto Humboldt, respondió estas inquietudes. “En un país donde los humedales son lo mas común del territorio y todas las actividades económicas están localizadas sobre ellos, la lógica de áreas protegidas no funciona”.

Para Jaramillo, resguardar los 30 millones de hectáreas en humedales que tiene Colombia “sería ridículo, porque el país se quedaría sin actividad económica”. Por ejemplo, la zona de la Orinoquia, que produce gran parte del PIB del país por petróleo y donde se encuentra la mayor cantidad de humedales, no está protegida. Incluso, Bogotá está situada en un humedal. Entonces, “¿nos tocaría trastearnos para otro lado?”, se pregunta la investigadora.

La alternativa, según ella, es reconocer que el territorio es variable y que los humedales unas veces son secos y otras húmedos: el gran reto al que se enfrenta la industria. Por esto, explica que hay que plantear una propuesta de desarrollo económico que se adecúe a las características de un país de humedales: por momentos, seco, y por momentos, húmedo.

 

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Por Mariana Rolón Salazar

 

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