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Biodiversidad para la educación sexual: la experiencia de la sal en la Amazonia

Se otorgó el Premio Nacional Alejandro Ángel Escobar al libro “Ɨairue nagɨni Aiñɨko urukɨ nagɨni Aiñɨra urukɨ nagɨni Halogeno – Halofita Sal de vida”, un libro del sabedor del pueblo Murui Enokakuiodo y el antropólogo Juan Echeverry que explora un elemento vital para los pueblos de la Amazonia: la sal.

Helena Calle
15 de octubre de 2020 - 04:57 p. m.
Los investigadores identificando plantas en el laboratorio de la UNAL sede Amazonia.
Los investigadores identificando plantas en el laboratorio de la UNAL sede Amazonia.
Foto: Cortesía FAAE

Para los blancos mestizos como yo hay una sola palabra para la sal y una sola sensación: salado. Para el abuelo Enokakuiodo, sabedor del Medio Río Caquetá (Amazonas), hay 81.731 y la mayoría gira alrededor de la fecundidad.

"Al medio día

yo estoy acostado

Esa es la palma de juuikuruyɨ

Que quiere decir acostarse

Al medio día

Con una mujer

(…)

Para que todo el mundo lo entienda,

yo dejé esa palabra (el matrimonio).

Si esa unión matrimonial no existiera,

no habría fertilidad,

no habría diálogo, sería triste (solo)".

Estos son solo apartes de lo que habló durante tres años en mambeaderos del Amazonas, cobijado por la oscuridad. El abuelo no solo hablaba de la sal de origen vegetal que usan los pueblos amazónicos para hacer ambil (pasta de tabaco) sino de educación sexual, fecundidad y origen.

Su relato sobre la combustión de las especies (el primer paso en la elaboración de sal vegetal) habla de purificación y transformación. La candela con la que se quema es “la del verano que prepara los nuevos campos de cultivo”. Filtrar las cenizas a través del goteo habla sobre fecundación e inseminación. El secado de la salmuera alude a una criatura dentro del vientre, al delicado proceso de gestación de un ser humano, o del mundo. La sal habla de la historia de la creación.

Ayer se anunció que el Premio Nacional Alejandro Ángel Escobar –que ya va por su edición número 65– en la categoría Medio Ambiente iba para el sabedor Oscar Romualdo Román Jitdutjaaño (Enokakuiodo) y al antropólogo Juan Alvaro Echeverry por el libro “Ɨairue nagɨni Aiñɨko urukɨ nagɨni Aiñɨra urukɨ nagɨni Halogeno – Halofita Sal de vida”, un libro de más de 1.500 páginas publicado por la Universidad Nacional este año, y que recoge las palabras del sabedor, pero cuya investigación comenzó hace 25 años, con una relación entre Enokakuiodo y Echeverry.

Desde 1995, los autores comenzaron un diálogo sobre la sal. Específicamente, sobre los alcalinos de origen vegetal que usa el pueblo Murui como mezcla para el ambil (pasta de tabaco). Según cuentan ellos mismos en el libro, Enokakuiodo se dio cuenta que los proyectos de ONG o entidades estatales en los noventa estaban generando “abortos” en lugar de generar fecundidad. Otra forma de decir que los blancos no entienden el “punto de la sal”. Pero no basta con identificar y clasificar las especies del bosque de las que se saca la sal para el ambil: el concepto de ɨaizaɨ-sal se refiere a la potencia fecundadora presente en todos los seres vivientes y es la base de los principios de formación de los seres humanos y del manejo de sus relaciones.

Y así comenzó el proyecto. El trabajo de campo terminó en 1998, y han tenido este tiempo para “mambear” lo que han aprendido. El libro que publicaron este año está concebido como un intercambio intercultural de saberes: identifica 62 especies botánicas de las cuales se extrae la sal, analiza su composición química, clasifica las especies, pero también la relaciona con la tradición oral del Medio río Caquetá, con los animales que se acercan a esas especies, con la historia de cómo se hizo el mundo y de dónde nacieron los humanos. En total elaboraron 106 tipos de sal vegetal, registraron el proceso, cuánta agua se vierte para hacerlo, el volumen de salmuera resultante, etc. El abuelo Enokakuiodo habló largamente sobre la sal mientras era grabado –consciente de que eso estaba sucediendo– en 21 ocasiones entre 1995 y 1998. Los investigadores tardaron cuatro años en transcribir esas grabaciones.

Tal vez no haya personas más adecuadas para esta tarea. Enokakuiodo, por un lado, es un reconocido sabedor nacido en el Predio Putumayo (Amazonas) que ha intercambiado conocimiento tradicional de las especies forestales de la Amazonia colombiana con botánicos y científicos de este siglo como Richard Evan Schultes. Echeverry, por el otro, es un antropólogo, etnolinguista y etnobiólogo paisa que trabaja en la Amazonia desde 1980, y que hace parte del Instituto Amazónico de Investigaciones (IMANI).

Entre otras, el libro es una rareza editorial. Se terminó de imprimir en agosto de este año y sus miles de páginas fueron encuadernadas a mano en apenas 12 ejemplares, y las ilustraciones que acompañan algunas de las especies forestales de las que hablan cantos tradicionales que se alargan por páginas –equivalentes a horas de río o de mambeadero– fueron dibujadas por hijos y nietos de Simón Román (otro de los autores) y Doris Monroy, una artista plástica.

Muchas manos se involucraron en el libro. Los investigadores se apoyaron de una bióloga –Olga Motenegro– y de los herbarios nacionales para hacer las clasificaciones de las especies. También de un químico –Andrés López, de la Fundación Erigaie– para identificar la concentración en partes por millón de los elementos químicos presentes en cada una de las especies forestales que describieron. Hierro, cobre, manganeso, cinc, molibdeno, boro, bario, estroncio y vanadio están presentes en 25 especies. La sal de jarɨna (Attalea maripa) que se extrae de la corteza y de las flores, es la única que contenía hierro.

Como sería de esperar, también hicieron pruebas de sabor de cerca de 50 especies de las 62 que se identificaron. Por largas temporadas, tres hombres y dos mujeres probaron dos o tres sales por día para tratar de identificar a qué especie pertenecía ese sabor. “Fuerte”. “Picante y dulce”. “Un poquito jarede pero dulce”. “Cortante y frío” son algunas de sus impresiones, también incluidas en el libro.

Cada una de estas especies está relacionada en tablas e índices con la lógica mayor. Durante tres cuartas partes del libro se recopilan los discursos en lengua Murui: lo llamaron rafue (discurso o enseñanza). Para mayor claridad hay unas tablas que relacionan qué especie o entidad animal está en cada especie vegetal. El libro cuenta que los murciélagos y el tamandúa (Tamandua tetradactyla) chupan el polen de las flores del árbol Rangogɨ o Jífibegɨ y el cucarrón vive en la palma de Izɨna, y así con palomas, sardinas y gusanos. También se incluyen las aguas observaciones de cientos de años de tradición oral y de uso de las plantas para la supervivencia de una cultura: las hojas del Jirururɨ son blancuzcas, y se parecen a la piel del jaguar; los pelos del lomo del cerrillo (Tayassu tajacu) se parecen a las espinas de la palma Ruirɨyɨ; el ano del caimán (Caiman sclerops) se parece a la flor del árbol Zeema ɨaiña.

También incluye el uso de cada especie: Los techos de la maloca están tejidos con las frondas de la palma Ererɨ, Los cogollos del platanillo Iyoberɨ se mascan como una especie de crema dental; las flores de Jimena causan dolor de garganta. Brujerías, empastes y menjurjes hacen parte de esta clasificación botánica.

“Es justamente este último producto, el discurso sobre la sal, lo que nos llevó a descubrir que el objeto del conocimiento indígena sobre la sal va mucho más allá de la sustancia misma. Ese discurso está hablando de los procesos de formación del mundo y del cuerpo humano, leídos a través de las especies vegetales y de los procesos técnicos involucrados en su preparación. Un proyecto intercultural, cualquiera que sea su naturaleza, es, sobre todo, la construcción de una relación social entre personas con diferentes capacidades y conocimientos, donde se establece un intercambio de sustancias y servicios para alcanzar un objetivo común”, escribieron los autores.

“Llama la atención que en Colombia todavía no ha sabido reconocerse como verdaderamente pluri-étnico y multilingüe. Si bien en nuestra Constitución estos fundamentos han quedado consagrados en la letra, en la práctica, las élites y la sociedad colombiana mayoritaria se siguen pensando como europeas e hispanohablantes. Esto es particularmente cierto en las prácticas académicas y científicas”, dice la Fundación Alejandro Ángel Escobar en un comunicado.

El libro está disponible en pdf aquí

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