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"Si quiere llamarme alarmista hágalo"

La deforestación en el Amazonas está cambiando el clima de todo el continente. Las razones de la sequía en Colombia, así como la que afecta a los 14 millones de habitantes de São Paulo, podrían estar ocultas en la selva.

Pablo Correa * / LIMA, PERÚ
10 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
El brasileño Antonio Nobre es uno de los científicos que mejor conocen la Amazonia.  / Pablo Correa
El brasileño Antonio Nobre es uno de los científicos que mejor conocen la Amazonia. / Pablo Correa

Una ciudad con 14 millones de habitantes, São Paulo, atraviesa la peor crisis hídrica de su historia. A 4,894 kilómetros de distancia, en Santa Marta y el Caribe colombiano, tampoco sale agua por el grifo de las casas. En el caso de los brasileños, el Sistema Cantareira, la mayor represa de la ciudad, está en su nivel más bajo. Si no llueve en los próximos meses, “la reserva de la reserva” se acabará y nadie sabe lo que pueda pasar. Por las calles de Santa Marta ya vienen y van carrotanques repartiendo raciones de agua.

Antonio Nobre, uno de los científicos brasileños que mejor conocen la Amazonia, dice que estaba cansado de advertirlo: la deforestación del Amazonas puede alterar el clima de todo el continente, los patrones de lluvia, y provocar graves sequías en algunas regiones. Especialmente en el cuadrilátero que va de Cuiabá a Buenos Aires y de São Paulo a los Andes, el lugar en el que se produce el 70% del PIB del continente.

Si América del Sur tiene el clima que tiene, repite en cada foro al que asiste, es gracias al bosque tropical. Esa semana, en el III Encuentro Panamazónico, organizado por la Articulación Regional Amazónica en Lima, volvió a repetirlo. “Me estoy jugando mi reputación, pero tengo la convicción de que es así por la ciencia que hago. Ahora todos están sorprendidos por la conexión entre la selva y el agua de su ciudad, pero llevo 20 años diciendo esto”.

Cuando terminó su doctorado en Estados Unidos y regresó a Brasil, Antonio se dedicó a continuar con uno de los experimentos que había realizado su hermano mayor, Carlos, una autoridad mundial en meteorología. Construyó en la mitad de la selva una “torre de flujo”, una imitación artificial de un árbol, en la que instaló instrumentos que permitían medir los patrones de viento 20 veces por segundo y la concentración de gases como el CO2 hasta 10 veces por segundo. Quería entender “la respiración del bosque”.

Un árbol grande, explica Antonio, con una copa de unos 20 metros de diámetro, bombea a la atmósfera unos 1.000 litros de agua en forma de vapor. Si se piensa que existen entre 400 y 600 mil millones de árboles en el Amazonas, esto significa que juntos lanzan cada día unas 20 mil millones de toneladas de agua a la atmósfera. ¿Qué significa esta cifra? Que aunque no lo vemos a simple vista, entre la selva y la atmósfera circula un río más grande que el río Amazonas, que cada día deposita 17 mil millones de toneladas de agua en el océano.

“Ríos voladores” los han denominado. También, y de forma más técnica, Antonio se refiere a este fenómeno como una “bomba biótica”. Junto a otros científicos como los rusos Anastassia Makarieva y Victor Gorshkov, con quien colabora desde hace varios años, han comenzado a replantear algunas ideas en torno al Amazonas y su influencia en los vientos y lluvias del resto del continente.

Basados en estos trabajos, está casi seguro, aunque muchos no lo quieran creer, que los habitantes de São Paulo, así como los de otras regiones del continente sometidas a estrés hídrico, son los que están pagando el precio por permitir una brutal deforestación del Amazonas que en las últimas cuatro décadas ascendió a 762.979 km², es decir, unas 12.635 canchas de fútbol cada día o 526 por hora.

Esta semana, Antonio presentó un documento en el que resume las más importantes investigaciones de las últimas décadas en torno al Amazonas y su relación con el clima. ¿Cuál es el punto de no retorno? ¿El punto en el que las cosas podrían cambiar radicalmente? Nadie lo sabe, pero para él estamos en “una situación de extremo peligro. Quieren llamarme alarmista, háganlo”, dice, “pero imaginemos que estoy en un barco grande llamado Titanic y el capitán dice: ¡A toda marcha! ¿Qué debo hacer yo que veo un iceberg al frente, cómo debo reaccionar?”. En su opinión, el principal problema es “la ignorancia arrogante” de muchos empresarios y políticos. Una ignorancia impenetrable, que no acepta evidencias. “Se ha necesitado que se acabe el agua que sale por las llaves para que despierten”, dice molesto.

“Ya sabemos cómo funciona una pequeña parte del Amazonas. Pero el Amazonas es el mayor parque tecnológico de la Tierra. Un colega mío descubrió que en la copa de un árbol grande del Amazonas pueden existir hasta 10.000 especies distintas de escarabajos. Y otro calculó que en una hoja de una planta del Amazonas pueden existir hasta tres millones de especies de bacterias”, cuenta Antonio. Esas cifras, sumadas a la tasa a la que deforestamos el mayor bosque tropical del mundo, bien podrían ser una medida de nuestra ignorancia y nuestra estupidez.

 

 

 

pcorrea@elespectador.com

@pcorrea78

* Invitación de WWF

Por Pablo Correa * / LIMA, PERÚ

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