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¿Tumbar árboles para salvar el mundo?

Con la tecnología actual, resulta casi imposible impulsar automóviles, camiones, barcos y aviones jet con energía generada del viento o el mar.

Eduardo Porter, NY Times
15 de febrero de 2015 - 08:58 p. m.
¿Tumbar árboles para salvar el mundo?

¿Requiere el combate al cambio climático de la quema de bosques y cosechas del mundo para obtener combustible?

Ciertamente así parece, a juzgar por los agresivos mandatos que gobiernos a lo largo del mundo han fijado para incorporar la bioenergía a sus combustibles de transportación, con la esperanza de limitar la abrumadora dependencia del mundo a la gasolina y diesel para desplazar personas y bienes.

Si bien los biocombustibles representan apenas 2.5 por ciento actualmente, la Unión Europea prevé que la energía renovable - en su mayoría biocombustibles - represente 10 por ciento de su combustible para transportación para 2020. En Estados Unidos, el objetivo del biocombustible ronda cerca de 12 por ciento para comienzos de la próxima década. La Agencia Internacional de Energía Atómica imagina el uso de biocombustibles para abastecer casi 27 por ciento de las necesidades de transportación del mundo para mediados del siglo.

Las razones de ese tipo de ambiciones son claras: Con la tecnología actual, resulta casi imposible impulsar automóviles, camiones, barcos y aviones jet con energía generada del viento o el mar.

Lo que es más, la bioenergía está siendo llamada para hacer electricidad. En noviembre, funcionarios de la Dependencia de Protección Ambiental de EU (EPA) emitieron un memo de política que fue interpretado ampliamente como si fomentara el cultivo de bosques para producir energía al tratarla como una fuente exenta de carbono.

Sin embargo, hay un gran problema con esta estrategia. Un economista diría que pasa por alto los “costos de oportunidad” de desplegar vegetación como una fuente de energía. Otros lo llaman doble conteo.

“Dedicar tierra a la bioenergía siempre tiene un costo porque esa tierra no puede producir plantas para otros fines”, destacó Timothy Searchinger, investigador en Princeton y el Instituto de Recursos Mundiales que fue coautor de un informe reciente, en el cual se pide una reducción de cultivos dedicados a biocombustibles.
En pocas palabras, dijo Searchinger, la energía de bosques y campos, de hecho, no está exenta de carbono.

El argumento por un decisivo despliegue de bioenergía da por hecho que es neutral en términos de carbono porque las plantas recuperan CO2 del aire cuando crecen, compensando el carbono emitido por haberlas quemado como combustible. Sin embargo, apartar un campo de maíz o bosque para producir energía requiere que éste no se use para producir comida o, lo que reviste la misma importancia, para almacenar carbono.

“Quemar biomasa en vez de combustibles fósiles no reduce el carbono emitido por plantas generadoras de electricidad”, escribió un grupo de 78 científicos al comienzo de la semana a Gina McCarthy, la directora de la EPA, advirtiendo en contra de la nueva política para plantas de energía. “La quema de biomasa, como árboles, que de lo contrario seguirían absorbiendo y almacenando carbono, llega a expensas de un menor almacenamiento de carbono”.

Si los detractores están en lo correcto, la cacería de biomasa en gran escala pudiera modificar vastamente el uso de la tierra del mundo, el abasto de alimento y ecosistemas, al tiempo que haría poco por prevenir el cambio climático.

Hasta ahora, el argumento por la cautela ha caído en su mayoría en oídos sordos. La razón es que los legisladores ven pocas opciones.

El año pasado, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático presentó su evaluación más reciente de la comprensión colectiva de científicos de cómo desacelerar el paso del calentamiento global. Plagada de las incertidumbres usuales de la ciencia, parecía bastante segura de un aspecto: Hacerlo sin biocombustibles sería mucho más difícil.

Si no hay un gran aumento en las provisiones de bioenergía, informaba el análisis del panel sobre cambio climático, costaría alrededor de dos tercios más, en promedio, prevenir que la temperatura de la tierra suba más de dos grados Celsius por arriba de niveles preindustriales, por lo general considerados el punto crítico para la agitación climática.

La disponibilidad de biocombustibles marca una diferencia mayor en el precio final, concluyó el panel, que si la generación de electricidad puede ser dirigida exitosamente hacia el sol y el viento. Solamente la tecnología de captura y almacenamiento de carbono reviste mayor importancia.

En la mayoría de los modelos de cambio climático del panel que llevan las temperaturas de vuelta por debajo del tope de 2 grados para finales del siglo, se asume que los biocombustibles producen alrededor de 250 a 350 exajoules de energía al año.

Para darle contexto a esto, 300 exajoules equivale a más de la mitad del consumo mundial de energía actualmente. En estos tiempos, el contenido energético de toda la biomasa cosechada para extraer comida, forraje y todo lo demás equivale a alrededor de 220 exajoules.

La pregunta es: ¿de dónde provendrá la tierra para producir toda esta vegetación adicional?

Como notaba un compromiso de la Dependencia Ambiental de Europa, a fin de reducir la cantidad de CO2 en el aire, la producción de bioenergía “debe incrementar la cantidad total de crecimiento de plantas, haciendo que más plantas estén disponibles para uso de energía al tiempo que se conserven otros beneficios”.

André Faaij, experto en sistemas de energía en la Universidad de Gronigen en Países Bajos y autor de muchas evaluaciones importantes empleadas por el panel sobre el potencial de la bioenergía, argumenta que definitivamente es factible.

El mundo podría alimentar a 35,000 millones de personas (la población actual de la tierra es 7,000 millones), si tan solo la productividad de la agricultura y la ganadería en el mundo en desarrollo fuera llevada hasta estándares de país industrializado, dijo.

“Mozambique podría alimentar a toda África si solamente aumentara su productividad para que igualara la de Países Bajos”.

Eso podría liberar mucha tierra. El despliegue de solo 10 por ciento de las 5,000 millones de hectáreas del mundo que se usan para cosechas y pasturas actualmente para el cultivo de biocombustibles pudiera generar de 100 a 150 exajoules para finales del siglo. Se podrían tener otros 60 a 70 a partir de la plantación de biocombustibles en tierra actualmente degradada. El resto pudiera venir de un mejor cultivo de bosques y el uso de desechos orgánicos.

En un artículo reciente, Faaij y colegas calcularon que sería técnicamente posible obtener alrededor de 100 exajoules para 2050 a partir de lo que llaman “crecimiento forestal excedente”, lo cual se refiere a los fragmentos del bosque que no están protegidos ni son explotados ya por su madera, así como desecho de madera. Este tipo cálculo molesta a Searchinger.

El crecimiento forestal excedente”, dijo, ya está retirando CO2 del aire. Cosecharlo para energía no proporcionará beneficio ulterior alguno para el cambio climático. Lo mismo podría decirse de tierra agrícola que está ociosa, donde el bosque normalmente empieza a crecer de nuevo al poco tiempo, capturando carbono del aire.

Es probable que haya un papel limitado para biocombustibles derivados de productos residuales. Sin embargo, la fuerza irrefrenable de los biocombustibles - la cual ha ayudado a reunir el apoyo de los denominados agronegocios en la batalla en contra del cambio climático - pudiera terminar haciendo más daño que bien.
Estados Unidos solía depender mucho de la bioenergía para el transporte: hace 100 años, decenas de millones hectáreas fueron dedicadas al cultivo de alimento para animales de manada. Desde esos tiempos, buena parte de esta tierra ha regresado a ser bosque. Talarla de nuevo por combustible no es la mejor idea.
 

Por Eduardo Porter, NY Times

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