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Un desierto global

Hace 20 años se alertó sobre la degradación de los suelos del planeta. Cada año se pierde un territorio de tres veces el tamaño de Suiza. Nadie hace nada.

Lorenzo Morales
22 de octubre de 2015 - 03:57 a. m.
Se calcula que existen dos billones de hectáreas degradadas en el planeta.
Se calcula que existen dos billones de hectáreas degradadas en el planeta.

Cada año, unos 12 millones de hectáreas de suelo del planeta se convierten en eriales y desiertos, el equivalente a tres veces el tamaño de Suiza, según cifras de Naciones Unidas. Ese fenómeno obliga a miles de personas a migrar o a vivir en condiciones extremas de escasez, incertidumbre y hambre.

Esa cifra es la que se suma anualmente a los ya 2 billones de hectáreas de tierra degradada, es decir, suelo que ha perdido sus propiedades biológicas para ser productivo. La sobreexplotación para agricultura, la tala indiscriminada y otras actividades económicas sientan las bases de la degradación que luego el viento, las lluvias y las temperaturas extremas se encargan de completar.

“Estoy segura de que podemos revertir este fenómeno”, dijo Monique Barbut, secretaria general de Convención de Naciones Unidas para la Lucha Contra la Desertificación (Unccd, por su sigla en inglés), que realiza en Ankara, Turquía, una nueva ronda negociación internacional para contener este fenómeno. “La neutralidad en la degradación de los suelos es realizable y rentable”.

A la señora Barbut le toca ser optimista aunque el panorama pinte oscuro. Su misión es poner de acuerdo a muchos países sobre un tema al que pocos le prestan suficiente atención, a veces por razones opuestas: algunos porque en los suelos degradados es donde vive buena parte de la gente más pobre del planeta, y en otros porque a costa de agotar el suelo con extensos monocultivos, se sostienen los jugadores más poderosos de la agroindustria mundial.

Barbut considera que la comunidad internacional debería acordar una meta de rehabilitación que permita llevar a cero la pérdida anual de suelos fértiles, o lo que los expertos llaman “neutralidad”. Es decir, devolverle cada año al planeta los mismos 12 millones de hectáreas que se pierden.

“Recuperar el suelo es la herramienta más barata y fácil para ganar resistencia frente al cambio climático”, explicó Barbut.

La degradación de los suelos, junto al cambio climático y la pérdida de biodiversidad, fueron establecidos como los mayores retos para la humanidad durante la Cumbre Mundial de Río en 1992. Sin embargo, las negociaciones mundiales al respecto han sido poco protagónicas y escasas en compromisos.

El ejemplo más claro de ello es que 20 años después de firmada la convención mundial, y doce reuniones mundiales, los países no se han puesto metas concretas en la lucha contra la degradación del suelo. En parte por eso, son pocos los países que llevan un registro detallado de las tierras que han perdido y aún menos los que saben cuánta tierra han recuperado de la erosión o la degradación.

Aunque los efectos devastadores de la degradación son más evidentes en países áridos cuya población depende al máximo del pastoreo y la agricultura, como los de África y parte de Asia, ningún país está a salvo de padecer el fenómeno. 70 por ciento de los suelos degradados se concentran en zonas húmedas, según datos de la Unccd.

El suelo representa un tercio del carbono que se calcula está retenido en los bosques y selvas del planeta. Cuando esos suelos se convierten en tierra para cultivos, liberan entre el 25 y el 75 por ciento del carbono, según el tipo de uso y su estado.

“Reducir la degradación del suelo a cero es imposible; todo uso de la tierra la degrada”, explicó Uriel Safriel, profesor emérito de la Universidad de Jerusalén y líder del equipo científico de la Convención. “Pero podemos siempre recuperarla”.

Safriel cree que parte de la clave está en un buen ordenamiento del territorio que defina cuánta tierra es explotable y cuánta debe dejarse quieta para que siga proveyendo servicios ambientales.

Por Lorenzo Morales

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