Una nueva imagen para Urabá

Uno de los trece proyectos beneficiados por el programa CET, ejecutado por la Red Adelco y el apoyo financiero de la Unión Europea, está en la zona bananera de Antioquia. La idea es mostrar en tres experiencias, ecoturísticos y culturales, el modelo de convivencia pacífico de esta región donde conviven paisas, chilapos, negros y costeños.

Redacción Bibo
21 de junio de 2018 - 02:00 p. m.
El Resguardo indígena Jaikerazabi es uno de los destinos de Mutatá que la Adel Urabá está impulsando en el territorio.  / Fotos: Cristian Garavito - El Espectador
El Resguardo indígena Jaikerazabi es uno de los destinos de Mutatá que la Adel Urabá está impulsando en el territorio. / Fotos: Cristian Garavito - El Espectador
Foto: Cristian Garavito / El Espectador

El modelo de convivencia ideal

María Victoria Suaza, sus padres y sus hermanos huyeron de Manrique, un barrio al noriente de Medellín, hace 22 años. La violencia de las comunas los obligó a hacer maletas y mudarse a Urabá, una región ocupada también por actores armados. Se instalaron en el barrio Diana Cardona, de camino a la serranía de Abibe. Abrieron las puertas de su casa e hicieron costumbre poner la olla de sancocho comunitario al sol y repartirse entre los vecinos un plato de comida. Tras los comensales llegaban los niños que compartían la desescolarización.

Esa fue la razón por la que Suaza y sus hermanos, todos artistas, convocaron un grupo juvenil. Se apropiaron de un espacio al que convirtieron en sede de acción comunal y empezaron a impartir talleres de clown, títeres e improvisación, a pesar de la advertencia de los viejos amigos que dejaron en Medellín. La intención era hacer ejercicios de lectoescritura con los pequeños y bloquear el ambiente violento de los alrededores.

Así fue como los Suaza empezaron a educar, porque no había miedo entonces. Eso duró un par de años, hasta que en 2001 las Convivir pisaron fuerte en el barrio, reuniéndose incluso en la misma casa que Suaza y sus muchachos ensayaban. Era paradójico. Para ese momento, el grupo que habían conformado estaba creando una obra, “Tierra del sol”, un montaje teatral de 50 minutos sobre la vida de los trabajadores de las bananeras donde incluían como personajes a miembros del paramilitarismo, los mismos que se paseaban por la casa.

La hicieron fiel a la historia, tal y como la vivían los finqueros, los trabajadores y sus familias, teniendo en cuenta que, el mayor objetivo, era mostrar cómo en Apartadó se relacionan diferentes etnias en paz.

Esa era la sensación que había sorprendido a Suaza desde su llegada. “Haber encontrado el mejor modelo de convivencia, único en el mundo. Una cultura paisa que es bien posesiva y dominante, una presencia afrodescendiente caracterizada por su relax, los mestizos a quienes se les llama chilapos, que significa campesino cordobés, con su erotismo y furor. Y que entre ellos puede establecerse una comunidad que hasta mezcla sus comidas. Aquí existe un plato, original de Urabá, que combina la gastronomía de todos”, cuenta ella tras dirigir durante dos décadas la Corporación Cultural Camaleón de Urabá. El grupo no sólo ha llegado a países como Argentina contando sobre las tablas la vida de esta zona bananera, sino que ha posicionado un festival de títeres y teatro internacional con sede en la comuna Bernardo Jaramillo Ossa (llamada así en honor a quien fue presidente de la Unión Patriotica, asesinado en los años noventa).

Con su trabajo, el colectivo Camaleón se ha hecho una casa de tres pisos con teatro y bodega de vestuario. Un lugar en el que cada domingo hay funciones a las que se puede entrar llevando incluso un huevo a manera de trueque.

Porque la idea es cambiar a través del arte la imagen que se tiene sobre Urabá. “A costa de vender esa imagen mucha gente ha ganado mucho, los pobres se consideran más pobres, los violentos más violentos”, explica ella.

De ahí que la corporación trabaje de manera tan unida con la Agencia de Desarrollo Local Urabá Darién Caribe (Adel) para unir todos los esfuerzos de la región por consolidar un destino cultural, artístico y ecológico en este rincón Antioqueño marcado por el conflicto.

Izquierda: Joaquín Cuyapa / Derecha arriba Maria Victoria Suaza y derecha abajo: Carlos Cañaveral. Fotos: Cristian Garavito - El Espectador. 

Un paraíso en Mutatá  

Por casi 40 años, a todos los lugares que  Carlos Cañaveral fue, llevó consigo el recuerdo de la vereda Chontaduralito, en Mutatá (Antioquia). La añoraba en cada río y frente al mar, asegura. Lamentaba haber salido de allí, a finales de los años 80. Haberles dicho adiós a unas tierras de atractiva topografía, de árboles frondosos, majestuosos y una riqueza hídrica que no encontró en otro lugar del país. Sus paisajes de agua como la quebrada Chontadural, que cruzaba su vereda, el salto de Chontadural, el salto del Tigre y la cascada de Chorrera marcaron su infancia. Una niñez por la que tuvo que abandonar ese paraíso, junto a su madre y sus otros nueve hermanos, tras la muerte del papá. Era época en la que los jóvenes debían escoger un bando en el monte, “o me iba a la guerrilla o a los paramilitares, así que nos fuimos a las bananeras donde empecé a trabajar”, cuenta este campesino.

Sólo hasta diciembre de 2015, Cañaveral regresó al lugar donde fue feliz. Tierras que aún les pertenecían. Un total de 93 hectáreas tocadas también por el auge turístico que empezó a crecer recientemente en la región. Una situación que luciría provechosa si no fuera por las montañas de basura que se estaban apoderando del paisaje y las consecuencias ecológicas que venían detrás.

Por eso, Cañaveral y sus primos se pusieron a la tarea de cuidar los senderos, las fuentes de agua que atraviesan la vereda y la biodiversidad que vive allí. Era inconcebible para ellos dejar que ese ecosistema se degradara así no más. Aunque “si íbamos a apostar por cuidarlo, debíamos sacar algún provecho de esto, un negocio sostenible con el que pudieran sobrevivir”, explica Cañaverla. Un destino ecoturístico en el que pudieran ofrecer alimentación, historias de la región y sitios inolvidables.

Fue ahí cuando la Agencia de Desarrollo Local Urabá Darién Caribe (Adel) tocó sus puertas. El rumor había corrido tan lejos, que al gerente de la Adel, Osval Higuita, le hizo eco el proyecto. Por eso Cañaveral y la comunidad de Chontaduralito compartieron con él la idea. “Le dijimos que teníamos un paraíso, el entorno ideal, un lugar muy bonito, agradable, sano, que el mundo tenía que conocer y disfrutar de manera ordenada”, cuenta el líder de esta comunidad, ubicada en Mutatá.

Con esa relación entre la Adel y la comunidad, representada por 10 campesinos, surgió la oportunidad. Un apoyo para sacar adelante este sueño gracias al programa Competitividad Estratégica Territorial (CET), ejecutado en el país por la Red Nacional de Agencias de Desarrollo Local de Colombia (Red Adelco), el dinero de la Unión Europea (UE) y el apoyo del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo de Colombia.

Hasta ahora Cañaveral ha recibido algunos extranjeros que llegan a él de casualidad preguntando por el río o la cascada. En todos la reacción es la misma: “Parecen haber encontrado el paraíso”, asegura él.

Un “kaimocara” para el mundo

En el resguardo indígena Jaikerazabi, ubicado a la sombra de la imponente serranía de Abibe (Mutatá) tienen un sueño. Ellos lo llaman, en embera-katío, “kaimocara”. En español, el ideal de que sus tierras puedan ser un lugar para dar a conocer su cultura al mundo. En este territorio se han agrupado aproximadamente 83 familias emberas provenientes de diversas comunidades de la región, que se vieron obligadas a abandonar sus territorios de origen hace dos décadas.

A través de las artesanías, la gastronomía y una muestra de sus tradiciones como pueblo indígena, Joaquín Cuyapa, gobernador de este resguardo ocupado por más de 2.000 habitantes, busca posicionarse como un destino ecoturístico de la región.

Otra idea más para cambiar la imagen de Urabá desde el territorio. En ese proyecto se asoma de nuevo la Red Nacional de Agencias de Desarrollo Local de Colombia (Adel), en cabeza de la Agencia de Desarrollo de Urabá.

El apoyo, en este caso, se trata de disponer de 12 tanques piscícolas para la demanda alimentaria de la población, un restaurante con cocineros del mismo resguardo y un comedor dentro del territorio para que los visitantes se lleven en la punta de la lengua el mejor resumen de quiénes son los emberas de Antioquia y qué hábitos conserva esta población. Una prueba de “kaimocara” para el mundo.

 

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Por Redacción Bibo

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